lunes, 14 de marzo de 2016
EPILOGO
El exsenador Manuel Wheels se enfrentaba a cargos en el tribunal estatal y también en el federal, por fraude, malversación de fondos públicos, blanqueo de dinero y complicidad de contrabando de armas y de drogas. Se lo acusaba también de ser el coautor y conspirador del secuestro agravado de su esposa, y del complot en el homicidio en primer grado de la detective Eva Gonzales y del señor Julián Álvarez. La totalidad de delitos que se le imputaban se habían cometido en varios estados de Estados Unidos, por lo que se pedía la unificación de las causas.
Las pruebas y los testimonios condenatorios de arrepentidos sobraban, y se esperaba obtener en todos los cargos las penas máximas.
Al mismo tiempo, su esposa había presentado una demanda de divorcio y había incorporado a la petición otra demanda por violencia de género y asalto sexual.
El eximio y reconocido abogado querellante, Damien Lake, representante de la esposa del excongresista venido a menos, preparaba una demanda categórica, casi imposible de refutar. Existían pruebas fotográficas de los golpes, testigos oculares y registros médicos que habían quedado asentados a causa de las lesiones, en las que su esposa había necesitado asistencia médica. Por otra parte, el abogado de la parte acusadora también pensaba aprovechar el descrédito de la imagen del legislador.
Paula Chaves figuraba como la querellante y denunciaba a su esposo Manuel Whells por maltratos sufridos durante su convivencia.
No era agradable verse expuesta ante un tribunal, pero lo cierto era que Paula verdaderamente necesitaba justicia, necesitaba que todos los golpes y las humillaciones que había soportado a su lado tuvieran un castigo; lo necesitaba por ella y también por los millones de mujeres que padecen maltrato, ya sean físico o psicológico, y que no se atreven a hablar. También lo hacía por las mujeres que no habían tenido oportunidad de hacerlo porque habían perdido la vida a manos de sus verdugos íntimos. No obstante, no sólo necesitaba una condena ejemplificadora, lo que ella pretendía era que de alguna forma la sociedad entendiera que no existen clases sociales ni culturales para padecer la violencia de género, que no hay distinción de razas ni religión para sufrirla, y que en todos y cada uno de los casos es ilícito, ya sea un hombre o una mujer quien la padece.
Necesitaba que la gente aprendiera a reconocer los signos, porque la persona abusiva, por lo general, despliega su conducta en privado y rara vez muestra al exterior su verdadera cara; por el contrario, utiliza una fachada respetable y casi insospechable.
Paula ansiaba que quedara bien claro el impacto emocional que genera esa situación, porque es un ingrediente de desequilibrio para la salud mental de las víctimas. Quienes sufren de violencia doméstica no sólo reciben castigos físicos, también pasan por desvalorizaciones, soportan críticas exageradas y públicas, muchas veces reciben un lenguaje rudo y humillante, insultos, amenazas que no sólo son verbales, a veces incluso llegan a través de una mirada.
Quienes padecen esta opresión se sienten culpables porque eso es lo que les hacen creer, se aíslan para no generar conflictos, no manejan dinero y les hacen pensar que son incapaces para decidir; en realidad, no les está permitido hacerlo.
Paula acababa de enterarse de los registros médicos existentes, pero no se había extrañado demasiado, puesto que Pedro, desde un primer momento, siempre se había mostrado protector con ella.
Nadia también había hecho su parte, había elaborado todos los informes médicos pertinentes para que, llegado el caso, pudieran utilizarlos, incluso el día de la violación le había tomado muestras vaginales y conseguido muestras de ADN del senador, y había constatado por medio de una exploración ginecológica el desgarro de la vagina.
—Siempre supe que harías justicia por ti, porque esto es por ti.
—Gracias por enseñarme a valorarme como ser humano.
—Eres un ser humano excepcional, y es justo que el mundo se entere de la calidad humana que posees. Me siento orgulloso de ti.
—Me has salvado, Pedro, en todos los sentidos en que la etimología de la palabra permite comprender el verbo salvar. Me has librado del peligro, has solucionado mis problemas, has hecho que mi vida sea magnífica y no sólo aceptable, has evitado y superado a mi lado todos los contratiempos, me has ayudado a que venciera mis miedos, has recorrido la distancia junto a mí y has hecho que los tiempos se acorten.
