jueves, 18 de febrero de 2016
CAPITULO 16
Regresaron al apartamento de Pedro, aunque no había sido fácil convencer a Paula para que volviera con él. Ella se había empecinado en que la ayudara a conseguir una habitación de hotel. Una vez en la casa fue otra odisea persuadirla de que se acostara en su cama, pero tras insistir mucho, Pedro lo consiguió.
—Antes permíteme cambiar las sábanas, porque cuando mi amigo me ha llamado ya estaba metido en la cama.
—¿Solo o acompañado? —Paula se ruborizó al instante de haber hecho la pregunta y se disculpó —.Perdona, no es de mi incumbencia, no tengo derecho a preguntarte eso.
—En mi casa siempre duermo solo.
Se miraron.
—Entonces ¿por qué quieres cambiar las sábanas? —dijo ella, y él sonrió—. Con que las estires es más que suficiente, no me hagas sentir que soy un estorbo, por favor, aunque lo sé de todas maneras.
—¿Ya empezamos?
Ella quiso negar con la cabeza, pero ese simple movimiento la hizo quejarse de dolor.
—Déjame ayudarte para que te acuestes. Buscaré un pijama mío, te quedará un poco grande, pero...
—Será perfecto —lo interrumpió ella.
Pedro le quitó el calzado y le masajeó los pies. Luego la levantó, le puso el pantalón, le dio la vuelta y le subió la prenda por los brazos. Como llevaba la venda puesta no se la veía desnuda, pero aun así Pedro admiró la piel traslúcida de sus hombros, uno de los pocos sitios donde no tenía moretones. Era tersa, perfecta, sintió la tentación de acariciarla, pero no era lo correcto.
—Por favor, Pedro, agradezco tu ayuda, pero no me mires los hematomas —rogó ella avergonzada.
Él se apresuró a cubrirla, le dio la vuelta otra vez, la miró a los ojos por unos instantes y acercándose más de la cuenta dijo:
—Como que me llamo Pedro Alfonso, te prometo que tu piel nunca más tendrá este color. No lo permitiré.
La promesa no sólo era para Paula, también para sí mismo.
Habría querido asaltar su boca, devorarla, apropiarse de ella, pero tras una profunda respiración se decantó por darle un tierno beso en la frente. La ayudó a meterse en la cama, colocó varios almohadones y almohadas para que quedara semirrecostada y cuando se cercioró de que estaba cómoda fue hacia el vestidor a buscar ropa de dormir para él.
Los calmantes finalmente hicieron que el dolor cediera un poco y Paula concilió el sueño.
Alfonso, tras buscar unas mantas y una almohada, se instaló en el sofá del salón. Estaba incómodo, normalmente dormía en bóxer y si estaba muy cansado, como era el caso, prefería hacerlo desnudo, pero con Paula en su casa y después de todo lo que estaba pasando pensó que no era lo adecuado, así que se puso un pantalón de pijama.
Miró la hora. Era tarde, pronto amanecería. Por suerte no tenía que ir a trabajar por la mañana porque era su día libre.
Sonrió de forma infantil, ya que no quería dejarla sola.
Cogió el móvil y una a una fue pasando las fotos que su hermana había tomado de las laceraciones del cuerpo de Paula. Cuando quiso darse cuenta, estaba apretando tanto las mandíbulas que tuvo la sensación de que los dientes iban a estallarle en mil pedazos. Estaba acostumbrado a ver esa clase de fotografías por su profesión —en realidad las había visto peores—, pero la impotencia que experimentó viéndolas fue tal que se sintió un novato.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario