jueves, 10 de marzo de 2016
CAPITULO 81
A pesar del cansancio, Alfonso no consiguió pegar ojo. Las imágenes se sucedían a toda velocidad, repasando cada indicio en esa escena del crimen; no podía detenerse. Estaba llegando a la comisaría cuando de pronto, surgió en su memoria el recuerdo de dos noches atrás, cuando él y Eva coincidieron en un club nocturno de la avenida Randall en el Bronx.
Pedro había llegado a ese lugar para encontrarse con uno de sus informantes, quien le daría datos jugosos del «Jefe» Aristizabal Montoya, pero ese hombre nunca llegó.
Mientras lo esperaba, entre el gentío, recordó el momento en que divisó a Eva en el salón. Ella estaba discutiendo airadamente con un hombre de apariencia latina que no vestía como la gente que frecuentaba el lugar; esto le llamó la atención, porque se notaba que no pertenecía a ese ambiente.
Luego el tipo se fue y en ese momento Pedro la abordó:
—Eva, ¿qué haces en este lugar?
—Alfonso, qué extraño encontrarnos en este sitio, no me cuadra que estés por estos antros.
—Ya ves, el mundo es muy pequeño. A decir verdad, tampoco me cuadra que estés tú. —Ella sólo se rio—. ¿Pasa algo? Porque te he visto discutiendo con un hombre.
—Es el marido de una amiga, lo he seguido para intentar que se reconcilien. Ya ves los lugares que frecuenta, es un bobo que no sabe apreciar lo que tiene. Mientras tanto, mi amiga está llorando en su casa con tres críos. ¿Bebemos una cerveza?
Pedro recordó lo nerviosa que se había puesto al verlo, tanto que ni siquiera intentó indagar qué era lo que él hacía allí.
Después de beberse una Budweiser salieron del lugar y en la calle la detective intentó seducirlo de nuevo, colgándose de su cuello para robarle un beso.
—¡¡Qué arisco!! ¿Nunca más me vas a dar el gusto de tenerte? Estoy convencida de que podemos separar las cosas.
—Eva... ya lo hemos hablado.
—Está bien, no digas nada más, con la cara lo has dicho todo.
Pedro recordó que después de que él la rechazara ella se mostró ofuscada como nunca y se fue bastante ofendida.
Estacionó su coche en el parking donde siempre lo dejaba, ya tenía su lugar reservado. Entró en el departamento de policía y se dirigió directo a su mesa. Todos lo miraron al entrar; él, que siempre era muy cordial, ni siquiera saludó, pero nadie dijo nada, las miradas lo seguían.
La unidad estaba consternada con la pérdida de la detective Gonzales, un silencio poco común se apoderaba del lugar, como si todos los que allí trabajaran lo hicieran con el más profundo de los respetos en su memoria.
Pedro llegó a su mesa, y se encontró con la copia de los informes elaborados hasta el momento, tal como le habían prometido Strangger y Conelly. Los sostuvo entre las manos, pero en ese instante tenía una corazonada, e iba precisamente por ella. Necesitaba hallar el hilo común que unía todos los elementos del caso. Introdujo su clave personal en el ordenador y de inmediato entró en las bases de datos de información criminal que utiliza la policía de Nueva York, pero era como buscar una aguja en un pajar, necesitaba dar con ese rostro, aunque la tarea, de esa forma, era casi imposible. Así que se repantigó en su asiento, resopló, movió el cuello intentando aliviar la contractura que sentía y estiró cada una de sus articulaciones.
«Piensa, por Dios, pareces un novato», se conminó, cerró los ojos y fue a las fuentes, encauzó sus pensamientos y se deshizo de la ansiedad que lo envolvía para apegarse a los procedimientos habituales y seguir cada paso como correspondía. Se levantó de su asiento, cerró su ordenador y se dirigió al laboratorio de la unidad, donde entró y buscó al especialista en arte forense.
—Buenos días, Lessin.
—Detective Alfonso, ¿en qué puedo ayudarlo?
—Necesito que me ayudes con una identificación; ¿tienes tiempo?
—Para usted siempre, déjeme decirle que me siento muy apenado por la pérdida de la detective Gonzales.
Pedro le dio una palmada en la espalda, aún no podía asimilar que Eva no estaría más entre ellos, le costaba aceptarlo.
Con las indicaciones que el detective le proporcionaba, el especialista introdujo una serie de códigos: rasgos de etnia, el largo del pelo, la forma del mentón, complexión de su rostro, barba, bigotes, forma de los ojos, labios, nariz, cejas, orejas.
Finalmente, el software arrojó una identificación que fueron puliendo, hasta que Pedro lo creyó casi igual.
—Es perfecto, no lo toques más. Introduzcámoslo en el programa de reconocimiento facial, a ver si arroja algún dato.
—Yo me encargo, detective, en cuanto tenga algún resultado lo aviso, sabe que esto puede tardar varias horas.
—Lo sé, gracias, Lessin.
Antes de abandonar la planta, Pedro se dio una vuelta por el laboratorio, donde sabía que trabajaban en el resto de las pruebas que se habían obtenido en la escena del crimen; no quería presionar a los peritos, pero las primeras horas eran siempre las cruciales para la inteligencia criminalística, que debía ser oportuna y susceptible; oportuna porque debía llegar a tiempo a manos del investigador, y susceptible para poder llevar a cabo la acción.
Trabajaban en una huella de calzado que habían encontrado al lado de la mesilla de noche en el apartamento de Eva, y en otra que se había recogido en el vestíbulo del edificio; también en una colilla de cigarrillo que se había encontrado en un arbusto cerca de la entrada, mientras que otros peritos clasificaban la basura que habían llevado de la casa de la víctima. Asimismo se esperaba que llegase la bala extraída del cuerpo de la detective, durante la autopsia, para que los expertos pudieran analizarla.
Cuando estaba subiendo al ascensor, su teléfono sonó. Era Lessin, que estaba pletórico. Pedro detuvo el ascensor al escucharlo y salió de él para volver tras sus pasos. Entró henchido de excitación en la oficina del perito.
—Tenemos un resultado —indicó optimista.
Pedro miró la pantalla y no tuvo dudas: ése era el hombre que había visto discutir con Eva en el lounge de la disco del Bronx. El sospechoso era un delincuente con un abultado expediente, buscado por la DEA¸ por la Organización Internacional de la Policía Judicial de México y por el FBI, y estaba relacionado con el cártel que encabezaba Mario Aristizabal Montoya. Ese nombre le sonaba mucho a Pedro, pero eran cárteles con extensas redes y esa coincidencia no quería decir que tuviera algo que ver con la otra investigación. Leyó su nombre, Pedro Morales, ese rostro ya tenía nombre y apellido, e iría por él. Sintió que el cuerpo le temblaba, no quería imaginar ni conjeturar sin tener pruebas en las manos, debía ser precavido.
—Hazme copia de todo —indicó con voz impaciente.
Bajó raudo y fue a su mesa a buscar su abrigo, tenía el informe apretado entre sus labios mientras se colocaba la gabardina. El capitán salió de la oficina cuando estaba a punto de irse.
—Alfonso, a mi oficina.
Pedro bufó por lo bajo pero no desobedeció la orden; con desgana y a grandes zancadas, se dirigió hacia la oficina de su superior.
—¿Qué necesita, capitán?
—¿Para qué caso es la identificación que has solicitado que te confeccionen?
Alfonso chasqueó la lengua, apretó los puños y maldijo por dentro a Lessin por ser tan bocazas. No le quedó más remedio que contarle su descubrimiento.
—¿Adónde piensas ir con esa identificación?
—Primero a casa de la familia de Eva, a ver si logran reconocer al tipo como el marido de alguna amiga de ella. Luego al antro.
—¿Y a ese lugar piensas ir solo, sin apoyo? —El capitán lo cuestionó mientras alzaba ambas cejas. —Mi oficial de apoyo está muerto —le dijo él sin bajar la mirada, y sus palabras se le clavaron en el pecho y con firmeza en su alma; cada vez se hacía más palpable la ausencia de su compañera y empezaba a pesarle.
—De ser necesario, yo seré tu apoyo hasta que se te designe un nuevo compañero. Pero te recuerdo que no es tu caso, sino el de Strangger y Conelly, así que tú irás a ver a la familia de Eva, y te lo permito como deferencia —le indicó cortante, para que se enterara de que no lo perdía de vista —, pero al antro irán los detectives a cargo.
—Pero...
—Pero nada. No vayas por libre, o te juro que te pongo de licencia administrativa.
—No es justo.
—Sí lo es, en el estado emocional en que estás no eres capaz de cuidarte las espaldas, y yo debo velar por todo el personal de mi unidad, no me obligues a confinarte tras un escritorio. Si me entero de que has ido a ese lugar, te quito la posibilidad de obtener información.
Golpearon a la puerta interrumpiendo el reto que Alfonso se estaba llevando; eran los de Asuntos Internos, que acudían a hablar con la unidad, todo había salido a la luz y ya no había forma de detenerlo.
Donavan Martens le hizo una seña a Pedro para que se retirara, pero antes le recordó: —Avisa a los detectives a cargo, que no se te olvide —le dijo con el índice en alto antes de que saliera
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