Me has devuelto la identidad que había perdido y me has hecho volver a sentirme una persona valorada, y sobre todo amada.
—Tú te has salvado a ti misma, porque permitiste que te ayudásemos. Y pensándolo bien, también has hecho tu parte, también me has salvado.
—¿Yo, de qué?
—Del rencor que mi alma anidaba antes de conocerte, porque me enseñaste que la vida está hecha de momentos y que si no los aprovechamos, no regresan. Me has enseñado a ser más tolerante y a tener mejores sentimientos, y eso me ha salvado de la soledad en que vivía.
Se miraron sin tocarse, tan sólo se acariciaron con las miradas y compartieron en silencio el amor que se profesaban.
Pedro se sentía íntegro en todos los aspectos, y Paula había aprendido que la justicia tenía un brazo muy grande y empezaba a confiar en ella; Alfonso le había demostrado que podía hacerlo.
En la actualidad, él seguía disfrutando de su trabajo como detective, pero también había a empezado a interesarse por la empresa fundada por su padre.
Ella saboreaba la convergencia de su actividad en la galería de arte con su pasión por la pintura, y también con su nuevo proyecto, una fundación que presidía y a la que había llamado «Rompe tu silencio». Ayudaba a personas víctimas de violencia doméstica, ya fuera asistiéndolas psicológicamente, legalmente o en lo que necesitaran.
Cinco meses después...
Habían llegado a Londres.
—Bueno, ya estamos aquí. Durante el vuelo me has dicho que veníamos a esta ciudad, que por cierto me encanta, pero también me has dicho que tenías una sorpresa y que me la dirías cuando llegásemos. — Ella tenía su rostro entre las manos y le hablaba muy de cerca—. Así que... suéltalo ya, Alfonso.
—Ya te enterarás.
Un coche los llevó hasta la parte norte de Trafalgar Square.
—Estamos frente al Museo Nacional de Londres —expresó Paula, al reconocer el lugar.
Pedro sacó dos entradas para una muestra del genio Botticelli, el pintor favorito de Paula.
Entusiasmada y muy feliz, se aferró a su cuello y lo llenó de besos. Eufórica, se bajó del coche y lo arrastró con ella en una carrera desmedida por las escalinatas de acceso.
Entraron, Paula se sentía pletórica, y Pedro disfrutaba de su felicidad. Él había hecho sus averiguaciones, así que antes de entrar en la sala le propuso que cerrara los ojos y que se dejara guiar.
—Pero no hagas trampa.
—Lo prometo, no espiaré, abriré los ojos cuando tú me lo indiques. Te lo has ganado por haberme traído a este lugar.
—Interesada. —Le dio un beso—. ¿Preparada?
—Preparadísima.
La guio hasta ponerla frente a la pintura llamada Venus y Marte.
—Abre los ojos.
Paula se emocionó de inmediato, su pintura favorita estaba frente a ella y la estaba admirando en vivo y en directo. Se llevó la mano al pecho, inundada de emoción porque él lo recordara, pero al cabo de unos instantes dijo:
—Un momento, éste no es el original, es una buena réplica, pero...
—Exacto, no esperaba otra cosa de ti, veo que eres una experta. Ésta es... tu réplica —recalcó Alfonso —. Es lo mejor que he conseguido —le dijo haciendo un mohín con los labios—, lo siento, pero la original no está en venta.
Paula se cubrió la boca, se había puesto muy sensible, la pintura era del tamaño exacto de la original.
—¡¡Dios, Pedro, eres increíble!!
—El triunfo del amor sobre la guerra —señaló Alfonso recordando la explicación que ella le había dado en el mirador de La Soledad. Paula también lo recordó justo en el momento en que abrió los ojos y vio la pintura. Pedro la cogió de las manos y la obligó a mirarlo—. Tú eres mi diosa del amor y la belleza, y yo seré siempre tu amante, tu dios de la guerra.
Le soltó la mano y metió una de las suyas dentro del bolsillo interior de su abrigo, de donde extrajo unos documentos.
Paula, en ese punto, estaba realmente afectada por la emoción, pero se conminó a leerlos. En ellos decía que su divorcio era un hecho.
