domingo, 28 de febrero de 2016

CAPITULO 49





Había terminado de arreglarse. Frente al espejo de su vestidor se dio una última mirada, se roció con abundante Sí de Armani y salió para dirigirse al salón de la mansión, donde ya se oía el bullicio de los últimos preparativos y una música de fondo muy suave. Asió el picaporte y cerró los ojos; con vacilación volvió tras sus pasos y regresó rápidamente al lugar donde había dejado escondido su
móvil, entre las toallas. Se encerró rápidamente en el baño y volvió a marcar el número de Pedro.


—Hola, hermosa.


Su corazón dio un brinco al escuchar su voz y una sonrisa se le dibujó en la comisura de los labios; oírlo era suficiente para que su corazón latiera desbocado de pasión, de amor, de felicidad, de esperanza.


—Te echo de menos —se animó a decirle, y no era mentira. Lo extrañaba tanto, añoraba sus besos, sus manos recorriendo su cuerpo, su aliento velándola en las noches y sus susurros desmedidos mientras le hacía el amor y la colmaba de muestras de cariño.


—No creo que tanto como yo, si no ya habrías regresado.


En ese momento, Manuel llamó a la puerta del baño y ella presurosa cortó la llamada y apagó el teléfono.


—Sí —contestó con un hilo de voz.


—Han llegado tus padres, te esperan en el salón. Date prisa.


—Ya voy, sólo he venido al baño para no tener que hacerlo cuando lleguen los invitados.


Se arrepintió de dar tantas explicaciones, Manuel no era tonto y no quería que advirtiera su nerviosismo por haberla pillado in fraganti. Se apresuró a esconder el teléfono y salió de allí; Wheels aún no se había ido. La miró estudiando su gesto.


—¿Qué ocurre?


—Nada, ¿por qué? —Intentó serenarse, respirar pausadamente, para que no se diera cuenta del susto que se había llevado. Él la siguió mirando, mientras entrecerraba los ojos.


—Vamos —le dijo mientras estiraba la mano para que se la tomara—. Espero que sepas comportarte.


—Sabes que sé hacer muy bien mi papel, seré la esposa ideal, tenemos un trato.


Manuel sonrió burlón. Paula, sin disimular su desprecio, le ofreció la mano.


—Cambia esa cara de culo entonces.


—La cortesía exige siempre reciprocidad, mis buenos modales los guardo para quien los merece.


Manuel hizo caso omiso a sus palabras, continuó riéndose de manera irónica mientras caminaba junto ella con actitud pedante. Sabía cuánto le molestaba que la tocase, y lo hacía a propósito.




Al otro lado de la línea...


—Hola... hola... —Chasqueó la lengua—. Se ha cortado —dijo Alfonso con una mueca que demostraba su hastío. Intentó llamarla, pero le salía invariablemente el contestador.


—¿Qué pasa? Pareces contrariado.


—Era Maite, pero se ha cortado y no logro retomar la llamada.


—Los sistemas de comunicación cada vez van peor —le dijo Agustin al detective mientras se adentraba en el tráfico de Nueva York. Ladeó la cabeza mientras estudiaba el gesto decepcionado de su amigo, que no se resignaba y seguía intentando comunicarse—. Mira lo que me pasó a mí en
Lisboa, aún no sé si fue el teléfono o un problema de la compañía de comunicaciones. Ya te volverá a llamar, ahora cambia esa cara e intenta divertirte, aunque no creo que sea una de las fiestas que nos gustan. La vida de mi hermana es tan aburrida y protocolaria... —sacudió los hombros—, pero dicen que para gustos no hay colores.


—Creo que ha sido un error aceptar acompañarte, no debí dejarme convencer.


Agustin volvió a estudiarlo. Pedro sacudía la cabeza aseverando sus palabras mientras se pasaba la mano por la frente y, rendido, depositaba su teléfono en el fondo del bolsillo interno de su chaqueta.


—Esa mujer te está haciendo daño. Mujeres... Yo por eso no me enrollo con ninguna en especial, sólo terminan complicándote la vida. Amo demasiado mi libertad, prefiero picotear en cada flor y no empecinarme con una.





