miércoles, 24 de febrero de 2016

CAPITULO 37




Un profundo sopor la había adormecido por completo, estaba acurrucada en el mirador en uno de los divanes mientras hojeaba un libro de la surtida biblioteca de la casa.


Cuando entró en esa estancia le fue difícil escoger un libro, ya que los títulos que atesoraban esos estantes eran a cuál más sorprendente. Finalmente, su vista se fue hacia un anaquel que reunía libros de arte valiosísimos, tanto en precio como en valor espiritual. Para una persona como ella, que adoraba el arte y todo lo que tuviera que ver con él, leer esos títulos le hacía verdaderas cosquillas al corazón.


Pedro entró en el gran salón y no vio a nadie, se dirigió al dormitorio creyendo que allí podría encontrar a Paula, pero tampoco estaba allí, regresó sobre sus pasos y se encaminó resuelto a la cocina, donde se oían ruidos de cacharros. Al entrar se encontró con Josefina, que estaba preparándolo todo para el almuerzo, que casi estaba listo. La halló a punto de poner la mesa.


—Jose, ¿y Maite?


—Ven conmigo.


Lo cogió de una mano y lo guio hasta el mirador.


—Se ha quedado dormida. Es hermosa hasta cuando duerme, no te culpo porque tengas esa cara de papanatas cuando la ves, la he cubierto con una manta para que no tenga frío. —Le guiñó un ojo.


Pedro se quedó embelesado y su madrina se retiró dejándolos solos—. No tardéis, la comida ya casi está.—
De acuerdo —dijo él en un susurro.


Se aproximó con sigilo hasta donde ella estaba descansando, se quedó extasiado viendo la belleza particular de esa mujer, que lo sumía en un estado de ensoñación permanente, le despejó la frente y con el dedo índice definió sus facciones con mucha sutileza, como quien toca las frágiles alas de una mariposa. No quería despertarla bruscamente, le acarició la fina y respingada nariz, le perfiló los labios y se acercó para darle un cálido beso en el lunar de su rostro. Paula se movió ante el contacto, y el libro que tenía bajo la manta se deslizó cayendo al suelo. Pedro lo recogió y miró la página que ella estaba leyendo. En ella se podía admirar una de las pinturas más famosas de Sandro Botticelli.


Leyó el pie de página:
Venus y Marte
Autor: Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi, apodado Sandro Botticelli (1445-1510) Fecha:
1483. Museo: National Gallery de Londres.
Características: 69 x 173,5 cm.
Material: Óleo y temple sobre tabla.
Estilo: Renacimiento italiano.


Miró durante un rato, y aunque le pareció una imagen sugerente, no era un tema del que él entendiera, así que no pensó demasiado en el significado del cuadro.


Paula sintió la proximidad de él y abrió los ojos, ofreciéndole un suave aleteo de pestañas mientras se rebullía adormilada en el diván. Lo miró holgazaneando y posó la vista en el libro que él sostenía en la mano.


—Es una de las pinturas más hermosas de Botticelli, se cree que la hizo para un cabezal de cama de la familia Vespucci.


Pedro volvió a mirar la imagen y dijo:
—Soy muy ignorante en esto, realmente me encantaría saber de qué hablas.


—El tema de la tabla es el triunfo del amor sobre la guerra. Venus —señaló a la mujer que estaba en la imagen— es la diosa del amor y la belleza, y aquí aparece vigilante mientras su amante, Marte, el dios de la guerra y símbolo del deseo violento, duerme. La pintura está inspirada en la mitología romana. Las joyas y los peinados están tomados de la moda quattrocentista —continuó explicándole —, sin embargo, se interpreta como contemporánea la idea de que hacer el amor agota al hombre y da fuerzas a la mujer, que era algo con lo que bromeaban entre sí los esponsales de la época.


—Pues no estaban nada equivocados. —Ambos se rieron—. Tú me agotas, y el resto no sé si decirlo, porque no quiero que me mires jactanciosa como Venus mira a Marte.


Se miraron a los ojos profundamente, se desearon una vez más.


—¿Estabas aburrida?


—Para nada, sólo que aquí —inspiró con fuerza mientras se incorporaba y lo agarraba del cuello — se respira paz, y mientras miraba esta hermosa pintura de Botticelli me adormecí un rato.


Paula cogió el libro y se quedó mirando la pintura unos instantes más.


—¿La has visto en persona alguna vez? —preguntó Pedro.


—No —dijo apenada.


—La verdad es que me encantaría llevarte a verla, pero no entendería qué es lo que debo mirar.
Claro que si tú haces de maestra podría aprender y disfrutar a tu lado. Con tu explicación de ahora me ha resultado muy fácil entender por qué la mujer miraba de esa forma y por qué el hombre yacía indefenso. —Hizo una pausa mientras consideraba el cuadro, pensando: «Así me tienes, derrotado frente a tu dulzura, eres una diosa, comprendo muy bien cómo se siente ese hombre». Sin embargo le dijo—: Sé que es algo que te fascina, y quisiera compartir contigo tu pasión.


Pedro Alfonso, no puedo creer lo que me dices, eres tan bueno.


—Quiero complacerte y halagarte, que te sientas cuidada, acompañada, quiero que a mi lado no te falte nada, quiero cuidarte y que me permitas hacerlo.


—Eres increíble, Pedro, eres mi paz.


—Quiero ser tu paz y creo que también empiezo a querer ser mucho más.


—También yo quiero ser alguien muy importante en tu vida. —Paula se sentía en falta con ese hombre que le ponía el corazón en la mano—. Quiero que hablemos... es necesario que sepas algo.


Se quedaron mirándose fijamente a los ojos, su profunda mirada de color café indagaba en la de ella, que intentaba buscar en su cerebro las palabras adecuadas para confesarle su verdadera identidad. En ese momento Josefina se asomó en el mirador y los llamó a comer. Pedro no iba a forzarla a nada, ya llegaría el momento en que ella pudiera sacar de su magullado corazón todo lo que anidaba de forma dolorosa y punzante.


—Vamos a comer, luego hablaremos, seguro que lo que tienes que decirme puede esperar, pero te aseguro que mi apetito no.


—Glotón, vamos a comer.







CAPITULO 36





Ana estaba en el saloncito del fondo junto al leño, recostada en un cómodo diván y cubierta con una manta de lanilla, mientras leía relajada uno de sus clásicos favoritos de la literatura inglesa romántica, Cumbres borrascosas. Le encantaba esa historia de amor y de venganza, de odio y locura, de vida y de muerte, tal vez porque en un punto se sentía identificada con ella. Arrebatadora y romántica, una venganza que se prolonga hasta el final y un amor que va más allá de todo.


Cada vez que la releía sabía que algún día tendría que hablar con Pedro para poner las cosas en su lugar, era necesario que su hijo pudiera deshacerse del odio visceral que sentía por su padre, pero remover esa historia era muy difícil para ella, era una parte muy dolorosa de su vida que siempre esquivaba por cobardía; pero sabía que tarde o temprano debería hacerlo, aunque entonces se encontrara con el desamor de su hijo. El miedo la paralizaba, porque era consciente de que al romper el silencio se expondría a eso por haberle ocultado por tanto tiempo lo que desde hacía mucho debería haber dejado de callar.


Había sido muy cómodo todos esos años que él creyera que su padre simplemente no lo quería, cuando la realidad no era ésa exactamente.


Sus culpas la atormentarían toda la vida, pero lo que había sucedido era una verdad humillante, una verdad que hasta su padre había preferido callar para que la deshonra y la vergüenza no fueran tantas.


Ella había sido débil de joven, se había debatido, como la Catherine de Emily Brontë, entre la pasión ardiente y el amor romántico y puro. Había sido capaz de alejar a dos hermanos, haciendo que por su culpa se enemistaran para siempre.


Cuando lo recordaba, se le helaba la sangre y el corazón se le estrujaba. Jamás olvidaría esa tarde de mayo en que ella y el hermano de su prometido se quedaron solos. Se dejó llevar por una atracción lujuriosa, por la seducción de un hombre que siempre había envidiado lo que tenía su hermano, y no le importaba nada con tal de arruinarle la vida. En ese momento en que el arrobamiento de la pasión la había hecho sucumbir al continuo acercamiento de Francis, el padre de Pedro, Brandon Alfonso, los descubrió haciendo el amor en la casita del fondo de la alberca.


