jueves, 25 de febrero de 2016
CAPITULO 40
Llegaron a la mansión de Park Avenue, el silencio durante el viaje fue incómodo y desesperante.
Manuel observaba el perfil de Paula, y meditaba mientras se tocaba la barbilla. Se sentía poderoso, omnipotente, un káiser. Al examinar su gesto, Paula supo de inmediato que el indulto había llegado a su fin. Bajó con paso vacilante y anheló salir corriendo en dirección contraria, para huir de ese hombre que se erguía triunfante a su lado; aunque su expresión era fría, ella sabía que bajo esa aparente frialdad se ocultaba su lado más perverso.
La realidad era aplastante, parecía imposible huir a su desventurado destino. Cerró los ojos levemente sin dejar de preguntarse: «¿Por qué, Agustin, en qué pensabas para meterte con un tipo de esa calaña?».
Atravesó el umbral de la lujosa vivienda, sin más opción. De inmediato, y aunque todo estaba pulcro como de costumbre, el característico olor de la casa le causó repulsión. Intentó serenarse para poder dar rienda a sus pensamientos, pero Manuel no estaba dispuesto a dejar que lo hiciera. En cuanto estuvieron a resguardo de las miradas de los ciudadanos de Nueva York, la cogió por un brazo y la guio de malos modos al dormitorio, donde de un empujón la tiró sobre la cama.
—No se te ocurra ponerme un solo dedo encima. Si pretendes que siga a tu lado, ni se te ocurra volver a maltratarme, porque a eso sí que no estoy dispuesta.
Probó una advertencia que al senador le entró por un oído y le salió por el otro.
—¡No estás en condiciones de envalentonarte! —le gritó Wheels.
—Te equivocas, tú crees tener ventaja sobre mí por poseer esas fotografías, pero esa ventaja no incluye que vaya a seguir permitiendo tu maltrato. Te juro por mi vida, Manuel, que si me golpeas...
—¡¿Qué?! ¿Llamarás a la policía? ¿Me pondrás una denuncia? ¿Qué mierda harás? ¿Acaso te olvidas de quién soy yo, pedazo de basura?
El senador levantó la mano para atizarle un bofetón, pero era tanta su ira que consideró que con eso no era suficiente; fuera de sí, se abalanzó sobre ella tomándola del cuello y se lo apretó con todas sus fuerzas. A horcajadas encima de su cuerpo, su expresión era decidida, y aunque Paula intentaba
zafarse denodadamente, él tenía mucha más fuerza. Sin embargo, ella también estaba resuelta a escapar de su agarre, esta vez el miedo no iba a paralizarla como lo había hecho otras veces. Pedro le había enseñado que así no se trataba a una mujer, y estaba dispuesta a no permitir sus maltratos nunca más. La presión con que ella sujetaba su muñeca lo asombró, pero aun así, Manuel no cedía. Paula finalmente cogió impulso y, posicionándose, le dio un fuerte rodillazo en sus partes que lo hizo quedar sin aliento.
Ella tosía mientras se masajeaba el cuello, él se retorcía en la cama de dolor. Arrastrándose, se apartó como pudo de esa bestia con disfraz de príncipe azul, y casi sin aliento le dijo: —Si quieres tu candidatura, si pretendes que esas fotografías me retengan a tu lado, no te atrevas a acercarte nunca más a mí. Yo permaneceré en esta casa, seré la esposa que pretendes que sea a los ojos de todos, pero eso no incluye que te me acerques. Lo nuestro, a partir de hoy, es un simple acuerdo.
»Te juro, Manuel, te lo juro por todo el amor que una vez te tuve, que esas fotografías sólo serán el pase a tu candidatura mientras no me pongas un solo dedo encima.
Wheels se levantó furioso aguantándose la entrepierna. Se la quedó mirando, estudiándola con desprecio.
—De acuerdo, cariño, mientras continúes aquí no me costará esfuerzo permanecer sin tocarte, pero el resto de las condiciones las pondré yo. Ya verás lo amenos que haré tus días a mi lado. Te prometo una vida de felicidad, mi amor.
