viernes, 19 de febrero de 2016

CAPITULO 20






Habían charlado tanto que el tiempo había pasado volando. 


Maite había ayudado a Paula a darse un baño y a cambiarse de ropa.


Se oyó el ruido de la llave en la cerradura. Pedro estaba de vuelta con suministros que había adquirido en el mercado. 


No era lo que acostumbraba a hacer en su rutina diaria, pero al tener una huésped en su casa quería surtir la despensa y el congelador.


Dejó apoyadas las compras en la encimera y se acercó hacia donde estaban las mujeres. Fue realmente extraño llegar a su casa y encontrar gente en ella, pero al ver a Paula supo que le encantaba que estuviera sentada en su salón.


Se acercó a ella y le dio un beso en la coronilla.


—¿Te encuentras bien? Veo que recibir la visita de tu amiga te ha puesto de muy buen humor, se nota en tu mirada.


—Si la conocieras tanto como yo te aseguro que coincidirías conmigo. Esta mujer es capaz de levantar a los muertos de sus tumbas.


—No es para tanto, tú eres mi amiga y me quieres —dijo la verdadera Maite.


—¿Te quedas a cenar con nosotros? —propuso Pedro.


—¿Cocinas? —La rubia se mostró asombrada—. Dímelo despacio, bombón, porque eso sencillamente te haría perfecto. Eres buen mozo, quiero decir que estás buenísimo, o sea, ¡estás que rajas la tierra de bueno! Y si además cocinas...


Pedro se rio sin parar por la desfachatez con la que le hablaba. Paula se mordía el labio inferior y negaba con la cabeza sin poder creer que su amiga fuera tan insolente. La conocía bien, pero jamás dejaba de asombrarse de su espontaneidad. Pedro, por el contrario, parecía muy divertido.


—Siento decepcionarte, te aseguro que lo he intentado varias veces, pero la cocina y yo no nos llevamos bien; como mucho una hamburguesa o algún congelado que sólo se tenga que calentar. Pero si te quedas pediremos comida árabe; ¿os gusta?


—Me quedo, pero yo cocino.


—Ella es una excelente cocinera, Pedro—apuntó Paula halagando a su amiga.


—Entonces no se hable más. Si se trata de comida casera es imposible negarse, pero no sé si tendré todo lo necesario para que la hagas.


—Déjame dar una ojeada a ver qué tienes y en esto —chasqueó los dedos— te arreglo una cena.


—Adelante —Alfonso hizo un ademán con la mano—, la cocina es toda tuya. Si te falta algo me lo dices y llamo al dependiente del mercado para hacerle un pedido.


—No te preocupes, bombón, en un segundo te digo lo que necesito.



****


Cenaron animadamente los tres. Maite preparó un pollo frito y unas judías negras para chuparse los dedos. Hablaron de la galería de arte mientras Pedro, para mimar a Paula, le daba raciones pequeñas en la boca.


A la vez que ellos disfrutaban de los cariñitos, la verdadera Maite los observaba ilusionada; hacía tanto que no veía a Paula sonreír de esa forma que le estremecía el corazón ver que su amiga se encontraba relajada, despreocupada, sin tener que adoptar una actitud fingida. Se dijo entonces que si cerraba los ojos e intentaba volver atrás, por más que hiciera un escrutinio en su memoria, realmente no recordaba haber visto a Manuel tratándola de esa forma, ni siquiera cuando se suponía que estaban bien, ni siquiera cuando eran novios.


Por el contrario, Pedro se mostraba solícito y Maite notaba claramente que estaba interesado en su amiga. Viéndolos en ese entorno, sólo deseaba que Paula se animara y que realmente encontrase la fortaleza necesaria para volver a vivir.


—«Ojalá que esto siga adelante —pensó en silencio mientras bebía su copa de vino—. Pau necesita volver a ilusionarse.»


Cuando terminaron de cenar, la rubia y Pedro quitaron la mesa y lavaron los platos sucios. Una vez que estuvo todo en orden, como ya era un poco tarde, la invitada decidió retirarse.


Puesto que suponía que era muy posible que la siguieran, le sugirió a Pedro que la acompañase a la salida para que la vieran con él. A éste le pareció adecuado.