Durante mucho tiempo odió a Brandon por no haberla perdonado por su error, y luego consideró que no merecía saber que Pedro era su primogénito, puesto que lo culpaba por haberla dejado sola y embarazada sin querer saber nada de ella. Pero ahora Pedro tenía edad suficiente y tenía derecho a saber la verdad; se lo debía a Brandon, no podía seguir dejando que su hijo creyera que había sido un desalmado, cuando lo cierto era que no había podido con el engaño de ella y su hermano. Un engaño que empañó todo el amor que sentía, un engaño que fue más brutal que cualquier otro y que no sólo separó a dos hermanos, sino a ellos y a un padre de su hijo.


El ruido de la puerta la hizo regresar de la abstracción de sus pensamientos, y unas voces cada vez más nítidas la hicieron darse cuenta de que sus pensamientos habían sido premonitorios. La voz masculina que preguntaba por ella era verdaderamente inconfundible.


—Está en el saloncito del fondo —le indicó la criada—. Se pondrá muy contenta al verlo.


Pedro entró por la puerta, ella lanzó el libro al suelo y se levantó tan rápido que hizo temblar los muebles.


—¡Hijo! Dime, por favor, que no estoy soñando.


Pedro la cogió entre sus brazos, la levantó en el aire y la llenó de arrumacos.


—¿Por qué no me has avisado de que vendrías?


—No quiero mentirte, la verdad es que no pensaba hacerlo, pero como imagino que Josefina no se aguantará y te lo contará todo... por eso he venido.


—Gracias por tu sinceridad, aunque la verdad, no entiendo qué tiene que ver Josefina con tu visita.


Pedro miró a su madre con cara de circunstancias, era difícil para él decir lo que estaba a punto de decir.— Estoy pasando unos días en Austin, en La Soledad.


Ana lo miró atónita, si algo no esperaba era recibir esa noticia.


—Me parece perfecto. —Intentó restarle importancia, aunque no sabía si su cara había dicho lo que en realidad quería decir—. Ésa es tu casa, me alegra que al final hayas decidido ocuparla.


—No estoy ocupando la casa, ni pienso instalarme en ella definitivamente; no imagines en tu cabeza cosas que no he dicho.


Pedro, hijo querido, te digo que me agrada saber que estás ahí, no importa bajo qué circunstancias, pero has de estar al tanto de que me haría muy feliz saber que finalmente has espantado todos los demonios del pasado, tu padre descansaría realmente en paz si de una vez por todas pudieses perdonarlo.


—Las cosas están como siempre, continúo pensando exactamente lo mismo del viejo Alfonso.


—No lo llames así.


—¿Quieres que hablemos? Porque si vas a seguir con esta conversación, me voy.


—Cabezota.


Ana se colgó de su cuello y le dio un cálido beso en la mejilla y un golpecito en la base de la cabeza.


—He conocido a alguien que... madre, no sé si el amor es así, pero presiento que sí, porque últimamente hago cosas estúpidas como venir a La Soledad.


—Uno nunca debe arrepentirse de las cosas que se hacen por amor, no importan las consecuencias.
Además, ya me agrada esa chica, porque si ella consigue que te reconcilies con esa parte de tu vida de la que no quieres hablar creeré que es un regalo del cielo.


—Es que yo te prometí que nunca pisaría esa casa y...


Pedro, esa casa es la de tu padre, la que te dejó, la que siempre debiste ocupar, y me encanta que estés ahí; además esa promesa no me la hiciste a mí, sino a ti mismo. Bien sabes que yo...


—Basta, no quiero hablar de él. Sólo he venido a verte y a decirte lo que no me apetece que sepas por Josefina, sino por mí.


—Me habría encantado que tú y tu padre hubieseis podido limar asperezas antes de que él muriera, habría supuesto un gran alivio para mí.


—¿Alivio? ¿Después de todos los desprecios que nos hizo? Mamá, sin duda tú te has ganado el cielo en la tierra.


Ana Rodríguez fue cobarde una vez más, pensó que podría seguir hablando, recapacitó que era el momento, pero temía demasiado perder el respeto de su hijo. Brandon, antes de morir, le había pedido que nunca lo hiciera, pero aunque ella en su lecho de muerte se lo había prometido era consciente de que su silencio era ruin, tan ruin como lo que había hecho aquella tarde de mayo. Aun así, aunque considerase realmente la posibilidad de romper su promesa, las palabras no salieron para expresar lo que verdaderamente quería decir.