Se rio, y una mueca sarcástica se instaló en su cara; su semblante artero producía verdadera aversión.
Salió del dormitorio. De inmediato se oyó el ruido de la llave y aunque Paula quiso correr para abrir la puerta, no fue tan rápida: ese perverso la había encerrado.
—¡Manuel! ¡No soy tu prisionera, no puedes hacerme esto, eres un retorcido hijo de puta! — gritó.
—Deja de gritar, ya sabes que aquí nadie oye tus gritos, somos todos sordos ante tu voz —dijo con guasa, y se marchó.
Aferrada al picaporte, se dejó caer en el suelo. Lloró amarga y desconsoladamente su martirio parecía no tener fin; maldijo a Manuel, aunque eso no era nada nuevo, también a todos sus chivatos, que por un jugoso sueldo se convertían en sus carceleros. Insultó a su hermano, al destino, a la vida,
pero aunque siguiera haciéndolo, nada cambiaba de rumbo, su vida mísera tenía un solo cauce y parecía ser la desolación y la infelicidad. Continuó llorando sin disimulos, gritó de dolor, de indignación, de impotencia, estaba hecha una piltrafa, con el alma muy dolorida. Finalmente el llanto y la melancolía la vencieron.
CAPITULO 39
Sus obligaciones como detective lo reclamaban, pues debía regresar a la realidad, aunque lo único que él anhelaba era que Paula fuera su realidad en todo momento.
Esa mañana Pedro se despertó con bastante mal humor; durante la noche Pau se había encontrado mal y cuando llegaron de Austin le había solicitado que la llevara a casa de Tiaré, así que se había despertado solo y contrariado en su cama de Nueva Yok. Después de tantos días compartidos a su lado, supo que la extrañaba como nunca había imaginado que podría hacerlo.
Se metió en el baño y se preparó a desgana, era la primera vez desde que estaba en el cuerpo policial que iba sin ánimos al trabajo.
Cuando llegó al departamento de policía, antes de bajar de su coche le envió un mensaje a Paula, que ella contestó de inmediato.
Hoy me he dado cuenta de que no soporto la soledad de mi cama, me haces falta.
También te he echado de menos, me has hecho falta. Creo que no fue una buena idea pedirte que me trajeras aquí.
Haberme llamado. Te juro que, de haberlo hecho, habría salido despedido a buscarte.
De pronto sintió que le golpeaban el vidrio del coche, apartó por unos segundos la vista de la pantalla del móvil y se encontró con Eva de pie junto a la ventanilla. Bajó el cristal y la saludó con una gran sonrisa.
—Buenos días, compañera.
—Buenos días, Pedro. ¿Preparado para reincorporarte al trabajo?
—Preparadísimo —mintió intentando sonar convincente.
Tecleó una corta despedida sin esperar la respuesta y salió del coche.
Eva caminó a su lado y se sintió estúpida por alegrarse de verlo; la imagen de él en su deportivo junto a esa mujer se instaló en su memoria y en vano intentó esconder esos sentimientos. Presa de los celos, se contoneó a su lado, y eso la hizo sentir más estúpida cuando notó que él ni la miraba, incluso hasta pareció fastidiado por haberlo interrumpido dentro del coche.
—Me extrañó que decidieras tomarte unos días.
—Los necesitaba. Me fui a ver a mi madre.
—¿Fuiste solo o con tu hermana? Porque tienes una hermana, ¿no?
—Fui solo, mi hermana tiene trabajo, no podría haber coincidido con ella.
Pedro caminaba con las manos en los bolsillos de los pantalones.
«Mentiroso», pensó ella, sintiéndose molesta al darse cuenta de que Pedro ocultaba la relación con esa mujer.
Eva sintió una punzada en el pecho, bajó los párpados y continuó caminando a su lado. Si él escondía esa relación, era obvio que se trataba de alguien importante, pues se aprestaba a protegerla.
Lo notó parco en su respuesta aunque intentó mostrarse despreocupado.
Ese día Paula estaba muy perezosa, ni siquiera se había vestido, así que se dirigió en pijama a la cocina en busca de un almuerzo decente; mientras caminaba, no dejaba de estirar el cuerpo. Oyó que llamaban a la puerta, así que fue a abrir. Quitó el cerrojo y se asomó para ver quién era, y casi tuvo un infarto al encontrarse con Wheels en la entrada. De inmediato intentó cerrar, pero él, enfurecido y dispuesto a todo, le dio un empujón y entró en el salón con una mirada furibunda. Aunque ella trató de no demostrarle miedo, la verdad es que estaba paralizada.
—Vete, Manuel, todo ha terminado entre tú y yo, no quiero verte ni saber de ti.
—Sinceramente, creo que tu cerebro no funciona. Nada ha terminado, y mucho menos porque lo digas tú.
—No te tengo miedo, vete.
—Creo que no lo entiendes, no me iré de aquí sin ti.
—No pienso ir a ninguna parte contigo.
Él dio un paso y ella otro hacia atrás mientras tragaba saliva.
«¿Dónde se ha metido Tiaré? —pensó desconcertada al ver que, a pesar de los gritos, su amiga no aparecía—. Debe de estar en el taller, no me oirá.»
—Oh, querida mía, sí que vendrás conmigo, y te digo aún más: saldrás de esta casa muy mansamente, te subirás al coche y regresaremos a nuestro hogar.
—Ni lo sueñes, he tomado una decisión y nada hará que me aparte de ella. Lo nuestro se acabó, quiero el divorcio —le espetó en la cara.
—Idiota. —La cogió de la barbilla con fuerza—. Jamás te daré el divorcio. Tu estupidez no va a tirar por la borda mi candidatura, no me veré envuelto en ningún escándalo amarillista por tu culpa.
Paula le quitó la mano de la barbilla con ímpetu.
—Ni lo sueñes, no volveré contigo.
—Perfecto, mi amor, ¿no quieres volver? —Frunció los labios—. Tranquila, no te sulfures, mira lo calmado que estoy yo. —Sacó un sobre del interior de su chaqueta y se lo entregó de mala manera —. Toma, mira esto con calma, puedes leerlo con detenimiento, estoy seguro de que te va a interesar.
Paula tiró el sobre al suelo, y manteniéndose en sus trece le volvió a gritar: —¡No existe nada que pueda convencerme para que regrese a tu lado! Te desprecio, te odio, Manuel, déjame en paz, olvídate de mí y sigue con tu vida como mejor te plazca.
Él la miró de forma despreciable, la recorrió con la mirada despectivamente y con gran cinismo chasqueó la lengua.
Luego dijo:
—No, mi tesoro, no te conviene contradecirme, ni mucho menos ponerme más furioso de lo que ya estoy, sabes de sobra que no es bueno ponerme en ese estado. —Continuaba mirándola de forma nefasta, él se agachó, recogió el sobre del suelo y se lo entregó con furia poniéndoselo en las manos
—. ¡Ábrelo! —Le dio un grito espeluznante, que hizo que Paula se sobresaltara.
Pero a pesar del sobresalto, no estaba dispuesta a dejarse vencer por el miedo. Pensaba en Pedro, en los días vividos a su lado, en lo feliz que se sentía junto a él, y eso le daba fuerzas para seguir enfrentándose a él.
—Un hombre no debe golpear a una mujer jamás. Ni con la palabra debe hacerlo, y tú me has humillado de todas las maneras posibles. Se acabó, Manuel, se terminó todo. Ve a un psiquiatra, porque estás enfermo, necesitas ayuda.
—Pedazo de mierda, te he dicho que mires lo que hay en ese sobre.
Se lo quitó de la mano y sacó lo que contenía para exponerlo frente a sus ojos.
Eran fotografías...
Paula posó la vista en ellas y no pudo apartarla al ver a Agustin en la imagen que se descubría aplastante ante sus ojos: en ella se le veía claramente extendiendo la mano, saludando a alguien que Paula no conocía. Los latidos de su corazón se aceleraron de golpe, tuvo mil y un pensamientos, sobre todo la apremiante necesidad de saber por qué Manuel le estaba enseñando esas fotografías.
