jueves, 10 de marzo de 2016

CAPITULO 83





Todo estaba preparado en la calle Setenta y Seis de Manhattan para el funeral que se llevaría a cabo en homenaje a la detective Eva Gonzales en la iglesia católica St. Jean Baptiste.


Oficiales del Departamento de Policía de Nueva York, con sus uniformes de gala de color azul y guantes blancos, se habían congregado en el lugar para darle el último adiós; también los detectives de la ciudad se encontraban allí, enfundados en sus trajes y gabardinas con insignias para escoltar el paso del féretro, cubierto por la bandera de Estados Unidos. Fue entonces cuando sonaron las gaitas y los tambores de la Emerald Society, cuyos sonidos no consiguieron envolver los ecos de los llantos de los allí presentes. Independientemente de los clásicos rituales religiosos, se había previsto un panegírico a cargo del comisionado del Departamento de Policía de Nueva York, exaltando la dedicación con la que Eva había servido a la ciudadanía. Después de su discurso, se oyeron unas palabras por parte del alcalde de la ciudad y otras a cargo del capitán Martens.


Después del emotivo reconocimiento y del sepelio, la familia se trasladó a la casa familiar, ubicada en Brooklyn, donde se llevó a cabo una reunión íntima a la que por supuesto asistió el detective Alfonso.


—Espéreme un momento —lo detuvo el señor Gonzales antes de que se marchara.


Pedro Alfonso ya estaba dentro del coche, pero quitó la marcha al ver el apremio con el que se acercaba aquel hombre con un sobre en la mano. El detective bajó del automóvil y en un acto reflejo se quitó las gafas de sol a la vez que bordeaba el vehículo para acercarse al señor Gonzales.


—Casi me olvidaba, esto nos lo ha entregado nuestro letrado, junto con otra documentación que Eva ha dejado para nosotros. Este sobre está dirigido a usted.


—¿A mí? —Pedro preguntó asombrado.


—Sí, señor Alfonso, no se asombre, creo que mi hija lo tenía todo previsto por si le pasaba algo, ella sabía que su profesión así lo requería.


—Gracias, señor Gonzales, luego veré de qué se trata.


Pedro le palmeó levemente el hombro a aquel hombre, que a pesar de todo se mostraba más fuerte que un roble; cogió el sobre, y lo metió en el bolsillo interno de su gabardina.





A pesar de lo que le había dicho a Paula, ya lo tenía todo previsto para cuando el funeral terminara, así que partió directo al aeropuerto, donde el avión particular de su empresa lo estaba esperando para llevarlo a Austin. Con Paula no hablaba desde el jueves, ninguno de los dos había depuesto su actitud; el orgullo había podido con la necesidad imperiosa que sentían de verse a través de una comunicación virtual o de escucharse siquiera por teléfono. 


Aunque Alfonso había hecho un esfuerzo para no ceder, no lo había conseguido, la necesidad enardecida e incontrolable de verla lo hacían actuar en contra de su razón.


A bordo del Embraer Lineage 1000 estuvo tumbado en el diván de la zona de estar del avión, se encontraba ansioso, realmente no veía la hora de aterrizar en el aeropuerto internacional de Austin- Bergstrom.


El día no había sido nada fácil. Cuando un miembro de la policía de Nueva York muere, es inevitable hacerse un replanteamiento de la situación de la sociedad, y él no era ajeno a la misma, puesto que era parte activa de ella. Intentó relajarse y olvidarse de todos los problemas que lo rodeaban; necesitaba paz, sus músculos estaban rígidos por tanta tensión, su humor era sombrío y su cabeza estaba a punto de estallar, no tenía lugar para un solo problema más. Se acariciaba la frente mientras pensaba en Paula, únicamente esperaba llegar para reconciliarse con ella, sentir el calor y el aroma que despedía y disfrutar de su cuerpo hasta perder el control. Precisaba alejarse de las dificultades y encontrar junto a la mujer que amaba un poco de sosiego. Nunca había ansiado tanto a una mujer como ansiaba a Paula, nunca una mujer había ocupado un lugar tan importante en su vida, ella se había convertido en su centro, en su cordura, en su aire, y tres semanas sin verla se habían transformado en una verdadera tortura.


No había avisado a nadie de que viajaba, el único que lo sabía era Agustin, puesto que estaba instalado en su apartamento, ya que no quería dejar expuesto a su amigo a los planes del senador.


El viaje pareció más largo de lo normal, quizá por la prisa incontrolable que sentía por llegar.


Cuando bajó del jet, pasó por los controles, que siempre tardaban más a causa de su arma, y en cuanto hubo cumplimentado todos los papeleos se dirigió a la salida con su bolsa de mano al hombro. De inmediato consiguió un taxi, e indicó al conductor adónde quería que lo llevara. Al llegar a la villa, pagó y se dirigió hacia la caseta donde se encontraba el personal de vigilancia de la casa, que lo reconoció en cuanto lo vio bajar del coche. Su empleado, amablemente y mostrándose muy solícito, le abrió el portón y lo saludó con cordialidad, facilitándole el acceso a su propiedad.


Tras recorrer el camino hasta la puerta de la residencia, entró con sus llaves, dejó su bolsa junto a la escalera de mármol y se dirigió hacia el gran salón con expectación, donde vio a Maite, cómodamente instalada en el sofá Chesterfield mientras leía un libro.


—¡Pedro!


Maite se puso de pie y corrió a recibirlo mientras presentía que su amiga saltaría de alegría, al ver a quien la alejaría de todos sus deseos contenidos y sus miedos.


Alfonso le hizo una seña con el dedo índice sobre su boca para que guardara silencio.


—Chist, ¿dónde está Paula?, quiero sorprenderla.


Le dio un beso en la mejilla, mientras se sonreían con complicidad y hablaban en voz baja.


—En el estudio que ha arreglado en el saloncito que estaba desocupado. —Le hizo una seña con el pulgar indicándole el pasillo.


—Luego nos vemos —informó el detective mientras se alejaba para ir en busca de la mujer que le quitaba el sueño.


Paula permanecía ensimismada, coloreando las diferentes tonalidades de un paisaje que había comenzado a pintar, trabajaba en el fondo y oía música; mientras lo hacía, sonaba All this time, * de One Republic. La puerta estaba abierta, y desde el pasillo distribuidor se oían claramente las notas musicales de la canción. Pedro se asomó por el quicio intentando no hacer ruido, la admiró en silencio mientras ella cantaba; el detective sacudió levemente la cabeza, incrédulo por todo lo que sentía. Ella tenía un poder increíble, porque con sólo mirarla se apoderaba de todos sus sentidos, y el corazón en el pecho le latía desacompasado. 


Paula parecía relajada, su mujer era realmente hermosa
y en el aire flotaba la expectativa del encuentro, sólo se estaba demorando por el éxtasis que le producía verla. Ella no parecía percatarse de que él estaba ahí bebiéndosela entera; pero en ese momento algo llamó la atención de Paula y dedicó una inquisitiva mirada hacia la contraventana.





Se percató de que fuera las luces comenzaban a encenderse, puesto que la noche estaba al caer, y con un movimiento despreocupado dejó apoyada la paleta de colores que sostenía en la mano y el pincel y se dirigió hacia el ventanal para cerrar las cortinas. Tuvo la necesidad de conseguir un poco de privacidad y antes miró a la negrura de la noche y el titileo de las luces a lo lejos. Al darse la vuelta, se encontró con la mirada de color café de su detective, cuyos vestigios de vulnerabilidad eran imposibles de ocultar.


Pau lo miró incrédula, y una sensación extraordinaria de alegría la invadió de improviso. Ahí estaba él, enfundado en su gabardina, formal pero muy sexy con su traje gris. Sintió cómo se le calentaban las mejillas, y en el estómago miles de mariposas revolotearon al verlo. Él la miraba con fijeza, y le recordó la mirada que le destinó cuando por casualidad se vieron en la tienda de ropa.


Alfonso, por su parte, sintió que el corazón le martilleaba dispuesto a salírsele del pecho, pero ninguno se decidía a acortar la distancia que los separaba: permanecían inmóviles, extasiados en la mirada del otro, permitiéndole al silencio la complicidad del hechizo que a cada uno lo atrapaba. Finalmente, ella rompió la magia: —¿Qué haces aquí? Me habías dicho que no vendrías —preguntó con la voz estrangulada, queriendo hacerse la dura por conseguir que estuviera angustiada dos días haciéndole creer que ella era lo menos importante para él.


Se mordió el labio, conteniendo las ganas que la asaltaban de lanzarse contra su cuerpo. Pedro estaba de pie, apoyado contra el marco de la puerta con los pies cruzados, se había abierto la gabardina y tenía una mano metida en el bolsillo del pantalón mientras le sonreía de lado, recorriéndola con la vista de arriba abajo.


El detective dejó de contener sus ganas y se aventuró a su encuentro, ella también fue al suyo, pegó un salto y se enroscó en él con las manos y las piernas, formando un perfecto agarre con ellas en su cintura. Alfonso la recibió complacido, sus manos volaron a sus nalgas y la sostuvo contra su pecho, y Paula hundió la cara en su cuello mientras reía. Pedro inspiró con fuerza para embeberse de su olor, mientras giraba con ella a cuestas. La felicidad que ambos sentían los hacía agonizar de emoción.


La joven levantó su cabeza y ancló su mirada anhelante en la de él, que era casi tan ardiente como el fuego. Alfonso la sostuvo con una sola mano, y le echó atrás el pelo de la cara con la otra, luego le recorrió las líneas del rostro, le barrió los labios, y entonces, rompiendo las barreras del deseo que se apoderaba de él, dominó su boca, la besó varias veces, la lamió con esmero y finalmente se abrió paso entre los labios para invadirla con la lengua. Paula jadeaba impregnándose de su aliento, lo recibió tentándolo con la sedosidad de la suya. Se enredaron en un beso urgente, en un beso carente
de cuidado. Ella hundió los dedos en su cabello de manera desesperada y se aferró con más fuerza a él, entregándole su alma en ese beso, con el que trataba de apaciguar la ausencia de tantos días.


—Te he echado muchísimo de menos —aseguró ella, apartándose levemente de sus labios para conseguir un poco de aliento. Pero se resistía a dejarlos del todo, por lo que entre cada frase continuaba dándole besos apremiantes.


—Yo también —articuló él mientras la bajaba al suelo—, se me han hecho eternos estos días.


—¿No me mientes?


Pedro Alfonso apartó el rostro levemente para clavar la mirada en la de ella.


—Te he necesitado tanto... —le habló con voz cargada.


Ella vestía un jersey que caía dejando uno de sus hombros al descubierto, la textura de su fina y transparente piel encandiló a Pedro, que imaginó el festín que se daría besándole cada centímetro, la apretó contra su cuerpo para hacerle chocar con la dureza de su miembro excitado, producto de esa visión incontrolable que le producía una erección con sólo imaginarla. Volvieron a reclamar sus bocas y, entre los besos, comenzaron a despojarse de la ropa que llevaban puesta; de pronto se encontraron desnudos, enfrentados y admirando cada uno el cuerpo del otro; Alfonso la fue llevando hasta la chaise longue blanca estilo Chesterfield que había en el lugar, y la depositó en ella para comenzar a disfrutar de su cuerpo con las manos. 


Paula tiraba la cabeza hacia atrás mientras se dejaba recorrer por sus dedos ansiosos, que amenazaban con no dejar un milímetro de su cuerpo sin tocar. En aquel momento ladeó la cabeza y se dio cuenta de que estaban desnudos y con la puerta abierta.


—¡La puerta! —exclamó entrecortadamente debido a los jadeos que los dedos intrusos de Pedro le provocaban, pero él parecía no escucharla, seguía concentrado en la tarea de acariciarla—. Pedro, la puerta está abierta —volvió a insistir, y esta vez él sí la oyó.


Enardecido por sus ansias, no estaba dispuesto a apartarse de ella ni por unos pocos segundos, así que la cogió por la cintura y Paula volvió a enredarse en él como una planta trepadora, permitiendo que la llevase consigo. Fueron juntos a cerrar la puerta, y cuando regresaban, distraídos por los
besos, Pedro se lio con las prendas de ambos, diseminadas por el suelo, y cayeron sobre la mesa, donde estaban apoyadas las pinturas.


La paleta de colores se había trasladado por completo hasta sus cuerpos, y eso los hizo reír a carcajadas; rápidamente se deshicieron de la broma y retomaron la tarea que sus cuerpos reclamaban.


