jueves, 18 de febrero de 2016
CAPITULO 17
Paula aún dormía. Pedro entró sigilosamente y se quedó un larguísimo rato mirándola, mientras admiraba lo hermosa que era, feliz de que estuviera a salvo descansando en su cama. Indagó en su mente, queriendo encontrar una respuesta a lo que sentía. Interrumpiendo sus pensamientos y como si presintiera que estaba siendo observada, ella abrió los ojos y le regaló una cálida sonrisa.
—Buenos días. ¿Has podido descansar?
—Sí, tu cama es muy cómoda, gracias.
—Te he traído algo para desayunar. Como no sé lo que te apetece, he preparado varias cosas. — Paula quiso incorporarse, pero la asaltó un dolor en la costilla—. No te esfuerces, yo te ayudo.
Pedro dejó la bandeja sobre la mesilla de noche y la asistió para que se sentase.
—¿No tienes que ir a trabajar?
—Hoy es mi día libre, así que no te preocupes. —Le regaló una sonrisa de lado mientras señalaba la bandeja—. Como verás, no hay una gran variedad de comida entre lo que he traído; la verdad es que no se me da muy bien mantener la despensa, por lo general no acostumbro a desayunar aquí.
Paula estuvo tentada de preguntarle a qué se dedicaba, pero contuvo la curiosidad al tener en cuenta que así le daba pie a que él también preguntase.
—Todo parece exquisito, no te preocupes.
Alfonso se sentó en la cama y puso la bandeja entre ambos para compartir el desayuno. Ella cogió su taza y sorbió de su café, reconociendo al instante el sabor que invadió su boca y la extasió.
—¿Jamaica Blue Mountain Coffee?
—Sí —contestó Pedro sorprendido.
—Es mi preferido, y el que acostumbro a tomar.
—También el mío.
Ambos se quedaron pensando en la coincidencia, pero Paula rompió el hechizo que se había creado entre ellos.
—Necesito volver a dejarte claro que no acostumbro a quedarme a dormir en casa de desconocidos.
—Lo hablamos anoche, Maite, no es necesario que sigas explicándomelo.
—Tampoco quiero que te hagas una idea errónea de lo que puede llegar a pasar entre tú y yo. — Paula se quitaba un peso de encima al decírselo, necesitaba dejarlo bien claro—. No busco una aventura.
Él sonrió por la seriedad con la que ella habló, le miraba la boca mientras lo hacía y sintiéndose tentado de comérsela a besos. Le fascinaba notar que su mirada la estaba impacientando y que sus palabras sonaban temblorosas.
Sumido en sus pensamientos, dejó de escucharla.
—Pedro, ¿me estás oyendo?
—Perfectamente.
—¿Y?
—¿Y qué?
—Por lo visto no me estabas escuchando.
—Me has pillado. —Le hizo un guiño y se miraron mientras él levantaba las cejas. Ambos empezaron a reír a carcajadas, pero al instante una punzada en las costillas hizo que ella dejara de hacerlo—. Lo siento, no ha sido mi intención que te doliera.
—¿Por qué haces todo esto por mí? —Volvió a formularle la pregunta que él no había oído—. Me cuesta entenderlo, Pedro, no hallo una razón válida para que actúes así conmigo, me parece increíble que un perfecto desconocido me brinde ayuda.
—No sé, Maite, es extraño para mí también, porque no soy precisamente un filántropo que recoge a gente necesitada en la calle, pero... tú anoche necesitaste ayuda y yo necesité brindártela. Creo que ésa es la única explicación que puedo darte.
—Lo pensé anoche mientras intentaba conciliar el sueño, y llegué a la conclusión de que no está bien que me quede aquí. Verás, agradezco sinceramente tu hospitalidad, pero no quiero liar tu vida, tú te has portado tan bien conmigo que no lo mereces, eres un buen hombre y yo... sólo podría ser una complicación para ti.
—¿Adónde irías? ¿Tienes adónde ir?
Ella se quedó pensando.
—Tengo muchos lugares adonde ir, pero en todos lados me encontrarían, ninguno es una buena opción. De todas formas...
Pedro la interrumpió.
—Entonces, mi casa es una buena opción.
—Entiende que no puedo aceptarlo, esto es algo que debo resolver sola.
—¿Qué temes, Maite? ¿A quién le temes tanto? Aunque no me lo hayas dicho, sé que es tu marido quien te ha dejado en este estado.
Paula hundió la mirada en las sábanas mientras se retorcía los dedos.
—Me da mucha vergüenza... Él antes no era así, pero tiene mucha presión en su trabajo, y eso le pone los nervios de punta.
—Eso es precisamente lo que menos quiero escuchar de tu boca: justificarlo no es la elección adecuada para irte de mi casa. —Pedro apartó la bandeja y la cogió de las manos—. Te juro que puedo protegerte, créeme que puedo hacerlo.
Lo miró a los ojos. Necesitaba creer en lo que le decía, necesitaba hacerlo aunque fuera un perfecto desconocido.
—Mi esposo tiene mucho poder, tú... tú no lo conoces.
—Yo también tengo el poder suficiente para contrarrestar el suyo. —Paula entrecerró los ojos, calculando las palabras que con tanta firmeza había dicho—. ¿Me creerías si te digo que la ley está en mis manos?
Pedro se acercó un poco más, le despejó la cara, echó su cabello hacia atrás y le acarició la frente con una suavidad extrema. Habría querido abrazarla, pero se contuvo de nuevo.
—Soy detective del Departamento de Policía de Nueva York, puedo protegerte. —Paula abrió mucho los ojos y tragó saliva—. Tranquila, te prometo que conmigo estás a salvo, Maite, no haré nada que tú no quieras que haga. Además...
—Tengo que irme.
Intentó salir de la cama.
—¿Adónde irás Maite? Acabas de decirme que no tienes adónde ir; por favor, no seas terca.
—No importa, debo irme.
—¿Sabes que la violencia de género mata en el mundo a más personas que cualquier enfermedad que se te ocurra? En estadísticas, suman más las mujeres muertas por violencia de género que por accidentes de tránsito; incluso mueren más mujeres por esta causa que por una guerra.
—Tengo que irme, debo hacerlo.
Pedro la cogió de los hombros intentando hacerla recapacitar, pero ella ya estaba de pie.
—Entiende lo que te digo, Maite: cada quince segundos una mujer es agredida en alguna parte del continente. Déjame ayudarte, no quiero llegar un día a una casa porque mataron a una mujer a golpes y cuando abra la bolsa mortuoria encontrarme con que eres tú. ¿Quieres seguir perteneciendo a esa estadística, o quieres una vida con igualdad de posibilidades?
—¡QUIERO RECUPERAR MI VIDA! ¡Por supuesto que lo quiero! —gritó y se echó a llorar—. Pero no sé cómo hacerlo, no sé, me he olvidado de cómo se hace, me he olvidado de todo lo bueno de la vida, me siento muerta. Es un laberinto que parece no tener salida, y me encuentro atrapada en él.
—Chist, chist, no llores. Te he dicho que a mi lado no quiero que llores. A mi lado sólo quiero verte sonreír.
Paula sintió que se desintegraba con la dulzura con que Pedro se había expresado, y él la abrazó y la sostuvo. Hacía mucho tiempo que no la trataban así, demasiado tiempo que no sentía el abrigo de los brazos de un hombre. Se impregnó de su olor, y aunque le hacía daño mover las extremidades se aferró a él como si fuera un náufrago y Pedro fuera la única tabla en el océano a la que agarrarse; se sintió protegida, cuidada. Cerró los ojos y lo disfrutó, guardó en su corazón herido ese abrazo, ese gesto de cariño que necesitaba más que nada en el mundo.
