lunes, 22 de febrero de 2016
CAPITULO 28
Buscó en su interior las palabras que esa dañada mujer necesitaba y esperaba mientras continuaba sollozando apoyada en la corpulencia de su pecho.
—Llora todo lo que necesites, desahógate, saca toda esa angustia y deshazte de ella por completo.
Como te he dicho, en mis brazos también puedes llorar si es lo que necesitas para aliviarte, quiero demostrarte que a mi lado todo lo que anheles es posible.
—No tienes idea de todo lo que he pasado, nadie sabe las humillaciones que he tenido que soportar, ni siquiera mis mejores amigos lo saben, porque no todas las veces recurría a ellos; el terror que sentía en muchas ocasiones me paralizaba; por más que lo pienso y lo pienso, no entiendo por qué la vida se ensañó de esta manera conmigo. No es justo mirarme al espejo y que estas cicatrices me recuerden a cada instante el calvario que viví.
»He soportado insultos, humillaciones, siempre buscaba la forma para hacerme sentir insignificante a su lado. Me pegó con el puño cerrado, me dio bofetadas, patadas, me azotó con la hebilla del cinturón.
¡Dios! Parecía no existir forma de detenerlo, y se deleitaba de manera macabra golpeándome.
Cuando todo comenzó yo le suplicaba que parase, y entonces tomaba conciencia ante mis súplicas y paraba, pero... —hablaba de forma entrecortada, entre sollozos y espiraciones, mientras Pedro seguía abrazándola y conteniéndola en su abrazo—, pero en los últimos tiempos ya no había manera de detenerlo, solamente cesaba cuando veía que yo no tenía más aliento para suplicarle. Entonces me dejaba tendida, sin fuerzas, gimiendo de dolor, desgarrada por dentro y por fuera.
»El día que me encontraste —levantó la vista para hablarle mirándolo a los ojos; se sorbió los mocos —, ese día particularmente sentí el hedor de la muerte: pensé que me mataría, su rostro era mísero y perverso, más que otras veces. —Volvió a refugiarse en su pecho, tiritaba como una hoja mientras se lo contaba—. Si en ese momento su teléfono no hubiese sonado no sé lo que habría pasado... por eso me fui, porque me di cuenta de que si me quedaba quizá hoy no estaría viva.
Pedro cerró por un instante los ojos, imaginando lo que Paula le contaba, y cada vez era más grande su ansia por convertirse en su justiciero. De pronto tuvo miedo de lo que iba a preguntarle, porque entonces no podría esperar más para encontrarlo. Ella estaba muy receptiva y parecía
dispuesta a sincerarse de una vez.
—Contéstame con la verdad, no sientas vergüenza, por favor. —Le habló de una forma muy apacible, la cogió del mentón e hizo que lo mirase nuevamente—. ¿Te ha obligado a tener sexo? ¿Te ha violado alguna vez?
—No, te juro que no —contestó rápidamente sin dejar de mirarlo a los ojos—. Aunque cuando practicaba sexo con él era como si me estuviese violando —respiró fuerte y hondo—, ya no me tocaba más que para pegarme. Hacía varios meses que no practicábamos sexo —le ratificó para que no le quedasen dudas.
—Maite... eres mi princesa.
Alfonso le acarició el rostro sin poder evitar compadecerse de ella, pero a Paula no le importó; por el contrario, en ese momento lo agradeció.
—Realmente a tu lado me siento como tal, gracias. —Se besaron castamente—. Eres un hombre maravilloso, Pedro Alfonso, jamás creí que pudiera sentir lo que siento a tu lado. Me tratas siempre tan bien, me haces sentir tan bien, eres tan atento. No quiero pasar nunca más por todo lo que he tenido que pasar.
»Siento terror, Pedro, tengo mucho miedo... No quiero verlo, sé que es inmaduro actuar de esta forma y que en algún momento, tarde o temprano, tendré que verlo para resolver mi situación, pero no quiero hacerlo ahora, no me siento preparada en este instante. Necesito fortalecerme para no quedarme paralizada por el miedo cuando él vuelva a mirarme. —Paula hablaba deprisa y casi sin aliento; desesperada, indefensa, no se molestaba en ocultar sus verdaderos sentimientos—. Abrázame fuerte, Pedro, por favor, abrázame, no me dejes, no permitas que nada malo vuelva a ocurrirme.
—No lo permitiré, tranquila, mientras yo permanezca a tu lado ten la plena seguridad de que te protegeré. Nadie volverá a tratarte mal, nadie volverá a hacerte daño. Debes tener más confianza en ti misma, porque estoy seguro de que en tu interior hay una gran luchadora que es capaz de resurgir de entre las cenizas. Eres inteligente, una mujer preparada, y quiero que sepas que me siento muy orgulloso de ti, porque eres muy valiente y que te fueras de su lado lo demuestra.
»Las cifras de mortalidad por violencia doméstica son verdaderamente escalofriantes, pero... ahora no quiero que te sigas angustiando, intenta alejar y dejar todo atrás, yo te ayudaré a que pases página. — Hizo una pausa, y sin poder contenerse más le preguntó—: Dame su nombre. —La miró
fijamente a los ojos. Ella se sintió aterrorizada—. Dame su nombre para que pueda hacer justicia por ti, por tantas mujeres que sufren como tú y no se atreven a decir basta.
—Nooo, no quiero, no quiero que intentes hacer nada, por favor, prométeme que no harás nada, te lo suplico, tengo miedo. —Lo cogió del rostro y lo llenó de besos en los pómulos y los labios, totalmente desesperada—. Prométemelo, Pedro, por favor, prométeme que te mantendrás alejado de él.
—Tranquila, hermosa, tranquila, basta de angustiarte, no debes tener miedo por mí.
—Sí lo tengo, y tú también deberías, él es... —casi lo soltó todo pero se detuvo— una persona con muchísimo poder.
—¿Quién es tu exmarido Maite, quién es?
Ella negó con la cabeza, no estaba dispuesta a pronunciar su nombre, no estaba dispuesta a poner en riesgo todo.
Se puso las manos en la cara y estalló en un llanto más profundo, estaba aterrorizada, temblaba desencajada imaginando las cosas que podían suceder. Alfonso decidió darle más tiempo y no seguir presionándola, la consoló nuevamente, la protegió de inmediato con un abrazo cerrado, la azuzó para que supiera que a su lado estaba segura, y así, entre caricias y tiernos besos, ella comenzó a encauzar sus sentimientos, encontrando en su detective amparo y seguridad.
Terminaron sentados en el suelo; él la había acogido y tenía su espalda apoyada en su pecho y la rodeaba con sus fuertes brazos, meciéndola como a un niño mientras el agua caía incesante sobre sus cuerpos, lavando las penas, escurriendo las amarguras y dejando el sabor de la posibilidad de que todo lo malo quedara en el pasado. Ella aún lloraba, pero no con la desesperación de instantes atrás; sus lágrimas se habían convertido en la única medicina al alcance de los brazos del detective, que parecían el lugar indicado para deshacerse de todos los malos recuerdos. Él la arrullaba con paciencia, ansiaba que se tranquilizara a su lado, le acariciaba los brazos, los hombros, el cuello, mientras su respiración se acompasaba. Con mucha ternura le peinaba el cabello, entendía que era necesario dejarla desahogarse, y ahí estaba él como una roca para ella, aunque por dentro solamente era un volcán a punto de entrar en erupción.
Alfonso percibía cómo el odio se acumulaba en su interior y en sus pensamientos, sólo ansiaba saber quién era el desgraciado que había dañado tanto a esa mujer, que ahora era la suya; le daría un tiempo más, sólo unos días, y si ella no se decidía a hablar buscaría datos por sus medios. No podía seguir con los brazos cruzados, no podía seguir sin hacer nada, porque ése no era él. Era consciente de que se lo había prometido pero todo tenía un límite y el de él estaba llegando a su fin.
—Ahora eres mi mujer y voy a tratarte como a una dama, de la única manera que mereces ser tratada. Te prometo que voy a resarcirte de todo y a hacerte muy feliz.
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