lunes, 15 de febrero de 2016

CAPITULO 5




Eva y Pedro se dirigían al aparcamiento del departamento de policía, habían terminado el turno.


—Hasta mañana, Pedro —dijo ella. Él se quedó mirándola, sin devolverle el saludo—. ¿Pasa algo?


—Se me ha ocurrido que tal vez podríamos ir a tomar algo, te invito al Grand Central.


—Lo siento, Pedro, es el cumpleaños de mi sobrina y quiero ir a saludarla.


—Sí, no te preocupes, sólo ha sido una invitación estúpida.


Ella le apoyó la mano en el hombro.


—Me encantará aceptar esa invitación estúpida otro día. —Pedro le dedicó una sonrisa increíble —.Tengo una idea mejor: ven conmigo y luego arreglamos para cenar.


—Acepto, me parece perfecto.


Acordaron que él la seguiría con su coche todo el camino. 


En un semáforo quedaron uno al lado del otro y se sonrieron a través de la ventanilla; él le guiñó un ojo y ella, divertida, enarcó una ceja.


Se rebujó en su asiento, mientras se mordió un dedo, y entrecerró los ojos, mientras se daba cuenta de que aquella sonrisa no se la conocía; a pesar que pasaban muchas horas juntos jamás le había sonreído de esa forma seductora y cómplice. Ello la llevó a mirar a Pedro como nunca se había permitido mirarlo. Éste, ajeno a las cavilaciones de su compañera, se remangó despreocupado e indiferente las mangas de su camisa y volvió la vista al camino. 


Aprovechando su distracción, Eva no pudo dejar de mirar sus anchos antebrazos, de venas destacadas y músculos prominentes. Era fornido y atlético; lo siguió recorriendo con la mirada y ascendió hasta su rostro, y se dio cuenta de que tenía una boca muy apetitosa. De pronto, un bocinazo del automóvil que estaba tras ella la sacó de su ensimismamiento, e incluso se llevó un insulto.


Levantó el dedo corazón y se lo enseñó al conductor de atrás, devolviendo el agravio. Alfonso vio la escena, divertido; la espontaneidad de ella le había hecho mucha gracia. 


Finalmente llegaron al número 45 de Coolidge Road, Maplewood, en New Jersey, y estacionaron uno tras el otro.


Pedro bajó de su coche y, mientras ella tomaba su chaqueta del asiento trasero, él se apresuró para abrirle la puerta y ayudarla a que bajara. Le ofreció la mano caballerosamente y Eva se la aceptó mientras le regalaba una franca sonrisa. Le gustó el gesto, aunque la pilló por sorpresa, pues en el trabajo tenían un trato siempre muy distante, cosa que ella agradecía. Pedro siempre la había tratado de igual a igual, nunca la había hecho sentir menos idónea por ser mujer.


—Gracias, Pedro. —Él sonrió, sin intención alguna de soltarla.


Eva descendió del Toyota Camry negro y sin apartar la mano de la de Pedro abrió el maletero del coche. Dentro había un enorme paquete envuelto para regalo y ambos, sin querer soltarse, se agacharon para cogerlo, sus cabezas terminaron chocando y les provocó carcajadas. Pero entonces el silencio se instaló entre ambos y clavaron las miradas el uno en la otra, con intensidad, intentando encontrar cosas que jamás habían advertido. Ella se ruborizó y él le guiñó el ojo. Eva, perturbada por lo que estaba sintiendo por su compañero, bajó la vista y soltó tímidamente la mano para recoger el regalo, y de esa manera terminó con la incomodidad del momento.


Entraron por la parte trasera de la casa, donde una gran cantidad de niños correteaban en el jardín; al verlos llegar, una niña con la misma sonrisa que la de Eva se acercó corriendo a ellos. Era Maggie, la cumpleañera.


—¡Tía, has venido!


—Por supuesto, princesa Rapunzel.


—No, tía, hoy no soy Rapunzel, hoy soy Maggie. Es mi cumpleaños y si me llamas de otra forma no me darán los regalos a mí porque creerán que se han equivocado.


—Entiendo, Maggie. En ese caso, toma, esto es para ti. —La niña rasgó rápidamente el envoltorio y descubrió un traje de Rapunzel; se alegró muchísimo—. ¿Te gusta, era el que querías?


—Sí, tía, muchas gracias, ¡eres la mejor! Y tu amigo, ¿quién es?


Eva miró a Pedro, que permanecía atento a la escena con las manos metidas en los bolsillos y sonreía.


—Mi amigo se llama Pedro.


—Hola, Maggie. Estarás muy guapa con ese traje que tu tía te ha regalado. —Pedro se inclinó para saludar a la pequeña—. Te enviaré con Eva un regalo de mi parte; lo siento pero me he enterado a última hora de que era tu cumpleaños.


—No hay problema, Pedro, mi tía me lo traerá.


—Maggie, no seas interesada.


—No te preocupes, Eva, si es lo que yo le he dicho.


La niña salió corriendo dejándolos solos; sus amiguitas la llamaban desde el columpio.


—Ven, Pedro, sígueme, que te presentaré a la familia.


Eva le presentó a sus padres y luego a sus hermanos. Ella era la pequeña de cinco y la única chica.


También le presentó a sus cuñadas.


—Por fin te conocemos, Pedro. Eva nos ha hablado mucho de ti, nos ha contado que os complementáis muy bien en el trabajo y me alivia saber que su compañero es un caballero, pues cuando nos dijo a qué quería dedicarse nos asustó mucho. Nadie en nuestra familia ha tenido esta carrera, y para nosotros, como comprenderás, fue un poco traumático —explicó la madre de Eva.


—Señora Gonzales, la escucho y parece que estoy oyendo a mi madre. —Roberto, uno de los hermanos de Eva, les dio una Budweiser a cada uno—. Gracias. No debe preocuparse más de la cuenta, señora: nos entrenan para que sepamos cómo cuidarnos en las calles y le aseguro que sabemos hacerlo.
Piense que, aunque nuestro trabajo es atrapar a delincuentes, eso no nos pone más en peligro que al resto de los mortales, pues cualquiera puede salir a la calle y toparse con uno.


—Dicho así, parece de lo más natural. Mi hermana también lo ve de ese modo —dijo Esteban mientras tomaba a Eva de la cintura—. Pero nuestra vida no es como la vuestra, digáis lo que digáis: nosotros no vamos tentando al destino.


—No te esfuerces, Pedro, nadie de mi familia aprobará jamás la profesión que he elegido, no te entenderán.


—Es que habiendo tantas profesiones, hija, elegiste una que nos tiene con el corazón encogido.


—Señor Gonzales, le prometo cuidar de Eva siempre que me sea posible.


—¿De dónde eres, Pedro? —se interesó el otro hermano de la detective—. ¿Eres de Nueva York?


—No, Luis, soy de Texas.


—¿Y hace mucho que vives aquí?


—Pues ya hace unos cuantos años. Vine por trabajo, pues por mi antigua profesión era más cómodo vivir en la ciudad. Luego me compré un apartamento y me instalé definitivamente.


—¿En qué trabajabas antes, Pedro? —preguntó la madre de Eva.


—Era modelo, señora.


—¿En serio, Pedro? Nunca me lo habías contado. —Eva se mostró extrañada—. ¿Qué hacías exactamente?



—Hice anuncios y también desfilé en las pasarelas. En cuanto a marcas reconocidas, Armani y Dolce & Gabbana son las más importantes para las que trabajé.


—¿Conservas fotos de esa época? Juro que me muero por verte.


Pedro sonrió.


—Pues alguna debo de tener; si no, la que seguro que tiene es mi madre, ella era mi fan número uno y lo guardaba todo.


—Qué gran cambio... ¿Cómo es que te metiste en la policía?