CAPITULO 48





Paula no estaba precisamente animada. Por la tarde, sus padres la habían telefoneado para avisarla de que se encontraban alojados en el hotel St. Regis de Manhattan. La amargó caer en la cuenta de que aunque ella vivía en un lugar con muchas habitaciones, ellos preferían alojarse en un hotel, pero entonces decidió no pensar en eso: así eran ellos, su trato siempre había sido displicente y no iban a cambiar ahora.


Debía asumir que sus padres no eran padres comunes, cariñosos y devotos de sus hijos; tenían otras prioridades, los negocios por encima de todo y el exclusivo círculo social al que pertenecían; en su modo de vida no cabía la posibilidad de viajar a Nueva York y alojarse en casa de su hija, no estaría bien visto que no lo hicieran en un hotel de primerísima línea.


Indefectiblemente, los pensamientos de Paula se trasladaron a su hermano. Agustin no era como ellos, pero de todas formas tenía un carácter bastante desapegado de los valores familiares y no lo culpaba, así los habían criado, aunque el alejamiento de sus padres había vuelto a Agustin más terrenal.
Intentó desembarazarse de esos razonamientos que desde niña la atormentaban, pues la hacían sentir como un bicho de laboratorio entre los amigos que no pertenecían a su estatus, aquellos que siempre había intentado cosechar, porque para ella las clases sociales no contaban. Aunque había sido instruida en los mejores colegios, jamás había tenido en cuenta los escalafones y sí a aquellas personas que la hacían sentir bien y cómoda. Recordó a sus entrañables amigos, a quienes desde hacía muchos años consideraba parte de su familia, y sonrió orgullosa. Maite la acababa de avisar de que ya salía hacia su casa, y Eduardo, entusiasmado desde Londres, la había telefoneado antes de entrar en la subasta de la famosa casa Sotheby’s.


—No te preocupes, Ed, sabes que no te pierdes nada, tú conoces la verdad de por qué estoy aquí: esto no es más que una simple pantomima de prensa que muy poco tiene que ver con una fiesta de cumpleaños. Me encantaría decirte que nos resarciremos a tu regreso, pero Manuel está bastante quisquilloso con mis salidas. Bah, no sé de qué me asombro.


—Igualmente, tesoro, no te preocupes que ya nos veremos, lamento que haya coincidido esta subasta con tu cumple, porque al menos si estuviésemos todos los que te queremos mucho te sentirías más acompañada.


—Ed, ojalá pudiera estar donde estás tú, de verdad, no te aflijas.


—Te he mandado un regalo que te encantará.


—Amigo, no hace falta que te gastes dinero. ¿Curt ya ha llegado?


—Aún no, llega de madrugada en un vuelo directo desde Barcelona.


—Sí, ya me lo habías comentado. Compra muchas cosas bonitas para la galería, aprovecha esta liquidez que tenemos en Clio para hacerte con buenas obras de arte. Y luego olvídate del trabajo y disfruta del viaje.


—Gracias, corazón, sabes que te adoro. No me cabe duda de que a pesar del desánimo que siento en tu voz sabrás encontrar el equilibrio y estarás soberbia. Prohibido pensar en el detective, porque eso te desmoralizará aún más.


—Como si fuese tan fácil no pensar en él. —No pudo evitar sentirse atormentada—. A veces creo que habría sido preferible no conocerlo, te aseguro que esto duele más que muchos golpes de los que he recibido por parte de Manuel.


—Deja de decir gansadas y de ser tan negativa, ya encontrarás una solución. Además, sabes lo que pensamos Maite y yo: Agustin será tu hermano, pero no es justo que cargues con sus errores. Hoy regresa, y seguro que podrás hablar con él.


—Eso espero —dijo ella con evidente cansancio—. Con respecto a Agustin, ya os lo he dicho: es mi hermano y si está en mi mano protegerlo lo haré, en eso no hay discusión.


—No sigamos hablando de eso, que sé que eres muy testaruda y no te convenceré; además, no es mi intención amargarte más de lo que estás. Ahora respira profundamente, céntrate en estar radiante en tu vestido de noche y sonríe exultante como sólo tú puedes hacerlo, aunque el mundo se derrumbe a tu alrededor. Te admiro, amiga, aunque tú no lo creas, te admiro por tu entereza. No hace falta que te diga que te quiero.


—Gracias, Ed, yo también te quiero, pero te aseguro que mi entereza está llegando a su fin; para la maquilladora no ha sido fácil cubrir mis ojeras, y aunque el vestido es realmente extraordinario, no sé si podrá disimular mi amargura.


Paula cortó la llamada.


Sumida en el desánimo, se disponía a esconder muy bien el móvil, pero fue demasiada la tentación y se apoderó de ella. 


Sin querer ni poder resistirse, comprobó que el cerrojo del baño estuviera puesto y llamó a Pedro. Marcó su número con el corazón desbocado, la sangre le bombeaba por el cuerpo a una velocidad anormal, sintió desesperación por escuchar su voz, necesitaba sosegarse oyéndolo; pero la suerte parecía que ese día no estaba de su lado: le salió el contestador y eso hizo que se sumiera más en el desánimo, se sintió abatida y muy pesimista; se había ilusionado con escucharlo, aunque sólo fuera para recobrar fuerzas y salir a hacerle frente a la noche. Pedro era su calma, su esperanza, pero cada día ese anhelo por ser feliz se mostraba ante sus ojos más inalcanzable. Recordó los días en que Manuel había viajado a Washington.


Confiada, se había alegrado de que no la obligase a ir con él, ya que quedarse sola en la casa le daría la oportunidad de poder registrarla y buscar los originales de las fotos de Agustin, pero muy pronto ese entusiasmo se fue apagando, a medida que los lugares se acababan y no hallaba nada.


Desgraciadamente, las ilusiones de poder marcharse de esa casa se disiparon en un tris al comprobar que allí no había nada; ni siquiera fue capaz de abrir la caja fuerte de la casa, que estaba disimulada tras un cuadro en la biblioteca: Wheels le había cambiado la combinación.


Recordó con pesar lo estúpida que se había sentido desde ese día, su ánimo había caído en un pozo del que cada vez le costaba más salir. Se sintió una fracasada.


Emitió un hondo suspiro y se obligó a deshacerse de sus pensamientos: era imperativo hacerlo, pues necesitaba centrarse en su papel de esposa del senador Manuel Wheels.


Como la maquilladora y la peluquera ya habían terminado con ella, se quitó la bata de seda que llevaba puesta y se dispuso a enfundarse en un vestido de la colección de Armani Privé, de líneas muy simples en blanco y negro, que realzaba su busto y la estrechez de su cintura. Pensaba acompañarlo con joyas de diamantes de Le Vian; éstas habían sido regalo de Manuel para jactarse especialmente esa noche y quedar ante todos como un esposo muy considerado. Llamaron a su puerta: —Señora, su hermano al teléfono.


Paula se apresuró a contestar al oír el aviso de Cliff.


—Hermanita, ¡feliz cumpleaños! —Como hablaba por la línea de la casa, donde todas las llamadas eran grabadas, Paula se contuvo con cada una de sus palabras—. Mi móvil murió en Lisboa, ¿me estuviste llamando? No sé qué le pasó, creo que tendré que cambiar ese aparato, acabo de llegar a Manhattan y ya estoy preparándome para ir a tu fiesta.


—Te llamé para recordarte lo de la fiesta —dijo con fingida importancia.


—¿Papá y mamá ya han llegado?


—Me han llamado desde el hotel.


—Nos vemos en un rato. Iré acompañado, ya he avisado a la organizadora de la fiesta, no creo poder soportar a papá toda la noche con su verborrea exagerada. Sin duda tendrá preparado un sermón para darme, así que me llevaré a un acompañante.


—Bueno, no llegues tarde —lo conminó.


—No lo haré, sabes que tú eres siempre mi prioridad.


—Sí claro. —Aunque no quiso sonar incrédula, no supo si pudo disimularlo—. No llegues tarde, Agustin, por favor —repitió antes de cortar






CAPITULO 47





Camino al departamento de policía recibió una alerta, un código 10-40 en el que le pedían que cambiara de frecuencia. Tras ese código llegó un 10-0 y un 10-80.


