martes, 8 de marzo de 2016
CAPITULO 75
Por la noche, todos se reunieron en la sala para cenar en el comedor. Pedro y Crall se apartaron un momento y se quedaron en el despacho hablando un poco del caso. El detective le dio a su amigo las últimas novedades que había descubierto y analizaron juntos la situación. El agente del FBI también tenía la corazonada de que la guarida del narcoterrorista se encontraba próxima a la frontera con México, y consideraba viable la opción de buscar una pista clandestina para dar con él.
—Lo que necesitamos, además de encontrarlo, es relacionarlo con el senador; eso es lo que hoy por hoy me quita el sueño.
—Tal vez si le pusiéramos un micrófono a Paula como te sugerí... ¿lo has pensado?
—Ni se te ocurra volver a mencionarlo. No insistas más, porque no voy a exponerla, puedes quitarte eso de la cabeza, jamás lo permitiré.
—Te entiendo, pero por el momento no veo otra salida.
—Yo creo que esto terminará cayendo por su propio peso; es como un juego de dominó en el cual una ficha acabará desmoronando a la otra, sólo debemos dar con la información precisa.
—Yo también lo creo, pero sabes que investigaciones así pueden durar mucho tiempo, y Paula también necesita recuperar su vida normal, no puedes mantenerla aquí aislada de todo.
—Eso también lo sé, y es lo que me preocupa. Aún jugamos con el efecto sorpresa, el senador no sabe quién soy yo y qué lugar ocupo en la vida de Paula, por eso la voy a mantener aquí oculta, pero en cuanto descubra a qué me dedico no le costará imaginar que estamos tras él, y sabrá de inmediato que haber puestos las fotos de Montoya y de Agustin en nuestras manos ha sido su sentencia. Quedarían expuestos a todo.
—Y tú también, y lo sabes. Si eso ocurre, harían desaparecer todas las pruebas y nada de lo que hoy tenemos nos serviría.
»Voy a conseguir una orden para peinar la zona, quiero que un avión sobrevuele el lugar en busca de algo que nos lleve a ellos. Necesitamos movernos con rapidez.
En la cocina, Ana y Josefina se encargaban de prepararlo todo para servir una suculenta cena.
—Es increíble que en esta casa se oigan tantas voces.
—Ojalá Pedro se quedara a vivir aquí —fantaseó su madre.
—Tú podrías hacerlo cambiar de opinión si te decidieras a hablar de una vez. ¿No crees que tu hijo tiene edad suficiente para entenderte?
—Le mentí, le oculté la verdad y le hice creer que su padre lo despreciaba, cuando en realidad hizo lo que su orgullo herido le permitió. No soportó la incertidumbre de no saber si Pedro era su hijo o de su hermano, Pedro jamás me perdonará haberle mentido. Brandon no soportó mi traición, él me amaba y tú lo sabes, pero las cosas se dieron de tal forma que nada entre nosotros pudo recomponerse. ¿Crees acaso que si le digo todo esto él no me despreciará como lo hizo su padre? No podría soportar el desprecio de mi hijo, Jose.
—Pero Pedro tiene derecho a saber la verdad.
—¿Qué verdad es la que debo saber?
Ana palideció de pronto, sintió que las piernas le cedían, tragó el nudo que se le hizo en la garganta y creyó que se desvanecería.
—Mamá, ¿te encuentras bien?
Pedro salió a su encuentro y la sostuvo para que no se cayera, la sentó en una silla y Josefina le acercó un vaso de agua.
—¿Estás bien?
—Sí, hijo, estoy bien —dijo con un hilo de voz—, no te preocupes.
—¿Qué es lo que me estás ocultando?
Josefina y Ana se miraron.
—Mamá, ¿acaso se trata de tu salud?
—Voy a terminar de poner la mesa —dijo Josefina; no podría soportar si Ana decidía mentirle a Pedro. —¿Vas a decirme de una vez por todas lo que me ocultas?
Alfonso se expresó con impaciencia. Ana intentó recuperar la compostura, sabía que de ésta no se libraba, el momento de hablar había llegado.
—Cariño, no te impacientes, ve y disfruta de la cena con tus amigos, te prometo que luego hablamos, te aseguro que no es nada que no pueda esperar unas horas más. Estoy bien, no debes alarmarte.
A regañadientes, Pedro aceptó hablar después de la cena. Durante la comida permaneció cabizbajo y meditabundo, y Paula lo advirtió.
—¿Pasa algo?
—No, nada —aseguró él agitando la cabeza.
—No has tocado tu comida, sólo la has revuelto.
Pedro levantó la cabeza, y clavó su mirada inquisitiva en la de su madre, que permanecía expectante a las reacciones de su hijo
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