sábado, 5 de marzo de 2016

CAPITULO 69






Casi estaban llegando a destino. Aunque el vuelo fue muy tranquilo, Pau no paró de quejarse, porque el efecto de los calmantes comenzaba a disiparse y estaba muy molesta por los dolores que tenía en todo el cuerpo.


—Resiste, querida amiga, en un rato te toca la medicación y sentirás alivio, aguanta un poquito más.


— Es terrible cómo duele, es un dolor insoportable que me quita el aliento.


Maite acompañaba a su amiga, que iba semitumbada en un amplio sofá. Pedro se encontraba en el otro compartimento hablando por teléfono con su hermana; se había levantado como un torbellino para poder comunicarse con ella y que le diera una solución para que Pau dejara de sufrir, no soportaba oírla quejarse.


—¿Qué pasa, Pedro?


—No para de quejarse del dolor, esos calmantes que le has recetado no sirven.


—No hay nada más fuerte que eso que le he recetado, adelántale la toma y sube medio miligramo más, pero si con eso no se calma habrá que inyectarle morfina; no creo que su aparato digestivo resista más medicación.


Julián los recogió en el aeropuerto. El asombro en la cara de aquel hombre fue tal por el estado en que vio a Paula que se puso tenso.


—Señorita... ¿Qué le ha pasado?


—Parece que me ha atropellado un tren, ¿verdad? He sufrido un ataque.


—Lamento mucho el estado en que se encuentra, sólo espero que su estancia en la villa sea propicia para una pronta recuperación.


—Gracias, Julián, seguro que así será —contestó Alfonso por ella—. Todos la mimaremos para que así sea. —Paula sonrió al hombre y Pedro le besó el cabello mientras la acomodaba en la camioneta—. Lo siento, hermosa, sé que duele que te movilice pero pronto llegaremos y podrás descansar.


—No te preocupes, soy consciente de que me tienes entre algodones, me doy cuenta, pero es que me duele cada centímetro del cuerpo y no puedo evitar quejarme.


—Lo siento mucho... no tienes que afligirte conmigo, quéjate todo lo que desees; ya llegará el momento de que te arranque otros quejidos que me gustarán mucho más. —La besó con ternura nuevamente en el pelo— . Ahora debemos esperar, creo que no estás para esa clase de quejidos.


—Ya sentiré alivio, no te amargues, pero si continúas con esos comentarios seguiré quejándome; no me hagas reír y menos tentarme así, que por supuesto que no estoy en condiciones de esos quejidos que quieres oír.


Mientras tanto Maite le dio la mano al hombre que los había recogido. Pedro estaba tan pendiente de Pau que había olvidado hacerlo, no tenía cabeza para nada.


—Encantada, Julián, soy Maite, amiga de Paula.


—El gusto es mío, señorita. —El tipo estaba un poco desorientado con los nombres, no sabía si había entendido bien—. ¿Usted también se llama Maite? Qué casualidad.


Los tres sonrieron. Mientras Pedro lo ayudaba a guardar las maletas le dio una palmada en la espalda y pensó que luego se lo explicaría todo a él y a Josefina.


Al llegar a La Soledad fue el turno de su madrina para quedarse helada, se cubrió la boca con la mano y elevó una plegaria, a la vez que en su rostro se evidenció un gesto de angustia que no pudo retener.


Cuando por fin reaccionó, no escatimó en soltar millones de palabrerías evidenciando su pasmo.


Sin dejar de parlotear, resuelta y solícita, los ayudó a instalarse. Mientras ella y Pedro se encargaban de Paula, su esposo acompañó a Maite hasta la habitación que Josefina había preparado para ella.


—Puedes tratarme sin disimulo —le indicó Pedro a Josefina—, ya sabe que eres mi madrina.


—Oh, cuánto me alegro de que hayas aclarado las cosas. —Le acarició el carrillo a Alfonso, luego se acercó a Paula y le besó la frente—. Descansa, tesoro, y ya sabes, pídeme lo que necesites.


Pau estaba exhausta, le ofreció una deslucida sonrisa porque lo que necesitaba era dormir, los calmantes estaban haciendo efecto, y el dolor había mermado considerablemente.


—Te prepararé una rica y sustanciosa sopa, porque con el labio así no creo que puedas comer otra cosa. Entre todos nos ocuparemos de mimarte —añadió la mujer.


—Gracias, tengo un aspecto espantoso, lo sé, Josefina —contestó con un hilillo de voz.


—Cariño, pronto bajará toda esa hinchazón y los moretones desaparecerán. No te aflijas, tu piel muy pronto estará fresca y hermosa como siempre.


—Ahora vuelvo —indicó Pedro a Paula, haciéndole una seña a Josefina para que lo siguiera. En el pasillo emitió un suspiro muy hondo y audible mientras apoyaba una de las manos en el hombro de su madrina, estaba cansado.


—¿Qué le ha ocurrido, tesoro? Tiene una pinta terrible, casi no la reconozco.


—Por suerte está mejor de lo que parece. Nadia la ha atendido y dice que lo que tiene más grave son las costillas rotas. La han golpeado brutalmente.


—¿Quién ha sido capaz de ensañarse así con esa criaturita?


