miércoles, 9 de marzo de 2016

CAPITULO 77





Agustin daba vueltas y más vueltas sin poder conciliar el sueño, las miradas durante la cena entre Maite y Christian lo habían puesto de mal humor y no entendía por qué; después de todo a él qué le importaba lo que ella hiciera con su vida, se decía continuamente para convencerse, pero incluso sabiendo eso no podía dejar de irritarse con la situación. Ella siempre lo juzgaba por ser un donjuán que no asumía compromisos, y ahora estaba coqueteando descaradamente con Crall, que no era mucho mejor que él.


«Y a mí qué mierda me importa si se quieren revolcar. ¿Desde cuándo me preocupa a quién le abre las piernas esa tarada?»


Se levantó de la cama hecho una furia, encendió un cigarrillo y salió al balcón, donde se lo fumó con ansia. La noche era fría pero no le importó, el frío que se le colaba por los huesos aplacaba el ardor que experimentaba su ánimo. Miró hacia su derecha y vio el reflejo de la luz encendida en la habitación contigua, la de Maite. Se aproximó sigilosamente y la espió al trasluz de las cortinas. Al ver que ella se acercaba al balcón, regresó a su sitio con astuto disimulo.


Maite salió al balcón; tampoco podía dormir. Había conversado hasta tarde con Christian, y cuando se había metido en la habitación las preguntas le llenaban la cabeza. C. C. le caía bien, era atractivo, seductor y parecía una apisonadora, cuando habían subido para irse a dormir la había besado con ímpetu y verdadera excitación. Ella le había correspondido el beso, incluso hasta le había gustado, pero cuando él quiso llevarla a su cama, lo rechazó. 


Raramente se privaba de disfrutar de un hombre que le agradaba, pero con Christian así había sido; de pronto cuando él había querido avanzar, ella se había sentido insegura.


No sabía por qué razón en el momento en que la besó, en su mente se recrearon escenas de la cena; había notado que Agustin los miraba inquisitivamente y sin disimulo. C. C. la había hechizado en un primer instante, pero cuando había tenido la oportunidad de tenerlo, la había dejado pasar.


Descolocada por su proceder, aspiró con fuerza el aire que circulaba en la noche en aquel páramo, y el humo de un cigarro llegó hasta sus fosas nasales haciéndola caer en la cuenta de que no estaba sola.


Miró a un lado y se encontró con los ojos indiscretos y penetrantes de Agustin, que fumaba en silencio apoyado en la barandilla del balcón.


—¿No puedes dormir? —preguntó él.


—Parece que tú tampoco. Pillarás una pulmonía, estás prácticamente desnudo y la noche está helada.


Maite estaba cansada de ver a Agustin. Siempre que leía una revista de moda, lo veía. Sabía que tenía un físico agraciado, pero aun así, sus ojos recorrieron la musculatura de su cuerpo armonioso, y se detuvieron en cada curva como si nunca lo hubiera mirado realmente.


—Te podrías haber puesto un pijama —le dijo llamándole la atención por su falta de pudor—; estás en bóxer —le señaló en tono de reproche, mientras descansaba la vista en el bulto que formaba su sexo bajo la ropa interior.


Agustin se encogió de hombros, y al darse cuenta de dónde había fijado la mirada Maite sonrió licencioso mientras exhalaba una extensa bocanada de humo.


—No se ve nada, ¿o ése es el problema?


—Para lo que hay que ver.


—Si quieres puedo enseñarte, que hay mucho más de lo que te estás imaginando.


—Eres un grosero engreído. No tengo interés alguno en conocer tus atributos, que insisto no creo que sean gran cosa.


Agustin, sin pensarlo, se quitó los calzoncillos y se quedó totalmente desnudo. Miró hacia sus partes y curvó ladinamente la boca en un gesto vanidoso mientras le guiñaba un ojo.


—¿Qué te parece lo que ves? Apuesto a que te has quedado impresionada, y eso que el frío juega en mi contra.


—Idiota.


Maite intentó mostrarse ofendida, pero ¿a quién quería engañar? lo que sentía era una gran excitación.


Se dio la vuelta y probó a meterse dentro. Agustin, de un rápido movimiento, se subió el bóxer y la siguió para impedirle la entrada, la cogió del brazo antes de que pudiera perderse en el dormitorio y la arrinconó contra el dintel de la puerta. Pegó su cuerpo al de ella y le paseó su aliento por el rostro.


—Estás deseando que te bese, ¿verdad? —Le apoyó su sexo erecto contra el vientre—. Y apuesto a que quieres sentirlo además de verlo —le habló mientras le lamía los labios. Maite había cerrado los ojos y respiraba con dificultad, su boca se había entreabierto y su cuerpo estaba indefenso y desmadejado entre los brazos de Agustin. 


Sorprendiéndola, él se apartó y soltó una carcajada cuando
ella abrió los ojos.


Fulminándolo con la mirada, chasqueó la lengua—. ¿Qué pasa, C. C. no te ha satisfecho?


—¡Estúpido, eres un estúpido presuntuoso! —le gritó mientras le propinaba un manotazo en el torso desnudo.


Agustin endureció el gesto, la pegó de nuevo a su cuerpo y arrasó su boca con bravura, le metió la lengua recorriendo toda la abertura mientras le demostraba quién tenía el control. La consumió, la saboreó sin consentimiento, le mordió los labios y volvió a entrar con su lengua ávida y letal en su boca. Cogió el lazo de la bata y lo desanudó mientras recorría con las manos la curvatura de su cintura, las deslizó por la seda del pijama buscando la cinturilla del pantalón, metió las manos en él y le oprimió las nalgas hasta hacer que le dolieran; ambos gemían en la boca del otro, presos de una pasión que ninguno sabía que sentían. Con su cuerpo la empujó adentro, y sin soltar sus labios cerró la puerta, la tendió en la cama y se frotó sobre ella; luego con manos expertas la desvistió sin dejar de besarla. Maite estaba aferrada a su torso musculoso, le clavaba las uñas, le recorría la espalda y se retorcía bajo el peso de su cuerpo.


Cuando Agustin la tuvo desnuda, se bajó los bóxer dejando que su erección descansara en su vientre, y ella inmediatamente recogió las piernas para darle paso.


—¿Tomas la píldora? No tengo preservativos, si no tendré que terminar fuera.


—Llevo un DIU.


—Perfecto.


Entonces él, de una experta punción, la penetró con vehemencia, se hundió en ella sin piedad, mientras abría una brecha en su hendidura, que recibía a su sexo acunándolo y devorándolo. Se movió con presteza en todas las direcciones, la penetró de mil maneras, demostrándole que era un amante experto, la hizo gemir enloqueciéndola, la hizo estallar en un orgasmo avasallador que siguió a otro cuando él se apartó para hundir la cabeza en su entrepierna. 


La saboreó despacio hasta hacerla estallar nuevamente, y cuando la oyó retorcerse en su boca, ascendió otra vez para volver a penetrarla.


Agustin se movió más rápido, con más profundidad e intensidad, hasta que llegaron juntos al alivio, gritaron saboreando el orgasmo mientras sus cuerpos trascendían arrebatados. Luego él se apartó, tomando una profunda bocanada de aire e intentando recomponer su respiración por el esfuerzo, se puso en pie, cogió los bóxer, se los colocó y caminó en silencio hacia la contraventana.


—¿Adónde vas? —lo inquirió ella sin dar crédito a lo que imaginaba.


—A mi habitación —le contestó él con frescura, sacándola de su duda.


Maite se incorporó furiosa, agarró su calzado, que descansaba en el suelo, y probó a tirárselo por la cabeza, pero él lo esquivó. Agustin amplificó su risa burlona.


—A juzgar por tu gesto de arrobamiento instantes atrás, me atrevo a decir que ya no piensas que mis atributos no valen la pena.


Le guiñó un ojo mientras ella ardía de impotencia.


—¡Estúpido, idiota! ¡Eres un fanfarrón inmaduro! —le gritó cuando él dio otro paso para irse.


—Es posible, pero este fanfarrón inmaduro te ha follado como no te ha follado nadie en tus veintisiete años, ¿me equivoco?


—Pero ¿quién te crees que eres?


—Adiós,Maite, lo he pasado muy bien.





Por la mañana, todos desayunaron en el comedor salvo Ana, que prefirió hacerlo en la cocina porque no se atrevía a enfrentarse a su hijo. Maite y Agustin ni se habían dirigido una mirada, y el aire entre ellos se cortaba a simple vista. Christian, que había sido rechazado por Maite, tampoco hacía uso de sus encantos de seductor con ella, y Pedro permanecía sumido en sus pensamientos. Paula los miraba a todos y estudiaba el entorno. De pronto cayó en la cuenta de que Pedro ese día se iba y eso también la desmoralizó. No obstante, intentó entablar una conversación.


—¿Ya sabes a qué hora viajas?


—No —dijo él levantando la cabeza para mirarla a los ojos—. Aún no he hablado con el comandante para saber si ya tiene un plan de vuelo, aunque le pedí que fuera por la tarde-noche. Christian, ¿te parece bien que viajemos en ese horario?


—Por mí perfecto.


—Yo también vuelvo con vosotros —acotó Agustin—. Mañana salgo para Italia.


—Creí que te quedarías unos días —le manifestó Paula a su hermano en un tono desesperanzado.


—Tengo compromisos de trabajo,Pau. Pedro me sugirió que suspendiera mi agenda, pero como mis obligaciones son en el extranjero sigo adelante con todo. Además, aquí estarás como una reina, y tienes la compañía de tu querida amiga.


Ambos se fulminaron con la mirada. Maite estaba furiosa con él.


En ese momento, el teléfono de Christian sonó, se alejó para hablar y cuando regresó miró a Pedroy se entendieron con la mirada. Cuando terminaron de desayunar, fueron a la terraza.


—¿Qué sucede?


—Todas las escuchas están en marcha, tenemos todos los teléfonos del senador y de las empresas intervenidos.


—Espero que se pueda obtener algo de ahí.


—Tranquilo, te aseguro que no se nos escapará, ya estamos trabajando para infiltrar a gente en las compañías, sólo llevamos retraso en eso, porque estamos estudiando cuál es el área en cada una, dónde nos conviene meternos. Haremos justicia, amigo, te lo prometo.


—Necesito neutralizarlo de una vez, necesito atraparlo y poner a Paula a salvo.





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