jueves, 10 de marzo de 2016
CAPITULO 82
Estacionó el coche frente a la casa de la familia Gonzales y llamó a la puerta después de llenar sus pulmones de aire. El padre de Eva fue el encargado de abrirle y facilitarle la entrada.
—Señor Gonzales, lo siento mucho. —Sus palabras brotaron sinceras—. Aún recuerdo la promesa que le hice, lamento no haber estado junto a ella.
—Pasa, muchacho. —Se abrazaron—. Siempre supe que esto terminaría así, lo he sabido desde que mi hija se empeñó en seguir esta profesión.
—No siempre las cosas terminan así —intentó contentarlo.
Todos los hijos y nueras del matrimonio estaban ahí, saludó a cada uno y acunó en sus brazos a la madre de Eva, besándole la coronilla mientras intentaba darle consuelo, un consuelo que nadie podía ofrecerle, porque lo único que esa mujer ansiaba era que le llevaran a su hija con vida, y eso era imposible. Esperó a que todos se calmaran y a que la señora Gonzales dejase de llorar, luego empezó a hablar pausadamente.
—Sé que no es el mejor momento, pero las primeras horas son las más importantes y no descansaré hasta encontrar quién lo hizo.
—Confiamos en que harás justicia por nuestra hija.
—No le quepa la menor duda, señor Gonzales, no descansaré hasta conseguirla. Necesitaría que contesten algunas preguntas —dijo titubeante—. No puedo revelarles mucho, porque estamos comenzando con la investigación, pero sería de gran ayuda si me dijesen si a alguno de ustedes les suena el nombre de Pedro Morales.
—Pedro fue pareja de Eva en la escuela secundaria, antes de que viniéramos de México, fue un amor de adolescentes que no llegó a nada. ¿Por qué nos preguntas por él? —dijo Julio. Pedro entrecerró los ojos pero no respondió, a cambio formuló otra pregunta.
—¿Saben de alguna amiga o conocida de ella que en la actualidad tenga tres hijos?
—Eva no tenía muchas amigas, tan sólo dos y son solteras —aseguró Esteban sin temor a equivocarse; todos ratificaron sus palabras. Pedro sacó la foto de un sobre de color manila.
—¿No saben si esta persona es el marido o pareja de alguna de las amigas de Eva?
—Ése es Pedrito —dijo la señora Gonzales con total seguridad.
—¿Qué tiene que ver Pedro con la muerte de mi hermana? —lo interrogó con apremio Luis.
—Por ahora nada, sólo estamos reconstruyendo las últimas horas de Eva —dijo Alfonso con mesura sin revelar nada—. ¿Saben si el señor Morales —le costó pronunciarlo por ser un apellido latino, y Roberto, que hasta el momento se había mantenido al margen, lo ayudó con la pronunciación— está casado?
—Pero ¿Pedro está aquí en Estados Unidos? —quiso saber Luis. Las mujeres no hablaban, dejaban a sus esposos.
—Ha sido visto en las últimas horas en la ciudad y se cree que se encontró con Eva —respondió Pedro, sin desvelar nada para resguardar el secreto de sumario de la causa.
Esa gente no sabía más de lo que decía, él era muy perspicaz y notaba que nadie estaba ocultando información, por lo que decidió que era mejor marcharse para no seguir agobiando a esas personas que no tenían sosiego; con sus preguntas inoportunas, sentía que sólo estaba invadiendo la paz familiar. Así que comenzó a despedirse.
—El sábado será el funeral de nuestra hija, esperamos que nos puedas acompañar —lloriqueó la mujer.
—Por supuesto, allí estaré.
En Austin, Paula se encontraba ensimismada limpiándose las manos, pues pintando se había manchado con óleo, así que empapó un paño con un poquito de trementina para quitarse la pintura. Su teléfono sonó al ritmo de Don’t stop the party,* de The Black Eyed Peas; no tuvo que mirar la pantalla para saber que se trataba de Agustin.
Pau le había asignado esa canción precisamente porque su vida era una continua fiesta.
—Hola, hermanito, ¿dónde estás?
—En el aeropuerto de Madrid, a punto de abordar el vuelo de regreso a Nueva York. ¿Cómo está mi hermana preferida?
—Como si tuvieras otra, eres un bobo.
—Yo no pondría las manos en el fuego, tal vez el viejo Chaves anduvo haciendo de las suyas por ahí; ése tiene de esposo fiel lo que yo de celibato.