—Dame un segundo —le indicó mientras se retiraba para contestar una llamada.


—C.C. ¿Todo bien? ¿Habéis llegado bien?


—Acabamos de hacerlo.


—Tengo buenas noticias.


—Cuéntame.


—En cuanto os he dejado en el aeropuerto me he encontrado con el fiscal James Bonham. Le he presentado todos los informes, y está con la boca abierta ante la red de conexiones que al parecer tiene el senador Wheels con Montoya.


—No le habrás mostrado las fotos, ¿no?


—Tranquilo, amigo, te he dicho que no lo haría. Ya se están labrando las órdenes para intervenir todos los teléfonos de las empresas que al parecer están involucradas, también los del senador y los de su despacho. Incluso se nos ha ocurrido poner micrófonos, pero no sabemos si están equipados con contramedidas para detectarlos, así que lo más probable es que infiltremos a gente para saber con qué tecnología cuentan.


—Recuerda lo que te he dicho: está pendiente de instalar un perímetro de seguridad en la constructora de Nueva York, quizá ésa sea una buena forma de meterse. No le habrás hablado de Paula al fiscal, ¿verdad?


—Qué desconfiado estás. Te he prometido que intentaremos dejarla fuera de esto. Recuerdo lo del perímetro, y lo tendré en cuenta.


—Quiero dejarla al margen, no quiero verla mezclada en esto.


—Lo intentaremos, Pedro, lo intentaremos... pero ella es su esposa, quizá en algún momento tenga que declarar.


Pedro chasqueó la lengua.


—Bonham cree que tenemos un gran caso y será tratado con absoluta discreción. No desea que nada se filtre, te prometo que atraparemos a ese malnacido.


—¿A qué juez le han pedido la orden? —quiso saber Pedro.


—A Daltrey, y si tenemos suerte, jugaremos con un poquito de celeridad por su parte, ya que es de conocimiento público que si de narcoterroristas y blanqueo de dinero se trata es un defensor tenaz de la ley. ¿Cuándo volverás?


—No lo sé, pero no puedo ausentarme demasiado del trabajo, lo he dejado todo alegando que mi madre ha tenido un accidente.


—Mañana voy a Phoenix, al lugar donde Agustin se encontró con Montoya; veré qué puedo averiguar.



—Mantenme al tanto, por favor.


—Descuida, cualquier novedad te la haré saber. Quédate tranquilo que ya estamos trabajando, mantente al margen y no estropees la investigación, sabes que si te relaciona nos anularán todas las pruebas.


—Lo sé, lo sé, soy consciente de ello, por eso te lo he dado todo a ti.


Tras hablar con Christian, Pedro se dirigió a la cocina, donde se dedicó a explicarles a grandes rasgos a Josefina y a Julián lo que le había ocurrido a Paula, así como el verdadero nombre con que debían llamarla. La pareja escuchó atenta mientras procesaban la información.


—La cuidaremos, tesoro, aquí estará bien y tranquila y se repondrá de todo.


—Gracias, madrina.


—Si es la mujer que amas, lucha por su amor, y si dices que ella también te ama, nada os impedirá estar juntos. Presiento que no nos lo has contado todo, tus juegos de palabras y tus silencios me lo dicen.


—Hay cosas que no puedo contaros, Julián... No porque no confíe en vosotros, sino porque mi deber es protegeros a todos.


Hizo una pausa.


—¿Eso quiere decir que tú también estás en peligro?


—Mi profesión es arriesgada, así que no sé de qué te asombras, padrino.


—Paula está en peligro, ¿por eso la has traído aquí?


—Todos corremos peligro en este mundo hostil. Sabéis que esta casa es segura, pero mañana vendrán de Industrias Alfonso a controlar el sistema de alarmas y a reforzar y a cambiar todo lo que haga falta, así que tendréis a gente trabajando durante toda la semana, podéis quedaros tranquilos.


—Como ha dicho Julián, aquí la cuidaremos bien. Y por favor, deja de dar explicaciones: ésta es tu casa, muchacho, no tienes que pedir permiso a nadie para traer a quien tú quieras.


—En todo caso los que estamos de más somos nosotros.


—Ni en broma digas eso, Julián.


Pedro salió dispuesto a darse una ducha, la necesitaba. En la escalera se encontró con Maite, que bajaba.


—¿Todo está bien, te sientes cómoda?


—¿Cómo no estarlo en este caserón? ¿Todo esto es tuyo, Pedro? En mi vida he visto una casa tan lujosa; bueno, la de los padres de Paula es enorme y lujosa también, pero esto, y el entorno... no tienen parangón —exclamó, y Pedro sonrió a desgana mientras se metía las manos en los bolsillos del pantalón; sabía que tenía razón, pero él no disfrutaba del lugar—. Está bien, ya sé que recelas de todo esto, no pretendo que me lo cuentes. Pero déjame decirte igualmente que es un lugar hermoso.


—Disfrútalo como si fuera tu casa y haz lo que te apetezca.


—Gracias, sobre todo gracias por haber aparecido en la vida de Paula, y por quererla.


Maite se echó a llorar, Pedro sacó las manos de los bolsillos y la abrazó.


—Hey, boba, no llores.