—Háblame de la chica que está contigo. —Prefirió desviar el tema.


—La verdad es que estamos empezando una relación muy bonita. Es un poco pronto, pero me gusta mucho —ratificó con seguridad.


—Eso sí que es una buena noticia. Quiero saberlo todo, es la primera vez que hablas de esa manera de una mujer y presiento que estás más cautivado de lo que de verdad quieres demostrar.


—Prefiero no dar muchos detalles, te pido que lo entiendas, es que aún nos estamos conociendo.


—Al amor se apuesta, Pedro, al amor no se le debe temer porque el tren puede pasar sólo una vez, y si no nos subimos puede dejarnos esperando para siempre en el andén, así que no andes con remilgos ni inseguridades: coge el toro por los cuernos y pelea.


—Te aseguro que es lo que estoy haciendo, mamá.


—Me alegro, entonces, pero, si es así, ¿por qué guardarte los sentimientos? ¿Tu madre no merece compartir tu felicidad?


—Si pensara eso, no estaría aquí.


—¿Cómo se llama? ¿Es bonita? Cuéntame.


—Se llama Maite, y es hermosa, única, la mujer más bella de la tierra.


—¿Cuándo la podré conocer?


—¿Ves? Pones primera y arrancas acelerando para ganar posición. Ya llegará el momento, no te precipites. Te digo que estamos conociéndonos.


Pedro, si realmente no lo creyeras importante no la habrías traído a La Soledad. Si has compartido esa parte de tu vida que guardas con tanto recelo...


—No sabe que La Soledad es mi casa.


—¿Cómo? ¡Qué hijo tan cabezota tengo! ¿Por qué no se lo has dicho? ¿Acaso crees que es una cazafortunas?


—No, por supuesto que no, simplemente no me apetece compartir eso con Maite; ella es de una familia bien y con mucho dinero, no está buscando a alguien con posición.


—Entonces no te entiendo. Eso es tuyo y te acompañará el resto de tu vida. No es bueno construir una relación sin sinceridad, a nadie le gusta que le mientan.


—No son mentiras, simplemente oculté ciertos detalles. —Ana lo miró meditativa—. No me mires de ese modo, no he querido decírselo y punto.


—Un momento, no me levantes la voz, que yo no soy uno de los reos a los que tú acostumbras a detener, así que conmigo no te pongas en plan autoritario, porque eso no funciona en esta casa. Cambiemos de tema: estás aquí y no quiero discutir. Supongo que sólo te quedarás un rato, sentémonos.


—Ana se acomodó en el sillón y dio una palmada al asiento para que Pedro se instalase a su lado —. Me encanta que hayas venido a verme, la verdad es que os extraño demasiado y aunque amo Texas, estoy pensando seriamente en irme a Nueva York para estar más cerca de ti y de Nadia.


—¿De verdad, mamá? Sería fabuloso, podríamos comprar una casa donde vivir los dos juntos.


—Calma, calma, tú tienes que hacer tu vida. Si decido irme, no quiero ser una carga para nadie.


—Mamá... hablas como si fueses una anciana, y tú estás muy joven aún.


—No me refiero a mi edad, sino a no interferir en vuestra vida. Si me voy para allá también quiero mi espacio, bien sabes que estoy acostumbrada a vivir sola.


—No eres vieja, pero eres una pesada.


Pedro se quedó un rato más en casa de su madre, hablaron de todo un poco, se tomaron un café y luego regresó a Austin, no sin antes realizar las compras que necesitaba. Pasó por una tienda y se surtió de cerveza y preservativos, y en el camino de regreso puso la música a todo volumen y dejó que el buen humor se expandiera por todos los resquicios de su cuerpo. Estaba exultante, feliz, parecía un hombre nuevo.





CAPITULO 35





Mientras bajaba la escalera, sus pensamientos vagaron y repasaron la relación que estaba construyendo junto a esa mujer, que como Agustin decía lo tenía embobado. Había llegado a la conclusión de que ella era la indicada, la que siempre había esperado, la que estaba escondida en sus
sueños y en sus pensamientos.