Alfonso también tenía una caja de joyería en la mano y la abrió ante sus ojos, descubriendo una sortija de boda que resaltaba en brillo y suntuosidad. La extrajo de la caja y se la colocó en el dedo.
—Ahora sí, ahora es una realidad casi inmediata, muy pronto te convertirás en mi esposa. —Se besaron largamente, luego se apartaron y se miraron con recogimiento—. Quiero acabar agotado cada día de mi vida. Ansío que mi diosa ose agotarme tal como Venus agotaba a Marte. Sé que puedes
hacerlo. — La pegó posesivamente a su cuerpo.
—Señor Pedro Alfonso, en cuanto termine de recorrer esta galería, porque no podrá sacarme de aquí antes —se rieron—, prometo que descargaré todo mi poder sobre usted y osaré destruir su fortaleza con mucho gusto.
Pedro volvió a apresar sus labios con posesividad, y luego le dijo: —Tus labios siempre me hacen sentir todo lo que no me dices, gracias por crear esa conexión con nuestras bocas.
—No me cuesta ningún esfuerzo, porque tu boca es todo lo que anhelo
CAPITULO 93
Se habían dado un baño relajante y estaban tumbados en la habitación del hotel de Albuquerque.
Paula permanecía de costado con el albornoz puesto y los dos se miraban a los ojos con una mirada que transmitía devoción; durante el tiempo en que se habían duchado, ella le había contado todo lo que había pasado y él no podía creer lo valiente que había sido. Se sentía orgulloso de aquella mujer, la admiraba por la entereza con que siempre lo asombraba.
Paula también lo miraba con orgullo, él también le había contado a grosso modo cómo había sido todo el operativo.
Se miraban con anhelo, por más cansancio que sentían no conseguían apartar sus miradas.
—Creí que me moriría cuando no te encontramos allí —le decía mientras acariciaba el valle entre sus senos; esa caricia le resultaba desestabilizante, tanto a él como a ella.
—Pero ahora estamos juntos, creo que nuestro amor es imbatible.
—Te amo, Paula, quiero que seas mi mujer.
—Soy tu mujer.
—Sé que eres mía, pero yo me refiero a otro tipo de compromiso.
—¿Acaso hay un compromiso más fuerte que el que sienten nuestros corazones? —Ella se bajó y le besó el pecho.
—No, ninguno, pero... me rijo por la ley, la represento, y me gustaría que te cases conmigo. Sé que no has tenido una buena experiencia, pero eso no significa que...
—Acepto —lo interrumpió.
—¿De verdad? No quiero que te sientas obligada, puedo esperar.
—De hecho tendrás que esperar —ella le acariciaba los labios—, tendré que divorciarme primero.
—Por eso no hay problema, tengo al mejor abogado y estoy seguro de que conseguiré el divorcio en un abrir y cerrar de ojos.
—Deseo además que Manuel pague por sus actos de violencia doméstica. ¿Me apoyarás?
—Siempre, sabes que puedes tomar las decisiones que creas convenientes y siempre tendrás mi apoyo; bueno, a veces te llevaré la contraria, tampoco es que vaya a convertirme en un blandengue que ande todo el tiempo bajo tus faldas y te diga a todo que sí.
—No pretendo eso, me gusta cómo eres, me encanta tu carácter y no pretendo cambiarlo. ¿Quién es ese abogado? ¿Crees que también podrá encargarse de acusarlo por violencia familiar?
—Te aseguro que el que tengo en mente es el mejor. Damien Christopher Lake es su nombre, jamás ha perdido un juicio. Es muy temido en los juzgados y nadie quiere ir contra él.
—Uff, lleva el nombre del diablo.
—Créeme, es un demonio en la piel de un hombre, no tiene piedad en el estrado.
—Me encanta, creo que es lo que necesito.
Se besaron, entrelazaron sus lenguas y disfrutaron de sus alientos abrasadores hasta que ambos se quedaron sin resuello.
—Quisiera tener un anillo para darte en este momento.
—No importa, este momento es único de todas formas.
—Espera. —Él le plantó un beso y se levantó de la cama; llevaba una toalla envuelta en su cintura.
—¿Adónde vas?
La chistó para que se callara. Abrió una lata de gaseosa que había en el refrigerador de la habitación y quitó la anilla.
Enseguida regresó a la cama y se arrodilló ante ella, luego tomó su mano y se la colocó.
—Prometo reemplazarla por uno mejor cuanto antes, pero ahora es lo único que hay y quiero hacer solemne este acto.
Ella se rio.
—Me encanta.
—No mientas.
—No miento, me encanta. —Paula admiró la anilla de hojalata que Pedro le había colocado en el dedo.
— Cuando te conocí te prometí que te haría muy feliz, y ahora reafirmo cumplirlo las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana.
—¿Dejarás de trabajar para eso?
—Por supuesto que no. —Volvió a acostarse a su lado y la cogió por la cintura, en un gesto demandante, mientras pegaba su pelvis a la de ella—. Eso no está en mis planes, pero te juro que los momentos en que estemos juntos serán tan intensos que te saciarán hasta que regrese del trabajo.
—Y... me pregunto algo, ¿podrías empezar a enseñarme cómo serán de intensos esos momentos?
—Hummm, creo que podría empezar ahora mismo. —La besó con intensidad, enterró los dedos en su cintura y el momento fue perfecto—. Tu cuerpo es afrodisíaco, tu boca es embriagadora. Quiero fundirme en ti eternamente.
domingo, 13 de marzo de 2016
CAPITULO 92
Los primeros rayos de sol la sorprendieron dormida en un lado de la ruta; se despertó aturdida, dolorida y tiritando; muerta de frío, miró a su alrededor y no había nada más que pastizales secos.
Recordó que había caminado hasta que sus fuerzas se habían agotado, pero estaba tan abrumada que no se acordaba del instante en que el cansancio había prevalecido y se había quedado adormilada.
No sabía dónde se encontraba, no tenía idea de su paradero y ni siquiera había carteles de señalización. Se puso en pie con gran esfuerzo, le dolía todo el cuerpo, tenía la boca seca y ahora que era de día, podía ver claramente las laceraciones que tanto le dolían en las muñecas. No parecía ser una carretera muy transitada, pero a algún lado la conduciría, así que era preciso hacer un último esfuerzo y seguir caminando.
Habían requisado toda la propiedad, y efectivamente Paula no estaba ahí. Intentaban obtener información entre los detenidos, pero todos eran reacios a darla. El senador Wheels seguía sosteniendo que no sabía cómo y cuándo la llevarían, y su amante tampoco parecía saber demasiado.
En el asalto a la fortaleza erigida a los pies de las montañas de Sandia, tras una corta reyerta, Montoya había logrado escapar, pero lo habían vuelto a capturar cuando intentaba abordar una avioneta que le facilitaría el cruce de la frontera.
La detención del Jefe significaba un duro golpe al
narcotráfico, y los organismos oficiales estaban más que felices. Ahora sólo restaba esperar a que sus secuaces accedieran a colaborar para obtener una reducción de penas y seguir desbaratando la red de poder del cártel.
Cuando habían ideado el operativo, jamás habían pensado que era posible que no encontraran a Paula en el lugar, pero todos los pronósticos, increíblemente, habían fallado.
Pedro estaba en la habitación de un hotel de Albuquerque bajo la ducha. El agua golpeaba con fuerza su espalda, proporcionándole un poco de alivio a sus músculos tensos.
No se había demorado mucho, tan sólo una ducha rápida.
Estaba abatido, Paula seguía sin aparecer y cada minuto que pasaba era más desesperante; si quienes la retenían se enteraban de que ellos habían irrumpido en el lugar, sin duda alguna la matarían.
Salió del baño, llevaba una toalla alrededor de su cintura y con otra se secaba el pelo. Se sentó en el borde de la cama y se preparó para llamar a Agustin e informarlo de las últimas novedades.
Su teléfono sonó en ese instante, era un número desconocido.
—Por favor, mi amor, ven a buscarme, Pedro, por favor.
—Paula, ¿eres tú?
Ella lloraba, no podía hablarle.
—Paula, por favor, dime dónde estás.
Pedro se había quitado la toalla y la había arrojado sobre la cama, mientras buscaba ropa interior en su bolso para vestirse.
Tan sólo unos minutos atrás, una camioneta Nissan Frontier de color negro se había acercado a ella en el camino.
Aunque se encontraba reticente y con miedo, Paula se había animado a hacerle señas para que se detuviera, parecía su oportunidad más palpable para salir de ese lugar.
El conductor se detuvo y fue una suerte, la observó desde el interior y con cautela bajó la ventanilla del lado del acompañante, mientras se percataba de las laceraciones y el mal estado general que Paula presentaba.
—Necesito ayuda, por favor, sólo necesito que me permita hacer una llamada para que vengan a buscarme —le rogó al conductor—. Mi nombre es Paula Chaves, me secuestraron y me he escapado, mi pareja es detective del departamento de Nueva York. —Hablaba de manera atropellada entre hipos y sollozos—. Se lo ruego, tenga piedad de mí, por favor.
—Cálmese, la ayudaré, señora, lo haré.
Él hombre sacó su teléfono y se lo acercó a través de la ventanilla. Por suerte, Paula se sabía el teléfono de Pedro de memoria.
—¿Dónde estás, Pau? Dime dónde estás para ir por ti, mi vida.
—No sé. —Lloraba desconsolada—. Ha sido horrible, todo horrible.
—Paula, cálmate, ¿desde qué teléfono me estás llamando? —Mientras hablaba con ella, Miller luchaba para ponerse la ropa.
—Una camioneta ha parado, y el señor que es muy amable me ha dejado su teléfono. No sé dónde estoy. —Lloraba y a Pedro le costaba entenderle—. Ven por mí, te lo ruego, ven a buscarme.
El desconocido, que ya había bordeado la camioneta, abrió la puerta del acompañante y la ayudó a que se sentara, luego le solicitó el teléfono, ella estaba muy alterada y lloraba tanto que no le daba datos certeros a Pedro.
—Buenos días —se presentó con su nombre—, soy Max Phyton, estamos en Osage Rd. Canyon en Texas, camino a la I40 a la altura de Amarillo. La señora está algo magullada y se la ve un poco asustada, pero aquí lo esperaré con ella hasta que venga, creo que en general está bien.
—Por favor, le prometo que lo recompensaré, pero no la deje sola, ya salgo para allá, soy oficial de policía, volveré a comunicarme con usted en un rato para informarle de cuánto tardaré en llegar al lugar.
—Perfecto, me alegro de poder ayudar. No se preocupe, me quedaré con ella, le paso con la señora.
—Pau, mi vida, quédate tranquila, todo ha terminado y ya voy a buscarte.
Pedro la tranquilizó bastante, y luego cortó la llamada. A medio vestir, aporreó la puerta de la habitación contigua a la suya, que estaba ocupada por Christian. Éste abrió sobresaltado por los golpes que él le atizaba a la puerta, Pedro le explicó lo ocurrido y Crall, a toda velocidad, consiguió medio de transporte para desplazarse hasta el lugar.
Obtuvieron un vuelo que los trasladó hasta el aeropuerto de Amarillo; allí los esperaba una Chevrolet Suburban del FBI para llevarlos hasta donde Paula se encontraba. En el viaje avisó a Agustin para que todos se quedaran tranquilos.
Desde lejos, avistaron la camioneta Nissan y Alfonso se llenó de ansiedad, le dolía el pecho de tanto contener el aliento. No esperó a que aparcara, Paula ya había descendido, pues el conductor que la había ayudado había advertido por el espejo retrovisor que la Chevrolet se acercaba y la había avisado.
Anhelantes, corrieron para encontrarse y se fundieron en un abrazo interminable y necesitado, que acompañaron con miles de besos. Paula se aferró a él desesperadamente y Alfonso la acunó entre sus brazos, se quitó el abrigo y se lo colocó encima; ella estaba tiritando de frío. La lengua se le había pegado al paladar y el corazón le latía desbocado.
—Luché como me pediste —no podía parar de llorar—, lo hice, me defendí por ti, por nuestro amor. Creí que me matarían y que nunca más volvería a verte, y eso me dio fuerzas para luchar. —Le hablaba entre hipos.
—Tranquila, ya ha pasado todo y nadie más podrá hacerte daño.
La apartó de él y le quitó el pelo de la cara para hablarle mirándola a los ojos. Se la veía exhausta, pero Alfonso sabía que su chica era una guerrera y muy pronto estaría repuesta.
—Los hemos pillado a todos, estás a salvo, mi amor.
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