El detective la miró lujurioso, y llenando una de sus manos acunó uno de los senos de ella; en ese momento se dio cuenta de que le había llenado el cuerpo de pintura, pero la imagen de la transferencia en su piel le resultó sumamente voluptuosa. Se agachó y con la boca atrapó el otro pezón, el cual no estaba manchado, lo rodeó con la lengua, lo succionó y luego lo tomó entre los dientes, causándole dolor. 


Paula se arqueó de placer por la caricia de su boca y deseó poseerlo también con la suya. Se apartó de él quitándole su seno de la boca, y antes de que pudiera protestar, bajó y tomó su miembro entre los labios, lo recorrió con la lengua de arriba abajo y luego lo apresó entre los labios, escurriéndolo dentro de su boca; comenzó a mover la cabeza mientras él, con la mano enredada en sus cabellos, la guiaba en la tarea de chuparlo al ritmo que más le gustaba. Las caderas de Pedro tomaron vida propia y comenzó a moverse para enterrar su pene dentro de la boca a un ritmo rápido y contundente. Ella escuchaba cómo jadeaba, sabía que lo estaba llevando al extremo y le encantaba sentirse así de eficaz. Pero, por mucho placer que le provocara, Alfonso no quería correrse en su boca, había esperado demasiado para enterrarse nuevamente en ella y eso era lo que más ansiaba; así que la cogió de los hombros y la obligó a que se detuviera, él se arrodilló a su lado, puesto que, manchados con pintura como estaban, no había otro lugar donde descansar sus cuerpos más que en el parqué del suelo. La tumbó y la incitó a que abriera las piernas; con la mano que no tenía pintura acarició los pliegues de su vagina, los abrió como si fueran los pétalos de un capullo y enterró la cabeza mientras desplazaba la lengua de abajo hacia arriba, como si fuera un pincel.


Luego se apoderó del clítoris, lo envolvió en un suave masaje circular y cuando lo sintió hinchado entre sus labios comenzó a morderlo suavemente, provocándole espasmos incontrolables que hacían que la espalda de Paula se arqueara. Sin más pérdida de tiempo, Alfonso abandonó la tarea y reptó sobre su cuerpo para ubicarse con dominio en la entrada de su sexo. Se frotó primero con su falo erecto para hacerle sentir lo duro que estaba y para colmarla de espera y afán ante la intromisión inminente.


—Venga, Pedro, por favor, no tardes más —suplicó Paula.


—¿Me quieres dentro de ti? —la provocó mientras no cesaba de moverse, tentándola.


Ella no contestó, simplemente bajó una de las manos que tenía aferradas a sus omóplatos, la metió entre ambos, tomó su miembro y lo dirigió a la entrada de su vagina para que él se enterrara en ella.


—Tengo una sorpresa: no necesitarás condón, he comenzado a tomar la píldora.


El detective ardió de deseo al saber que sentiría el calor de su vagina sin que nada se interpusiera entre ellos. Con los brazos en tensión al lado del cuerpo de Paula, Pedro se enterró lentamente probando su amplitud, metió poco a poco su carne en la de ella y se abrió paso dentro, hasta que no
quedó ni un centímetro fuera. Tenía la mente en blanco, tan sólo se conminaba a disfrutar de las sensaciones que su mujer le provocaba. Ella cerraba los ojos, sintiendo que su pene la invadía, chocando contra el final de su canal vaginal.


—Mírame —Paula le hizo caso y abrió los ojos para fijarlos en los de él—, sedúceme.


Ella ondeó el cuerpo de forma acompasada, como poseída, mientras él continuaba haciendo presión contra el final de su acceso.


—Ámame —le rogó ella, y él se entregó de forma desmedida a su petición.


Comenzó a moverse despiadadamente, buscando calmar con su vaivén la agonía que sus cuerpos reclamantes anhelaban conseguir.


—Dime que has pensado mucho en mí, y que soy yo y solamente yo la que ocupa cada uno de tus pensamientos.


—Sólo tú, nadie más tiene este poder sobre mí, a nadie más ansío.


