miércoles, 9 de marzo de 2016
CAPITULO 76
Todos dormían en la casa, incluso Paula. Pedro se levantó y se dirigió a la habitación de su madre, sabía que ella lo estaba esperando, y Ana sabía que su hijo no iba a dejar pasar la oportunidad.
Cuando lo vio entrar, se cubrió la cara y se echó a llorar.
—Mamá, me estás asustando por Dios, déjate de intrigas y habla de una vez.
—Perdón, hijo, perdón, te juro que he intentado muchas veces hablar contigo, pero pensar en tu rechazo ha hecho que callara todos estos años.
—¿De qué estás hablando?
—Pedro, hijo, sólo espero que puedas perdonarme. —Lo miró a los ojos, respiró profundamente y se armó de valor—. Al principio, enojada por su rechazo, lo culpé de todo, pero luego la vergüenza me llevó a continuar callando.
Lo hizo sentar en la cama junto a ella y comenzó con el relato, un relato que se remontaba casi treinta años atrás.
—Yo acababa de llegar de España, y por medio de una carta de recomendación que traje de un tío mío que trabajaba para la embajada aquí, conseguí el trabajo con tu padre, también por Josefina, que era mi vecina, claro, ella también le habló de mí. Yo le daba clases de francés, así lo conocí, ya lo sabes, él tenía negocios en Francia y yo lo ayudaba con las traducciones. Pasamos muchas horas juntos y nos enamoramos, las clases pasaron de ser simples lecciones a compartirlo todo. No le fue difícil conquistarme, me trataba como un caballero, era muy atento, educado, al ser mayor tenía ese viso de experiencia, y no era inexperto en ningún sentido. Yo lo admiraba; por ese entonces, su negocio era grande y crecía a pasos agigantados. Eso fue lo que más me atrajo de él, su capacidad para negociar, se metía a todos en un puño.
»Tenía una personalidad avasalladora y se imponía dondequiera que entrase, fue el mejor negociador que he conocido. Él significaba la seguridad por encima de la pasión, me ofrecía una vida sin preocupaciones, prometía velar siempre por mí, me amaba y yo lo amaba a él. Era muy apuesto también, se parecía mucho a ti. —Le acarició la mejilla—. Me sedujo su poder, su intelecto y su protección, yo estaba sola en Estados Unidos y su afecto y ternura me atrajeron de inmediato. Por aquel entonces, su medio hermano llegó un día, pidiéndole trabajo, y él se lo dio. Ellos nunca se llevaron bien, pero cuando tu abuela murió le hizo prometer que seguiría tratándolo como a un miembro de la familia. Eran hermanos por parte de padre, tu abuelo había muerto mucho antes que tu abuela paterna y ella crio a Francis como a un hijo más. Tu tío era un bala perdida que se jugaba todo el dinero que se metía en los bolsillos, por eso siempre vivía al día; pero también era un hombre muy
carismático, culto y con muy buena presencia.
Tu padre, entregándole un último atisbo de confianza, lo puso a cargo de los negocios de Francia; a Brandon le fastidiaba estudiar el idioma, así que relegó en él esa responsabilidad. Entonces, Francis y yo empezamos a pasar mucho tiempo trabajando juntos, cuando ya estaba comprometida con tu padre.
—No sabía que tú y mi padre hubierais llegado a comprometeros.
—Íbamos a casarnos.
Pedro la escuchaba atento y abstraído. Ana estaba revelándole cosas que nunca antes había sabido.
—No lo entiendo, dices que ibais a casaros, luego teníais una relación importante. ¿Por qué os separasteis? Siempre he creído que él te sedujo y cuando supo que estabas embarazada te dejó. Eso es lo que siempre me has dicho.
—Déjame seguir, Pedro, es hora de que sepas toda la verdad.
»Tu padre había comenzado a viajar mucho, su negocio había empezado a expandirse y pasaba largas semanas ausente de la ciudad; a veces yo lo acompañaba, pero él siempre estaba en largas reuniones de negocios y yo encerrada en los hoteles, aburrida y sola, así que poco a poco dejé de acompañarlo.
Exhaló un hondo suspiro y quiso continuar, pero los sentimientos le jugaron una mala pasada. Se cubrió la cara con las manos y se echó a llorar nuevamente; aun así, siguió con el relato, sin mirarlo ya a la cara.
—Tu padre había viajado a California, se suponía que era un viaje de unos pocos días, pero se alargó unas semanas porque de ahí se fue a Suiza. Un día de principios de mayo, muy caluroso, yo nadaba en la piscina cuando tu tío apareció en traje de baño y se tiró al agua, nadamos y conversamos un largo rato, una cosa llevó a la otra y nos besamos, terminamos en la caseta del fondo haciendo el amor. No nos dimos cuenta de que nos observaban, y de pronto tu padre irrumpió dentro y lo quitó de encima de mí.
Fue muy vergonzoso, se pegaron, ambos quedaron muy magullados, yo me vestí y tu padre nos echó a los dos.
»Era joven, y me embriagué por el embelesamiento de que dos hombres lucharan por mí.
Brandon significaba el amor correcto y protector, mientras que Francis era la pasión personificada; cedí a sus encantos y me dejé llevar por la fogosidad que él me demostraba.
»Intenté hablar con Brandon, explicarle, quise arreglar las cosas. Yo lo amaba, Pedro, te juro que tu padre fue el gran amor de mi vida, pero él no quiso escucharme y se volvió inalcanzable para mí.
»Habían pasado casi dos meses cuando me enteré de que estaba embarazada. Intenté buscarlo para decírselo, pero no hubo manera de que me recibiera; tu tío, por supuesto, había desaparecido, nunca más supe de él. Yo no sabía qué hacer, ni siquiera sabía...
—Quién era mi padre —dijo apesadumbrado y ella asintió.
—En el fondo sabía que era Brandon.
»Lo encontré un día, mi embarazo ya estaba bastante avanzado y se notaba, me miró con desprecio, con odio, y aun así se acercó a mí y me preguntó de cuánto estaba; creo que en el fondo tenía la esperanza de ser el padre. Pero le mentí, yo estaba dolida por sus continuos rechazos y ya había decidido tenerte sola, no me importaba saber quién era el padre de mi bebé: eras mío, eso era lo único que me importaba.
Pedro se levantó de la cama y se acercó a la ventana, corrió la cortina y miró a lontananza. Una lágrima se le escapó de los ojos.
—Me negaste a mi padre, me quitaste su cariño de manera arbitraria, sólo porque él te había rechazado cuando tú...
—Perdón, hijo, perdón.
Ana se levantó y lo abrazó por detrás. Pedro permaneció estático, luego se apartó de ella y la observó con una mirada que rezumaba desprecio.
—¿Cuándo supo él que yo existía? Me refiero a que yo podía ser su hijo.
—Un día estábamos en el centro comercial de Texas, Nadia, tú y yo, y nos lo encontramos. Él te clavó los ojos de inmediato, creo que se vio reflejado en ti en cuanto te vio. A partir de ahí, comenzó a hacerle preguntas a Josefina. Yo había perdido el contacto con ella cuando me casé con Armand, pero ya hacía unos años que nos habíamos reencontrado. Cuando ella me dijo que Brandon preguntaba por mí y que la había interrogado por el padre de mi hijo, tuve miedo de que te apartara de mi lado. Él era poderoso, tenía dinero, y yo le había mentido; tuve miedo de perderte, Pedro; él nos buscó incansablemente hasta que dio conmigo, se lo conté todo y decidimos callar para no humillarte a ti y tampoco a mí, eso fue cuando Armand murió. Él me ayudó económicamente desde entonces, aunque no sabíamos si tú en realidad eras su hijo y fuimos cobardes los dos, creo que temimos que no lo fueras.
Cuando se supo enfermo, quiso recomponer las cosas contigo, y el resto ya lo sabes.
—Me mentiste, mamá —dijo Pedro tras un profundo silencio; se había apartado de su madre y le hablaba receloso, acusador—. Nos impediste disfrutar al uno del otro.
—Dios, te juro que no me enorgullezco, pero ¿qué podía hacer? Yo estaba sola en este país, él me odiaba, me había dicho que me quería ver hundida y arrastrada, me echó con un cheque en blanco en la mano, ésa fue mi indemnización, pero nunca lo cobré. Cuando supe que te tenía en mi vientre te protegí para mí, él nos habría apartado, me despreciaba y tenía poder.
—¡Has sido muy egoísta! —Pedro gritaba y lloraba—. Tú sabes que él no te odiaba, de hecho te amó tanto que nunca se casó con otra. Ni siquiera me permitiste despedirme como él merecía.
Los gritos despertaron a Paula, que dormía en la habitación contigua. Se levantó con dificultad y acudió al lugar donde los reproches y los alaridos de Pedro parecían no tener fin.
—¿Por qué le hablas así a tu madre, Pedro? Estás haciéndola llorar.
—No te metas, Paula, ve a la habitación.
—Deja de gritar como un desquiciado, despertarás a todos.
—Si no quieres escucharme vete de aquí.
—Perdón, hijo, perdón.
—No tienes perdón.
—Pedro, es tu madre, no le hables así.
—Paula, te he dicho que no te metas.
—No me grites, Pedro, pareces un energúmeno.
—Si no quieres que te grite, vete a la habitación, esto es entre mi madre y yo.
—Tranquilízate, Ana. —Paula se acercó al tocador, donde había una jarra con agua y un vaso. Lo llenó con dificultad y se aproximó a Ana para que bebiese—. ¿Por qué no os tranquilizáis los dos?
—Perdóname, hijo, te lo suplico.
Paula seguía sin entender absolutamente nada. De pronto, Pedro dio dos zancadas, abrió la puerta y se marchó del lugar, dando un portazo que hizo sobresaltar a ambas mujeres.
Ana lloraba sin consuelo, y por más que Paula intentaba consolarla, sus esfuerzos parecían inútiles.
Finalmente, cuando hubo sosegado el llanto que la aquejaba, se lo explicó todo a Pau.
—No soy quién para juzgarte, sólo puedo decirte que se le pasará; él te adora, Ana.
—Pero le he fallado.
—Todos cometemos errores, él tampoco es perfecto. Déjale procesar la información, no sé si te podrá entender pero al menos lo aceptará. Uno no siempre toma las decisiones apropiadas, pero eso es lo que nos hace humanos; si jamás nos equivocáramos, nos convertiríamos en máquinas. Pedro es un hombre de buenos sentimientos, y tanto si te equivocaste como si no, lo que él es como persona te lo debe a ti, que lo has criado con valores morales.
—Me lo debe a mí porque no le di otra opción. —Ana formó una línea con la boca—. Fui muy egoísta, tiene razón.
—No existe un manual donde se aprende a ser madre.
—Te lo agradezco, querida, pero me equivoqué y debo asumirlo. Como dices no hay un manual donde se aprenda a ser madre, pero esto se trata de principios, yo debí pensar en él y no sólo en mí.
—Creíste que lo protegías.
Tras charlar un rato más, Paula logró que Ana se acostara y que intentara descansar. Acto seguido buscó a Pedro por toda la casa, y lo encontró bebiendo brandy en el mirador. Parecía abatido, tenía la espalda doblada hacia delante y se sostenía la cabeza. Concluyó que debía de estar helado, así que fue por una manta. Se la echó en la espalda sorprendiéndolo.
—Quiero estar solo —le dijo él, mientras sorbía la bebida; tenía el rostro anegado de lágrimas.
Paula se quedó de pie frente a él, y le cogió el rostro por la barbilla, obligándolo a que la mirara.
No estaba dispuesta a marcharse, no la iba a apartar de su lado.
—Te amo.
Pedro dejó la copa apoyada en el suelo y se aferró a su cuerpo con desesperación, hundió el rostro en el vientre de ella y lloró un rato. Paula le acariciaba la cabeza en silencio y le tocaba la espalda intentando sosegarlo. Después de unos minutos, él notó que ella tiritaba de frío y se percató de que iba en pijama.
—Vamos adentro, te vas a poner enferma por mi culpa.
Se sentaron en la sala. Pedro tenía los ojos enrojecidos de tanto llorar, la pena lo estaba matando.