—Agustin, no hables así de papá. No me gusta pensar que engaña o ha engañado a mamá.
—Paula, a veces pienso que no eres mi hermana. No puedes creer que con la frialdad con la que se tratan nuestros padres no tengan sus aventuras por ahí; tanto mamá como papá tienen sus rollitos bien escondidos, casi te lo puedo asegurar, lo que pasa es que viven de las apariencias. Ahora, que tú quieras pensar que tenemos una familia perfecta, eso es otra cosa.
—¿Por qué eres tan duro?
—No soy duro, soy realista. Despierta de tu burbuja, hermana, y deja de creer que todos son como tú. La verdad, no te merecen como hija.
—Deja ya el sarcasmo, que me gustas más cuando me dices cosas dulces. —Agustin se rio.
—¿Pedro está en Austin?
—Tal vez venga este fin de semana.
—Tu amiga... ¿sigue ahí contigo?
—¿Te refieres a Maite?
—Sí, la rubia sabelotodo, que yo sepa no tienes otra amiga.
Utilizó un tono con el que quiso demostrar desinterés. Paula reía por lo bajo, dándose cuenta de que estaba indagando; él no sabía que ella estaba al tanto de lo que había ocurrido entre él y Maite.
—Sí, Agustin, sigue aquí, firme como soldado de la guardia inglesa. Creo que este fin de semana, además de Pedro, viene Christian.
Paula había decidido provocarlo, no era verdad que el agente fuera a ir, pero quería hacérselo creer para que reaccionase.
—Ah, mira qué bien, que lo paséis bien los cuatro. —Agustin sintió un ardor en la boca del estómago.
—¿Por qué no te vienes?
—Paso, tengo una fiesta el sábado y... al parecer ahí la reunión es para cuatro, no para cinco, a menos que a tu amiga le venga bien un trío.
—No seas grosero. Maite no practica esos juegos, no sé por qué lo insinúas.
—Me tiene sin cuidado lo que le guste a tu amiga.
—No lo parece, porque hace un buen rato que hablamos de ella. ¿Piensas dejarla ir?
—¿Qué dices? A mí no me interesa tu amiga, ¿otra vez con esa estupidez?
—Bueno, menos mal, porque Christian va rápido y te digo que te la sopla en cualquier momento.
—No me interesa con quién se acuesta tu amiga, por mí puede cepillarse al equipo entero de Los Mets.
Estaba ardiendo de ira, y aunque intentaba disimular, Paula, que lo conocía muy bien, sabía que se estaba poniendo histérico.
—Tengo que cortar, están llamando a mi vuelo.
No era cierto, pero fue la excusa perfecta para no seguir hablando de Maite.
Se despidieron, y Agustin se quedó de un pésimo talante. No podía entender lo que le ocurría. Desde que se había metido en la intimidad de la rubia no había podido dejar de pensar en ella. Estaba trastocado; ni siquiera sabía por qué razón había preguntado a su hermana por Maite. Por otra parte,
ni la pelirroja ni la castaña que se había tirado durante su estancia en Madrid le habían hecho olvidar lo suave que había sido sentir a Maite cuando estuvo dentro de ella.
—Maldición —explotó, al volcarse encima el café que acababa de sacar de una máquina expendedora.
Miró la hora e iba bien de tiempo, así que tiró el vaso desechable en un cesto de basura y se dirigió al baño para cambiarse la ropa, llevaba una camisa en el bolso de mano.
Cuando terminó de abrocharse la prenda, se miró en el espejo y por un momento desconoció su reflejo, se debatía entre la ira y los celos, pero prevalecieron los celos, así que sacó su iPhone y tecleó un mensaje:
¿Ya has encontrado a alguien que te folle mejor que yo? Apuesto a que por más que lo busques no lo encontrarás. Guarda la foto y hazle un marquito, porque en tu vida volverás a ver un pene como éste.
Se abrió la bragueta y se bajó el bóxer para sacar una foto a sus genitales, que adjuntó al mensaje.
Terminó de escribir y dudó unos instantes antes de enviarlo, pero finalmente buscó el número de Maite y se lo envió.
La rubia se sintió furiosa por ese mensaje tan presumido, así que no dudó siquiera en responderle mientras se preguntaba: «Pero ¿éste qué se cree? Idiota».
La respuesta a Agustin le llegó casi de inmediato.
Ególatra, me tiene sin cuidado tu APARATITO. Que sepas que no eres tan bueno como te crees, he gozado con otros mucho más que contigo. Y deja de fanfarronear, porque tampoco la tienes tan grande.