—No puedo verla sufrir más, la quiero mucho, ¿sabes?, como si fuera una hermana, y es tan buena que no es justa la vida de mierda que tiene.


—Está en mis planes hacerla muy feliz.


—Lo sé, pero hasta que ese hijo de mala madre desaparezca, le hará siempre la vida imposible, es un enfermo.


—Tranquila, no estoy de brazos cruzados. Si por mí fuera, ¿sabes lo que haría? Me saltaría la ley y le daría lo que merece.


—¡¡Ni se te ocurra!! —lo amonestó y le pegó en el pecho—. ¿No conoces el dicho ese «mala hierba nunca muere»? ¿Para qué arriesgarte cuando puedes destruirlo de otra forma?


—Tranquilízate, no lo haré, sé que Paula no necesita que las cosas se resuelvan con más violencia a su alrededor.


Siguió cavilando pero ocultó sus pensamientos. «Pero si tuviera la oportunidad... no sé de lo que sería capaz.»








CAPITULO 68





Christian siguió con una serie de preguntas que, Pedro de acuerdo a lo investigado, supo documentarle muy bien.


Cuando hubo agotado sus principales dudas, y a la vista de una sustanciosa causa de blanqueo de dinero, el agente del FBI se encargó de guardar la información que su amigo le había confiado.


Seguidamente hizo todos los arreglos pertinentes para conseguir que viajaran a Austin sin dejar rastros; por supuesto que obtener todo le llevó bastante tiempo, pero finalmente pareció lograrlo.


—Ahora ven, quiero que conozcas a Paula.


Subieron al apartamento, Pedro llamó a Maite para que les flanqueara la entrada.


—Maite, él es Christian, una persona de mi entera confianza.


—Encantada.


Se saludaron con un beso y ella se ofreció a prepararles café. Luego Pedro le hizo a Christian un ademán para que lo siguiera, abrió la puerta del dormitorio y dejó que viese el estado en que se encontraba Paula, que dormía ajena a todo.


—¿Tú crees que voy a arriesgarla? —C.C. se llevó las manos a la cabeza—. Por poco la mata, debemos buscar otra manera de implicarlo, porque ni loco permitiré que vuelva a estar cerca de él, tendrán que matarme para que vuelva a ponerla en sus manos.


—Sé de sobra cómo están funcionando tus pensamientos, así que quítate la responsabilidad de encima; valoraste la causa y por eso dejaste que ella siguiera con él.


—Eso es exactamente lo que me reprocho, haber priorizado la causa por encima de su seguridad, me siento un hijo de puta. —Cerró los ojos, a la vez que expulsaba las últimas palabras.


—Actuaste con profesionalidad para que no se nos escapara un pez gordo. Pedro, esta gente necesita ser arrancada de raíz, lo hiciste porque sabes perfectamente que una denuncia por violencia doméstica sólo sería una piedra en el camino de este tipo.


—Mientras más lo pienso, peor me siento. Podría haberla sacado de allí y hacer que a la familia le pusieran custodia, que por otra parte es lo que quiero que hagáis; no me extrañaría que intente forzarla a regresar utilizándolos a ellos.


—Despreocúpate, te prometo que me ocuparé de todo.


—Te juro que la veo y lo único que deseo en este momento es ir tras él y olvidarme de que soy policía. Ansío salirme de la ley y meterle un tiro en la frente, no sé cómo no lo he hecho en vez de haberte llamado.


Cerró la puerta.


—Prométeme que no te vas a tomar la ley por tu cuenta.


—Ayúdame para que no tenga que hacerlo.


C.C. le puso una mano en el hombro...


—No usaré las fotos de Agustin por el momento. Pero necesitamos encontrar a Montoya, es necesario hallar su madriguera. ¿Me has dicho que la reunión fue en Phoenix?


—Así es.


—Y ahora vas a Austin.


—Sí, allí estará segura.


—¿Piensas llevarla a la casa que era de tu padre? —Pedro asintió. Christian abrió los ojos como platos, no pudo evitar mostrarse asombrado—. Estás hasta la médula con Paula.


Maite, que se había mantenido apartada en la cocina, llegó con el café. C.C. aceptó pero Pedro se disculpó, tenía el estómago destrozado por los nervios y no soportaría una gota más de cafeína.


—¿Y ella quién es? —preguntó C. C. para conocer el papel de Maite en todo eso.


—Amiga de Paula, la que te comenté que nos acompañará a La Soledad.


—¿Y él quién es? —preguntó Maite en tono pretencioso mientras destinaba una mirada golosa a aquel hombre de cabello castaño claro con mirada azul grisácea, que a simple vista exponía un buen cuidado de su físico y además hacía gala de su aplomo.


—Amigo y excompañero de Pedro.


—¿También eres detective? —Maite le recorrió los pantalones ajustados que llevaba puestos y que le marcaban considerablemente la musculatura de las piernas.


—Agente del FBI —aclaró Christian.


Pedro sonrió, y de inmediato intuyó que se habían atraído. 


Sintiendo que sobraba, los dejó conversando y fue a ver a Paula.


Entró en la habitación sigilosamente y se quedó observándola mientras dormía. Saber que por fin la tenía junto a él le daba cierta tranquilidad.


El teléfono vibró en el bolsillo del agente del FBI, así que se retiró para contestar la llamada, que era la que estaba esperando para que pudieran viajar y sacar de una vez a Paula de la ciudad. Cortó la comunicación y avisó a Alfonso, quien llamó al piloto de su avión para avisar de que ya estaba listo para viajar, le pasó los datos de los pasajeros y le preguntó si ya tenía horario de vuelo.


—Perfecto, en una hora estaremos allá. —Colgó—. Christian, todo está arreglado.


—Iremos en mi camioneta y nos encontraremos allí con los agentes, que nos llevarán la documentación para que podáis salir de Nueva York. 


Maite fue por el equipaje de ambas y se lo entregó a Christian, quien de inmediato salió para cargarlo en la Chevrolet Suburban negra que conducía. Tras cargar las pertenencias de las mujeres y de su amigo, se encargó de meter la camioneta en el aparcamiento del edificio. Pedro y Maite, mientras tanto, se ocuparon de despertar y abrigar a Paula para trasladarla al aeropuerto.


CAPITULO 67





Un nuevo preludio del amanecer daba paso a un nuevo día, y eso indicaba que la mañana llegaba acompañada de nuevas oportunidades, así lo sintió Paula cuando se despertó. Pedro era su nueva oportunidad, su meta, su advenimiento, su único camino. Se sintió reconfortada al recordar el ímpetu con que se habían amado, aún no había abierto los ojos. Remoloneando se removía en la cama mientras advertía el dolor en su pelvis por los fuertes embistes de Alfonso. Lo que había pasado entre ellos había sido maravilloso, rudo, lujurioso, habían rozado la obscenidad, no habían evitado gritar y expresar el placer; estaba casi segura de que los vecinos de Pedro los habían oído, la música no había podido amortiguar su lujuria. Sonrió y lentamente abrió los ojos.


Casi se muere de un paro cardíaco cuando vio a Manuel sentado en el sillón que estaba al otro extremo de la habitación.


Se incorporó en la cama y echó un vistazo hacia la puerta, estaba segura de que la había dejado con cerrojo. Temblaba sin parar, veía el hielo en su mirada y sabía que no presagiaba nada bueno.


—¿Cómo has entrado? ¿Qué quieres? ¡Vete de aquí!


Él no le contestó, seguía mirándola amenazadoramente y Paula no podía contener el susto.


Wheels se levantó con total parsimonia y se quedó de pie a un lado de la cama; su mirada ahora era mortecina, casi espeluznante.


—¿Dónde estuviste anoche?


—En Clio con Maite, cenando y viendo películas hasta tarde y colocando algunas obras de las que ha traído Ed.


Él movió la cabeza, incrédulo por la facilidad con la que ella mentía. Descontracturó el cuello y aflojó el nudo de su corbata, luego comenzó a arremangarse la camisa.


—Vete, quiero cambiarme.


—¡¡Mentirosa!!


Wheels cogió impulso y le rasgó la carne con la bofetada que le cruzó la cara.


El golpe fue preciso y demoledor, le cortó el pómulo y el dolor en la carne la asoló. A sabiendas de que esta vez no podría detenerlo, Pau intentó escabullirse de su furia y probó a encerrarse en el baño, pero Manuel, con rapidez, la agarró por el tobillo arrastrándola por encima de la cama. Paula intentó luchar, intentó defenderse, pero él estaba tan furioso que todos sus esfuerzos fueron totalmente en vano; le atizaba golpes con las manos abiertas, con los puños cerrados, despiadadamente y sin tregua, hasta el punto de casi dejarle la cara desfigurada. Parecía que gozaba viendo el cambio de color en su piel, parecía que la sangre que brotaba de sus labios y de su nariz lo complacían, porque entonces, con un nuevo ímpetu, le atizaba otro golpe para que la magulladura se hiciera más intensa.


La precipitó al suelo arrastrándola sobre la cama; su cuerpo y su cabeza dieron contra el suelo y comenzó a patearla. En un intento por frenar una de las patadas, Paula puso su pequeña y frágil mano para protegerse y sintió un ruido seco, notó un fuerte dolor en uno de los dedos de la mano y supo que se lo había roto.


Wheels le pegó hasta que se cansó de hacerlo; Paula se quejaba en el suelo. Él cogió de ella lo que quiso y como quiso.


—Vuelvo a irme de viaje —le informó airado mientras se alejaba—. Como se te ocurra poner un pie fuera de esta casa juro que te enviaré la cabeza de tu hermano de regalo, y no quiero aquí a la golfa de tu amiga, porque también me las cobraré con ella. Espero que ahora hayas entendido que las cosas se hacen a mi modo, zorra.


Hizo un último comentario burlón mientras ella estaba tirada en el suelo. Poco después, Manuel se marchó dando un portazo.


Paula comenzó a llorar, el dolor le desgarró el cuerpo y sintió el olor y el sabor metálico de la sangre saliendo de su boca, así como la humedad que le chorreaba de la nariz y del pómulo; se tocó y se miró la mano, que se tiñó rápidamente de rojo. Intentó levantarse, pero no podía, presentía que nuevamente le había quebrado una costilla, le costaba respirar. Probó a serenarse, pensó en Pedro, en los maravillosos momentos que habían vivido juntos, pero ni siquiera eso mitigaba el dolor. Se tocó la cara nuevamente e intuyó que estaba deformada; no estaba equivocada, pues a pesar del poco tiempo transcurrido, su rostro era casi una masa amorfa.