—Gracias por acompañarme, caramelito. La verdad es que mi querida amiga necesita recuperarse físicamente para hacer frente a lo que seguro que vendrá.


—¿Qué vendrá? —Pedro miró a la rubia inquisitivo.


—Te lo contaría todo, pues veo que tienes las espaldas bien anchas para hacerle frente al ogro, pero no me corresponde, es ella quien debe sincerarse contigo. —Lo miró sonriendo mientras él estudiaba cada una de sus palabras al bajar en el ascensor—. Dale tiempo, estoy segura de que muy pronto lo hará; si algo la conozco, sé que lo hará.


—¿Sabes? En otro momento habría usado todos mis recursos para averiguarlo, y créeme que los tengo, pero también quiero oírlo todo de su boca, así que no utilizaré las armas de las que dispongo para averiguarlo. Metiéndome en bases de datos podría desentrañar el misterio enseguida, pero así actuaría el Pedro Alfonso detective, y con ella quiero ser el Pedro Alfonso hombre.


Salieron del ascensor y se dirigieron a la calle.


—Sólo te pido que la cuides. No le hagas daño, por favor, demasiado le han hecho ya.


—Descuida, sé reconocer a una mujer íntegra y cuándo no es alguien para pasar el rato, y ella se ha convertido en mi meta, no voy a dejarla sola.


—Gracias, Pedro. No sé si eres muy creyente, pero creo que Dios ha puesto la mano y ha hecho que vuestros caminos se junten.


Lo abrazó, muy agradecida, y él la sostuvo, cerró los brazos y le demostró que correspondía a su muestra de cariño.


Tras despedirse de la verdadera Maite, Alfonso regresó al apartamento. Paula estaba sentada en el sofá, inmersa en las notas de Somebody, * una canción que le encantaba; permanecía con los ojos cerrados mientras disfrutaba de la letra y la melodía. Pedro la sorprendió al hablarle: —¿Quieres acostarte? ¿Estás cansada?


Ella negó con la cabeza.


—Ahora que mi amiga se ha ido, quiero hablarte de algo. —Pedro se tumbó en el sofá y apoyó la cabeza en su regazo mientras ella jugaba con su pelo—. Sé que me ofreces tu casa con mucho gusto.


—Pero... —dijo él entrecerrando los ojos.


—Pero necesito encauzar mi vida, necesito enfrentarme a este proceso y para ello me hace falta un lugar.


—Aquí tienes un lugar. ¿No quieres un lugar en mi vida?


—A decir verdad, creo que sí, pero convendrás conmigo en que nos acabamos de conocer, y no es lógico que me venga a vivir contigo. Tú tienes tú vida, tus horarios, tus costumbres, tus gustos, y yo, yo no sé dónde estoy situada, necesito buscar un equilibrio, y sobre todo necesito independencia.
»¿Sabes? En mi vida siempre he dependido de alguien, cuando estaba soltera vivía haciendo todo lo que querían mis padres. Vengo de una familia muy conservadora; mi padre, aunque es un gran hombre, tiene un carácter muy fuerte y muchas veces es demasiado autoritario. De vivir en la casa paterna, me fui a vivir con mi esposo, que poco a poco empezó a tomar decisiones por mí. Como yo estaba acostumbrada a eso no le di mayor importancia, pero todo fue a más, él cada vez ha ido tomando más y más decisiones, hasta el punto de no tener ni una sola a mi cargo. Tal vez sea porque mi carácter es bastante dócil, por así decirlo, pero estoy cansada de cómo soy hoy; quiero ser yo por una vez en la vida, quiero encontrarme a mí misma tomando decisiones, bien o mal, equivocándome o acertando, pero necesito hacer algo por mí y para mí.


Pedro se aferró a sus muslos y sintió cómo se tensaba al hablar.


—Tranquila, entiendo perfectamente lo que me estás explicando. Sé de sobra que todo lo que me estás diciendo es verdad y lo puedo comprender. Pero aun así, quiero que entiendas algo: no te dejaré irte de aquí hasta estar convencido de que el lugar a donde vas es seguro. ¿Cómo te lo explico sin que creas que estoy coartando tu libertad? Te aseguro que no es eso lo que quiero.Maite, a diario veo casos de violencia de género en mi profesión. Tu esposo no debe de estar muy feliz con tu marcha, por eso mismo necesito protegerte, cerciorarme de que tu integridad física está a salvo. He de asegurarme de que nada malo va a pasarte nunca más.
»¿Sabes una cosa? A mí me sería muy fácil averiguar quién es tu esposo y hacerle saber que no estás sola, que supiera claramente que no se podrá acercar más a ti. Pero estoy dispuesto a hacer las cosas a tu manera, darte tiempo para que tú me digas quién es él cuando puedas superar tus miedos; quiero que sepas que a tu lado tienes a un hombre que está dispuesto a darte tu lugar y que no va a manipular ninguna de tus decisiones.


—No te haces una idea de lo importante que eso es para mí, pues no sólo necesito creer en mí misma, sino también volver a confiar en que lo blanco es blanco y lo negro es negro. Estoy acostumbrada a oír que todo es blanco y claro, pero a puertas cerradas todo se tornaba negro y oscuro.


—Lo sé, entiendo perfectamente todo el daño que te han hecho, sé que no sólo son marcas físicas, que hay muchas emocionales que debes sanar y ésas son las que más tiempo llevarán, pero te ayudaré a que lo hagas; si me lo permites, claro.


—Sí. —Lo miró esperanzada—. Por supuesto que te lo permito —contestó con toda seguridad.


Él se incorporó ligeramente y respiró muy cerca de su rostro, rozándola con la punta de su nariz, le dio cálidos besitos y fue descendiendo a su cuello; habría querido seguir bajando, pero sabía que debía contenerse, ella aún estaba muy dolorida y tenía que tratarla como a una flor, además no quería meterle prisa: debía conformarse con besos.


Se apartó unos instantes para mirarla a los ojos, para ahondar su mirada café en la cetrina de ella, y entonces, sin demorar más el inminente beso, acarició primero sus labios con los suyos, le dio unos mordisquitos, los repasó con la lengua y finalmente los cogió con atropello y placer, repasándolos una y otra vez con su lengua ansiosa.


Ambos estaban tan vehementes y exaltados que olvidaron el corte y el moretón que ella tenía en la boca.


Sus ansias eran tales que apagaban todo el dolor, transformándolo en deseo.


Pedro colocó la mano bajo el trasero de ella; aunque pugnaba por contenerse, era casi imposible; se apoderó de sus nalgas, las acarició, las sostuvo entre las manos apretándolas.


Presa de la seducción que sus besos le producían, ella levantó los brazos y se aferró a su cuello, quería dejarse llevar. Él se apartó y sonriente la miró con anhelo; Paula, impaciente, se apoderó nuevamente de sus labios y notó una punzada en su vagina; se sintió feliz por estar así, hacía tanto que un hombre no le despertaba esas ansias, esos escalofríos y esas cosquillas que invadían su cuerpo.


Pedro...


—¿Qué?


—Te deseo, pero tengo miedo de estar equivocándome.


—Yo también te deseo, pero mi miedo es diferente al tuyo: temo hacerte daño físico.


Con la respiración entrecortada se alejó de ella, la miró a los ojos, se puso de pie y la cogió en sus brazos. Caminó con ella hacia el dormitorio y la tumbó sobre la cama, pero en ese momento ella se quejó, una mueca de dolor le invadió el rostro y le cortó la respiración.


—Perdón, no he querido causarte dolor.


—No me has hecho daño, no te aflijas, es esta costilla. —Se tocó el costado—. No veo el momento de que sane.


—¿Has tomado la medicación?


—Al pie de la letra.


—Bueno, tenemos tiempo, lo importante es que te alivies.


—Perdón por ser una carga, qué vergüenza.


—Chist —se inclinó y le dio un sonoro beso—, no me pidas nunca más perdón. Tú y yo debemos terminar de hablar, hemos dejado la conversación a medias.


—¿Quieres dormir conmigo en tu cama y así terminamos de hablar? Estoy segura de que ese sillón es muy incómodo para pasar otra noche ahí.


—Acepto. —Guiñó un ojo—. Voy a apagar las luces.


Paula temblaba, no se reconocía tan lanzada; pensó que quizá se había contagiado de Maite.