Él le acarició la espalda, recorriéndola con las palmas abiertas con la sola intención de calmarla, tratando de ser su alivio, su roca. Tuvo una sensación extraña y desconocida, una sensación que le costaba entender porque, como decía ella, ellos eran casi dos desconocidos. Pero esa necesidad de protegerla, de no dejarla ir, lo hizo pensar de nuevo en que quería conocer a esa mujer más profundamente, que no se trataba solamente de un acto humanitario. La mujer que él creía que se llamaba Maite lo atraía mucho, comprendió que el deslumbramiento de la primera vez que la vio todavía continuaba, que no era una más, que no le era indiferente, que su piel se electrizaba con solamente mirarla.
Si bien tenía sensaciones carnales con ella y así había sido desde un principio, ahora quería ahondar mucho más en su vida. No le importaba la carga que llevaba, se sentía un titán,
un verdadero gigante para luchar contra lo que fuera.
Se dio cuenta con ese abrazo de que no la dejaría ir porque la quería en su vida; entendió que ansiaba ser quien le devolviese la sonrisa.
En el mismo instante en que se sintió imbatible también se sintió vulnerable, temeroso de que a ella no le ocurriera lo mismo que a él, y aunque no era prudente necesitaba probar, necesitaba tantear el terreno.
Se apartó de ella, relajó el abrazo y sin dejar de sostenerla la cogió del mentón y la obligó a que se centrase en él; la recorrió con una mirada mordaz, una mirada ansiosa que ella le sostuvo aunque lo contempló temerosa; aun así Pedro entrevió en Paula su misma ansiedad. Poco a poco fue disminuyendo el minúsculo espacio que los separaba,Alfonso se acercó más y ella otro tanto, se
rozaron con el aliento, respiraron fuerte, y entonces, traspasando todas las barreras, unieron sus labios, se dejaron llevar por un beso calmado, cariñoso, se acariciaron las lenguas con sencillez, se probaron delicadamente.
Sin proponérselo, esa caricia fue dando paso a otras emociones, lentamente, ese beso delicado y sereno se fue transformando en uno urgente, vigoroso y anhelante.
Deseosos de seguir probándose, danzaron sus lenguas imperiosas, se recorrieron con ellas una y otra y otra vez, hasta que a ambos les faltó el aliento.
Cuando se apartaron, con prudencia y retomando la misma sensatez con la que se había conducido hasta entonces, Pedro se disculpó por la vehemencia y el arrebato.
—No lo sientas, Pedro. Yo no lo siento, porque ha sido el beso más hermoso que me han dado.
Lo miró, sus palabras habían salido de su boca sin casi pensarlas, habían brotado de sus entrañas, de esas entrañas que se habían sentido vivas cuando él entró en su boca.
Sin hacerla esperar, él volvió a arrebatar sus labios, volvió a apoderarse de ellos consumiéndolos con los suyos. Su lengua danzaba locamente con la de ella, le mordía el labio superior porque el otro lo tenía lastimado, deslizó las manos para sostenerla de la nuca y sentirla más suya aún, la despojó de toda razón intensificando el beso y acrecentando el deseo; finalmente, transportándolos muy lejos, el beso caló muy hondo en cada uno.
Les faltaba la respiración.
—Tengo miedo, sé que esto no está bien —dijo ella acariciándole la boca, repasando esos labios que se habían apoderado de los suyos.
—Has dicho que te ha gustado mi beso.
—Y lo confirmo, pero soy consciente de que no está bien.
—¿Y qué es lo correcto? Nos hemos dejado llevar por nuestras ansias, por la atracción; lo hemos disfrutado, yo al menos lo he disfrutado.
—Pero estoy casada, Pedro, y no está bien, yo no soy así... No busco una aventura, te lo dije.
—No quiero una aventura, quiero conocerte.
—No es posible que tú y yo avancemos, estoy casada. No está bien —insistió mientras él la mantenía abrazada.
