viernes, 26 de febrero de 2016

CAPITULO 43





Paula se despertó por la mañana con las ideas más claras, la noche le había servido para pensar y resolver qué hacer. Manuel no podía paralizarla, no podía quedarse sin actuar como otras veces. Se vistió con un atuendo clásico, un vestido negro de líneas rectas con escote barco y lazo en la cintura, y se calzó unos zapatos de tacón de aguja forrados en satén negro. Llevaba el pelo suelto con ondas marcadas, y se había puesto unos pendientes de perlas. Apareció altiva en el comedor, donde Wheels estaba desayunando mientras leía el periódico y sorbía café. De inmediato tuvo su atención, se la quedó mirando por encima de las páginas pensativo.


—Vengo a avisarte de que voy a la galería.


—No lo harás —dijo con una calma desesperante mientras volvía la vista al periódico, ignorando sus intenciones.


—Sí, Manuel, iré. Si quieres que esto siga adelante, debo ir para calmar a Ed y a Maite.


—De acuerdo. —Cerró el periódico—. Tengo un día muy tranquilo en el despacho, así que te acompañaré.


—Creo que no lo has entendido, te he dicho que voy, pero sola. Ayer te dije que tenemos un trato, y lo cumpliré, sabes perfectamente que esas fotos te dan el poder suficiente para que no haga nada estúpido como tú dices. Para ello, has de dejarme hacer las cosas de tal manera que parezcan creíbles.


Wheels dudó, entrecerró los ojos y estudió sus palabras.


—Me parece a mí que tienes demasiadas ínfulas.


—Es muy probable, no soy la misma que se fue de esta casa, golpeada y humillada. —Él se puso de pie y se acercó amenazador, pero Paula no se inmutó—. Mira, será mejor que depongas esa actitud hostil, porque no te conviene. Finalmente he comprendido que tu poder sobre mí no existe; si me golpeas, me las ingeniaré para que todo el país se entere, y eso no sería bueno para tu candidatura.
Además, tú tienes las fotografías que incriminan a Agustin, pero yo también tengo mi as en la manga.
Sí, no me mires así, sin creer lo que estoy diciendo: también tengo fotos de cuando me fui de aquí con una costilla fracturada. Las fotografías podrían aparecer en manos de un periodista, junto a una suculenta historia de violencia de género.


El senador la escuchó atento, y aunque era bueno ocultando su desconcierto, la confusión que le provocó lo dicho por Paula era una realidad. Sintió que estaba caminando sobre una fina capa de hielo, pero desde luego no pensaba demostrar su debilidad.


—Me sería muy fácil desacreditar todo lo que dijeses.


—Es posible, pero también es cierto que la duda y el daño a tu imagen política estarían hechos.


—¡Zorra! —Estuvo a punto de darle un sopapo.


—Venga, Manuel, adelante, dame más pruebas para añadir a las que ya tengo, que haré un hermoso dossier con ellas. Pero procura dejarme una buena marca, te aseguro que en este momento es lo que más deseo —le contestó mientras le ofrecía la mejilla.


El senador Wheels no daba crédito a lo que estaba oyendo, no podía creer que Paula se atreviera a enfrentarse a él de esa forma. Era obvio que los días que no había estado en casa la habían envalentonado, y él no era tan tonto como para arriesgarse, así que no pondría a prueba si la estúpida de su mujer tenía las agallas suficientes para hacer lo que le estaba diciendo. Aun así, no iba a dejar que ella tuviera poder sobre él. De un manotazo descargó su ira sobre las cosas que descansaban en la mesa del comedor. Barrió todo de una vez, desparramándolo por el suelo. Paula tembló; aunque intentaba no demostrarlo, Manuel seguía aterrorizándola.


—Más te vale que encuentres un motivo bien creíble para decirle a la cabeza de chorlito de tu amiga por qué has vuelto a mi lado, y más te vale también que se lo crea y no venga a husmear a mi casa, ya te he dicho que no la quiero aquí; ni a ella, ni al invertido de tu amigo. —Le dio unos golpecitos en la base de la cabeza con el puño, mientras se acercaba a ella con maldad—. No creo que dentro de esta cabeza pueda haber ideas buenas (pedir o esperar eso de ti es como pedirle peras al olmo), pero como tu amiga —utilizó un tono despectivo— todavía es más tonta que tú no te costará un gran esfuerzo convencerla. —Dio un paso para alejarse del lugar pero volvió—. Y ni se te ocurra mencionarle las fotografías a nadie, porque te aseguro que, si lo haces, tu hermanito irá directo a la cárcel o, lo que es mejor, el narco podría enterarse, y al ver un flanco amenazante, podría cobrárselo muy bien.