Paula permanecía aferrada a su cuello, que estaba en tensión por el esfuerzo; todos sus músculos evidenciaban el trabajo que su pene estaba haciendo dentro de ella. Entraba y salía cambiando de ritmo para retrasar el clímax.


Maite, que estaba en la sala, era testigo audible de la lujuria desatada en aquel lugar, porque ni la música lograba esconder los gemidos. Los oía jadear con claridad cada embestida. Alfonso clamaba roncamente, y su amiga chillaba con estridencia. Sacudió la cabeza, sonrió con complicidad por el disfrute, pero oírlos era una tortura para su abstinencia, así que se levantó del sillón y se fue arriba.


Ellos mientras tanto seguían entregados a su cometido, todas las fibras nerviosas de sus cuerpos estaban sensibilizadas. Pedro se detuvo y ella esgrimió una protesta, pero él diestramente la cambió de posición.


—En la variedad está el gusto, hermosa, y quiero que lo que sientas sea único.


La hizo poner a cuatro patas para comenzar nuevamente a enterrarse en ella. Siguió buscando esa satisfacción perfecta mientras se aferraba a sus caderas, hundiendo los dedos con fuerza.


—¿Me sientes bien así?


—Te siento perfecto, Pedro, pero por favor, ve más rápido.


La música había cambiado, pero ellos no se habían dado cuenta, Enrique Iglesias cantaba Heart Attack, * y eso era lo que estaban a punto de tener ante tanto placer.


Alfonso comenzó a potenciar en su cuerpo toda la acumulación de sus sensaciones que pugnaban por salir, y Paula también sintió cómo se incrementaba esa aglomeración de estremecimientos.


—Voy a correrme —lo avisó ella—, ya no aguanto más, mi orgasmo está llegando —le hizo saber mientras apretaba su pene.


—Hazlo, lleguemos juntos, no nos privemos de nada.


Una sensación empezó a surgir poco a poco y a expandírseles por todo el cuerpo. Paula llevó tímidamente una de sus manos a los testículos de él y se los acarició acompañando el momento en que él llegaba al orgasmo, mientras Pedro se apoyaba en su espalda y empezaba a eyacular su bálsamo dentro de ella; con la mano, afanoso, le acariciaba el clítoris para proporcionarle un éxtasis más intenso.


Exhaustos, abrazados, llenos de pintura, continuaban agitados por el reciente orgasmo; entretanto se acariciaban lánguidamente los cuerpos. Ella permanecía con su mejilla recostada sobre su musculoso torso y él la acunaba entre sus brazos, a la vez que le besaba el extremo de su cabeza.


—Gracias por esta maravillosa sorpresa, y perdón por mis reproches.


—Chist, no digas nada, todo ha pasado, no te arrepientas de tus reclamos. No quiero que nunca te arrepientas de nada de lo que haces ni de lo que dices.


Paula levantó la cabeza y apoyó el mentón en su pecho para mirarlo a la cara.


—No ha sido justo que...


Pedro tironeó de Paula, la puso sobre él —era maravillosa la sensación que le producía el roce de su piel desnuda— y le cubrió los labios con un beso, para que no continuara hablando. Cuando abandonó su boca, le dijo:
—Espero que esta pintura se vaya con agua y jabón. —Ella se carcajeó.


—Hemos tenido suerte, ahora estaba usando acrílicos y no óleos. —Alfonso dejó escapar un suspiro—. Gracias por haber venido, trato de comprender tu trabajo, pero la verdad es que te necesito mucho.


Pedro le acariciaba la espalda mientras le daba toques en los labios.


—Tú también me has hecho mucha falta, pero sabes que hasta que resolvamos todo este lío lo más seguro es que te quedes aquí.


Ella salió de encima de él y se puso tensa, mirando el cielorraso al tiempo que él se ponía de lado y entrelazaba su mano con la de ella; tenía un codo sosteniendo su cabeza mientras la miraba con fijeza, esperando que le dijera lo que le pasaba.