Pensaba en su padre, en cuánto le había rogado para que fuera a verlo cuando estaba muriendo, y él se negó, ni siquiera le dio la posibilidad de que muriera en paz a su lado.
—No es que quiera justificarla, pero intento ponerme en su lugar. Creo que sintió vergüenza de confesarte que no sabía quién era tu padre, y por eso fue más fácil inventar una mentira. Estaba sola, tenía que luchar por ti y por ella, y creó un mundo para ti en el que te protegió con su amor.
—No tiene perdón. —Pedro le contestó con palabras punzantes.
—Sí lo tiene, y la perdonarás, porque sé que no albergas malos sentimientos en tu alma.
—Soy un hombre capaz de empuñar un arma y matar.
—Eres un hombre que empuña un arma porque ésa es tu profesión, pero siempre que lo haces es dentro de la ley, no eres un delincuente que no valora la vida humana.
—No me interesa discutir acerca de mis valores morales. Aunque no creo tener tantos, dejé morir a mi padre solo, no tuve compasión de él.
—No lo sabías.
—Por eso mismo, porque no lo sabía, y porque ella podría haberme sacado de mi error y no lo hizo, no puedo perdonarla.
—Ahora todo es muy confuso, ella te ha echado en la cara una información sin anestesia, y todo hace que parezca la gran culpable. Pero quizá, cuando ambos os tranquilicéis, podrá darte todas esas explicaciones que ahora te carcomen la conciencia. Dale unos días a tu dolor para que puedas asimilar tus pensamientos, y entonces, más calmado, podrás escucharla. Ahora sólo le harías reproches, y eso no está mal, ya que únicamente te ha expuesto la parte más escabrosa de la historia, pero presiento que es más compleja de lo que parece.
—Mi padre fue tan víctima como yo en esta historia. Y mi madre dice que por amor me mintió, pero eso no es amor.
—Estás dolido, por eso dices estas cosas, pero Ana te adora y tú a ella.
—Me quitó la posibilidad de saber de él, de conocerlo, de sentir su amor.
—Te diré lo mismo que le he dicho a ella: nadie es perfecto, y tú tampoco lo eres; acabas de decirme que no te apiadaste de él en su lecho de muerte. Es el destino, debes aceptarlo.
—Es el destino que ella eligió para mí de manera despótica.
—No seas tan duro, Pedro, era una mujer sola y rechazada, con un hijo que criar.
—Quizá en un principio fue así. Pero luego, ¿qué? Luego siguió callando, y eso es lo que no le voy a perdonar. Yo no soy como tú, que acepta las cosas mansamente.
—Eso me ha dolido, Pedro. Sé que estás enfadado, por eso no te lo tomaré en cuenta. Yo no acepto las cosas, ya no, pero quizá en un momento en que tuve la mente nublada creí que no había otra salida.
—Lo siento, no me hagas caso. Esto ha sido un jarro de agua fría. En un segundo, la historia de mi vida ha cambiado.
—Lo sé, sé también que te duele, porque no tienes tiempo para revertir la historia con tu padre y eso te desconsuela. Pero debes pensar que no fue solamente Ana la que se equivocó, porque él también decidió callar hasta que enfermó, así que no la culpes sólo a ella.
»Quizá lo que te diga no sea un consuelo para ti, pero mírame: tengo a mis dos padres y crecí en un hogar estable, pero sin amor. Tú no los tuviste a los dos juntos, pero ambos te quisieron; en cambio, a Agustin y a mí nos criaron las niñeras y crecimos escuchando preceptos de buenos modales y reglas de protocolo, todo lo indispensable para encajar en una sociedad hipócrita.
Pedro no contestó, no podía procesar las cosas como ella las veía, su dolor no le dejaba pensar.
—Subamos a la habitación, estás cansado y así no puedes recapacitar. Vayamos a descansar, estoy segura de que mañana lo verás todo más claro.
Alfonso aceptó subir, aunque sabía que no pegaría ojo en toda la noche. Cuando se pusieron de pie, la cogió de la cintura y hundió el rostro en el cuello de ella para impregnarse de su aroma; luego, asido a su cuerpo, ascendieron lentamente.
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