sábado, 20 de febrero de 2016
CAPITULO 22
De regreso a su apartamento, Pedro fue directo a la nevera a servirse un refresco, luego caminó hacia el dormitorio y abrió la puerta con sigilo. Paula sintió sus pasos cuando se aproximaba y abrió los ojos de inmediato.
—Pedro, ¿eres tú? —preguntó en la oscuridad.
—Sí, tranquila.
—¡Por fin has llegado! —exclamó mientras Alfonso encendía la luz de la mesilla.
—Aún estás despierta.
—He dormitado a ratos, pero estaba muy intranquila.
Pedro se inclinó y la besó en la boca.
—Ya puedes calmarte, estoy bien. —Le guiñó un ojo, se puso de pie y abrió los brazos para demostrárselo—. De una pieza, tal como me he ido.
—No bromees, Pedro, sé que para ti tu trabajo es lo más natural, pero cuando te he visto irte con todas esas armas me he quedado con el corazón en un puño. Ven, acuéstate, debes de estar cansado.
—Un poco. La verdad es que en el mismo momento nunca lo noto, creo que por la adrenalina que me recorre el cuerpo, pero cuando todo pasa la tensión se hace sentir.
—Para colmo, no estoy en condiciones de mover los brazos con normalidad, como para hacerte unos merecidos masajes.
—Eso suena prometedor, ya los probaré —dijo mientras se despojaba de todo cuanto llevaba puesto —. Voy a darme una ducha y me acuesto.
Se metió en la cama y se abrazaron en la oscuridad.
—Hasta que puedas darme esos masajes me conformaré con tu olor, creo que es el mejor elixir para dormir placenteramente y olvidarme de todo.
Se quedaron en silencio.
—¿Ya te has dormido?
—Casi. —La voz de Alfonso sonó pesada y algo ronca—. ¿No puedes dormir?
—Creo que estoy desvelada, pero no te preocupes, intenta descansar que mañana tú trabajas.
Él contestó con un gruñido y se durmió, estaba exhausto.
Por la mañana, Pedro y Paula comieron en la cocina. Ella se había levantado temprano para sorprenderlo con el desayuno, y como todo lo hacía a cámara lenta, le llevó bastante tiempo prepararlo.
—Mmm, exquisito como tú.
—Hacía mucho que no preparaba el desayuno.
Pedro evaluó las palabras dichas, eran toda una revelación.
—¿Tienes personal de servicio que lo hace por ti?
Ella asintió con la cabeza.
—Pero me ha encantado hacerlo. No siempre he tenido quien lo hiciera por mí. Cuando me casé apenas nos alcanzaba para pagar el alquiler. Papá quería ayudarnos, pero nosotros deseábamos hacer nuestro propio camino.
Paula se mostraba comunicativa. Alfonso miró la hora de soslayo, y contrariado se dio cuenta de que ya llegaba tarde.
—Me encantaría quedarme y que siguiéramos hablando, pero debo irme al trabajo. El capitán nos estará esperando para que le pasemos todo el informe de anoche.
—Pareces preocupado. ¿No fue bien anoche?
La miró mientras se colocaba su chaqueta y guardaba su arma en la funda.
—La verdad es que no, pero no quiero agobiarte con mi trabajo.
—No me agobias, puedes compartirlo conmigo si quieres.
—Tú también puedes compartir todo conmigo. —Paula lo miró sin contestarle—. Pero sin prisa, puedo esperar a que estés preparada —dijo muy dulcemente y se apoderó de sus labios.
Paula se los ofreció gustosa, sin demora, él la agarró del trasero tal como se encontraba, sentada en uno de los taburetes altos de la cocina. Llevaba puesto un pijama de seda, y las manos ávidas de Pedro se deslizaron por la prenda. Haciéndole un hueco entre sus piernas, ella las abrió para sentirlo; Pedro estaba erecto, su miembro descansaba contra el pubis de ella mientras seguía apoderándose de su boca como un depredador. Agitado, casi sin respiración, se apartó a desgana de sus labios, sabiendo que no podía seguir adelante.
—Volveré temprano y te llevaré a casa de tu amiga —dijo mientras apoyaba la frente en la de ella.
—Gracias, te estaré esperando.
—Recuerda no usar tu teléfono. Veré si puedo conseguirte uno para que nos comuniquemos cuando no estés aquí.
—Déjame que te lo pague.
—No es necesario. Me voy, que se me hace tarde y no quiero enfurecer a mi jefe tan temprano; te aseguro que cuando está de mal humor es muy mal jefe. —Le dio un beso casto y se apartó para irse —. Deja todo esto así, cuando vuelva lo ordenaré. No hagas esfuerzos innecesarios, que te quiero repuesta cuanto antes. —Le dirigió una mirada oscura, regresó y volvió a atrapar su boca—. Ahora sí me voy, tu boca me distrae demasiado.
Paula sonrió jubilosa, así era como se sentía. Cuando él estaba casi cerrando la puerta lo llamó:
— ¡¡Pedro!! Creo que te echaré de menos.
El detective le guiñó un ojo y desapareció.
Paula se quedó sola, sintiendo que no cabía en ella, plena como hacía mucho tiempo que no estaba.
Estaba llena de alegría y se mostraba entusiasmada. Con cuidado se bajó de la banqueta y comenzó a recoger las cosas del desayuno, estaba feliz haciéndolo. Parecía que por fin encontraba un rumbo en su vida, porque Pedro le daba sentido, la animaba, la hacía sentir bella, importante.
Aunque sabía que era muy pronto para estar así y que no era prudente ilusionarse demasiado, no le importó; tenía muy pocos momentos de dicha, por qué privarse. Mientras lavaba las tazas y las demás cosas se encontró con que sonreía bobamente, pero no le importó, llevaba tanto sin hacerlo que le pareció lo más adecuado.
—Sólo espero que este sueño no se termine demasiado rápido —dijo en voz alta, a modo de súplica.
Por la tarde, como Alfonso le había dicho, llegó temprano para llevarla a casa de su amiga.
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