La ayudó a que se metiera en la cama y luego comenzó a desvestirse. Sin disimulo, Paula se lo comía con la vista; cuando se quitó la camiseta y su torso quedó desnudo pensó que se le detendría el corazón: era perfecto, torneado en su justa forma, fuerte, atlético y muy varonil.


«Dios, cuando se lo cuente a May, se muere. Pero si me he mojado con sólo mirarlo, me siento una pervertida y me da vergüenza lo que estoy sintiendo, pero no me importa, cómo lo disfruto.»


Pedro se quedó en bóxer, se metió en la cama junto a ella y le posó la mano en la frente.


—¿Te sientes bien?


—Sí, ¿por qué?


—Te noto acalorada, me ha parecido que tal vez tenías fiebre...


Se rio a carcajadas; la había estado observando con el rabillo del ojo mientras se desvestía.


—No te burles.


—Ven aquí, déjame abrazarte —dijo jocoso.


—Estás muy chistoso.


—Un poquito. —Le besó el cuello—. Tendrás que pensarte bien adónde te irás, mira qué bien puedo cuidarte si te quedas aquí conmigo.


—Tramposo.


—Solamente estoy mostrándote lo que te perderás si te vas; en cambio si te quedas puedo darte muchos besos —le dio muchos besos en la mejilla—, calentarte los pies —enredó los suyos con los de ella— y abrazarte muy fuerte para que no sientas frío en las noches del invierno. Bueno, eso no te lo puedo demostrar ahora, porque sé que te duele la costilla.


—Me lo he imaginado de todas maneras y sé que sería muy agradable.


—Te aseguro que sí.


—Eres una tentación, Pedro Alfonso, haces que no me reconozca a tu lado. Si supieras lo tímida que soy, te aseguro que tú también estarías asombrado.


—Eso es muy bonito. —Se besaron—. Deja tu timidez y sigue así, te aseguro que me encanta.


—Pero si seguimos así nunca terminaremos de hablar.


—Es que tú eres una adorable tentación, Maite —Le quitó el pelo de la frente—. Pero me preocupa de verdad adónde irás.


—No debes preocuparte, aunque agradezco que lo hagas. Una amiga ha llegado de España, de Sevilla exactamente, tiene una casa en Long Island y me ha invitado a que me quede con ella. Mi marido no conoce a Tiaré.


—Perfecto. Puedo llevarte mañana cuando vuelva de trabajar.


—No es necesario, pediré un taxi.


—¿También rechazarás que te lleve?


—No te rechazo, Pedro, te lo he explicado en el sofá.


—Lo sé, lo siento, me he expresado mal. Quiero llevarte y ver el lugar para quedarme tranquilo.


Sonó el buscapersonas y acto seguido el teléfono de Pedro.


—Dame un segundo. —Miró la pantalla de su teléfono y contestó, algo extrañado por recibir una llamada en su día libre—. Hola, Eva.


Al contestar miró a Paula, y ésta no pudo dejar de sofocarse al oír que lo llamaba una mujer. Él se dio cuenta.


—Perdón por la hora, Pedro, pero he recibido una información: creo que tenemos al que se nos escapó. Ya se ha lanzado la alerta y la orden de allanamiento para irrumpir en el lugar viene en camino. Voy para allá, los refuerzos ya han salido.


—Gracias por avisarme, verifico la alerta y salgo también.


—Sé que es tu día libre, pero también sé que quieres atraparlo.


—Ni lo dudes. —Cortó el teléfono y se incorporó en la cama—. Lo siento, Maite, voy a tener que irme, es por un caso en el que trabajo. La que me ha llamado es mi compañera, la mujer que viste el otro día en la tienda.


—Ah —dijo ella fingiendo desinterés—. No la recuerdo bien, pero me pareció bonita.


Él se rio.


—Si no la recuerdas bien... ¿cómo sabes que es bonita?


—Así que lo admites: es guapa.


—Sí —dijo él mientras se calzaba los vaqueros sin pérdida de tiempo—. Creo que Eva es guapa, pero no es mi tipo, además es mi compañera de trabajo, y en la policía nunca se mezclan las cosas. — Se quedó mirándola a los ojos mientras sacaba de un cajón la tobillera para ponérsela y guardar su arma de repuesto—. Al menos yo no las mezclo.