Cuando recapacitó, el sentido común de inmediato le hizo intuir que no se trataba de nada bueno si Manuel las tenía en su poder y se las estaba enseñando. Un dolor familiar en el pecho la invadió de golpe, las sostuvo en la mano y empezó a pasarlas una a una. Era una secuencia de imágenes donde se notaba claramente que Agustin le entregaba un sobre a ese desconocido. En cuanto terminó de ver las fotografías, comenzó a leer un informe detallado de la INTERPOL que las acompañaba.
En él pormenorizaban los delitos cometidos en México y Estados Unidos por Mario Aristizabal Montoya, apodado «El jefe», un narcotraficante buscado por múltiples crímenes: asesinato, fraude, tráfico de drogas, de armas y blanqueo de dinero entre otras cosas.
La lista era extensa y escalofriante, tanto o más que estar viendo a su hermano mezclado en supuestos negocios con ese hombre.
El informe estaba acompañado por fotografías que dejaban a la vista el rostro del citado narco.
Abrió las manos espantada y lo dejó caer todo al suelo. Se agarró la cabeza con las manos y permaneció inmóvil sin poder creer lo que estaba viendo. El asombro no le permitía razonar, así que continuó azorada ante el descubrimiento; no podía creer en lo que su hermano se había mezclado, y mucho menos quería imaginar lo que Manuel sería capaz de hacer con esas fotografías.
Wheels se agachó y recogió las fotos en silencio, mientras una mueca de triunfo se asomaba a su rostro. La miró con cinismo y sonrió mordaz y autocomplaciente. Paula tan sólo tuvo que estudiar su gesto unos instantes para comprender en ese mismo momento que estaba perdida, que nuevamente la esperaba una vida de sinsabores. Se sintió como un manso cordero acechado por su presa, a la espera de ser devorada.
Las manos que en ese instante sostenían su cabeza cayeron laxas a los lados de su cuerpo en señal de sumisión, y Manuel lo disfrutó todavía mucho más. Los pensamientos que invadieron la mente de Paula plantaron en su alma un desasosiego muy conocido, una inquietud que pensaba que ya no sentiría nunca más.
—Supongo que no querrás que le entregue estas fotografías a la DEA.
Paula cerró sus ojos para imaginar la mirada calma, solícita y amorosa de Pedro, y se puso a rezar en silencio para que cuando abriese los ojos Manuel hubiera desaparecido de su vista y fuese una angustiante pesadilla. Entreabrió los ojos y comprobó que no era así: sintió auténtico terror y supo que la felicidad que días atrás había creído conseguir se esfumaba.
—Toma, querida, éstas son para ti.
La puerta de atrás se abrió y dejó filtrar una brisa que hizo ondear las cortinas de la sala. Era Tiaré. —Hola, mi arma, ¿pasa algo? —preguntó en español al ver la cara de circunstancias de los allí presentes.
Paula intentó recomponer la compostura.
—Tiaré —le dijo con un hilillo de voz, y en un intento por ocultar su congoja carraspeó para continuar hablando—: Te presento a Manuel, mi esposo.
La sevillana buscó en el fondo de sus ojos las respuestas, pero sin evidenciar nada, y más recompuesta, Paula escondió sus verdaderos sentimientos. Wheels, con su máscara de hombre intachable, le extendió la mano ofreciéndole un afectuoso saludo.
Si Tiaré no hubiera sabido lo que en verdad escondía ese disfraz, jamás habría podido suponer que se trataba de un lobo con piel de cordero.
—Siéntate, Manuel, me pongo ropa decente y estoy contigo —dijo Paula.
Él sonrió amablemente y se sentó mientras la veía alejarse por un pasillo. La anfitriona ofició como tal y le ofreció algo para tomar, pero lo rechazó, de manera que Tiaré se disculpó y salió tras su amiga.
—¿Te has vuelto loca, mi arma? ¿Adónde piensas ir con ese mardito? —protestó ceñuda.
—Tranquila, sólo pretende que hablemos. Iremos a un lugar concurrido, si eso es lo que te preocupa; me ha invitado a tomar un café y que aclaremos algunas cosas en buenos términos. Tú sabes que es imperioso definir mi situación cuanto antes, debo poner cada cosa en su lugar —mintió tragando saliva.
—¿Estás segura, Paula? Tu actitud cuando he entrado no me ha parecido ésa.
—Sí, muy segura. Es difícil la situación pero creo que ha comprendido —le espetó, mientras terminaba de vestirse.
Tras arreglarse Paula fue hacia la sala donde Manuel la estaba esperando.
—Vamos —le dijo en un tono que no revelaba nada.
El senador se despidió muy cordialmente de Tiaré y salieron de la casa. En la calle, Dylan los esperaba con la puerta abierta del coche oficial, un Cadillac DTS.
—Buenas tardes, señora Wheels.
—Buenas tardes, Dylan.
Paula temblaba como una hoja; Manuel se sentó a su lado sin pronunciar palabra, mientras el ambiente se cargaba de un hedor a miedo insoportable. El automóvil se puso en marcha y se alejaron.
CAPITULO 38
A la mañana siguiente, mientras Paula dormía, Pedro se fue a la ciudad y regresó con un equipo completo para pintar.
Cuando ella se despertó la cogió en volandas, le vendó los ojos con un pañuelo de seda italiana y la llevó hasta el mirador, donde la depositó en el suelo y le quitó la venda. La sorpresa hizo que a Paula le cosquilleara el alma. ¿Cómo podía haberse dado cuenta ese hombre de que cada vez que ella se sentaba en ese mirador lo único que ansiaba era tener sus pinceles, sus óleos y un caballete con un lienzo para plasmar ese maravilloso paisaje obra de la naturaleza?
Se movió con ligereza y lo atrapó por el cuello, pegó un salto, gritando alborozada, trepó enredando las piernas en las caderas de él, que la recibió gustoso, y juntos dieron vueltas mientras ella tiraba la cabeza hacia atrás y cerraba los ojos, para que la brisa del lugar la acariciara de manera insolente, casi tan insolente como las manos de Pedro, que se hundían en su trasero y tomaban de ese cuerpo armonioso que deseaba a cada instante sin poder contenerse.
Se detuvo con ella en brazos y se besaron apasionadamente hasta que la falta de aliento les impidió continuar con el beso y los obligó a apartar los labios.
—Gracias por estar tan atento siempre; me siento egoísta. Dime, en este mismo instante, ¿qué podría regalarte para que te sientas tan contento como yo?
—Tu sonrisa, tu alegría, tus besos, tu compañía son mi regalo, no necesito otra cosa más que verte feliz y complacida. Cuando te conocí, tu belleza era indiscutible, pero tu mirada estaba apagada, taciturna; en cambio, ahora tus ojos brillan y quiero que siempre sea así, que siempre conserves esa expresión en tu rostro. Prometo que voy a trabajar arduamente para que así sea. Tu felicidad es mi mayor regalo.
El resto de los días en La Soledad pasaron volando. El tiempo parecía no ser suficiente y las horas del día eran pocas para la pasión que sus cuerpos reclamaban. En varias ocasiones, Paula intentó buscar el momento adecuado para sincerarse, pero cada vez que pretendía hacerlo ocurría algo y no se lo podía decir, o simplemente terminaba decidiendo que no quería estropear el romance de esos días. En realidad, aunque se negara a reconocerlo, sus amigos tenían razón: lo único que estaba haciendo era evadir la realidad, una realidad que quería enterrar en el pasado, una realidad que sólo de pensar en ella la paralizaba.
El último día en Austin, Paula despertó con fuertes dolores, ya que le había venido la regla y tenía cólicos. Aunque estaba apenado por verla dolorida, Pedro se sintió aliviado; tras la imprudencia de no usar condón esperaba la regla de Paula como los niños esperan la Navidad.
Pau se había quedado acostada en la cama, no se encontraba bien, así que se tomó un calmante y guardó reposo hasta la hora en que deberían partir.
—Lamento no ser la mejor compañía y haber arruinado nuestro último día en Austin.
—Tú siempre eres la mejor compañía para mí, y no has arruinado nada: la madre naturaleza es parte de esta relación y hay que aceptarla.
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