El aroma a tocino lo alegró al entrar en la cocina, estaba de muy buen humor.


Pedro sorprendió a Josefina desde atrás, le dio un beso en la mejilla y le quitó la espátula de la mano para ayudarla con el desayuno mientras esperaba a Paula, que se había demorado.


—¿Qué haces?


—Te ayudo. Con el desayuno me llevo bien, más no me pidas.


—¡Buenos días!


Paula entró en la cocina unos minutos después, también se mostraba de muy buen humor. Pedro se dio la vuelta para admirarla y le guiñó un ojo.


—Buenos días, señorita Maite.


Josefina miraba a uno y a otra sin poder disimular la alegría que le causaba ver el entusiasmo de ambos.


«Creo que le haré una llamadita a mi querida Ana, no podré guardarle el secreto a mi ahijado; mi amiga no me lo perdonaría.»


—Siéntate a la mesa, que ya lo llevamos todo —le indicó Alfonso.


Pedro y Josefina llevaron a la mesa lo que faltaba.


—Venga, Josefina, siéntese con nosotros. ¿Dónde está Julián?


—Me encantaría señor, pero tengo cosas que hacer. Mi Julián anda arreglando el jardín, la mala hierba parece una plaga y no se puede desatender. Yo iré a echarle una mano con los rosales, de ésos me encargo yo. —Pedro agitó la cabeza y le sonrió con cariño—. Que disfruten del desayuno.


Su ahijado la miró reprendiéndola por no haber querido quedarse, pero aun así la dejó ir.


—¿Qué quieres que hagamos? ¿De verdad no quieres que salgamos a dar un paseo?


Paula se estiró por encima de la mesa y le dio un besazo ruidoso en medio de la boca.


—Deseo quedarme aquí contigo, no quiero ir a ningún lado, al menos hoy no —dijo mimosa—. Ya veremos los próximos días, si nos aburrimos podremos buscar diversión extra.


—Diversión extra... hummm sé cómo conseguir diversión extra sin salir de aquí: nos encerraremos los próximos días, nos vamos a entretener mucho y te prometo que sin caer en el hartazgo, al menos por mi parte sé que no voy a hartarme. Lo único... ven aquí —la llamó agitando el índice y ambos se levantaron acortando la distancia por encima de la mesa—, es que tendré que ir al centro comercial —le hablaba tan cerca que su aliento la excitó— a por una provisión extra de
preservativos, porque con el plan que me he forjado en la mente los que he traído no serán suficientes.


—Creo que tu plan me gusta mucho, ve a por eso mientras yo termino de recoger estas cosas.


—No quiero que hagas nada.


—Tranquilo, detective, mis anillos no se caerán por lavar unos pocos trastos sucios —dijo estirando y sacudiendo las manos.


La marca en su dedo anular evidenciaba aún que ahí había habido una alianza. Pedro le cogió las manos y sin decir nada se las besó.


—Dime una cosa: ¿hace mucho que conoces a Josefina? —preguntó Paula.


—¿Por qué haces esa pregunta?


—Porque tienes un trato muy familiar con ella. No es que me molesta, ni que crea que no debes tenerlo porque sea la criada, en realidad me intriga.


—Me encanta lo perceptiva que eres. —Entrelazaron las manos—. Josefina y mi madre son buenas amigas. Ella trabaja aquí desde hace muchísimos años.


—Ah... o sea que a través de ella conociste a tu amigo, al dueño de esta casa.


—Sí, todo fue a través de ella.


«Lamentablemente, que mi madre conociera al desgraciado de mi padre fue a través de ella», pensó.


—Y tu amigo, ¿dónde está?


—Tiene una empresa de desarrollo y diseño electrónico, por esa razón viaja mucho y casi nunca está en la ciudad.


—¿Y hace mucho que lo conoces? Debe de ser un gran amigo para dejarte su casa con todas estas comodidades y poner a nuestra disposición su avión privado para que los usemos a gusto y piacere.


—Mi amigo es muy buen amigo, y muy generoso.


Habían terminado de desayunar. Pedro no quería seguir con ese tema, realmente era algo de lo que no se enorgullecía y negarlo era como demostrar que él no era el dueño de todo aquello, así que se levantó y decidió engatusarla hablándole de otra cosa.


—Es verdad que iré a la ciudad a comprar lo que te he dicho, porque no es broma, en casa no tenemos suficiente cantidad, y además quiero ir a por unas cervezas de las que bebimos anoche, sé que te gustaron y a mí me apetecen. Me he dado cuenta de que echaba de menos tomarme una buena cerveza texana y no había reparado en ello en Nueva York.


—Tómate todo el tiempo que necesites, te estaré esperando.


—¿No prefieres venir conmigo?


—No, me quedaré aquí, estoy algo perezosa hoy, aunque eso no significa que no te vaya a echar de menos. Además he visto una biblioteca muy interesante.


—En ese caso... —se acercó peligrosamente a ella, hasta casi rozarla con los labios mientras la cogía por la cintura—, creo que iré solo, así cuando regrese tendrás muchas ganas de mí.


—Siempre tengo ganas de ti.


—Si no fuera porque no tengo muchos preservativos, te juro que no me iba. Por cierto... —le mordió el labio y bajó las manos hasta sus nalgas y las apretó con fuerza, mientras la unía más a su cuerpo.


Ladeó la cabeza y miró la encimera de la isla de la cocina— anoche fue muy excitante lo que pasó aquí; ¿tú qué opinas?


—¿Me creerías si te digo que jamás había sido tan osada?


Él se quedó mirándola, estudiando sus palabras. Sin permiso y presa de un gran arrebato, la besó con fuerza, con verdadera sensualidad mientras hurgaba su boca con ímpetu y violencia. Sin aliento y sólo porque las voces de Julián y Josefina los interrumpieron, se apartaron el uno de la otra. 


Como Pedro tenía una magnífica erección, cogió a Paula por detrás y se escudó en ella para que no lo notasen; ella estaba ardiente y avergonzada por la incómoda situación en que habían sido sorprendidos, pues el beso y las caricias en ese instante eran realmente escandalosos.


—Perdón... —dijo Josefina mientras se le escapaba una risita.


Pedro la miró, se la quería comer cruda, y Julián le dio un codazo sin disimulo.


—Afuera hace frío, pero haciendo las tareas realmente no se siente. Veníamos por un refresco, y como estamos acostumbrados a estar solos...


—Tranquilo, Julián, nosotros ya nos íbamos, la cocina es suya.


Pedro cogió a Paula de la mano y la sacó de ahí.


Salieron riéndose, como si fueran dos adolescentes pillados in fraganti.


—Gracias por todo lo que me estás haciendo vivir, incluso por este abochornamiento. Creo que mi vida ha vuelto a tener sentido a tu lado.


—Ahora me voy, pero cuando regrese me lo agradecerás como corresponde, porque te aseguro que la erección que has provocado no se calma sólo con palabras bonitas.


—No pierdes ninguna oportunidad.


—Jamás, siempre que pueda tener tu cuerpo y calmar mis ansias, así será.


El teléfono de Paula sonó, era la verdadera Maite. Cogió la llamada y, mientras ella hablaba, Pedro se despidió, pero antes le llenó el cuello de besos; luego partió hacia la ciudad.


—He ido a casa de Tiaré y me he encontrado con que te fuiste de viaje con Pedro. ¿Cuándo regresas? Podrías haberme avisado.


—Lo siento, serán sólo cinco días. Todo surgió de improviso, me lo propuso y no me pude resistir. May, me siento tan feliz.


—Ya era hora de que te atrevieras a vivir. Necesitaba contarte algo, por eso fui hacia allá.


—¿Ha pasado algo? ¿Acaso... Manuel anduvo por allí?


—Olvídate de ese desgraciado, bórralo de tus pensamientos.


—Lo intento, te lo juro, sólo que aunque ahora todo sea cupido y flechazos, sé que tendré que regresar a la realidad y enfrentarme a él. Quiero divorciarme.


—¡¡Guau!! Dime que no estoy soñando. Me parece que tu detective te tiene muy contenta, porque si no no me explico este cambio y que estés tan decidida a dejarlo todo atrás.


Paula se había alejado de la sala, no quería que nadie la escuchase al hablar. Aunque afuera hacía frío y ella estaba algo desabrigada, salió a la terraza en busca de un poco de intimidad para poder charlar tranquilamente con su amiga.


