sábado, 20 de febrero de 2016
CAPITULO 23
Durante las siguientes noches, Pedro fue cada día a visitarla, cenaban juntos con Tiaré y luego su amiga esgrimía una excusa y los dejaba solos para que se hicieran arrumacos y planes en la intimidad.
Pero ese día, cuando había transcurrido casi un mes, los planes eran otros.
—Mi arma, estás radiante —dijo Tiaré cuando entró en el cuarto y encontró a Paula frente al espejo; estaba terminando de arreglarse—. Definitivamente, el detective te sienta bien.
—¿Te parece que estoy bien?
—Tú siempre lo estás. Pero con ese vestido que te has puesto, al canijo le va a dar un ataque al corazón, se quedará ojiplático.
—¿No crees que parezco demasiado formal así? —Dio una vuelta para que su amiga la observara —. Mejor me pongo unos vaqueros, que es más el estilo de Pedro.
—Mi arma, así salgas con unas bragas en la cabeza, para Pedro estarás hermosa ¡Si te come con la mirá! Ese hombre sólo piensa en quitarte lo que llevas puesto, así que no creo que le importe mucho lo que te pongas. Pero déjame decirte que te ves elegante y sofisticá, pero no como la esposa del senador, si eso es lo que te preocupa; esa Paula pertenece al pasao.
—Soy feliz, Tiaré, soy feliz como nunca creí que volvería a serlo. Además, ya me siento bien, la costilla casi ni me duele, ¿sabes? —Se aferró al cuello de su amiga y le habló al oído—. Hoy haremos el amor por primera vez, me siento bien, y creo que él también lo ha planeado, por eso cenaremos en su apartamento. Como no quiere presionarme en nada, sé que está esperando que le dé un indicio de que ya estoy restablecida del todo.
—Pues ya voy entendiendo por qué estás tan resplandeciente.
—Sí, mi sevillana hermosa, hoy por fin seré suya.
—Ese canijo tuyo te tiene prendá, y no es pa menos, porque es un buenorro. Hoy cenaré solita, no queda otra —hizo un mohín—, pero no os aflijáis. Creo que me meteré en el estudio, sabes que adoro el aroma a trementina y óleos, me prepararé un bocadillo de pechuga de pollo, que en mi tierra llamamos serranito, con pimiento frito, jamoncito, tortilla francesa y tomate. ¡Y le pondré también alioli, hummm, creo que me rechupetearé los dedos! Comeré allí mientras pinto. Tú diviértete y déjate llevar, que estoy segura de que ese chaval sabe muy bien cómo conducir. Óyeme: ponte bien perraca y deja que ese tío te cale bien calá y te lleve hasta el cielo. ¿Qué ropa interior llevas?
—Me he puesto un conjunto negro de encaje.
—Mi arma, se quedará con el ojo como bacalao cuando te vea, estoy segura de que te lo quitará con los dientes. —Soltaron una carcajada—. ¿Cuándo hablarás con él? Cuanto más tiempo dejes pasar, más mentiras le dices; no le hará mucha gracia enterarse de que tú no te llamas Maite, como cree. Acepta mi consejo, no esperes más, no dejes pasar más tiempo.
—Déjame disfrutar el día de hoy. Te prometo que me armaré de valor y se lo diré todo, pero temo que quiera ir a enfrentarse a Manuel y eso me hace temblar.
—No pongas excusas, Paula. Lo que yo creo, mi arma, es que tú quieres enterrar a Paula y por eso con él has tomado otra identidad. Pero ésa eres tú, y sé que llevas una historia de mierda a cuestas, y aunque te cambies el nombre, si no te enfrentas al pasado no lo dejarás nunca de lado. Pedro no merece que le sigas mintiendo, es un buen tío y cree en ti, es paciente y no te exige, pero todo tiene un límite, y a nadie le gusta pasar por tonto; además, si las cosas continúan avanzando entre vosotros, tendrás que hablar. ¿Hasta cuándo crees que él seguirá sin preguntar?
—Lo sé, pero deja que haga acopio de valor. Como tú dices, debo enterrar el pasado y para eso debo sentirme segura, en mi cuerpo todavía guardo cada herida infligida por ese malnacido. Sé que con Pedro conseguiré olvidarlo todo.
El timbre sonó. Paula se abrigó rápidamente, cogió su bolso y salió al encuentro de Alfonso. Al verse se dieron un efusivo beso, él la devoró con los labios y la abrazó muy fuerte.
