martes, 16 de febrero de 2016
CAPITULO 8
—¡Dios, May, me moriré si me han reconocido, no puedo tener tan mala suerte!
—Tranquila, reina, estoy seguro de que ese bombón en realidad quería otra cosa contigo. ¡Madre mía, estaba de infarto ese hombre! Si se me hubiera presentado a mí como hizo contigo, estaría clavado ahora mismo como Jesús en la cruz —dijo graciosamente Eduardo y todos se rieron.
Estaban tomando café en la galería.
—Creo que Ed tiene razón, Pau: ese tipo buscaba otra cosa y por su actitud creo que sabía bien cómo conseguirla.
—Dejad el tema, soy una mujer casada.
—Ese hijo de buena madre de Manuel merecería unos buenos cuernos de tu parte, para que se le quite todo lo creído que es —espetó Maite. Paula la miró pidiéndole indulgencia.
—Ya lo ves, Paula, sigues ligándote a los mejores hombres. ¡Dios! Si cierro los ojos me imagino cómo esos labios vagan por mi cuerpo y... mejor no os digo lo que me provoca, porque os aseguro que os pondríais coloradas. Pau, quién pudiera soñar con un macho como ése. —Ed se mordió el labio mientras hablaba, miró hacia arriba y levantó las manos con gesto exagerado, como invocando a los cielos.
—¿De verdad era guapo? —preguntó Paula tímidamente.
—¿Que si era guapo? Te digo que tenía unos antebrazos que si me agarra con esas manazas las cachas del culo, me corro antes de que me pueda penetrar.
—Siempre diciendo burradas, Ed.
—¿Estoy exagerando Maite?
—No, Paula, estaba buenísimo; buenísimo no, lo siguiente. —Se carcajearon—. Si no te hubieras asustado tanto, podrías haberlo comprobado tú misma.
—¡Ni loca! Aunque nos hubiésemos quedado, jamás habría aceptado nada de ningún hombre.
—Pues deberías ir pensando en otro hombre, porque el que tienes deja mucho que desear. La prueba la tuviste anoche, Pau: estás viva y resultas atractiva a cualquiera; aunque en este caso créeme que no era un cualquiera, era un caramelo. Dime una cosa, ¿cuánto hace que el desgraciado de tu marido no copula contigo? Y mira lo que te digo, ni siquiera te hablo de hacer el amor, porque sé que ha pasado mucho tiempo desde que dejasteis de hacerlo.
Paula sintió de pronto una gran pena por sí misma y no pudo contener las lágrimas. Maite se arrepintió de inmediato de lo que había dicho; no había pretendido herirla, demasiado la lastimaba a diario ese malnacido que tenía por marido.
—Lo siento, Pau, lo siento. —Le secó las lágrimas—. No quería ofenderte ni hacerte sentir mal. ¡Soy una bruta! —La abrazó y la besó en la mejilla—. Lo único que pretendo es que reacciones.
—No te preocupes, en el fondo tienes toda la razón: creo que dentro de poco me saldrán telarañas. — Paula intentó desdramatizar el momento y los tres se rieron por la ocurrencia—. Creo que es mejor que ya me vaya, lo he pasado muy bien pero quiero llegar a casa antes que Manuel.
—Perfecto, Pau. Salgamos juntas, así el soplón de la puerta no sospechará.
—Muy bien, chicas, yo saldré por atrás. Idos tranquilas, que ya me ocupo yo de poner la alarma.
Los tres se abrazaron.
—Nos vemos en la próxima aventura de Las Supernenas.
—Eres tremendo, Ed, pero te quiero mucho. Eres el mejor amigo gay del mundo —dijo Paula dándole un pico.
Antes de encaminarse a la salida, las dos le pellizcaron el culo como cuando eran adolescentes y se lo envidiaban, pues Eduardo siempre lo había tenido como una manzana y más carnoso que el de ellas. —No toquéis mi hermoso culito, que está reservado para un adonis como el que te ha ofrecido la copa, Paula. ¿Por qué no me lo has pasado a mí? Te juro que le hacía el perrito donde quisiera.
—No tienes remedio ni juicio, Eduardo Mitchell. Deja que se entere tu pareja y más que perrito te dará una patada en el trasero —apuntó Maite.
Por fin salieron de la galería.
Por suerte, Paula llegó antes que Manuel a casa. Cuando abrió los ojos a media mañana, se despertó como si hubiera dormido una semana seguida. Estaba sola en la cama y no sabía a ciencia cierta si su marido había ido a dormir porque no lo había oído llegar. Increíblemente se había desplomado y había dormido de un tirón, como hacía tiempo que no sucedía.
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