Se rio con sarcasmo y lo disfrutó, porque aunque Paula quiso disimular, su rostro se tornó pálido al pensar que a Agustin le pudiera pasar algo, y supo de inmediato que con esa gente no se jugaba. Manuel tenía razón: su hermano en manos de ese narco corría verdadero peligro.


—Idiota, la próxima vez que me amenaces recuerda esta conversación. Apuesto a que te lo pensarás dos veces antes de abrir esa boca insulsa que tienes, que no sirve más que para decir estupideces; eres tan inútil y frígida que ni siquiera me la has mamado como Dios manda en todos estos años, ni para eso sirve esa bocaza insustancial que tienes.


Pasó junto a ella, pero a pesar del miedo y la humillación que sentía Paula permaneció de pie con firmeza. Había entendido que su postura, aunque intentaba no demostrarlo, desestabilizaba a su marido, de modo que consideró que ése era el camino correcto.




Antes de salir se encerró en el baño, debía llamar a Pedro antes de que él lo hiciera.


—Hola, Maite, lo mejor para comenzar el día es oírte.


—Produces el mismo efecto en mí, señor detective.


—Te noto de buen humor; ¿has podido descansar?


—Sí, creo que el viaje y los nervios por venir a mi casa me habían puesto en tensión.


—Me alegro de que hayas encontrado tu centro. ¿Has hablado ya con tu familia?


—Aún no, anoche llegué cansada y hoy mi padre se ha ido temprano al trabajo, lo intentaré más tarde. 


—¿Estás segura de que quieres pasar por esto sola?


—Debo hacerlo, Pedro. Te echo de menos.


—Yo también, no te imaginas lo que ansío abrazarte y besarte. No tienes idea de lo descentrado que me tiene saber que no estás en Nueva York, hace que me pase el día preguntándome qué estarás haciendo.


—Detective Alfonso, yo estoy bien, y pensando en usted a cada instante, pero le ruego concentración.
Pedro, por favor, no me digas eso, me agobia pensar que por mi culpa no estarás atento en tu trabajo, que considero poco normal.


—Maite, mi trabajo es más normal que el de muchos, llevar un arma a cuestas no marca la diferencia.


—No claro, la diferencia la hace la gente a la que persigues, que también va armada y nos les importa el valor de una vida humana.


—No temas, por favor, te aseguro que nuestro entrenamiento es el adecuado para lidiar con esos a los que tanto temes. Hermosa, escucha una cosa: cuando hay una amenaza, lo mejor es neutralizarla, no temerla, y eso es lo que yo hago, neutralizo a la gente que es un riesgo en las calles, estoy entrenado para sacarlos del camino y que no sean un peligro para nadie.


—Suenas muy confiado, detective.


—La actitud es lo más importante en mi trabajo, no puedo darme el lujo de tener inseguridades, necesito actuar siempre con convicción, si vacilo es cuando me vuelvo vulnerable.


—Perfecto, entonces no vaciles, demuéstrales el depredador que eres. —Pedro se rio—. ¿Qué?


—Me ha hecho gracia el término depredador. ¿Eso me consideras?


—Pues sí, y por muchas razones. Eres un depredador en la cama, un depredador de mi corazón, de mi cuerpo, de mis labios, y ahora me acabo de enterar de que eres un depredador en las calles, aunque transites por el lado de los buenos. Pero teniendo en cuenta lo nocivo que eres para mi salud mental, no sé si eres tan bueno, Pedro Alfonso.


—¿Así que no soy bueno?


—Creo que no, eres mortífero y devastador. Me quitas la voluntad y sólo deseo estar entre tus brazos.


—Bueno, creo que el descanso de la noche te ha ido muy bien, hasta te ha puesto en plan revelador de sentimientos. —Hubo una pausa en la línea—. Me agrada saber lo que te provoco.


—Jactancioso, así es como suenas en este momento.


—Imposible disimularlo, y tampoco quiero, así es como deseo sonar. —Ambos se rieron—. He llegado al aparcamiento del departamento de policía, debo bajar del coche.


—Ok, Pedro, te mando un beso. Te echo de menos, los días en Austin fueron los mejores de mi vida. 


—Prometo que tendremos muchos más días como ésos, o mejores aún. Ciao, preciosa, recuerda que eres mi princesa.


— Ciao, tú recuerda que eres mi depredador personal.


Colgó el teléfono y se quedó mirándolo mientras las lágrimas se le escapaban. Se sentía fatal, la voz de Pedro la había ablandado y realmente no sabía cómo lo había hecho para disimular y no ponerse a llorar mientras le hablaba. Se apremió a recuperar la compostura.






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