—¿Vas a un sitio peligroso?


Ella observaba muy atenta todos sus movimientos.


—Un poco, pero estoy entrenado para el peligro, no debes preocuparte —respondió mientras se calzaba la funda de su arma reglamentaria en la cintura.


—¿No son demasiadas armas?


—¿Te asustan?


Ella asintió con la cabeza.


—No temas, sólo hay que tenerles respeto. Podría enseñarte a usarlas. —La miró a los ojos—. Aún debo llevar más armas, pero no pongas esa carita por favor, se te ve muy angustiada.


—Me asusta cómo te estás preparando, parece que vas a la guerra.


—No voy a un lugar muy bonito, por eso tengo que ir preparado.


—¿Te pondrás un chaleco antibalas?


—Lo tengo en el coche. —Se acercó y le habló sobre los labios mientras alternaba con besos—. Intenta dormir, espero no tardar demasiado. Descansa, te prometo que iré con cuidado. Y no temas por mí, sé preservarme y mantenerme a salvo.


Ella asintió con la cabeza.



CAPITULO 19






—¡ Qué sorpresa verte por aquí!


—¿Cómo estás? Anoche me quedé preocupado por ti.


—Sólo estoy resacoso. Gracias por irme a buscar.


Pedro le dio un golpe en la espalda para hacerle entender que no había para tanto.


—¿Has denunciado el robo de tus tarjetas?


—Sí, esa zorra me las va a pagar en cuanto me la encuentre. Ya he ido por mi coche también.


Sonó el timbre y Agustin se mostró extrañado al saber quién se anunciaba a través del telefonillo.


—Sí estás ocupado me voy, tal vez esperabas a alguien y he venido a interrumpir.


—No te preocupes, es mi cuñado, el excelentísimo senador Manuel Wheels.


—¿Wheels es tu cuñado?


—Sí, ¿no lo sabías?


El golpeteo en la puerta interrumpió la conversación.


—¿Qué haces cuñado? Pasa, pasa, ¿a qué se debe tu honorable presencia? ¿Acaso le ha pasado algo a mi hermana? Porque para que vengas en persona hasta aquí...


—No, todo está bien.


«Este idiota no sabe nada, estoy perdiendo el tiempo aquí.» 


Manuel lo consideraba demasiado estúpido para fingir tan bien. No aceptó entrar, se quedó unos momentos en el hall, acompañado por uno de sus guardaespaldas.


—He venido porque estoy planeando el cumpleaños de tu hermana —disimuló— y quería avisarte personalmente de que no te comprometas para ese día, pues es muy importante que nos acompañe toda la familia.


—Está bien, cuenta con ello; ¿quieres pasar a tomar algo?


—No, ya me voy. Iba de paso, ya sabes que mi agenda siempre es muy ajustada.


—Lo sé, por eso no salgo de mi asombro. No puedo creer que hayas venido a decirme esto en persona. No te preocupes, nos vemos en el cumpleaños.


—Te enviaré la invitación.


—Perfecto, que sean dos.


—Por favor, cuidado con quién traes, será una fiesta de gala con personalidades muy importantes, así que no aparezcas con cualquier impresentable.


—Tranquilo, cuñado, sé ubicarme.


Manuel se fue blasfemando por lo bajo, no se le ocurría dónde buscar a su esposa; ya había llamado a sus suegros y había usado subterfugios, y llegado a la conclusión de que con ellos tampoco estaba. Sólo le quedaba seguir vigilando al gay y a la atolondrada de Maite para ver si se encontraban con ella.


«Cuando te tenga en mis manos, Paula, te haré pagar muy cara esta estupidez», pensó en voz alta.


—Disculpe, no lo he oído bien. ¿Cómo dice, señor? —le preguntó su chófer.


—Nada, no te hablaba a ti. Llévame a mi despacho.


En el apartamento de Agustin, éste servía dos suculentos vasos de zumo de frutas para aplacar la resaca que amenazaba con no irse. Desde la cocina, observó a Pedro, que estaba pensativo en el salón.


Agustin lo conocía muy bien y sabía que algo lo preocupaba.


—¿Pasa algo, Pedro? —le dijo mientras le acercaba la bebida que había servido.


—Cómo me conoces.