—Hum, qué buen recibimiento. —Hundió la nariz en su cuello—. Hueles a Jasmin Noir de Bvlgari; sin temor a equivocarme te digo que es el que llevabas puesto el día que te conocí en el bar.
—¿Cómo lo sabes?
—Sé reconocer muy bien el perfume de una mujer, y más el de una muy especial.
—Eres un marrullero.
—También.
—Y un vanidoso, que se las da de sabelotodo.
—No te digo que no. Pero subamos al coche, que nos helaremos aquí fuera, creo que nevará.
Le cerró la puerta del acompañante, frotó sus manos, les echó un poco de aliento y dio la vuelta para acomodarse dentro del coche.
—¿Cómo te ha ido el día? —preguntó ella.
—Muy bien, bastante tranquilo. ¿Y el tuyo?
—Aún sigo con Esperanza.
—¿Con quién?
— Esperanza, así he decidido llamar el cuadro que pinto.
—¿Cuándo podré verlo?
—Cuando esté terminado. Confío en que te guste.
—¿Y falta mucho?
—Estoy dándole los retoques finales.
—Seguro que me encantará.
Llegaron al apartamento, se metieron en el garaje y tomaron el ascensor. Paula estaba muy audaz. En cuanto se puso en marcha, se aferró al cuello de Pedro.
—Estás muy guapo. Me gusta cómo te quedan los vaqueros con esta camisa y esta chaqueta de cuero.
—Tú estás preciosa.
Pedro se apartó y le soltó el lazo de la gabardina de color burdeos que Paula usaba como abrigo, deslizó su mano ansiosa por la estrecha cintura y la miró recorriéndola. Pasó su mirada café por el escote y se detuvo admirando la sensualidad de sus senos, le acarició la cintura y se cautivó con sus caderas; le recorrió el largo de las piernas, acariciándola sin tocarla, y así continuó vagando por su cuerpo, hasta detenerse en los tacones de ante granate que ella llevaba puestos.
—Me encanta cómo te queda este vestido gris, resalta tus formas, estás muy sexy, y esos tacones... ponen en alerta todos mis sentidos. Te contaré un secreto: lo que me atrajo de ti la primera vez que te vi fueron tus tacones; estabas soberbia, elegante, resaltabas entre todas las mujeres aquella noche. —Hizo una mueca calculadora— Es realmente una lástima, estás bellísima, pero este vestido —se acercó a su oído— te durará muy poco puesto, así que déjame admirarte bien, porque tengo planeado quitártelo en cuanto entremos en el apartamento.
—Eso es muy prometedor... la verdad. —Lo miró a los ojos—. La verdad es que había pensado desprenderme de él yo misma, si tú no te decidías.
Pedro apresó sus labios, tentado por los deseos que no tenía intención de frenar más; le levantó el vestido y la arrinconó en el fondo del ascensor mientras le sostenía la pierna y acariciaba su muslo, enredada en su cadera; la aprisionaba a la vez que la besaba y le restregaba su sexo abultado bajo los vaqueros.
—No veo la hora de tenerte, esto es una tortura. Estoy así desde el día que te vi en The Counting Room. Te aseguro que no puedo desearte más de lo que te deseo.
Las palabras realmente sobraban, sus cuerpos estaban enardecidos. Pedro quería tomarla ahí mismo, quería hacerla suya, perderse en ella de una vez.
Se apoderó de sus nalgas mientras le besaba el cuello, levantó la mano y apresó uno de sus senos por encima del vestido, sosteniéndolo con ganas; lo palpó, pero eso ya no era suficiente, era lo que venían haciendo desde hacía tiempo, besos, toqueteos y ponerse a mil. Paula estiró la mano para oprimir los botones y detuvo el ascensor. Pedro la miró incrédulo, pero aceptó el reto.
Le quitó el abrigo, que cayó en el suelo, y le dio la vuelta como si estuviera a punto de cachear a un delincuente. Le indicó que abriese las piernas y le levantó el vestido deslizándolo por sus caderas.
Le admiró las nalgas, las palpó con la palma de la mano bien abierta, las acarició primero y luego las apretó con ganas. La piel de Paula era tersa, perfecta, tal como la había imaginado. Le echó las bragas a un lado y deslizó la mano para acariciar su hendidura: estaba lista, preparada, su vagina lo esperaba ansiosa.
Pedro se acercó a su oído para morderle el lóbulo de la oreja. El lugar donde se encontraban era muy ilícito, y eso lo hacía todo más excitante. Se oyó el sonido del cierre del pantalón de Pedro y cómo se rasgaba el envoltorio de un preservativo. Aunque no había habido un interludio, en ese
instante no importaba, puesto que llevaban un mes en el entreacto. Paula sintió cómo su cuerpo se sacudía ante la expectación del momento, se acomodó para darle paso abriendo más las piernas y lo miró por el espejo del ascensor. Sus miradas, en ese instante, presa de la seducción que sentían, se encontraron devorándose una y otra vez. Pedro tenía el pene preparado para penetrarla, lo sostenía en la mano, le acarició la vulva con él y finalmente, se enterró en ella.
—Eres extremadamente deliciosa —dijo mientras comenzaba a moverse.
—Tú también eres perfecto, te siento muy bien.
Alfonso se introducía en ella despiadadamente, y Paula lo seguía con movimientos acompasados.
De pronto se oyó que alguien gritaba a viva voz y sin pausa: —¡Ascensor, ascensor...!
El ascensor, que hasta el momento permanecía detenido por la intrepidez de los amantes, reanudó la marcha. Sin más remedio, interrumpidos por el grito incesante, se recolocaron las ropas. Sin parar de reírse, ascendieron hasta el apartamento de Pedro mientras éste intentaba guardar su erección, que era realmente dolorosa.
Ella acomodó su falda, se puso el abrigo y el bolso que recogió del suelo e intentó serenarse, pero era imposible.
Salieron del ascensor risueños y casi corriendo.
Rápidamente, Alfonso abrió la puerta y de un manotazo encendió el interruptor de la luz. Querían lidiar con la urgencia, sin embargo, era absurdo intentarlo. Pedro apresó los labios de Paula, la envolvió con los brazos y la abrigó contra su pecho. Ella, anhelando lo que ya había probado, le quitó la chaqueta de cuero, le desabrochó la camisa y sus manos candentes le acariciaron el pecho. Se besaron con desenfreno, con pasión y lujuria, siguieron probándose mientras se despojaban de toda la ropa y se admiraron al quedarse desnudos.
—No puedo creer que por fin te haya probado.
La voz de Paula estaba cargada de deseo. Su pecho se inflamaba ante lo inminente, lo deseaba aún más que antes de haberlo experimentado en el ascensor. La expectativa terminaría aniquilándola; pensó si alguna vez se había sentido así y tuvo miedo, porque la fierecilla indomable que tenía dentro salía de sopetón y sin pedir permiso para desear a ese hombre, verdaderamente lo deseaba demasiado.
—No había imaginado que sería de esta manera, había planeado una noche muy especial para nosotros, quería que fuese muy romántica y la recordases para siempre. —Miró hacia la mesa del comedor y ella se sintió conmovida por cómo estaba dispuesta; le encantó saber que él se había esforzado tanto para agasajarla—. Pero en la escuela me enseñaron que el orden de los factores no altera el producto, así que empezaremos por el postre.
—Me parece la noche más especial que he vivido en mi vida. Sin reglas, sin protocolos, sólo haciendo lo que nos venga en gana, lo que deseamos. —Le regaló una sonrisa pícara, que
evidenciaba su deseo.
Estaba tan desinhibida que él la miró ilusionado—. Te deseo, Pedro, hazme tuya, termina lo que has empezado en el ascensor, no aguanto más.
Era imposible controlar los latidos de su corazón. La cogió de una mano y la llevó hacia el dormitorio, apartó el cobertor con urgencia y, apoderándose nuevamente de sus labios, la empujó para que cayera sobre la cama. Su cuerpo cubrió el de ella mientras sus manos ansiosas recorrían cada centímetro de piel.
Agarró uno de sus pechos y comprobó que eran perfectos, mejor de lo que suponía palpándolos sobre la ropa. Paula tenía los pezones tan erectos que sintió dolor, la caricia parecía meterse bajo su piel. No obstante, las manos de Pedro vagaban por su cuerpo, eran demoledoras y la obligaban a retorcerse por la expectativa. Alfonso se movía, friccionando su sexo erecto en la pelvis de ella, que había abierto las piernas y le había hecho un hueco en su intimidad, invitándolo a que entrara. Pedro sentía que sus entrañas se desharían, pues esa mujer tenía en él el poder de una enfermedad. Así se sentía a su lado desde el instante mismo en que la había conocido, le hacía perder la razón.
Sin perder más tiempo se colocó un condón y de un impulso experto se posicionó en la entrada de su vagina para penetrarla. Comenzó a moverse dentro de ella, entrando y saliendo varias veces. Paula gemía en su boca y él necesitaba encontrar una armonía, porque de otra forma se perdería en el éxtasis del orgasmo.
Salió de ella y Pau protestó, él la miró sonriendo lujurioso.
—Necesito controlarme, necesito que nos calmemos para poder disfrutarte como deseo.
Tras hablarle rozándola con la calidez de su aliento, su lengua húmeda y tibia bajó por su cuello, y sin poder detenerse siguió bajando para tomar uno de sus pechos, rodear su pezón y succionarlo.
Ella le revolvió el cabello mientras Pedro continuaba bajando con su ávida lengua, marcando un rastro de besos.
Lamió su monte de Venus, le abrió los labios de la vagina y la besó, la probó con deleite y comprobó lo exquisita que era. Volvió a pensar en ella como en una enfermedad, porque cada rincón de su cuerpo que podía poseer lo debilitaba. Levantó la cabeza y la miró extasiado, ella tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta mientras gemía, perdida en sus lametones.
—Maite, mírame y dime que te gusta así. —Ella no reaccionó de inmediato, estaba perdida porque era la primera vez que estando con él se sintió Paula, se sintió la que quería ser, la mujer amada, la mujer deseada—. Maite, mi amor, dime que te gusta, sedúceme con tu cuerpo —volvió a llamarla y entonces ella abrió los ojos y asintió con su cabeza, las palabras no le salían, se contorsionó contra él arqueando su espalda.
—Continúa, por favor, no pares, á-ma-me —dijo entrecortadamente.
Pedro estaba resucitando todos sus sentidos, su cuerpo volvía a renacer, sentía que era su depredador porque le robaba hasta el último dejo de cordura; laborioso, acometido y gallardo seguía lamiéndola con afán. Luego se incorporó, se arrodilló frente a ella y cogiéndola de las caderas volvió a enterrarse; comenzó a moverse abriendo una brecha en su hondonada, perdiéndose en ella una y otra vez, y otra y otra, y otra vez más. Después de penetrarla varias veces, se apartó nuevamente para abrirse camino con más furia; él gemía roncamente cada vez que entraba en ella, sus cuerpos ya estaban preparados para la fase final, ella empezó a temblar y entonces abrió los ojos y los clavó en los de él, que estaban atentos a sus emociones.
—Me tienes cautivado, Maite, estoy perdido.
Como un depredador que jamás abandona hasta no obtener todo lo que desea de su presa, Pedro siguió entrando en ella, irrumpiendo en su cuerpo.
Entregados, abandonados a las modulaciones que se escapaban de sus gargantas, con una última penetración se corrieron, llegaron al orgasmo y se fusionaron, transformándose en un todo casi indivisible sólo separado por el látex del condón.
Paula estaba aferrada a su espalda, lo tenía prisionero contra su pecho, y con la respiración entrecortada le habló al oído:
—Gracias. —Él levantó la cabeza, le costaba sostenerla porque había quedado abatido; el orgasmo había sido casi mortífero. Le dio un relajado beso en los labios—. Me has mostrado en todos los sentidos de la existencia que estoy viva, que mi cuerpo vive, siente, y se estremece con el tuyo.
— Me siento realmente privilegiado.
Pedro salió de su interior, se retiró el condón, lo anudó, lo desechó y se tumbó de lado para mirarla.
CAPITULO 22
De regreso a su apartamento, Pedro fue directo a la nevera a servirse un refresco, luego caminó hacia el dormitorio y abrió la puerta con sigilo. Paula sintió sus pasos cuando se aproximaba y abrió los ojos de inmediato.
—Pedro, ¿eres tú? —preguntó en la oscuridad.
—Sí, tranquila.
—¡Por fin has llegado! —exclamó mientras Alfonso encendía la luz de la mesilla.
—Aún estás despierta.
—He dormitado a ratos, pero estaba muy intranquila.
Pedro se inclinó y la besó en la boca.
—Ya puedes calmarte, estoy bien. —Le guiñó un ojo, se puso de pie y abrió los brazos para demostrárselo—. De una pieza, tal como me he ido.
—No bromees, Pedro, sé que para ti tu trabajo es lo más natural, pero cuando te he visto irte con todas esas armas me he quedado con el corazón en un puño. Ven, acuéstate, debes de estar cansado.
—Un poco. La verdad es que en el mismo momento nunca lo noto, creo que por la adrenalina que me recorre el cuerpo, pero cuando todo pasa la tensión se hace sentir.
—Para colmo, no estoy en condiciones de mover los brazos con normalidad, como para hacerte unos merecidos masajes.
—Eso suena prometedor, ya los probaré —dijo mientras se despojaba de todo cuanto llevaba puesto —. Voy a darme una ducha y me acuesto.
Se metió en la cama y se abrazaron en la oscuridad.
—Hasta que puedas darme esos masajes me conformaré con tu olor, creo que es el mejor elixir para dormir placenteramente y olvidarme de todo.
Se quedaron en silencio.
—¿Ya te has dormido?
—Casi. —La voz de Alfonso sonó pesada y algo ronca—. ¿No puedes dormir?
—Creo que estoy desvelada, pero no te preocupes, intenta descansar que mañana tú trabajas.
Él contestó con un gruñido y se durmió, estaba exhausto.
Por la mañana, Pedro y Paula comieron en la cocina. Ella se había levantado temprano para sorprenderlo con el desayuno, y como todo lo hacía a cámara lenta, le llevó bastante tiempo prepararlo.
—Mmm, exquisito como tú.
—Hacía mucho que no preparaba el desayuno.
Pedro evaluó las palabras dichas, eran toda una revelación.
—¿Tienes personal de servicio que lo hace por ti?
Ella asintió con la cabeza.
—Pero me ha encantado hacerlo. No siempre he tenido quien lo hiciera por mí. Cuando me casé apenas nos alcanzaba para pagar el alquiler. Papá quería ayudarnos, pero nosotros deseábamos hacer nuestro propio camino.
Paula se mostraba comunicativa. Alfonso miró la hora de soslayo, y contrariado se dio cuenta de que ya llegaba tarde.
—Me encantaría quedarme y que siguiéramos hablando, pero debo irme al trabajo. El capitán nos estará esperando para que le pasemos todo el informe de anoche.
—Pareces preocupado. ¿No fue bien anoche?
La miró mientras se colocaba su chaqueta y guardaba su arma en la funda.
—La verdad es que no, pero no quiero agobiarte con mi trabajo.
—No me agobias, puedes compartirlo conmigo si quieres.
—Tú también puedes compartir todo conmigo. —Paula lo miró sin contestarle—. Pero sin prisa, puedo esperar a que estés preparada —dijo muy dulcemente y se apoderó de sus labios.
Paula se los ofreció gustosa, sin demora, él la agarró del trasero tal como se encontraba, sentada en uno de los taburetes altos de la cocina. Llevaba puesto un pijama de seda, y las manos ávidas de Pedro se deslizaron por la prenda. Haciéndole un hueco entre sus piernas, ella las abrió para sentirlo; Pedro estaba erecto, su miembro descansaba contra el pubis de ella mientras seguía apoderándose de su boca como un depredador. Agitado, casi sin respiración, se apartó a desgana de sus labios, sabiendo que no podía seguir adelante.
—Volveré temprano y te llevaré a casa de tu amiga —dijo mientras apoyaba la frente en la de ella.
—Gracias, te estaré esperando.
—Recuerda no usar tu teléfono. Veré si puedo conseguirte uno para que nos comuniquemos cuando no estés aquí.
—Déjame que te lo pague.
—No es necesario. Me voy, que se me hace tarde y no quiero enfurecer a mi jefe tan temprano; te aseguro que cuando está de mal humor es muy mal jefe. —Le dio un beso casto y se apartó para irse —. Deja todo esto así, cuando vuelva lo ordenaré. No hagas esfuerzos innecesarios, que te quiero repuesta cuanto antes. —Le dirigió una mirada oscura, regresó y volvió a atrapar su boca—. Ahora sí me voy, tu boca me distrae demasiado.
Paula sonrió jubilosa, así era como se sentía. Cuando él estaba casi cerrando la puerta lo llamó:
— ¡¡Pedro!! Creo que te echaré de menos.
El detective le guiñó un ojo y desapareció.
Paula se quedó sola, sintiendo que no cabía en ella, plena como hacía mucho tiempo que no estaba.
Estaba llena de alegría y se mostraba entusiasmada. Con cuidado se bajó de la banqueta y comenzó a recoger las cosas del desayuno, estaba feliz haciéndolo. Parecía que por fin encontraba un rumbo en su vida, porque Pedro le daba sentido, la animaba, la hacía sentir bella, importante.
Aunque sabía que era muy pronto para estar así y que no era prudente ilusionarse demasiado, no le importó; tenía muy pocos momentos de dicha, por qué privarse. Mientras lavaba las tazas y las demás cosas se encontró con que sonreía bobamente, pero no le importó, llevaba tanto sin hacerlo que le pareció lo más adecuado.
—Sólo espero que este sueño no se termine demasiado rápido —dijo en voz alta, a modo de súplica.
Por la tarde, como Alfonso le había dicho, llegó temprano para llevarla a casa de su amiga.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)