«Eres realmente el mejor, pero no te lo reconoceré; antes muerta.» Maite reflexionó mientras miraba la fotografía.
Mentirosa, gritaste demasiado para no haber gozado. Y en cuanto al tamaño, tus ojos no dijeron lo mismo, te quedaste con la mandíbula caída cuando lo viste dormido.
Sé muy bien lo que tengo, nena.
En ese tire y afloja ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder terreno. Se enviaron una cadena de mensajes que escribieron desbocadamente.
Lo que me dejó con la mandíbula caída fue tu desfachatez.
Pero estuviste muy dispuesta a abrirte de piernas para mi desfachatez.
Vete a la mierda. Eres un presuntuoso que sólo vive para mirarse el ombligo. Y por si lo has olvidado, te recuerdo que parecías bastante ido cuando te enterrabas en mí, tesorito.
Ja, ja, ja, ¿tesorito? Recuerdo que me proporcionó el alivio necesario que necesitaba.
Llevaba unos días sin follar, y tal vez por eso la necesidad se hizo ruidosa.
Ja, ja, ja, no seas farsante, sé reconocer a un hombre que busca alivio y a otro perdido, y tú no entras en los que buscan alivio, porque te recuerdo que te tomaste tu tiempo para disfrutar de mi cuerpo.
Jamás dejo las cosas a medias, no te ilusiones.
Pues déjame decirte que para no dejar las cosas a medias no demostraste mucha creatividad.
«Macho Man», manda saludos al mejor amigo de tu mano.
Terminó de mandar el texto y bloqueó su número.
—Toma ya, atragántate. ¿Quién te crees que eres? Idiota. —Se dejó caer en la cama, luego buscó la foto que él le había enviado y se quedó admirando su pene—. Maldito sea, es perfecto.
En Madrid, Agustin ya había subido al avión, y estaba que se lo llevaban los demonios porque le hubiera bloqueado el número, no dejaba de maldecirse por haber iniciado esa tonta conversación.
«Me vas a rogar que te folle, te lo aseguro, vas a suplicarme», pensó mientras se acomodaba en la butaca de clase business para dormir.
Ya era jueves, el desánimo de Paula no mermaba, tenía celos hasta de una persona muerta y eso la estaba sacando de sus cabales. Pintaba en su estudio, cuando explotó en ira y de un manotazo tiró todas las pinturas que descansaban en la mesa de apoyo junto al caballete. Luego se sentó en el suelo y se echó a llorar, se sentía cargada de impotencia, necesitaba ver a Pedro cuanto antes o se volvería loca. This Love* sonó, y sorbiendo su nariz Paula se apresuró a coger la llamada; no quería que Alfonso se diera cuenta de que había estado llorando.
—Paula. —Dejó escapar su nombre como si fuera un bálsamo.
—Hola, Pedro, mañana por la noche por fin nos veremos —dijo entusiasmada.
—Nena, los funerales son el sábado, por eso te llamaba: tampoco podré viajar esta semana.
—No te preocupes —le contestó con un hilo de voz, y la desmoralización fue más que evidente.
—Sí me preocupo, tengo ganas de verte.
—Yo también, pero debes atender tus cosas.
—¿Estás bien, Paula?
—Perfectamente bien, curada, restablecida y exiliada en Austin.
—Eso ha sonado a reproche.
—Tómalo como quieras. —Se encogió de hombros—. De vez en cuando también puedo dejar de ser comprensiva, ¿no crees?
—Seguro, y me parece bien, pero... ¿sabes qué? No he planeado la muerte de Eva para dejar de verte.
—Últimamente todo es más importante que yo.
—Sabes que no es así.
—No, no lo sé.
—Pues me apena mucho que no lo sepas, porque vivo pendiente de ti.
—Mira, Pedro, atiende tus cosas, cuando realmente te quede tiempo para dedicarme a mí, llámame, no te preocupes, ve, y llora tranquilo a tu pelirroja.
Paula lo cortó ofuscada, ni siquiera sabía muy bien qué era lo que le reclamaba. Alfonso, al otro lado, no estaba de mejor humor. El detective sabía perfectamente por qué Paula había resaltado lo del color de pelo, no la creía estúpida y tampoco la subestimaba, sabía que ella estaba enterada de que la mujer que aquella noche había visto en su cama era Eva, pero de todas maneras no podía creer que ella se enfadase porque asistiera a su funeral.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario