Permanecieron en silencio admirándose. Él le acariciaba las caderas y ella jugaba con sus labios, mientras Alfonso le besaba el dedo que los trazaba.
—Sé que tenemos que hablar, que hay muchas cosas que quieres que te cuente, que estás a la espera de muchas revelaciones. Reconozco que has sido muy paciente, soy consciente de que muchas veces te has contenido y no me has preguntado, y que hasta has reprimido las ganas de investigar por tus medios; no sabes cuánto te lo agradezco, sólo te pido que me des un poco más de tiempo.
—Tranquila, tenemos tiempo. Hoy no está permitido que el pasado se entremeta entre nosotros, ha sido demasiado hermoso tenerte y es un día especial, porque por fin hemos podido entregarnos a lo que nuestros cuerpos deseaban.
—Me has hecho sentir muy especial.
—¿Cómo de especial? —le preguntó con una sonrisa dulce, mientras afianzaba su abrazo y rozaba con su nariz la de ella.
—La más especial. Además, me he sentido sumamente cómoda.
—Eso me gusta y me importa mucho. Me encanta que expreses todo lo que sientes.
—Todos estos días, mientras pensaba en nosotros, en el momento en que estuviéramos así, íntimamente, tenía mucho miedo de sentir pudor. Es que... eres mi segundo hombre.
—Sólo quiero ser el último.
—¿Es eso verdad?
—¿Por qué no tendría que serlo?
—No sé, sentirme así, cuidada, muchas veces me parece que no pertenece a mi realidad.
—Eso es lo que más quiero, que tú seas mi realidad y yo la tuya. Me tienes embobado.
—¿Lo has disfrutado tanto como yo?
—Ha sido increíble, mejor que como lo imaginaba. ¿No tienes hambre?
—Sí, mucha, pero no quiero salir de tu abrazo y mucho menos de la cama.
Se rieron y se removieron entrelazando las piernas.
—Luego volvemos.
—Necesito sentirte así muy cerca, espera un rato, por favor.
Sus ojos se pusieron acuosos y de pronto el llanto se hizo incontenible.
—Eh, ¿qué pasa? Eres mi princesa, y las princesas nunca lloran por nada. —Le besó el hombro, le llenó el cuello de besos mientras con las manos le recorría la columna vertebral, enroscó más sus piernas a las de ella y entre los besos que dejaba sobre su piel le susurraba para que se calmara—: Chist, Chist, quiero verte sonriendo, no tienes que sentirte así a mi lado, aunque si lo necesitas debes saber que puedes llorar en mi pecho todo lo que desees, eso sí, sólo si me prometes que luego me sonreirás como a mí me gusta. —Ella estaba inconsolable—. ¿Quieres contarme por qué lloras? Quizá si me lo cuentas, si te desahogas, te sentirás mejor. Sé que te he dicho que había tiempo para que habláramos, pero si lo necesitas, si tienes la necesidad, hagámoslo.
—Abrázame muy fuerte, Pedro, necesito que todas las partes desgarradas que tengo se unan con tus abrazos, ahora sé cuán mágicos son. Tengo miedo.
—No debes tener miedo a mi lado.
—Lo sé, supongo que es cuando pienso en todo a lo que deberé enfrentarme...
—Estaré a tu lado acompañándote. Nadie, óyeme bien, Maite —la cogió del mentón, obligándola a que lo mirase—, mientras yo esté a tu lado, nadie volverá a hacerte daño ni te obligará a hacer algo que no desees.
—Siento mucho haber arruinado este momento.
—No has arruinado nada; por el contrario, lo has hecho más íntimo aún, me encanta que confíes en mí de esta forma, me encanta poder ser tu muro de contención.
—No quiero que sientas lástima por mí.
—¿Acaso crees que por eso estoy aquí contigo? ¿Tan poco te transmito? —La abrazó más fuerte, abrió las manos y le rodeó toda la espalda con ellas—. Si hay algo que tú no me provocas es precisamente ese sentimiento, te doy permiso a que pienses en cualquier otro, menos en ése; tú me suscitas cariño, seducción, pasión, ganas de protegerte. Quizá al conocer tu historia tuve lástima por ti, pero ahora es diferente, ahora está naciendo un sentimiento que noto aquí. —Cogió su mano y la apoyó en su pecho; su corazón tamborileaba sin cesar—. Maite, siento cosas por ti que realmente nunca he sentido antes por otra mujer. Sé que es muy pronto, pero sólo pienso en ti todo el día, estás metida en cada uno de mis poros. —La miró profundamente a los ojos—. Si tú te atreves, yo me atrevo; si tú estás dispuesta a intentarlo, lo intentamos.
Ella pegó el cuerpo al de él y tomó posesión de su boca, esa boca que acababa de decirle las palabras más bellas, las que toda mujer alguna vez desea escuchar. Sus lenguas tibias se acariciaron danzando y se convirtieron en ardientes deseos. Paula se escapó del beso, estaba jadeante, y sobre sus labios le dijo: —Sí, me atrevo, sí deseo intentarlo.
Volvieron a probarse, a confundir sus alientos y a interrumpir el paso del tiempo, en donde ellos se detenían para amarse, para saborearse y gustarse. Pedro rodó sobre ella, separó levemente su cuerpo para acariciarle el rostro, para admirarla, porque ella era su princesa y él era el príncipe valiente que acudía a rescatarla, que entraba en su vida para que ningún conjuro maléfico pudiera alcanzarla.
—Lo lograremos, estoy seguro de que a tu lado encontraré mi tiempo perdido.
Ella asintió con la cabeza y enroscó las piernas en la cintura de él.
—No sé, Pedro, cuánto tiempo habrás perdido, pero estoy segura de que no ha sido más que el que he perdido yo.
—No esperemos más, entonces, empecemos a recuperarlo.
Alfonso le mordió el labio inferior y se lo tironeó, ella se rio e hizo lo mismo.
—Amo tu boca, tienes una boca muy atractiva, detective Alfonso. Hoy no sonará el buscapersonas, en mitad de todo, ¿verdad?
—No, están apagados el buscapersonas, el móvil y he desconectado el teléfono fijo también. Tenemos toda la noche para nosotros.
—Eso significa... ¿que me cacheará toda la noche, detective?
—Pues necesito hacer un registro muy exhaustivo, el de esta noche es un procedimiento muy específico y trabajo solo, me han asignado como agente encubierto.
—¿Y piensa efectuar algún arresto?
—Espero que no sea necesario, sería muy desagradable que se resistiera a mi autoridad, porque puedo ser muy duro y agresivo. —Él cerró los ojos y se puso serio al darse cuenta de lo que acababa de decir—. Perdón, no he querido insinuar...
—Jamás te compares. —Le mordió el labio—. Sé que siempre vas a cuidarme.
—Siempre, que no te quepa la menor duda.
—Detective Alfonso —ella utilizó el mismo tono bromista de instantes atrás, quería retomar el momento—, quiero conocer su dureza, aunque ya tengo una idea de cómo es. —Movió la pelvis para frotarla contra su sexo, que pareció revivir—. Quiero conocer también toda su opresión, aunque también tengo noción de cómo es, pues en esta posición se siente muy bien todo el peso de la ley. — Él sonrió de lado—. ¿Sabe? Creo que me resistiré a su autoridad, porque quiero conocer el castigo que tiene para mí.
—Le aseguro que será el más placentero de los castigos.
—¿Más placentero que el que me ha impartido hace un rato?
—Puedo esforzarme un poco más y proporcionarle uno más placentero, voy a demostrarle que soy muy profesional y que sé lidiar con rebeldes.
—Entonces creo que me convertiré en su rebelde sin causa, porque quiero mucho más de ese castigo que he probado. Ahora sé que eso es todo lo que necesito para sentir que estoy viva.
Dejaron de hablar, ya no era necesario decirse nada más, necesitaban calmar con caricias y besos el fuego que surgía en ellos. Necesitaban aplacar las ansias, que los transportaban a un apasionado estado de embriaguez.
Pedro comenzó a besar todo su cuerpo y fue dándole lametazos, mordisquitos, succiones, quería probarla toda. Mientras la besaba, admiraba la sedosidad de su piel, tersa, transparente, perfecta.
Paula se retorcía ante cada roce, la boca inquieta de Alfonso se había apoderado de todos sus sentidos y era la culpable de toda su excitación.
Él le indicó que se diera la vuelta, que la quería boca abajo, pero Pau se tensó.
—¿Qué pasa?
—No quiero que veas mi espalda.
Él la miró sin entender, aunque algo intuyó. No pensaba forzarla a nada, hizo un repaso en su mente de las fotos que guardaba en su móvil, pero sólo recordaba moretones.
Volvió a tomar sus labios, la besó con ganas, con arrebato, quería que olvidara, que se alejase del mundo cuando estaba con él.
Se arrodilló frente a ella, cogió una de sus piernas y la acarició de arriba abajo, comenzando desde el muslo, primero con la mano y luego con la boca, repitiendo la tarea con ambas. Cuando iba a continuar, Paula, velozmente y de improviso, se sentó en la cama.
—Túmbate, también quiero darte placer.
Se subió a horcajadas sobre él y lo besó de la misma forma que Pedro había hecho. Estaba tembloroso, muy receptivo; finalmente, ella fue bajando con sus besos hasta tomar su pene sin dejar de mirarlo con cierta picardía; primero pasó la lengua rodeando su glande y luego se lo metió en la boca. Lo succionó por un rato, hasta sentirlo inseguro, levantó la cabeza y lo miró.
—Ven aquí —dijo Pedro.
Buscó rápidamente un condón y se lo puso. Ella gateó sobre su cuerpo y se acomodó sobre su sexo a la espera de que él la penetrara; el detective movió las caderas para enterrarse en ella punzante y sin demora. Se tomaron de las manos, Paula bajó la cabeza para buscar su boca y descontrolados
se volvieron a saborear al compás del balanceo de sus cuerpos, perdidos en la lujuria que emitían sus centros. No lograban quedarse quietos, arremetían con lascivia el uno contra la otra, gemían, gruñían, jadeaban mientras intentaban llegar al ápice de todas sus sensaciones, mientras intentaban llegar al éxtasis que sus cuerpos demandantes exigían.
Alfonso soltó sus manos y se aferró con fuerza a sus caderas, salió y volvió a enterrarse en ella, la cogió encajando los dedos en los muslos y le ordenó que lo mirase.
—Mírame. —Ella levantó la cabeza y se irguió sobre él—. Sedúceme —le ordenó mientras hundía mucho más las manos en su carne, para que ella arqueara más su cuerpo.
Paula apoyó las manos sobre las de él y clavó la mirada en esos ojos café que le exigían placer; se movió con más arrobo sobre su pene mientras sus pechos danzaban acompasados.
—Ámame, Pedro.
Él, extasiado, movió con más arrebato las caderas para hundirse más en ella, gruñó cuando sintió que Paula estaba llegando al escalón más alto de sus sensaciones, notó cómo se tensaba y una serie de espasmos llegaron al pene. Se rio con deleite, sabiendo que ella estaba corriéndose y qué él era el artífice de todas sus sensaciones, en ese momento él también se tensó y entrecerró los ojos, dejándose ir al mismo tiempo que ella.
Paula cayó sobre su pecho.
Sintiéndose aniquilado una vez hubo vaciado todo su esperma, Pedro se aferró a su cintura y la rodeó con los brazos mientras la aprisionaba contra él, hundió la cara en su cuello mientras aguardaba a que sus alientos se apaciguaran. La besó.
—¿Estás bien? —se preocupó en saber.
—No podría estar mejor.
Se retiró de ella, pero permanecieron juntos unos cuantos instantes más, sin moverse; por fin Pedro, con la respiración casi recuperada por completo, le habló: —Me ha encantado. Eres increíblemente apetitosa. ¿Te has sentido cómoda?
Ella se movió y se puso de espaldas sobre la cama. Pedro se tumbó de lado mirándola mientras le apartaba unos mechones de pelo que se habían cruzado en su rostro.
—Eres un prodigio, Pedro.
—Uff, voy a estallar de soberbia.
Paula levantó las manos y hundió los dedos en los mechones de su cabellera, luego las bajó y le acarició la boca.
—Gracias, detective. Después de haber probado su cacheo, creo que me resistiré mucho más a menudo a su autoridad.
Él bajó la cabeza, y le mordisqueó un seno.
—Y yo creo que me siento más orgulloso que nunca de mi profesión, porque tener bajo mi custodia a una rebelde sin causa como tú no es labor fácil.
Se rieron cono ganas.
—Ahora sí que me muero de hambre, Pedro. El desgaste físico y el alivio emocional han despertado desmesuradamente mi apetito.
—¿Y tu apetito se calma con comida?
—Uno sí, el otro sólo con tus besos y tus caricias.
—¿Sólo con besos y caricias? —Hizo un mohín muy chistoso.
—Para empezar me causa bastante alivio, pero luego debo confesar que no es suficiente.
—Me ha gustado mucho hacerte el amor.
—Y a mí me ha encantado que me lo hagas. Tu amor y unas sesiones de sexo son mágicos, y eso sí que calma verdaderamente mi apetito.
—Me moría de ganas de estar así contigo.
—Yo también.
—¿Tenías muchas ganas?
—Muchísimas, Pedro Alfonso. No puedo creer que formes parte de mi vida y que me hagas sentir tan libre.
—Eso ha sido muy bonito.
—Tú eres bonito.
Él se rio pudoroso.
—Entonces ¿puedo quedarme tranquilo sabiendo que he superado tus expectativas?
Paula le guiñó un ojo.
—Y yo, ¿he superado las tuyas?
Paula puso un gesto pensativo y ella abrió los ojos a la espera de la respuesta.
—Has traspasado todos los márgenes de sensatez, me has vuelto loco, muy loco. No sé qué haré para dejar que te levantes de esta cama, creo que te haré mi esclava sexual. —Le hizo cosquillas—. Amo el sonido de tu risa; a veces, antes de dormir, te imagino riendo a mi lado, y no sabes lo placentero que es.
—Detective Alfonso, cuando me habla así realmente me deja sin voluntad.
—Quiero enamorarte y que me enamores, quiero más, mucho, mucho, mucho, mucho más —dijo mientras la besaba por todas partes, en el rostro, en el cuello, en los senos, en el vientre.
—Es usted insaciable, detective.
—Tu cuerpo me hace sentir así. Pero debemos alimentarnos, así que te demostraré que aún me queda un poco de cordura y me iré a lavar, así podrás levantarte de la cama y asearte también. Luego calentaremos la cena, que aún nos está esperando, y después volveremos, y nos quedaremos así toda la noche, y te haré el amor hasta que me pidas que pare.
—Hummm, qué propuesta más cautivadora. Pero debo corregirte algo: nunca conseguirás que te pida que pares, eso sencillamente no está en mis planes.
Se besaron una vez más y luego hicieron lo que habían planeado.
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