Quería encauzar sus pensamientos, ya que no estaba dispuesta a dejarse vencer, no iba a hacerlo, se dijo que él no iba a salirse con la suya.


Se miró la mano y efectivamente no podía sostener el dedo anular de la mano derecha.


Se arrastró por el suelo y con muchísimo esfuerzo se puso en pie. Aferrada al picaporte, mientras la apnea se manifestaba de forma importante en ella, se cerró la bata y salió al pasillo, donde la encontró Cliff. Apiadándose por una vez, la sostuvo por las axilas y la devolvió al dormitorio.


—Necesito un médico, me falta el aire, no puedo respirar.


—Sabe, señora, que no puedo hacer eso.


—Me asfixio, Cliff, por favor —le rogó mientras él la tumbaba en la cama, le acomodó varias almohadas y la dejó casi sentada.


—Pida ayuda por sus medios, estoy solo en la casa porque Dylan ha ido por un encargo y tardará.
Anahí ha salido a hacer compras, yo me encargo de desconectar las cámaras.






Sonó el móvil de Pedro.


—Hola, mi amor, qué bien oírte por la mañana.


—No puedo respirar —le indicó casi sin aliento, el esfuerzo que hacía para hablar era titánico—. Necesito un médico, me ha pegado mucho, pero no vengas, creo que ha descubierto lo nuestro.


—Mierda, mierda. —Se agarró la cabeza, salió despedido hacia el garaje—. Voy a matarlo, lo voy a matar, te lo juro, voy para allá, por favor, dime qué te ha hecho. Estás en la casa, ¿verdad?


—Estoy en casa, pero déjame hablar. —Se le cortaba la respiración, sus esfuerzos por expresarse eran inmensos—. Cliff me ha dicho que apagará las cámaras para que me atienda un médico. Pero tú no vengas, te lo ruego, envía a alguien que no tengo mucho tiempo, luego el mayordomo tendrá que volver a encender las cámaras. Si tú vienes perderemos la posibilidad de atraparlo, y no quiero que se salga con la suya.


—No voy a hacer eso, se acabó Paula, te voy a buscar yo mismo, no voy a permitir que pases un día más en esa casa, verás como ya arreglaremos lo de Agustin de otra forma.


—Necesito un médico, por favor, me ahogo. —Pedro creyó que enloquecería, mientras la escuchaba casi desfalleciendo—. Tenemos que atraparlo, esto no cambia nuestros planes. No hagas que me arrepienta de haberte llamado, me pediste que confiara en ti y lo estoy haciendo, se ensañará con mi familia si me voy, por favor.


Estaba realmente demasiado ahogada, así que Alfonso comprendió que no era bueno seguir discutiendo, no quería continuar perturbándola, la oía muy mal y se le cortaba la respiración, así que decidió hacer lo que ella le pedía para no alterarla más, estaba muy asustado por ella, y lo primero
era proporcionarle asistencia.


Colgó la comunicación y llamó a su hermana, le pasó la dirección de la galería, la de la entrada trasera y le contó grosso modo la situación, rogándole que fuera hacia allá lo antes posible. Luego llamó a Maite.


—El hijo de puta ha vuelto a golpearla, hay que ir a por ella, la oía muy mal, respiraba con mucha dificultad.


—¿Qué?


—Lo que te digo, sólo me ha dicho que le ha pegado mucho, pero se niega a que vaya yo y no quiero angustiarla más, ¿Eduardo está contigo?


—Sí, está aquí.


—Perfecto, tú quédate ahí, que mi hermana es médica y está en camino para asistirla; pasaré a por Ed. Sólo espero tener fuerzas para no irrumpir en esa casa y sacarla yo mismo.


Se metió en el coche y salió escopetado de la comisaría de policía. En el camino llamó al capitán y se inventó que su madre había sufrido un accidente.


—Ve tranquilo, mantenme informado de cómo está.


Transcurridos unos escasos minutos recibió una llamada de Eva, pero no la atendió.


Avanzaba por las calles y el tránsito parecía engullirlo, conducía a ciegas. Cuando llegó, Eduardo lo esperaba en su coche, así que se cambió de vehículo y en el camino llamaron al móvil de Paula para indicarle que Ed estaba muy cerca. Después de discutir con Eduardo porque la desesperación casi le hizo renunciar a la promesa que le había hecho a Paula, remitió sus ansias de ir a su rescate y se bajó en la esquina contraria al tráfico. Eduardo siguió hasta la entrada trasera y Pedro tecleó el número de Ed en el móvil, indicándole que dejara la llamada abierta para poder escuchar y salir en su ayuda en caso de que algo pasara.