Alfonso sonrió mientras aceptaba el vaso y sorbía de él. Se echó hacia atrás, cruzó una de las piernas y comenzó diciendo: —He conocido a alguien. —Agustin entrecerró los ojos mientras se sentaba frente a él, había conseguido acaparar toda su atención—. No es una más, creo que es especial, no es como las mujeres que estamos acostumbrados a frecuentar. Es culta, delicada, no para
pasar el rato.


—Estás hasta el cuello, Pedro. Te oigo y no te creo.


—Tampoco yo puedo creer lo que estoy diciendo, y mucho menos lo que estoy pensando, pero creo que es hora de sentar cabeza, estoy harto de relaciones superficiales que no llegan a nada, que me dejan vacío y hastiado. Si es posible, pienso involucrarme seriamente con ella.


—Y en la cama, ¿cómo es?


—Todavía no nos hemos acostado.


—¿Cómo es eso? ¿Estás tan idiotizado y aún no te la has tirado? Pedro Alfonso, esto sí que es fuerte. ¿Qué has bebido?


—Te digo que no es una mujer simplemente para echar un polvo. Se está separando, el marido es un malnacido hijo de su madre que está lleno de mierda y le pega.


Agustin frunció el ceño.


—¿Estás seguro de que te quieres meter en algo tan complicado?


—Sólo sé que he probado su boca y quiero más, lo quiero todo. Deseo protegerla, devolverle la confianza en sí misma. No sabes lo bonita que es, su piel es tan tersa que parece de porcelana, y verla así, toda amoratada, me revuelve la sangre. —Apretó con fuerza el vaso y sus nudillos se pusieron blancos—. Encontraré a ese malnacido y le colocaré mi arma entre los ojos, para que se entere de que nunca más le pondrá un dedo encima, porque ahora Maite tiene quien responda por ella.


—Maite... un nombre interesante. Aunque conozco a una Maite que me saca de quicio.


—Toda ella es interesante, parezco bobo cuando estoy a su lado. Agustin, desde que era adolescente que no me sentía así de inseguro con una mujer. Maite me desequilibra.


—Ya lo veo, suenas bastante perturbado.



***

—Hola, mi arma, qué placé escuchá tu voz.


—Estoy con Paula, le he contado que estás en Nueva York.


—Me muero por veros a las dos, a vé cuándo nos encontramos.


—Nosotras también tenemos muchas ganas de verte y recordar anécdotas de la universidad.


—¡Qué días aquéllos! Aunque muy pronto nuestro cuarteto se convirtió en trío, pues Pau seenredó con el abogao y terminamos perdiéndola. Eduardo me ha llamado esta mañana, me ha dicho que le has pasao mi número.


—Sí, me ha dicho que te llamaría. Tiaré, te pongo en la línea a Pau, quiere saludarte.


—Hola, Tiaré, que alegría escucharte. ¿Cuándo has llegado de Sevilla?


—Llegué hace unos pocos días y he venío pa quedarme, mi arma, me he separao de mi canijo.


—¿Tú también? Creo que nos vendrá bien vernos para consolarnos mutuamente.


—¿Es que te has separao de tu político? ¿Qué me estás diciendo, he oído bien?


—Sí, es largo para hacerlo por teléfono, pero ya te contaré.


—Pero entonce, ¿por qué no te vienes unos días conmigo? Ay, qué ilusión verte, no sabes, tengo una vista preciosa del mar desde mi estudio, te aseguro que aquí encontrarás la calma necesaria, desde que he llegao estoy pinta que te pinta.


—Qué tentador. Quizá acepte tu ofrecimiento, porque la verdad es que ando un poco descolocada. Ahora estoy en casa de un amigo, pero me siento un poco incómoda aquí.


—Pues entonce no se hable más, ¡te vienes conmigo!


—Me has convencido.


Maite oía la conversación, dando aplausos silenciosos al ver que todo estaba saliendo mejor que bien.Paula, después de apuntar la dirección, se despidió y quedó en avisarla de cuándo iría.


—Sabía que no habría necesidad de pedirle si podías ir.


—Me ha encantado oírla, siempre tan solidaria. Además, ese acento sevillano te llega al alma y te levanta el ánimo, estoy ilusionada con volverla a ver.