—¿El color de tu piel sí está bien? ¿El morado con que está teñida sí está bien?
Ella negó con la cabeza.
—Dios, Pedro, no puedo creer que esté aquí, hablando de esto contigo y a centímetros de tu boca. — Cerró los ojos, inspiró y los volvió a abrir—. Y menos puedo creer que no quiera dejar de hacerlo. Debo de estar loca por sentirme así.
—No estás loca, simplemente estabas dormida y has descubierto que puedes sentir. Has descubierto que tu cuerpo no sólo siente dolor físico, y estás asombrada por eso.
—Pero en la vida es necesario cerrar un capítulo para poder abrir otro.
—Lo cerraste anoche, cuando te fuiste de tu... —pensó lo que iba a decir, pero lo hizo igual—... de tu cárcel. Has dado el primer paso y el más importante, has dicho basta, has puesto un punto final a lo que no quieres más en tu vida. ¿Acaso me estoy equivocando?
—Necesito absorber la seguridad de tus palabras, necesito hacerlas mías.
—No hay nada que te lo impida.
—Te equivocas, hay mucho... demasiado tal vez. Mi familia, ellos no lo entenderán.
—Maite, ¿qué es lo que no entenderán? —Se apartó de ella, se agarró la cabeza—. Solamente tienes que mostrarles tu cuerpo golpeado.
—No es tan fácil, dicho así suena muy simple, pero mostrar esos hematomas supone una gran humillación para mí. Mis padres son muy exigentes con las costumbres, para ellos el matrimonio es para toda la vida, sería una afrenta a nuestro buen nombre que yo me separase. Yo siempre he hecho lo correcto, todo como debe ser, como se esperaba, y sería una gran desilusión para ellos, para mi padre más que nada. Ellos tienen un nombre en la sociedad en la que se mueven, y...
—Maite, no puedes cerrarte de esta forma. ¿Crees que tus padres no entenderán el calvario por el que estás pasando? No puedo creer lo que estoy oyendo, estamos en el siglo XXI y no me entra en la cabeza lo que estás diciendo; despierta al hoy y al ahora, por favor. ¿De qué valdría un sacrificio así?Además, eres una persona adulta.
El móvil de Paula sonó. Ella lo buscó en el bolso y dudó si contestar.
—Si es él no respondas —le espetó Pedro.
Después de comprobar que no era su esposo, ella atendió la llamada.
—¿Dónde mierda te has metido? Por favor, dime que estás bien, porque te juro que tengo el corazón encogido. Menos mal que pudiste coger el móvil.
—Estoy bien, no te preocupes, te juro que estoy bien.
Pedro la miraba pensativo.
—Tu marido está loco, acaba de irse de la galería y lo ha roto todo. Por favor, no regreses, dondequiera que estés quédate ahí, irte es lo mejor que has podido hacer en la vida.
—Amiga, estoy bien, te juro que estoy a salvo y no pienso regresar.
—Dios por fin ha hecho el milagro y te has ido de esa jaula.
Pedro le arrebató el móvil y cortó la llamada.
—¿Qué haces?
—No quiero que rastreen esa llamada hasta que decidamos qué hacer. Habla con tu amiga desde mi teléfono.
—Él no sabe que existe este teléfono. No está a mi nombre, mi amiga me lo compró para que pudiera llamarla cuando la necesitase, sin que pudiera controlarme.
Alfonso no se extrañó al saber que la controlaba, sabía que los maltratadores actúan así.
—Bien pensado, pero si pretendes que no te encuentre, ahora no es seguro. Si tu marido tiene recursos suficientes como para buscarte, lo primero que hará será mirar en los registros de tus amigas y de todas las personas que él considere que pueden ayudarte. —Pedro permanecía con la mano extendida ofreciéndole su teléfono—. ¿Tiene los recursos? —preguntó ante la mirada atónita de Paula, que asintió con la cabeza—. Toma, entonces habla desde mi móvil.
Llamó a su amiga:
—Hola, Paula, soy Maite de nuevo.
—Pau, ¿eres tú? ¿Qué estás diciendo? ¿El maldito Manuel te ha pegado en la cabeza y te crees que eres yo? ¿Estás bien? Tu nombre es Paula, y el mío es Maite.
—Sí, sí estoy bien, te llamo desde este número porque es más seguro, para que no nos relacionen si él me busca. Estoy bien, me encuentro bien, te lo juro, un amigo me está ayudando, no te alarmes, no quise ir con vosotros porque allí me encontraría.
Hundió la mirada en el suelo, se sentía incómoda hablando frente a Pedro y además le apenaba cada vez más haberle mentido con su nombre.
El detective notó su incomodidad y decidió dejarla sola para que pudiera hablar con su amiga.
—Paula, ¿dónde mierda estás? ¿Amigo, has dicho? ¿Qué amigo? Tú no tienes amigos.
—Estoy en casa de Pedro.
—¿Y ése quién es?
—¿Recuerdas al que me ofreció la copa en el bar?
—¿Qué? Paula, ¿estás de broma?
—No es broma, ya sé que todo es muy irreal e increíble, pero el destino lo ha puesto en mi camino y me está ayudando.
—Me muero, Pau. —A Maite le entró la risa—. ¿Estás en su casa?
—Sí, he pasado la noche aquí, pero no empieces a maquinar en tu cabeza, que nada es como piensas.
—Espera que me siento, porque esto es demasiado. ¿Has pasado la noche con él?
—No es lo que estás imaginando, que te conozco, así que no empieces. Pedro es todo un caballero y te aseguro que en las condiciones en las que me encuentro no estoy para eso.
—¿Que te ha hecho el bruto de Wheels? No me asustes.
—Me ha fracturado una costilla. —Del otro lado de la línea se oyó claramente la exclamación que Maite dejó escapar ante lo dicho por Paula—. No es nada grave, no te asustes, ya me ha visto un médico, te juro que estoy bien. Sólo necesito que me ayudes a pensar adónde ir, porque como comprenderás no puedo seguir quedándome aquí. Pedro es muy hospitalario, pero no puedo implicarlo más en esto; además no es correcto, él ni me conoce y yo estoy invadiendo su vida.
—¿Que no es correcto dices? Nena, métete en su cama, móntatelo, vuélvelo loco, déjate llevar por la pasión y cómete a ese caramelo que está para chuparse los dedos; ya verás como él te cura de todos los males.
—No tienes remedio. Te estoy hablando de algo importante y mira con lo que sales.
—Déjate de tonterías, que ese macho te tiene más ganas que Adán a Eva. ¡Dios, me mueroooo! No puedo creer dónde estás. Cuéntame, ¿cómo es? ¿Cómo has ido a parar ahí?
—No puedo contártelo ahora, sólo te diré que es divino. Si me llamas recuerda que tú eres Paula y yo soy Maite —habló casi en secreto.
—Mierda, Pau, ¿por qué le has mentido?
—No sé, tenía miedo, estaba muy asustada porque acababa de escaparme y eso fue lo que salió de mi boca. Ahora me arrepiento, pero no sé cómo confesarle la verdad, me da mucha vergüenza. ¿Qué ha dicho el ogro?
—Me encanta que lo llames ogro. Está loco, me ha amenazado, pero yo no lo temo, así que no debes preocuparte. Pero sí ha roto todo en la galería, lo siento mucho, no ha habido forma de frenarlo; ha entrado con sus matones, esos que hace llamar sus guardaespaldas, y nos ha exigido a Ed y a mí que le digamos dónde estás. Si sigue jodiéndome lo denunciaré. Antes tú estabas de por medio, pero ahora que tú no estás con él, ¡que se pudra!
—Por favor no hagas nada, cuando vea que no vuelvo se le pasará. No te metas en líos con él, sabes que tiene poder.
—No lo temo.
—Hazlo por mí, necesito que me olvide, no lo provoques.
—Está bien, tranquilízate, con tal de que no vuelvas con él haré lo que me pidas. Quiero verte.
—No sé, ¿y si te siguen?
—Puedo ir a la casa de Pedro, creerán que tengo algo con él. Para despistar podría dejarse ver y yo hasta estaría dispuesta a sacrificarme y que me dé un beso de recibimiento, para que sea más creíble.
—Ya está bien, no tienes límites. ¿Crees que Pedro se prestaría a una cosa así?
—No te molestes; será sin beso, no te pongas celosa.
—Luego te llamo, contigo es imposible hablar seriamente.
Paula cortó la comunicación y fue hacia la sala. Pedro no estaba a la vista, pero se oían ruidos de mancuernas o discos de pesas. Siguiendo los sonidos abrió la puerta que la condujo a donde él estaba, recostado en un banco de gimnasia levantando peso. Al verla entrar, dejó la barra apoyada en la horquilla y se incorporó ágilmente, cogió una toalla para secarse un poco la transpiración y se quedó sentado mirándola.
—No era mi intención interrumpirte, prosigue, por favor.
—No lo has hecho, solamente he venido a hacer un poco de ejercicios para darte intimidad.
Ella miró a su alrededor evitando su mirada. Pedro estaba demasiado sexy, sudoroso, y sentirlo así le produjo un escalofrío en la piel que le recorrió toda la columna vertebral.
—¿Has podido hablar tranquila? ¿Estás segura de que esa persona no dirá tu paradero? Aunque... no puedes vivir escondida.
Pedro se acercó a ella, la cogió del mentón y le dio un tierno beso mientras buscaba su mirada.
—Lo sé, pero necesito tiempo. —Le guiñó un ojo y ella sonrió tímidamente, derretida por la proximidad de él—. Mi amiga es la que estaba conmigo la otra noche en el bar, es como mi hermana, te aseguro sin temor a quemarme que pondría las manos en el fuego por ella.
—Perfecto. Voy a darme una ducha, puedes sentirte como en tu casa.
—Te aseguro que no quiero sentirme como en mi casa. Pedro —Paula lo llamó antes de que saliera; a Pedro le encantaba escuchar cómo pronunciaba su nombre—, ¿sería mucho abuso pedirte que mi amiga venga a verme? Es que juntas podríamos pensar adónde debería ir.
—Si es para eso, entonces te digo que es un gran abuso por tu parte. —Sonrió y levantó una ceja —. No la quiero aquí porque no quiero que te vayas. —Se miraron con solemnidad—. Pero... comprendo perfectamente que necesitas independencia y me parece muy bien que comiences a darte cuenta de que puedes tomar todas las decisiones que creas conveniente.
Le facilitó su dirección para que se la pasara a su amiga y se acercó a ella para buscar su boca y besarla, lamió sus labios, resiguiéndolos, introdujo la lengua y Paula lo acogió. Consideraba sus besos relajantes y exquisitos, y aunque casi no lo conocía no podía evitar el contacto con él.
—Si finalmente cambias de opinión y decides que deseas quedarte aquí, sabes que puedes hacerlo.
Yo no estoy en todo el día, por lo general me voy muy temprano y vuelvo por la tarde, así que si quieres mi casa es tu casa; piénsalo.
Ella levantó con esfuerzo los brazos y se asió de su cintura arrebujándose en su pecho.
—Estoy sudado.
—No me importa, sólo deseo sentirte y comprobar que no estoy dentro de un sueño.
Él le besó la base de la cabeza; su comentario lo había enternecido.
—No es un sueño, así es como debe ser tu vida. Has de ser la única dueña de tus decisiones y no pasar por ningún sinsabor, o al menos no deben ser más de la cuenta.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)