sábado, 20 de febrero de 2016

CAPITULO 21






Pedro llegó al punto de encuentro y se reunió con el resto del equipo que participaría en el procedimiento. Se pusieron de acuerdo y trazaron una estrategia para irrumpir en el barrio, infestado de pandillas. Se cambió al coche de Eva y quedó a cargo del operativo.


—¿Quién te ha informado de esto, Eva? —preguntó en cuanto se quedaron solos.


—Uno de mis confidentes. El malnacido está escondido en la casa de su abuela. Desde que se nos escapó, las imágenes que tomamos de las cámaras de seguridad del parque han ayudado para que demos con él.


Llegaron al edificio de la avenida Fulton, que estaba en unas terribles condiciones y parecía que iba a caerse como un castillo de naipes; el lugar estaba a unos metros del Bronx-Lebanon Hospital Center.


Con movimientos precisos y sincronizados rodearon el edificio. Cuando el perímetro estuvo asegurado, Pedro y Eva, en compañía de otros agentes del Departamento de Policía de Nueva York, ingresaron en la vivienda ubicada en el barrio de Morrisania, en el suroeste del Bronx.


Subieron hasta el segundo piso. Cubriéndose la espalda contra la pared, los dos detectives se apostaron uno a cada lado de la puerta de entrada y llamaron a la puerta. Nadie contestó.


—¡Simon, sabemos que estás ahí. Sal con las manos en alto, entrégate, estás rodeado! —gritó Pedro. —¡No tienes escapatoria, no pongas las cosas más difíciles! —añadió Eva, pero el silencio era monstruoso.


Al oír los gritos, varios vecinos se asomaron desde otras viviendas, pero ellos les indicaron con ademanes que se metieran dentro; los francotiradores estaban apostados frente a la puerta, cubriendo a los detectives. Pedro contó hasta tres y derribaron la entrada para introducirse por la fuerza.


Entraron en la humilde vivienda, pero lo que encontraron ahí no era precisamente lo que esperaban.


—¡¡Mierda!! —gritó Pedro gesticulando.


Una mueca de frustración se instaló en su cara y en la de Eva. El lugar era una masacre, la anciana estaba tirada en el suelo sobre el charco de su propia sangre. Eva se inclinó para tomarle el pulso, pero ya presentaba signos de rígor mortis. Siguieron indagando en el resto de las habitaciones y hallaron a Simon en su cama, acribillado a balazos.


Después de constatar que no había nadie más y que todos los moradores estaban muertos, depusieron las armas. Pedro llamó por radio al equipo forense y solicitó también la presencia del fiscal de distrito.


Mientras esperaban su llegada para poder comenzar a rastrear la escena del crimen, envió a algunos de sus efectivos para que empezaran a recabar testimonios y así conseguir posibles testigos entre los vecinos.


—¿A quién nos enfrentamos? ¿Quién está detrás de esto, que no quería que lo encontráramos con vida? —dijo mientras echaba un vistazo al lugar, sin tocar nada.


—Quizá sólo sea un ajuste de cuentas, Pedro, no nos precipitemos a pensar que hay algo más.


—No sé, Eva, esto me huele mal, sabes que soy muy perceptivo y rara vez me equivoco. Creo que hay un pez muy gordo aquí metido que no quiere que lleguemos a él; además, mira esta escena del crimen: no hay casquillos de balas, eso significa que es un profesional y que ha barrido muy bien el lugar para no dejar huellas. Lo que de peor humor me pone es que tanto tú como yo sabemos que es uno de los nuestros.


Llegó el fiscal Benson y el equipo empezó a rastrear la escena. Se tomaron fotos, vídeos y recabaron todo tipo de pruebas, que servirían para reconstruir los últimos minutos de las víctimas. Se batió completamente el apartamento para hallar alguna huella dactilar.


—Alfonso, ¿hay algún testimonio de alguien que haya escuchado o visto algo?


—Nada, Benson, parece que lo ha hecho un fantasma. De las cámaras del vecindario no se podrá obtener demasiado, pues sólo funcionan las de la esquina del hospital, que por supuesto revisaremos; pero soy poco optimista porque están muy lejos. El resto están destrozadas, dicen que es inútil arreglarlas, pues las vuelven a romper.
»Con respecto a los disparos, nadie oyó nada, aunque con tantos como hubo eso es poco probable.
Por más que usaran silenciador, el disparo tuvo que oírse de todas formas, pues sólo en las películas las armas dejan de emitir sonido alguno cuando se les pone el silenciador. Es obvio que la gente de por aquí no quiere involucrarse, lo cual no es una novedad en estos barrios.


—Sabemos en qué zona estamos, Alfonso, eso no es de extrañar. Por otra parte —dijo el fiscal—, tenemos una escena del crimen demasiado limpia para ser un ajuste de cuentas de pandillas. ¿Por qué estabais buscando a este infeliz?


—Distribución de drogas —contestó Eva—. Se nos escapó hace unos días, te lo hemos puesto en el informe para obtener la orden.


—Tienes razón, lo siento, es que vengo de una masacre en una familia. Un tipo ha matado a su esposa de un centenar de puñaladas y al bebé le ha destrozado el cráneo. Otro caso de violencia de género, el muy cabrón tenía una orden de alejamiento para no acercarse a su familia —contó con
pesar —. Aunque uno está acostumbrado a ver a diario estas cosas, algunas veces no puedo sino sentir escalofríos; en esos momentos sólo quiero salir corriendo y abrazar a mi familia.


—Hacemos lo que podemos, Benson, pero el sistema falla con demasiada frecuencia —dijo Pedro, en cuyo pensamiento inmediatamente apareció un rostro: el de Paula. Deseó salir pronto de ahí y regresar a su lado para saber que estaba bien y a salvo.


Tras largas horas de barrer el lugar minuciosamente, de recoger muestras de ADN y de recolectar huellas dactilares para pasarlas por las bases de datos de criminales de la nación, el lugar empezó a despejarse, el equipo forense se llevó los cuerpos para realizarles las autopsias y Eva acompañó a Pedro a recoger su coche.


—Esto está difícil —dijo cuando subieron al automóvil.


—La verdad siempre sale a flote. Si hacemos bien el trabajo lo lograremos, no te desanimes — apuntó él.








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