—¿Cómo explicarlo? —Bebió de su cerveza—. La verdad es que me cansé de tanta frivolidad; necesitaba darle a mi vida un verdadero sentido, necesitaba sentirme realmente útil. Estaba harto de excesos, me refiero a ir de fiesta en fiesta, de noche y sin parar, sin orden. Mi vida era una juerga continua, de pronto todos empezaron a reconocerme y muchas veces era difícil decir que no.


—¿Eras famoso? Yo no te conocía, lo siento por tu ego —bromeó Eva.


—Yo creo haberlo visto en algunos anuncios —dijo una de las cuñadas de Eva. Pedro simplemente asintió.


—Continúa muchacho, continúa —interrumpió el patriarca de los Gonzales.


—Llegó un tiempo en que comencé a sentir que necesitaba hacer algo que verdaderamente me enorgulleciera, y me di cuenta de que lo que hacía no me satisfacía. Supongo que eso se debe a que lo de ser modelo llegó a mi vida por casualidad. Que quede claro que no menosprecio esa profesión, sólo es que para mí no era suficiente. Entré en ella sin proponérmelo; una vez acompañé a una amiga a una entrevista y un cazatalentos me planteó si me interesaba, pues al parecer tenía el perfil que en ese momento necesitaba. Así, sin pensarlo demasiado, después de oír la oferta económica, terminé por aceptar y fue como comenzó todo. Pronto conseguí buenos contratos, las grandes marcas terminaron interesándose en mí y se me presentó la posibilidad de comprarme mi apartamento.


—Guau, creo que hiciste bien en aprovechar esa oportunidad. Pero a la policía, ¿cómo llegaste? — preguntó Eva.


—Si no hacéis más que interrumpirlo, ¿cómo queréis que os lo cuente? —dijo la señora Gonzales, reprendiendo a su hija.


Pedro sonrió y volvió a beber de su cerveza antes de continuar.


—Para cualquiera, lo que yo tenía era una carrera en ascenso y ni loco la habría dejado. Viajé por todo el mundo: Roma, París, Londres, Egipto..., y todo parecía genial, inmejorable. Al principio así era, pero terminé hartándome de esa vida, y además acabé obsesionado con mi aspecto exterior. Así que comencé a dejar de disfrutar.
»Y entonces tomé la decisión de meterme en la policía...
Volvió a beber de su Budweiser. Todos lo escuchaban atentamente, pero Eva era la más fascinada, pues estaba descubriendo una faceta de su compañero que jamás había imaginado.


—Supongo que cuando uno es muy conocido se pierde privacidad. Debe de ser difícil.


—Sí, Roberto... Es curioso cómo llegó a mi vida la policía. —Asintió con la cabeza—. Un día estaba desayunando en Gorilla Coffee, en la esquina de Park Place y la Quinta Avenida (en realidad estaba tomándome un café bien cargado, la noche anterior había bebido mucho y hacía cuatro días que no dormía en casa, tenía una resaca que se empeñaba en no abandonarme, una sesión de fotos dos horas después, y necesitaba espabilarme como fuera). De pronto, una señora comenzó a dar gritos: le habían robado, el delincuente pasó corriendo a mi lado y sin pensarlo dos veces salí tras él, lo perseguí y recuperé el bolso. Fue entonces cuando comprendí que ésos eran los niveles de adrenalina que necesitaba en el cuerpo; de pronto me sentí útil, orgulloso de mí mismo. Así fue —concluyó y miró a Eva—. Y tú, ¿cómo te decidiste por esta carrera? Nunca me lo has contado.


—Pues lo mío es más simple, Pedro: soy la única mujer de la familia, crecí jugando con chicos. — Señaló a sus cuatro hermanos—. Creo que esto aclara el panorama y hasta contesta a tu pregunta, ¿no?


Todos rieron a carcajadas.


—Es decir —dijo Esteban—, que cada vez que nos quejamos de la profesión que ha elegido, nos responde que ha sido nuestra culpa.


Pasaron una tarde hermosa. Pedro se sintió muy a gusto con la familia de Eva, todos eran muy sencillos y cálidos y le habían hecho sentir muy bien.



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