lunes, 15 de febrero de 2016
CAPITULO 4
Era casi mediodía.
—Paula, ¿qué haces?
—Nada, ¿por qué?
—Voy camino a Delmonico’s y me he hecho un hueco en la agenda para comer con mi hermosa y adorada esposa. Dile a Dylan que te traiga.
—Está bien, me arreglo rápido y voy para allá.
—Ponte tu vestido burdeos; me gusta cómo te queda y vas muy correcta y elegante.
—De acuerdo, Manuel, me lo pondré.
Paula llegó al restaurante entusiasmada por la invitación, hacía tiempo que no salían a almorzar ni a ningún otro lado y sólo se mostraban juntos en actos políticos. Por eso no pudo por menos que sentirse ilusionada con el encuentro, pensó que quizá sí era cierto que estaba arrepentido y quería recomponer las cosas. Entró en el clásico y lujoso restaurante, donde el relaciones públicas la reconoció de inmediato y la escoltó hasta donde su esposo la esperaba.
Manuel se encontraba sentado a una mesa en el centro del salón, de modo que era casi imposible que no los vieran; todos los comensales que ese día estaban en el local depositaban la mirada sobre el reconocido senador Manuel Wheels y su esposa.
Éste, al verla llegar, se puso de pie para esperarla, cuando se acercó le dio un casto beso en la mejilla y aguardó a que se sentara para acercarle la silla.
—Estás muy guapa.
—Gracias —dijo Paula, sonriendo radiante.
—He pedido una botella del Merlot que te gusta, quiero compensarte por mi exabrupto de anoche, lo siento —le dijo mientras se acercaba, hablándole en un tono muy bajo y arrullador.
—No te preocupes, Manuel, ya lo he olvidado.
No era cierto; los recuerdos de la paliza recibida le habían dificultado la tarea de ducharse; el agua caliente cayendo sobre su cuerpo le había hecho recordar uno a uno los golpes que él le había dado sin misericordia. Wheels estiró la mano, cogió la de ella y le besó los nudillos.
—Pero no vuelvas a escuchar tras la puerta —entrecerró los ojos mientras se lo decía—, ¿eh, querida?
Ella no contestó; se quedó mirándolo temerosa por la advertencia, sin poder evitar el temblor que esa mirada le causaba. Cogió el menú para no tener que dirigir la vista hacia su marido.
—Espera un momento, bebe del vino que he pedido para ti, estamos esperando a alguien —dijo Manuel.
—Pensaba que comeríamos solos.
—¿Solos tú y yo? —La miró con una cínica sonrisa. Sólo con una mueca lograba humillarla, la dejaba desprovista de palabras y la hacía sentir el ser más insignificante sobre la tierra—. Sería muy aburrido, no tendríamos de qué hablar —explicó dándole palmaditas en la mano—. Bebe, querida, bebe. Una mujer de infarto, de ojos verdes y cabello moreno, curvas despampanantes y una sonrisa que nublaba la vista, apareció en el restaurante. Manuel se puso de pie cuando ella se acercó y la saludó con un beso en la mano.
—Cielo, te presento a mi nueva asesora de imagen, la señorita Samantha Stuart.
—Encantada.
—El gusto es mío, señora Wheels. —Se saludaron con un beso.
La mujer se acomodó al lado de ellos, y Manuel se quedó de pie junto a ella para acercarle la silla de manera muy caballerosa. El senador, ante los ojos del mundo, era siempre correcto, gentil e intachable.
Muy pronto empezaron a hablar sobre la campaña política y Paula sintió que sobraba, como si no encajara en la conversación ni mucho menos en el lugar, frustrada una vez más; pero como siempre debía guardar las formas y esconder sus sentimientos en público, pues Manuel no le perdonaría que se mostrara desinteresada y mucho menos que alguien lo advirtiera; delante de la gente debía ser la esposa ideal, la más encantadora y la más feliz.
Sonrió en silencio y pensó con ironía en qué significaba para ella la felicidad. Miró a su alrededor y comprendió una vez más que los observaban, se sintió como una estatua de piedra mientras su esposo se dedicaba a ignorarla por completo. A ratos dejaba escapar una sonrisa para que todos creyeran que se interesaba en lo que allí se decía; era toda una experta en el arte de fingir en público.
Manuel y Samantha hablaban de trabajo y Paula se limitaba a escucharlos mientras comía. En cierto momento se llevó la copa de vino a la boca, sorbió un trago, y mientras degustaba la bebida recordó la época en que había conocido a su marido, cuando él estaba a punto de graduarse en Yale.
Poco después se convirtió en un abogado defensor reconocido, trabajando en uno los bufetes más prestigiosos de la ciudad. Estaba lleno de sueños y de planes para un futuro en el que ella siempre era lo más importante.
Lo observó con un profundo conformismo —Manuel hablaba de forma elocuente y era atento con su asesora— y siguió recordando, transportándose a los días en que lo ayudaba a preparar su tesis. «Ese título de abogacía también me pertenece en parte», se dijo. «¿Cómo se metió en política? Lo recuerdo bien. Llevaba el caso del diputado Lexington y se dio cuenta de que ésa era su pasión. Él le presentó a todos sus compañeros del partido y lo inició en la militancia política. Fue entonces cuando nuestra relación empezó a deteriorarse, llevábamos dos años de casados y yo había sufrido un aborto. Empezó a ausentarse más de casa, se olvidó de todas las promesas de amor que me había hecho y, ávido de poder, todo dejó de importarle, incluida yo; él se
transformó en el centro del universo.
»Si me animara, si pudiese dar un paso adelante y retomar mi vida, si pudiera encontrar el valor que necesito... Quizá May y Ed tengan razón, debería al menos retomar la galería... Pero ellos la llevan tan bien, ¿para qué hacerlo yo entonces? Manuel está en lo cierto, si tengo gente a cargo que se puede ocupar de todo, ¿para qué ir a perder el tiempo allí? Aunque es lo que me gusta, quizá me sentiría más útil de esa forma.
»Sí, si Manuel esta noche está de buen humor y tiene tiempo para escucharme se lo plantearé, buscaré la forma.»
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