Pedro es maravillosamente sexy, apasionado, atento y me calienta como nunca creí que un hombre podría calentarme.
»Con Manuel jamás tuve el sexo que tengo con él. ¿Sabes?, es muy imaginativo.


—Ay, Pau, necesitabas una buena sacudida y por lo visto el detective te está dando de lo lindo.


—Pero no se trata solamente de sexo. Pedro me trata como si fuera de la realeza, con respeto, me valora, me hace sentir importante, me hace sentir una persona.


—Eres una gran mujer, no creo que le cueste demasiado esfuerzo tratarte así. ¿Dónde estáis?


—En Texas, en la casa de un amigo de Pedro. Dime, ¿qué era lo que me querías contar?


—Estoy preocupada por Eduardo, anda muy deprimido.


—¿Por qué?


—No me lo ha dicho, pero creo que otra vez se ha peleado con Curt.


—Dios, Ed está como yo: no quiere convencerse de que esa relación terminó hace tiempo.


—Lo sé, pero es que a mí no me habla, por eso quería que saliéramos los tres y que intentaras averiguarlo. Realmente no sé cómo ayudarlo, se cierra en banda, se sume en sus problemas y no me permite penetrar la muralla que levanta, ni siquiera intenta desahogarse conmigo, pero yo sé que no
está bien. Ya sabes cómo soy yo, y él también sabe que no tengo tacto y que terminará oyendo cosas que no quiere, por eso me esquiva, pero como tú eres toda una lady, estoy segura de que contigo se abrirá.


—Cuando regrese hablaré con él.


—Puedes hablar, ¿no?


—Sí, estoy sola.


—Entonces cuéntame con lujo de detalles todo lo que pasó con Pedro.


—Cuando vuelva te prometo que no escatimaré en detalles. No es para contarlo por teléfono, sólo te digo, May, que estoy embobada con este hombre.


—Eres consciente de que Manuel no te lo pondrá fácil, ¿verdad?


—Lo sé, pero aunque tenga que renunciar a nuestros bienes, porque sé que eso será lo que más le preocupe, no me importa irme sin nada de lo que me corresponde; sólo ansío mi libertad y poder vivir mi vida.


—También deberás enfrentarte a tu padre.


—Estoy decidida a todo. Cuando llegue, con el primero que hablaré será con Agustin, sé que él no me dejará sola en esto y me apoyará.


—Eso es lo que tendrías que haber hecho hace mucho tiempo, te lo dije hasta el cansancio, pero tú parecías estar ciega y sorda.


—No me regañes, no necesito saber lo estúpida que he sido todo este tiempo, no me hagas sentir una débil sin carácter.


—Paula, no empieces a menospreciarte. Vamos, amiga, la autoestima bien arriba, que seguro que Pedro te la ha levantado y mucho.


—Ni te imaginas cuánto. Me hace sentir espléndida, única, especial en todo momento, es muy atento.


—Ya le has dicho que eres Paula Chaves, ¿no?


—No.


—Te mato, Paula. ¿Cuántas veces te has acostado con él, y no has sido capaz de decirle tu verdadero nombre?


—Lo intenté, te juro que lo he intentado, pero a su lado únicamente puedo pensar en sus besos y sus caricias.


—No me jodas, Paula, el pasado no se borra ignorándolo. Debes enfrentarte a él para sacarlo del camino. Sólo así tus miedos desaparecerán. Qué ganas con inventarte una identidad que no es la tuya. Pedro... se va a enfadar y con razón. Pobre bomboncito, deja ya de mentirle.


—Basta, lo sé, no pretendo ignorarlo ni tampoco vivir en una mentira, solamente me estoy permitiendo un poco de felicidad. Cuando llegue a Nueva York pondré cada cosa en su lugar, te lo juro, pero es que todo se ha enredado tanto... en cuanto se dé la oportunidad se lo diré.


—No se tiene que dar la oportunidad. ¿Estás oyéndote? ¿A quién quieres engañar? Tú debes buscar el momento y que de una vez Pedro sepa a qué se enfrenta, o mejor dicho, a quién. Ay, Paula, estás haciendo las cosas mal, después no digas que no te avisé.


—No quiero escucharte más, Maite.


—Porque no te conviene.


—Hablaremos cuando vuelva, adiós.


—Habla con Pedro, hazme caso. Adiós