sábado, 12 de marzo de 2016
CAPITULO 89
Todo lo encontrado en esa caja de seguridad había sido marcado con rótulos protectores que decían «Confidencial», y automáticamente entraban en juego ciertas restricciones para su manipulación, en las cuales se estipulaba qué personas eran las autorizadas para poder ver la información y también las condiciones en que podían hacerlo.
El siguiente paso era evaluar la fiabilidad de la fuente, así como la pertinencia y la validez de todo el contenido requisado. Se harían las remisiones del caso y se clasificaría para ser cotejado. Después, si todo era sustancial, se elevarían las órdenes de arresto contra quien correspondiese.
Pero el tiempo apremiaba teniendo en cuenta que Paula estaba desaparecida, así que las decisiones debían tomarse con rapidez. Los agentes que trabajaban encubiertos acababan de informar de que el senador había volado por la mañana a Washington.
El procedimiento estaba terminando, y Pedro llamó aparte a Christian.
—C.C., no soy estúpido, y sé que me estás dejando fuera.
—Es que estás desesperado y temo que hagas una locura.
—Mierda, ¿cómo quieres que esté? Se han llevado a mi mujer y estoy a miles de kilómetros, manejando información telefónica a medias. Podría haber abierto esa caja de seguridad y luego llamarte, pero a pesar de todo preservé la información, y la puta investigación en la cual ahora me cago.
—Pedro, te prometo que serás partícipe, pero en este instante no piensas con la mente, estás pensando con el corazón. Sabes perfectamente que la premisa principal es dejar fuera todo tipo de emociones. Hay que mantener la cabeza fría, evitando esa ansiedad con la que responde el ser humano a las situaciones de amenaza y peligro. Y tú estás demasiado involucrado en esto para pretender que actúes de esa forma.
—Mierda, Christian, dame un lugar donde buscar a Paula, deja ese juego idiota de palabras que yo mismo le hago a la gente cuando llevo a cabo una investigación para que no molesten; dame un lugar, dame un sitio donde encontrarla, porque voy a enloquecer. No me subestimes.
—¿Cuándo viajas para Austin?
—Salgo ahora para el aeropuerto, acaban de avisarme de que en una hora sale mi vuelo.
—Perfecto, voy a cumplimentar unas diligencias y parto para Austin con mi equipo, nos encontraremos allá. Los peritos están trabajando en tu casa, recolectando pruebas en la escena; déjanos trabajar, confía en nosotros.
—No tengo tiempo, Christian, ya ves cómo estoy. Por Dios, la van a matar —lo zarandeó por la ropa—, tú sabes que esos hijos de puta la matarán.
—Confía en mí, lo sabrás todo a su tiempo. Deja que trace un plan y te prometo que participarás con nosotros en él. —Le apretó el hombro—. Estoy moviendo todos mis contactos para rastrearla. Hemos actuado muy rápido, y les será difícil sacarla de la ciudad, por aire será imposible. Ánimo, la
encontraremos, además, ellos no saben que estamos al tanto de todo, o al menos no saben lo que Eva nos ha dejado.
Abrumada y sofocada por el encierro, sentía el sabor férreo de la sangre en su boca. Era como estar viviendo una película de acción, en la que ella era la protagonista. Había peleado mucho, había corrido como nunca, pero la habían derribado. Esos hombres la habían arrastrado por los pastizales, su aguerrida pelea no había servido para evitar que le quitaran el arma y ahora estaba exhausta por la contienda.
Tenía las manos atadas en la espalda, le habían colocado un precinto en las muñecas para inmovilizarla. La brida estaba muy ajustada, tanto, que le provocaba un dolor continuo, y si intentaba mover las extremidades el dolor casi se hacía insoportable; los plásticos se le hundían en la carne y parecía que le cortaban. También las palmas de las manos le ardían, se las había lacerado intentando un descenso por el terreno inclinado y áspero. Quienes la habían perseguido eran todos hombres fornidos y rápidos, y parecía que sabían muy bien lo que hacían. Hablaban en español creyendo que ella no los comprendía, y es que no sabían que su amiga Tiaré había sido una maestra muy buena.
Continuamente nombraban al Jefe, tenían indicaciones de llevarla con vida y sabía que Manuel estaba tras eso.
Estaba oscuro y tenía mucha sed, la habían metido en el maletero de un coche, y le habían vendado los ojos y también amordazado.
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