lunes, 29 de febrero de 2016
CAPITULO 51
Pedro se metió por el pasillo. No le costó descubrir las cámaras de seguridad que pondrían al descubierto a quien las vigilase que estaba introduciéndose allí, así que caminó esquivándolas.
En aquel preciso momento Maite y Paula salían de la habitación de ésta, y se toparon con Pedro, que iba decidido a encontrarla aunque tuviera que abrir cada una de las puertas. Las dos se pararon en seco, él clavó su mirada adusta cargada de rencor, reproche y cuestionamientos en Paula, y arremetió como un toro de lidia, furioso, en su dirección.
—Tranquilízate, Pedro.
Maite intentó detenerlo, pero sus palabras ni siquiera fueron tenidas en cuenta.
Alfonso cogió a Paula de un brazo, por la altura del codo, y la metió nuevamente en la habitación de donde la había visto salir. Maite entró tras ellos.
Sin poder refrenar su ira, la arrinconó contra la pared, mirándola de forma acusadora. Paula temblaba, jamás lo había visto en ese estado, él siempre había tenido buenos modales y mucha paciencia con ella.
—Me has mentido, me has usado, esperaste a recuperarte y me tuviste como tu enfermero personal y resulta que ahora vuelves con...
Ni siquiera podía pronunciar su nombre del asco que le daba. Le hablaba muy de cerca, su aliento no la acariciaba como otras veces, por el contrario, la golpeaba en la cara, la acicateaba con ferocidad.
Parecía una fiera, un tigre de Bengala asediando a su presa y mostrándole los dientes. Ése era un lado que ella no conocía en él, un lado animal que la asustaba. Cerró los ojos, no quería pensar así; «Pedro no es como Manuel», se repetía para desechar esos pensamientos dolientes que le oprimían el pecho. Maite lo agarró desde atrás y quiso apartarlo.
—Por favor, Pedro, te arrepentirás, no actúes como un troglodita, no hagas que ella termine viéndote de la misma forma en que lo ve a él.
Maite parecía haber leído los pensamientos de Paula, pues era un poco la voz de su conciencia; muchas veces sabía lo que su amiga pensaba antes de que lo dijera, le bastaba con verla para imaginar lo que estaba sintiendo. No obstante, apenas pronunció esas palabras le invadió el arrepentimiento por haber dicho aquello de ese hombre: Pedro no tenía nada que ver con el bárbaro de Wheels.
Alfonso, mostrando un atisbo de raciocinio, se apartó de Paula, se agarró la cabeza y profirió un insulto.
Paula permanecía contra la pared tiesa, muda, no podía articular una palabra, por más que lo intentaba ni siquiera se sentía con derecho a llorar.
—Hace semanas que has vuelto con él, hace semanas que te burlas a diario de mí, inventando una mentira tras otra para que me conforme. ¿Hasta cuándo pensabas seguir mintiéndome? ¿Hasta cuándo me ibas a ver la cara de estúpido? El bueno y comprensivo de Pedro, necesito tiempo, me dijiste... tiempo...
¿para qué necesitabas tiempo? No te entiendo, te traté como a una reina, dejé mi orgullo de lado por ti, fui tu títere, te burlaste de mí.
Golpeó la pared a escasos centímetros de ella.
Y en ese momento, se le formó una mueca más sombría, la miró a los ojos y la detestó. Se asustó por sentirse así, pero fue lo que experimentó al darse cuenta de todo lo que había dejado a un lado por ella, se sentía humillado en todos los sentidos, asqueado, sin fuerzas; por ella había traspuesto el umbral al mundo de su padre, a una parte de su vida que siempre había detestado.
—Paula, ¡explícaselo, por Dios! —rogó Maite.
Se sentía trastocada por la desesperación de Pedro: como él decía, no era justo.
Pero Paula no podía y tampoco quería revelar nada, no iba a exponer a su hermano: el mismo Pedro podía ser quien lo encerrara por mantener tratos con el narcotráfico.
—Lo siento, Pedro, o Maximiliano, no sé cómo debo llamarte.
Él la miró letalmente.
—Como más te guste, ambos nombres son míos, no voy por la vida inventándome identidades falsas.
Paula cogió aire antes de volver a hablar.
—Manuel ha cambiado, ya no es el que era. Que yo me alejase le hizo darse cuenta de cuánto me ama, y he decidido darle otra oportunidad a nuestro matrimonio.
Maite no daba crédito a lo que decía su amiga, que parecía haberse vuelto loca. La miraba pasmada.
Las palabras de Paula provocaron en Alfonso un efecto destructor, dejó caer las manos a los costados del cuerpo y se sintió más humillado aún, más insultado, abochornado, herido en su amor propio. Había vuelto con su esposo, eso era lo único cierto. Entonces, pensó en el rol que él desempeñaba y se preguntó desorientado si alguna vez había ocupado un verdadero lugar en su vida; se dijo que no, que tan sólo había sido un objeto de uso.
«Eso es lo que Maite ha hecho conmigo: usarme.» Sonrió con desánimo, ultrajado; en su inconsciente seguía llamándola Maite.
—Falsa, sin escrúpulos, eso es lo que eres, una mujer que sólo toma lo que necesita para su bienestar, un fiasco en todos los sentidos, Paula Chaves, o debo decirte Paula Wheels, porque creo que ése es el apellido que te gusta llevar.
Le tiró en la cara una tarjeta personal, pero antes escribió rápidamente en el anverso.
Línea directa de violencia doméstica de la ciudad de Nueva York (las 24 horas) 1-800-621— HOPE (4673)
—Suerte, quizá a su lado consigas lo que anhelas.
Lapidario, preciso, y sin moderar su cinismo, le lanzó esas palabras filosas antes de girar sobre su cuerpo; con un movimiento rápido su chaqueta se batió en el aire del ímpetu con el que se contorsionó, y casi llevándose por delante a Maite salió de la habitación dando un portazo.
No podía quedarse en ese lugar, así que regresó al salón y buscó a Agustin. Lo encontró apartado de la crème de la crème, y aunque no tenía ánimos, una sonrisa deslucida asomó por la comisura de sus labios: su amigo no perdía la oportunidad e intentaba seducir a una de las camareras, que preparaba una bandeja de blinis, unas tortitas finas de origen eslavo a base de harina, huevos, leche y levadura, acompañadas con crema de limón y caviar.
—Pedro, ¿dónde te habías metido?
—Lo siento, Agustin, sabes que te aprecio y por eso accedí a acompañarte, pero este ambiente de víboras adineradas no es lo mío. Me voy.
Ni siquiera le permitió esgrimir una súplica para que se quedara un rato más. Pedro se marchó dejándolo con la palabra en la boca.
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