—Ayer llamé a mis padres, y hablé primero con mi madre. Saben algunas cosas, porque Manuel fue con el cuento de que lo abandoné, seguramente tratando de que ellos me persuadan de volver con él. Me preguntaron dónde estaba. Discutí mucho con mi madre, pero me mordí la lengua para no decírselo todo.
Dudo de todas formas de que le preocupe mi salud, estaba horrorizada con el escándalo al que se verá expuesta con sus amistades. —Se mostraba realmente abatida—. Luego, mi padre le quitó el teléfono y también puso de su parte. Me dijo que era una mala hija, que era una mala esposa, que cómo iba a abandonarlo en mitad de la campaña, que todo lo que estoy haciendo pone el apellido Chaves en boca de todos, que la prensa, cuando todo salga a la luz, se dará un festín con el desprestigio de mi esposo y de mi familia. Nunca quiero reconocerle a Agustin que tiene razón, porque confío en que algún día tengamos con ellos un vínculo verdadero, de padres e hijos, aunque... cada día parece más una quimera lo que anhelo. Pedro le besó la mano—. Sé que ellos no lo saben, pero lo peor de todo es que de todas formas el lodo de Manuel los ensuciará, y no sé si alguna vez podrán perdonarme que lo haya sacado todo a la luz. 


—¿Dónde está mi Paula valerosa y guerrera? —Le dio un beso prolongado y tierno—. Si se ensucian con la mierda del senador no pueden culparte a ti, porque el culpable será su adorado yerno, que es un sucio sin escrúpulos al que no le importa saltarse la ley con tal de conseguir más poder.


—Tú no los conoces... ellos me harán responsable; mi madre y mi padre dirán que una mujer siempre debe apoyar a su esposo.


—Paula, el senador es un delincuente. Estoy seguro de que cuando todo salga a la luz, ellos no te culparán de nada. Mucho peor es que seas su cómplice.


—Si lo hacen no me importa, porque te tengo a ti.


Pedro había soltado la mano de Paula y le pasaba los dedos por el valle de los senos, ella le acarició el rostro, ambos se miraron anhelantes.


—Por supuesto, siempre estaré a tu lado.


—Lo sé. —Se dieron un beso calmo—. Quiero que hablemos de la detective.


—¿Qué quieres hablar de Eva? —Él cerró los ojos, realmente no era un tema que quisiera abordar, pero tampoco podía no afrontarlo.


—No quiero que me tomes por estúpida.


—No pienso que lo seas, y nunca te he tratado como tal, sé que sabes perfectamente... —Hizo una pausa—. Y si lo que te preocupa es lo que siento con su muerte... —volvió a hacer otra pausa—, siento un profundo dolor, porque se ha perdido una vida humana y estoy obligado a hacer justicia por ella, pero mi dolor es porque perdí a mi compañera de trabajo con quien era muy fácil trabajar, nos complementábamos muy bien en el plano laboral, y sólo eso —le aclaró, y emitió un suspiro—. Ella y yo siempre tuvimos claro que no había sido una buena idea para nuestro trabajo traspasar el umbral.


No era exactamente así, pero para qué decirlo.


—Entonces... sí era ella.


—¿Quieres que te mienta? Eva está muerta, Paula, no tienes de qué preocuparte.


—¿Y si no estuviera muerta? ¿Sí tendría de qué preocuparme?


—Tampoco, acabo de decírtelo.


—Bueno, no pienses que vas a ir por la vida coleccionando a mujeres cada vez que nos enfademos y yo voy a perdonártelo. Seguro que tendremos nuestras desavenencias.


Ella se puso tensa, y se sentó sosteniéndose las rodillas con ambos brazos.


—Sé respetar a una mujer, y te recuerdo que me habías sacado de tu vida. Verte abrazada a Wheels tampoco fue muy agradable, y creer que lo habías elegido mucho menos.


—Sabes que tuve mis motivos.


—Pero en ese momento yo no lo sabía.


—Igualmente no pienses que voy a volver a justificar algo así, ni lo sueñes. Según Maite yo soy la única culpable de lo que sucedió, por no haber sido sincera contigo. Por eso me tengo que aguantar.


Él sonrió desde atrás, pero ella no pudo verlo, se había sentado a su lado mientras le besaba el hombro.


—Eres muy importante para mí, Paula, no está en mis planes faltarte al respeto de ninguna manera. —La rodeó con los brazos.


Los besos y las caricias los fueron envolviendo en un nimbo de pasión que los llevó a amarse nuevamente, pero sin prisa y con mucha pausa. Con un disfrute que parecía no tener fin.