jueves, 25 de febrero de 2016
CAPITULO 38
A la mañana siguiente, mientras Paula dormía, Pedro se fue a la ciudad y regresó con un equipo completo para pintar.
Cuando ella se despertó la cogió en volandas, le vendó los ojos con un pañuelo de seda italiana y la llevó hasta el mirador, donde la depositó en el suelo y le quitó la venda. La sorpresa hizo que a Paula le cosquilleara el alma. ¿Cómo podía haberse dado cuenta ese hombre de que cada vez que ella se sentaba en ese mirador lo único que ansiaba era tener sus pinceles, sus óleos y un caballete con un lienzo para plasmar ese maravilloso paisaje obra de la naturaleza?
Se movió con ligereza y lo atrapó por el cuello, pegó un salto, gritando alborozada, trepó enredando las piernas en las caderas de él, que la recibió gustoso, y juntos dieron vueltas mientras ella tiraba la cabeza hacia atrás y cerraba los ojos, para que la brisa del lugar la acariciara de manera insolente, casi tan insolente como las manos de Pedro, que se hundían en su trasero y tomaban de ese cuerpo armonioso que deseaba a cada instante sin poder contenerse.
Se detuvo con ella en brazos y se besaron apasionadamente hasta que la falta de aliento les impidió continuar con el beso y los obligó a apartar los labios.
—Gracias por estar tan atento siempre; me siento egoísta. Dime, en este mismo instante, ¿qué podría regalarte para que te sientas tan contento como yo?
—Tu sonrisa, tu alegría, tus besos, tu compañía son mi regalo, no necesito otra cosa más que verte feliz y complacida. Cuando te conocí, tu belleza era indiscutible, pero tu mirada estaba apagada, taciturna; en cambio, ahora tus ojos brillan y quiero que siempre sea así, que siempre conserves esa expresión en tu rostro. Prometo que voy a trabajar arduamente para que así sea. Tu felicidad es mi mayor regalo.
El resto de los días en La Soledad pasaron volando. El tiempo parecía no ser suficiente y las horas del día eran pocas para la pasión que sus cuerpos reclamaban. En varias ocasiones, Paula intentó buscar el momento adecuado para sincerarse, pero cada vez que pretendía hacerlo ocurría algo y no se lo podía decir, o simplemente terminaba decidiendo que no quería estropear el romance de esos días. En realidad, aunque se negara a reconocerlo, sus amigos tenían razón: lo único que estaba haciendo era evadir la realidad, una realidad que quería enterrar en el pasado, una realidad que sólo de pensar en ella la paralizaba.
El último día en Austin, Paula despertó con fuertes dolores, ya que le había venido la regla y tenía cólicos. Aunque estaba apenado por verla dolorida, Pedro se sintió aliviado; tras la imprudencia de no usar condón esperaba la regla de Paula como los niños esperan la Navidad.
Pau se había quedado acostada en la cama, no se encontraba bien, así que se tomó un calmante y guardó reposo hasta la hora en que deberían partir.
—Lamento no ser la mejor compañía y haber arruinado nuestro último día en Austin.
—Tú siempre eres la mejor compañía para mí, y no has arruinado nada: la madre naturaleza es parte de esta relación y hay que aceptarla.
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