Como bien había dicho Cliff, había apagado las cámaras y le había facilitado una toalla y hielo a Paula para que se la colocara en el ojo, que ya se le había comenzado a cerrar por los golpes. La pobre caminó con dificultad hasta salir por la puerta trasera; Eduardo no tenía manera de entrar porque Manuel había cambiado las cerraduras, así que sólo le restaba esperarla, ansioso. Al verla asomarse por el quicio se apresuró a sostenerla; tenía muy mal aspecto, así que con premura se encargó de meterla en el coche, horrorizado por el estado en que la encontró, pero todo era tan apremiante que no intercambiaron palabras, pues lo único urgente era salir de ahí cuanto antes. La sentó en la parte trasera, porque tumbada le costaba aún más respirar.


—Ya la tengo conmigo, Pedro —lo avisó claro y fuerte para que éste escuchara por el móvil.


Eduardo detuvo el coche en la esquina y Pedro se subió, atendiendo a Paula de inmediato.


—Tranquila, ya estás a salvo —le dijo mientras le estudiaba las laceraciones.


Cogió la toalla que llevaba y le taponó las heridas con ella. 


Habría querido abrazarla, pero era imposible hacerlo por la cantidad de golpes que presentaba, la apnea que exhibía era importante.


Paula, agotada, lo oía a lo lejos. Alfonso le cogió la mano y notó lo azul de sus uñas, temió que tuviese un pulmón perforado porque ella no hablaba, sólo se quejaba y lo miraba a los ojos sin aliento.


—Sáltate todos los semáforos, Ed, yo me encargo de eso luego —indicó Alfonso.


La contemplaba en silencio mientras le acariciaba la frente, que era uno de los pocos lugares donde no tenía golpes; el resto del rostro estaba destrozado. Tenía una corte profuso en el labio, y otro en el pómulo, la nariz aún le sangraba y el ojo derecho ya no podía abrirlo.


Pedro se sentía impotente, quería matarlo con sus propias manos, pero ahora lo único urgente era asistir a Paula.


Llegaron a la galería, el detective la bajó en sus brazos y Maite comenzó a llorar en cuanto la vio entrar. Agitó las manos y maldijo, porque el estado en que se encontraba Paula era calamitoso.


—Ay, amiguita querida, no es justo que te pase esto —exclamó mientras Ed la abrazaba y ella se mordía el puño.


Nadia ya estaba ahí aguardándolos, había ido con un equipo de oxígeno y rayos X portátil, pues suponía que necesitarían hacerle placas; al verla, creyó que no iba ser posible asistirla allí y que tendría que trasladarla al hospital. Pedro la recostó sobre el diván.


—Vamos, cariño, aguanta, sé que esta posición es incómoda, pero debo hacerte una exploración minuciosa —indicó Nadia en tono cariñoso.


Cogió unas tijeras y le cortó la ropa para buscar en su piel signos que le indicasen si tenía alguna hemorragia interna. Por suerte no identificó ninguna señal: Paula en todo momento mantenía la conciencia e intentaba colaborar.


Pedro, ayúdame a sentarla para revisar los signos en su espalda. Esto dolerá —la avisó la médica, y comprimió con las manos las zonas intercostales, haciendo una ligera presión, para identificar el lugar de una posible fractura—. Tose, por favor. —Paula se quejó de que le dolía el lado derecho—. Respira hondo ahora. —Volvió a notar dolor en ese lado.


Le hizo unas placas para identificar la fractura y comprobar la existencia de otras lesiones intratorácicas asociadas. Por suerte, no había hemo, ni neumotórax, tampoco se observaba ninguna contusión pulmonar de consideración.


—Tranquila, teniendo en cuenta la cantidad de golpes que has recibido es increíble que no tengas nada considerable. Son sólo golpes superficiales, salvo la quinta y la novena costilla, que sí están fracturadas.


—¿Seguro que no tiene nada interno? Su cuerpo es un puro hematoma. —Alfonso quiso cerciorarse.


—Calma, por favor, milagrosamente todo está bien. —Le estrechó la mano, y Paula se quejó de dolor, entonces Nadia se dio cuenta de que tenía una fractura en el dedo anular de la mano derecha —. Te inyectaré analgésicos para intentar normalizar tu dificultad para respirar, que se debe al dolor que te causa la fractura. No es otra cosa, tranquila, es importante que no tengas neuralgia para que respires normalmente y así no se te hagan secreciones en los pulmones.


—Déjame tomar fotos de los golpes —pidió Pedro.


Paula no quería acceder, se sentía humillada. Él quería atrapar a Manuel de cualquier forma, su cara estaba transfigurada, cada moretón era un puñal que se clavaba en su pecho, apretaba las mandíbulas y bramaba como un animal salvaje.


—La estás poniendo nerviosa, y necesita calmarse para que el oxígeno le entre por la cánula nasal, ¿no ves que está con hipoxia? —Le enseñó el color azulado de los labios—. ¿Por qué no vas un rato afuera mientras yo termino de ponerle los vendajes? Dame la cámara, yo haré las fotos.


Lo empujó hacia el exterior. Pedro, con su desesperación, estorbaba más que ayudar.


Nadia, mientras tanto, colocó una férula en el dedo de Paula y le inmovilizó la fractura intercostal con un vendaje elástico adhesivo; consideró que era lo mejor, ya que un vendaje más rígido podría hacer que se desencadenara una neumonía.


Buscó fracturas en las piernas y ahí descubrió las claras marcas de los dedos en la parte interna de los muslos.


La miró a los ojos...


—Lo matará, no se lo digas, por favor. —Paula le imploró—. No desates una desgracia peor, deja que al menos se calme. Luego se lo diré.


Lo pensó una, dos, mil veces, hizo varias fotos de esa zona, pero con su móvil, en silencio también tomó muestras y luego siguió examinándole el resto del cuerpo, pero no halló ninguna otra fractura. Ya más calmada, Paula manifestó un dolor intenso en la nariz.


—No tienes nada, has recibido un golpe que te ha hecho sangrar, pero no veo que el tabique se te haya desviado, aunque con la hinchazón no puedo asegurarlo; aplícate hielo. Ahora déjame revisarte los cortes del labio y del pómulo, que como no paran de sangrar, tendré que suturarlos.


Después de darle tres puntos en el pómulo, finalmente se ocupó del ojo, que tenía totalmente cerrado, limpiándoselo con cuidado.


Pedro no había aguantado más y ahí estaba nuevamente.


—No me mires así, de aquí no me muevo —le advirtió a Nadia, que lo miró amenazadoramente y siguió con la revisión.


—Necesitarás consultar con un oftalmólogo para asegurarnos de que el golpe no ha causado nada grave, puede que hayas tenido perdida de líquido u otra patología, también debemos descartar un desprendimiento de retina.


Le hizo unas pruebas básicas pero no era su campo, y además era necesario que la revisaran con instrumentos adecuados.


—Yo me encargo —indicó Pedro.


Paula estaba bastante abotargada como para refutar nada, pues el efecto de la analgesia estaba comenzando a adormecerla.


Nadia les dio todas las indicaciones por escrito; Pedro escuchaba las recomendaciones con mucha atención, pero aunque se mostraba preocupado y atento la angustia estaba dando paso a su lado salvaje y sólo pensaba en vengarse. Maite y Eduardo, que también habían entrado, ayudaban a que Pau se vistiera con ropa que tenía en la galería.


Alfonso acompañó a su hermana a la salida.


—¿En qué lío está metida esta chica, Pedro?


—No puedo contártelo, sólo te digo que es la mujer que amo y no me detendré hasta ser feliz con ella.


—Pero ¿está casada?


—El tipo la obliga a estar a su lado, a su debido tiempo te enterarás, pero no prejuzgues, que te conozco.


—Nadie obliga a nadie a permanecer donde uno no quiere. No te engañes.


—No hagas conjeturas, no lo sabes —le habló tajante.


—No quiero que te ocurra nada, así que lo mejor es que te alejes de ella antes de que esta podredumbre te alcance.


—Soy mayor de edad y sé lo que hago.


—Tú no sabes lo que haces, desde que decidiste meterte en la policía la pobre mamá y yo vivimos implorándole a Dios por tu culpa.


Pedro refunfuñó y tras despedirla regresó al interior de la galería y se acercó a Paula.


—Ven, siéntate a mi lado y cambia esa cara que no me ha pasado nada —habló ella de manera muy apagada.


—¿Nada? ¿Te estás oyendo? Has tenido suerte, eso es todo, pero de ahí a considerar que el estado en el que te encuentras no es nada... Vamos para casa.


—No iré, regresaré a Park Avenue.


—Ni lo sueñes. —Se rio sarcástico, indicándole que no cabía la más mínima posibilidad que la dejase ir.


Pedro, debo regresar para que podamos atraparlo


—No lo harás, no puedo permitirlo, lo que me pides va en contra de mis principios; se supone que debo protegerte, y sin embargo mírate.


—Creo que Pedro tiene razón, Pau, no puedes continuar en esa casa.


—Si me voy irá tras mi familia, Ed.


—¡Voy a volverme loco de impotencia! —gritó Alfonso.


—No es tu culpa.


—Sí lo es, por haber creído que estarías a salvo con esa bestia a tu lado. Claro que es mi culpa, tendría que haberte arrancado de su lado el mismo día que entré en la fiesta. Vamos a casa, Paula, no discutas más, no vas a convencerme. A partir de este momento las decisiones las tomo yo.


—Cliff se ha arriesgado por mí, debo regresar.


—Ah, bueno, sólo me faltaba oír eso —dijo Maite exageradamente—. Que se pudra ese viejo cotilla, seguro que se ha asustado y no quería que te murieras ahí, por eso te ha ayudado.


—Si me voy desataré aún más su furia y arremeterá contra Agustin.


—La que está desatada es MI FURIA —dijo Pedro—. Perfecto, regresa, yo me iré a buscarlo a Washington, haré lo que tendría que haber hecho hace tiempo, molerlo a palos y así cobrarme cada uno de los que él te ha dado.


Se levantó y golpeó con fuerza la mesa.


—Pau, por favor, sé coherente, no puedes permanecer más en esa casa. —Maite le rogaba queriendo hacerla entrar en razón.


—No la intentes convencer de nada, porque yo ya he decidido por ella y por todos. Es mi responsabilidad preservar su integridad física y todo se hará a mi modo —voceó Pedro, y nadie se atrevió a contrariarlo. Estaba iracundo, y en sus ojos llameantes podía advertirse claramente la bestia que anidaba en su interior. Manuel había logrado despertar por completo al depredador que vivía en él, sus pupilas estaban dilatadas, sus iris se veían más cetrinos y profundos aún—. Vamos, Maite, tú te vienes con nosotros.


Alfonso le dio indicaciones a Eduardo, lo quería lejos de la ciudad, porque se negaba a acompañarlos.


Cogió en sus brazos a Paula, que estaba bastante abotargada por la medicación.


—¿Adónde vamos? —alcanzó a preguntar con un hilillo de voz.


Pedro le besó la frente.


—A La Soledad, déjame cuidarte. —Ella se cobijó en su cuello sin chistar y se dejó reconfortar en la fortaleza de sus brazos; ya no tenía fuerzas para discutir—. Vamos a tu casa, Maite, para que recojas tus pertenencias, te sigo con mi coche.


Llegaron al aparcamiento del edificio de Maite y la esperaron para que fuera en busca de sus cosas, luego pasaron por casa de Pedro. Al entrar en el apartamento, recostaron a Paula en la cama.


Maite se preocupó porque su amiga se sintiera cómoda, abrió la cama y colocó varias almohadas.


Cuando Pedro la depositó sobre el colchón, irremediablemente Paula se quejó.


—¿Te he hecho daño?


—No te preocupes, es que creo que no me ha dejado ni un lugar sano en el cuerpo, me duele todo, no se trata de un descuido tuyo.


—Ya, nena, descansa un rato mientras hago todos los arreglos para que viajemos.


Le acarició la frente y le besó con sumo cuidado el ojo que no tenía hinchado. Estaba irreconocible.


—Perdóname por fracasar, te prometí que nunca más pasarías por esto y mira cómo estás. Dios, no puedo creer el aspecto que tiene tu tersa piel.


—No te angusties más, ya estoy contigo, y si estoy a tu lado sé que no puede pasarme nada malo.


—Descansa, no hables, descansa ya.


Esperó a que se durmiera, luego salió del dormitorio y comenzó a hacer todos los arreglos para viajar hacia Austin; necesitaba sacar a Maite y a Paula de la ciudad sin dejar rastros. Terminó de trazar el plan en su cabeza y llamó a su antiguo compañero.


Christian Crall actualmente era agente del FBI. Había llegado el momento de ponerlo al tanto de todo, debía barajar las cartas y jugar su mejor mano.


—C.C., soy Pedro. —Se dio a conocer porque lo estaba llamando desde el teléfono seguro que le había dado a Paula para que no pudieran rastrear sus llamadas, el de Pedro se había quedado sin batería.


—Amigo, qué alegría saber de ti.


—Necesito tu ayuda.


—Dime, sabes que cuentas conmigo.


—Por teléfono no puedo hablarlo. Te espero en mi casa, es algo delicado, necesito que te encargues de una investigación que no puedo dirigir porque soy parte involucrada, tengo un interés particular en ello.


—¿Parte involucrada? ¿En qué estás metido?


—No estoy metido directamente, pero... no te diré nada más por teléfono, te espero.


—El tono de tu voz me asusta, en poco más de media hora estaré allí.


Colgó y se puso a prepararlo todo, recogió el pendrive, su portátil, ropa y unas armas extra. El timbre sonó y Pedro indicó a Maite que enseguida volvía, quería hablar a solas con su antiguo compañero para poder explayarse mejor.


—Cierra con cerrojo y no abras a nadie hasta que yo regrese —le dijo a Maite.


—Entendido, caramelito, ve tranquilo.


En la entrada se encontró con C.C. y se dieron un abrazo y un fuerte apretón de manos.


—Hablemos en la camioneta, luego subimos, lo que tengo que contarte es muy delicado y no quiero seguir inmiscuyendo a gente en esto.


—Estás asustándome.


—No te preocupes, cuando veas lo que pondré en tus manos me lo agradecerás, te lo aseguro.


Pedro le expuso toda la situación, le habló de Paula, de Agustin, del senador Wheels. También le habló de lo que creía que eran empresas fantasma que se dedicaban a blanquear dinero proveniente de la organización narcoterrorista de Montoya.


C.C. estaba atónito ante toda la información que su amigo le brindaba y por las ramas que había encontrado en Nueva York. Alfonso, por supuesto, le documentó todas sus sospechas, luego le entregó la información reunida en el pendrive y le expuso las copias de las fotografías de Agustin, pero le explicó que eso no lo podían usar hasta que encontraran la manera de probar que lo habían utilizado como cebo.


—Lo que se me ocurre y creo que podría ser una buena opción es ponerle un micrófono a Paula, para así obtener una confesión.


—Me niego.


—Pero me dices que has dado vueltas a todo del derecho y del revés y que no encuentras la conexión. Pedro, no veo otra forma de hacerlo y que sea legal para que podamos usarla.


—Te he dicho que no, y si no piensas ayudarme sin inmiscuirla a ella, seguiré en esto solo.


Pedro estaba plantado grotescamente y no pensaba ceder.


—Tranquilízate, no nos apresuremos, seguramente hallaremos algo que dé sustento a esto que me estás entregando, sabes perfectamente que tarde o temprano encontraremos su talón de Aquiles.