miércoles, 24 de febrero de 2016
CAPITULO 37
Un profundo sopor la había adormecido por completo, estaba acurrucada en el mirador en uno de los divanes mientras hojeaba un libro de la surtida biblioteca de la casa.
Cuando entró en esa estancia le fue difícil escoger un libro, ya que los títulos que atesoraban esos estantes eran a cuál más sorprendente. Finalmente, su vista se fue hacia un anaquel que reunía libros de arte valiosísimos, tanto en precio como en valor espiritual. Para una persona como ella, que adoraba el arte y todo lo que tuviera que ver con él, leer esos títulos le hacía verdaderas cosquillas al corazón.
Pedro entró en el gran salón y no vio a nadie, se dirigió al dormitorio creyendo que allí podría encontrar a Paula, pero tampoco estaba allí, regresó sobre sus pasos y se encaminó resuelto a la cocina, donde se oían ruidos de cacharros. Al entrar se encontró con Josefina, que estaba preparándolo todo para el almuerzo, que casi estaba listo. La halló a punto de poner la mesa.
—Jose, ¿y Maite?
—Ven conmigo.
Lo cogió de una mano y lo guio hasta el mirador.
—Se ha quedado dormida. Es hermosa hasta cuando duerme, no te culpo porque tengas esa cara de papanatas cuando la ves, la he cubierto con una manta para que no tenga frío. —Le guiñó un ojo.
Pedro se quedó embelesado y su madrina se retiró dejándolos solos—. No tardéis, la comida ya casi está.—
De acuerdo —dijo él en un susurro.
Se aproximó con sigilo hasta donde ella estaba descansando, se quedó extasiado viendo la belleza particular de esa mujer, que lo sumía en un estado de ensoñación permanente, le despejó la frente y con el dedo índice definió sus facciones con mucha sutileza, como quien toca las frágiles alas de una mariposa. No quería despertarla bruscamente, le acarició la fina y respingada nariz, le perfiló los labios y se acercó para darle un cálido beso en el lunar de su rostro. Paula se movió ante el contacto, y el libro que tenía bajo la manta se deslizó cayendo al suelo. Pedro lo recogió y miró la página que ella estaba leyendo. En ella se podía admirar una de las pinturas más famosas de Sandro Botticelli.
Leyó el pie de página:
Venus y Marte
Autor: Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi, apodado Sandro Botticelli (1445-1510) Fecha:
1483. Museo: National Gallery de Londres.
Características: 69 x 173,5 cm.
Material: Óleo y temple sobre tabla.
Estilo: Renacimiento italiano.
Miró durante un rato, y aunque le pareció una imagen sugerente, no era un tema del que él entendiera, así que no pensó demasiado en el significado del cuadro.
Paula sintió la proximidad de él y abrió los ojos, ofreciéndole un suave aleteo de pestañas mientras se rebullía adormilada en el diván. Lo miró holgazaneando y posó la vista en el libro que él sostenía en la mano.
—Es una de las pinturas más hermosas de Botticelli, se cree que la hizo para un cabezal de cama de la familia Vespucci.
Pedro volvió a mirar la imagen y dijo:
—Soy muy ignorante en esto, realmente me encantaría saber de qué hablas.
—El tema de la tabla es el triunfo del amor sobre la guerra. Venus —señaló a la mujer que estaba en la imagen— es la diosa del amor y la belleza, y aquí aparece vigilante mientras su amante, Marte, el dios de la guerra y símbolo del deseo violento, duerme. La pintura está inspirada en la mitología romana. Las joyas y los peinados están tomados de la moda quattrocentista —continuó explicándole —, sin embargo, se interpreta como contemporánea la idea de que hacer el amor agota al hombre y da fuerzas a la mujer, que era algo con lo que bromeaban entre sí los esponsales de la época.
—Pues no estaban nada equivocados. —Ambos se rieron—. Tú me agotas, y el resto no sé si decirlo, porque no quiero que me mires jactanciosa como Venus mira a Marte.
Se miraron a los ojos profundamente, se desearon una vez más.
—¿Estabas aburrida?
—Para nada, sólo que aquí —inspiró con fuerza mientras se incorporaba y lo agarraba del cuello — se respira paz, y mientras miraba esta hermosa pintura de Botticelli me adormecí un rato.
Paula cogió el libro y se quedó mirando la pintura unos instantes más.
—¿La has visto en persona alguna vez? —preguntó Pedro.
—No —dijo apenada.
—La verdad es que me encantaría llevarte a verla, pero no entendería qué es lo que debo mirar.
Claro que si tú haces de maestra podría aprender y disfrutar a tu lado. Con tu explicación de ahora me ha resultado muy fácil entender por qué la mujer miraba de esa forma y por qué el hombre yacía indefenso. —Hizo una pausa mientras consideraba el cuadro, pensando: «Así me tienes, derrotado frente a tu dulzura, eres una diosa, comprendo muy bien cómo se siente ese hombre». Sin embargo le dijo—: Sé que es algo que te fascina, y quisiera compartir contigo tu pasión.
—Pedro Alfonso, no puedo creer lo que me dices, eres tan bueno.
—Quiero complacerte y halagarte, que te sientas cuidada, acompañada, quiero que a mi lado no te falte nada, quiero cuidarte y que me permitas hacerlo.
—Eres increíble, Pedro, eres mi paz.
—Quiero ser tu paz y creo que también empiezo a querer ser mucho más.
—También yo quiero ser alguien muy importante en tu vida. —Paula se sentía en falta con ese hombre que le ponía el corazón en la mano—. Quiero que hablemos... es necesario que sepas algo.
Se quedaron mirándose fijamente a los ojos, su profunda mirada de color café indagaba en la de ella, que intentaba buscar en su cerebro las palabras adecuadas para confesarle su verdadera identidad. En ese momento Josefina se asomó en el mirador y los llamó a comer. Pedro no iba a forzarla a nada, ya llegaría el momento en que ella pudiera sacar de su magullado corazón todo lo que anidaba de forma dolorosa y punzante.
—Vamos a comer, luego hablaremos, seguro que lo que tienes que decirme puede esperar, pero te aseguro que mi apetito no.
—Glotón, vamos a comer.
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