—Atención, nos encontramos en las ruinas de Yonkers Power Station. Un muerto en la escena con un disparo en la cabeza. Detective Alfonso, se requiere su presencia, código 10-20, por favor.


—Código 10-4. Estoy en camino a pocos minutos del lugar.


—Código 10-4, detective, comprendido.


—Pedro, ¿dónde estás?


Recibió una llamada de su compañera casi de forma inmediata.


—En camino acudiendo a la alerta, en diez minutos estoy ahí. Eva, ¿también te han convocado?


—Sí, estoy a punto de llegar.


Gonzales y Alfonso llegaron casi a la vez al lugar de los hechos y caminaron hacia la zona precintada, un área de más de cincuenta metros donde gran parte del personal de investigación ya estaba trabajando.


El fiscal había llegado pero estaban aguardándolos a ellos, ya que unos compañeros detectives habían reconocido a la víctima como un delincuente al que ellos habían apresado semanas atrás y al que por falta de pruebas habían tenido que dejar en libertad. Respondiendo a los códigos, esa investigación les pertenecía.


—¡Puta mierda! —gritó Alfonso a su compañera al divisar el cuerpo del fallecido mientras iba poniéndose los guantes de látex: había reconocido a las claras a Leonard LeBron—. Es evidente que alguien no quiere que queden cabos sueltos —dijo fastidiado a Eva, sin que nadie más lo oyese— y es más que obvio que con éste y con Simon Shawn nos estábamos acercando demasiado al topo. Es triste saber que hay un topo entre nosotros, además, a esto ya no se le puede aplicar el Código azul del silencio. *


Cuando estuvieron lo suficientemente cerca se saludaron con el fiscal a cargo y con los peritos, y comenzaron de inmediato a impartir órdenes para dirigir la investigación.


—Se infiere a priori que estamos en la escena del crimen, lo que se puede presuponer por la cantidad de sangre hallada en el lugar —acotó Pedro y corroboró uno de los expertos.


El detective García se había acercado a él y tras saludarlo le pasó la información recabada a su llegada. Hora y fecha exacta de la comunicación del hecho y datos de los comunicantes, a quienes señaló además con la mano, se trataba de dos vagabundos. También le indicó el tiempo exacto de la llegada del personal policial al lugar y los acompañó a la escena utilizando la misma ruta segura que él había seguido y anotado hacía unos momentos.


—He llegado hasta aquí porque en cuanto lo he reconocido os he convocado. Así que os lo dejo, todo vuestro . Au revoir! —se despidió en francés y se retiró.


—Comencemos con el rastrillaje del lugar, a ver si encontramos casquillos o incluso el arma — ordenó Eva a un grupo de agentes que maniobraban linternas en mano.


—Delimiten bien todas las vías de entrada y salida y requisen los alrededores —añadió Alfonso.


Un agente se acercó a Pedro, que estaba de pie mirando y estudiando el panorama en la central eléctrica del Yonkers de Nueva York y del río Hudson. Eva estaba inclinada sobre el cuerpo, hurgando en los bolsillos del cadáver, pero la documentación ya había sido retirada por García.


Se peinó toda la zona, se tomaron muestras y huellas. Tras recabar todas las pruebas trasladaron a los vagabundos a la comisaría de policía para tomarles declaración, de la cual no se obtuvo nada significativo.


El dato más relevante fue que tres días atrás el cuerpo no estaba; ellos no siempre dormían allí, pero el viernes sí lo habían hecho y aseguraban rotundamente que no estaba.


Como se trataba de un lugar abandonado, tampoco se obtuvo ningún testimonio que pudiera arrojar un poco de luz al asunto. Restaba esperar el informe de balística y de la autopsia para ver qué podían aportar. También quedaba recabar testimonio de su círculo íntimo y familiar, para determinar cuándo había sido la última vez que se lo vio con vida. Teniendo en cuenta el historial de la víctima, sabían que no sería fácil encontrar colaboración en su entorno, ya que seguramente tampoco andaban en cosas legales y escatimarían información incluso aunque pudiera servir para esclarecer el asesinato de uno de los suyos.