—¡ Qué sorpresa verte por aquí!
—¿Cómo estás? Anoche me quedé preocupado por ti.
—Sólo estoy resacoso. Gracias por irme a buscar.
Pedro le dio un golpe en la espalda para hacerle entender que no había para tanto.
—¿Has denunciado el robo de tus tarjetas?
—Sí, esa zorra me las va a pagar en cuanto me la encuentre. Ya he ido por mi coche también.
Sonó el timbre y Agustin se mostró extrañado al saber quién se anunciaba a través del telefonillo.
—Sí estás ocupado me voy, tal vez esperabas a alguien y he venido a interrumpir.
—No te preocupes, es mi cuñado, el excelentísimo senador Manuel Wheels.
—¿Wheels es tu cuñado?
—Sí, ¿no lo sabías?
El golpeteo en la puerta interrumpió la conversación.
—¿Qué haces cuñado? Pasa, pasa, ¿a qué se debe tu honorable presencia? ¿Acaso le ha pasado algo a mi hermana? Porque para que vengas en persona hasta aquí...
—No, todo está bien.
«Este idiota no sabe nada, estoy perdiendo el tiempo aquí.»
Manuel lo consideraba demasiado estúpido para fingir tan bien. No aceptó entrar, se quedó unos momentos en el hall, acompañado por uno de sus guardaespaldas.
—He venido porque estoy planeando el cumpleaños de tu hermana —disimuló— y quería avisarte personalmente de que no te comprometas para ese día, pues es muy importante que nos acompañe toda la familia.
—Está bien, cuenta con ello; ¿quieres pasar a tomar algo?
—No, ya me voy. Iba de paso, ya sabes que mi agenda siempre es muy ajustada.
—Lo sé, por eso no salgo de mi asombro. No puedo creer que hayas venido a decirme esto en persona. No te preocupes, nos vemos en el cumpleaños.
—Te enviaré la invitación.
—Perfecto, que sean dos.
—Por favor, cuidado con quién traes, será una fiesta de gala con personalidades muy importantes, así que no aparezcas con cualquier impresentable.
—Tranquilo, cuñado, sé ubicarme.
Manuel se fue blasfemando por lo bajo, no se le ocurría dónde buscar a su esposa; ya había llamado a sus suegros y había usado subterfugios, y llegado a la conclusión de que con ellos tampoco estaba. Sólo le quedaba seguir vigilando al gay y a la atolondrada de Maite para ver si se encontraban con ella.
«Cuando te tenga en mis manos, Paula, te haré pagar muy cara esta estupidez», pensó en voz alta.
—Disculpe, no lo he oído bien. ¿Cómo dice, señor? —le preguntó su chófer.
—Nada, no te hablaba a ti. Llévame a mi despacho.
En el apartamento de Agustin, éste servía dos suculentos vasos de zumo de frutas para aplacar la resaca que amenazaba con no irse. Desde la cocina, observó a Pedro, que estaba pensativo en el salón.
Agustin lo conocía muy bien y sabía que algo lo preocupaba.
—¿Pasa algo, Pedro? —le dijo mientras le acercaba la bebida que había servido.
—Cómo me conoces.
Alfonso sonrió mientras aceptaba el vaso y sorbía de él. Se echó hacia atrás, cruzó una de las piernas y comenzó diciendo: —He conocido a alguien. —Agustin entrecerró los ojos mientras se sentaba frente a él, había conseguido acaparar toda su atención—. No es una más, creo que es especial, no es como las mujeres que estamos acostumbrados a frecuentar. Es culta, delicada, no para
pasar el rato.
—Estás hasta el cuello, Pedro. Te oigo y no te creo.
—Tampoco yo puedo creer lo que estoy diciendo, y mucho menos lo que estoy pensando, pero creo que es hora de sentar cabeza, estoy harto de relaciones superficiales que no llegan a nada, que me dejan vacío y hastiado. Si es posible, pienso involucrarme seriamente con ella.
—Y en la cama, ¿cómo es?
—Todavía no nos hemos acostado.
—¿Cómo es eso? ¿Estás tan idiotizado y aún no te la has tirado? Pedro Alfonso, esto sí que es fuerte. ¿Qué has bebido?
—Te digo que no es una mujer simplemente para echar un polvo. Se está separando, el marido es un malnacido hijo de su madre que está lleno de mierda y le pega.
Agustin frunció el ceño.
—¿Estás seguro de que te quieres meter en algo tan complicado?
—Sólo sé que he probado su boca y quiero más, lo quiero todo. Deseo protegerla, devolverle la confianza en sí misma. No sabes lo bonita que es, su piel es tan tersa que parece de porcelana, y verla así, toda amoratada, me revuelve la sangre. —Apretó con fuerza el vaso y sus nudillos se pusieron blancos—. Encontraré a ese malnacido y le colocaré mi arma entre los ojos, para que se entere de que nunca más le pondrá un dedo encima, porque ahora Maite tiene quien responda por ella.
—Maite... un nombre interesante. Aunque conozco a una Maite que me saca de quicio.
—Toda ella es interesante, parezco bobo cuando estoy a su lado. Agustin, desde que era adolescente que no me sentía así de inseguro con una mujer. Maite me desequilibra.
—Ya lo veo, suenas bastante perturbado.
***
—Hola, mi arma, qué placé escuchá tu voz.
—Estoy con Paula, le he contado que estás en Nueva York.
—Me muero por veros a las dos, a vé cuándo nos encontramos.
—Nosotras también tenemos muchas ganas de verte y recordar anécdotas de la universidad.
—¡Qué días aquéllos! Aunque muy pronto nuestro cuarteto se convirtió en trío, pues Pau seenredó con el abogao y terminamos perdiéndola. Eduardo me ha llamado esta mañana, me ha dicho que le has pasao mi número.
—Sí, me ha dicho que te llamaría. Tiaré, te pongo en la línea a Pau, quiere saludarte.
—Hola, Tiaré, que alegría escucharte. ¿Cuándo has llegado de Sevilla?
—Llegué hace unos pocos días y he venío pa quedarme, mi arma, me he separao de mi canijo.
—¿Tú también? Creo que nos vendrá bien vernos para consolarnos mutuamente.
—¿Es que te has separao de tu político? ¿Qué me estás diciendo, he oído bien?
—Sí, es largo para hacerlo por teléfono, pero ya te contaré.
—Pero entonce, ¿por qué no te vienes unos días conmigo? Ay, qué ilusión verte, no sabes, tengo una vista preciosa del mar desde mi estudio, te aseguro que aquí encontrarás la calma necesaria, desde que he llegao estoy pinta que te pinta.
—Qué tentador. Quizá acepte tu ofrecimiento, porque la verdad es que ando un poco descolocada. Ahora estoy en casa de un amigo, pero me siento un poco incómoda aquí.
—Pues entonce no se hable más, ¡te vienes conmigo!
—Me has convencido.
Maite oía la conversación, dando aplausos silenciosos al ver que todo estaba saliendo mejor que bien.Paula, después de apuntar la dirección, se despidió y quedó en avisarla de cuándo iría.
—Sabía que no habría necesidad de pedirle si podías ir.
—Me ha encantado oírla, siempre tan solidaria. Además, ese acento sevillano te llega al alma y te levanta el ánimo, estoy ilusionada con volverla a ver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario