lunes, 15 de febrero de 2016
CAPITULO 6
Por la noche...
—¿Vas a salir? Hoy le has dicho a Samantha en la comida que no tenías ningún compromiso.
—¿Desde cuándo te crees con derecho a cuestionar adónde voy?
—Sabes que jamás lo haría, simplemente creía que podríamos cenar juntos, he hecho preparar tu comida favorita —dijo con tranquilidad—. Podría hacerte unos masajes, sé que estás cansado y que los necesitas. —Paula se aferró a su cuello y se acercó para encontrar su boca. Se dieron un desganado beso, que a ninguno de los dos le llegó al alma, se separaron y se quedaron mirándose—. ¿Cómo, Manuel, cómo hemos llegado a esto?
Él la abrazó, le acarició la espalda y le habló al oído.
—Pronto terminará la campaña y todo volverá a ser como antes.
—¿Lo prometes?
—Por supuesto. —Manuel la besó sin interés en la mejilla—. Tengo que irme, querida.
Paula se quedó sola, miró a su alrededor y se sintió más desolada aún. Supo al instante que nada cambiaría, porque entre ellos ya nada quedaba, todo se había acabado. Se compadeció de sí misma, cada día era más tortuoso que el anterior, y comprendió que la solución a su tormento únicamente estaba en sus manos.
Manuel estaba saliendo del garaje y en el instante en que se aproximaba a la calle se encontró con un coche. Reconoció al segundo que se trataba de Maite, se detuvo y ambos bajaron las ventanillas para hablarse a través de ellas.
—Hola, Manuel. —Él la miró con cara de pocos amigos, no se soportaban y ninguno estaba dispuesto a disimular el fastidio que se tenían—. ¿Te vas? No me digas que no contaremos con tu honorable presencia —añadió en tono burlón.
—¿A qué has venido?
—Necesito comentarle a Pau unas cosas de la galería y que me firme unos papeles. ¿Nos lo permites, tenemos tu autorización?
—No me torees, Maite, no me obligues a hacer que Paula venda la galería y que no te queden excusas para venir a llenarle la cabeza de ideas idiotas.
—Hazlo y te juro que te denunciaré por secuestro. Porque eso es lo que estás haciendo con Paula, la tienes poco menos que secuestrada.
—¡Qué miedo me dan tus amenazas! —Se carcajeó en su cara.
«Estúpida, como sigas molestándome te haré borrar del mapa»; se guardó sus pensamientos como un deseo. La amenaza que le soltó fue más suave, él jamás demostraba por completo sus emociones: —No me jodas, o te juro que te prohíbo la entrada.
—Infeliz, ¿acaso te crees Dios?
Wheels se rio sarcástico, puso el coche en movimiento y salió de allí haciendo rechinar los neumáticos.
Maite entró en el tríplex.
—La señora está en su estudio, ya la aviso de que ha llegado —dijo el mayordomo.
—No se moleste, conozco el camino.
La encontró sentada frente a un bastidor apoyado sobre un atril. Solamente lo miraba: la tela estaba tan en blanco como parecía estarlo su mente. El ruido de la puerta al cerrarse la hizo salir de su abstracción.
—¡Maite, has venido! Creí que no volverías.
—Tonta, ¿cómo puedes pensar eso? —Le acarició el brazo y le dio un beso en la mejilla—. ¿Cómo estás?
—Bien, te juro que estoy bien.
—¿La espalda?
—Curándose, sabes que mi poder de sanación es muy rápido.
—Mentirosa; déjame verte.
—No. Por favor, Maite, no quiero sentirme humillada otra vez. Déjame disfrutar de que estás aquí y charlemos. Cuéntame, ¿han llegado las obras nuevas?
—Ay, amiga. —Maite la abrazó, le apartó el pelo de la cara y le sonrió indulgente; lo que más deseaba era que se distrajera, estaba harta de verla tan apagada—. Sí, han llegado, y son más hermosas que en los catálogos, tienes que venir a verlas antes de que se vendan. Pero ahora se me acaba de ocurrir una brillante idea: ya que el ogro no está (lo sé porque me lo he cruzado cuando entraba), tú y yo nos iremos a cenar a algún restaurante. Vamos a tu dormitorio a elegir ropa para que te cambies.
—Tal vez no sea muy bueno para la imagen de Manuel que me vean sola y de noche. Creo que es mejor que nos quedemos a cenar aquí.
—Basta, Paula. Si él tiene derecho a salir y no está mal visto que no cene con su bonita esposa, que tú salgas con una amiga tampoco se verá mal. No haremos nada raro, sólo nos sentaremos en un restaurante de la ciudad a cenar y a charlar un poco. Lo necesitas, necesitas salir de este encierro.
Piensa por un momento en ti y date un respiro. Buscaremos algún lugar discreto, prometo que nadie te reconocerá.
Paula se quedó evaluando las posibilidades; le apetecía pasar un momento agradable junto a su amiga la llenaba de ilusión. Inspiró profundamente, frunció los labios y, contagiada por la seguridad de Maite, dijo:
—Creo que tienes razón. Voy a arreglarme.
—Perfecto.
Pau ya estaba lista, se miró al espejo y se sintió entusiasmada. Hacía tiempo que no se ponía un pantalón, Manuel insistía en que siempre se vistiera con falda, pero Maite la había incitado y ella estuvo conforme. Eligió unos negros de estilo pitillo, una camisa ocre del mismo tono que los tacones de plataforma y una chaqueta de pico de un solo botón con las solapas en seda de color natural. Su amiga permanecía de pie detrás de ella.
—Creo que mejor habría sido un vaquero, para que fueras más casual y no llamaras tanto la atención, pero al menos he logrado que te quites esa falda. Estás guapa, Pau, ese color te sienta muy bien. No lo entiendo... ¿cómo puedes tener tanta ropa sin estrenar?
Se roció abundantemente con perfume y remató el atuendo con unos pendientes, cogió el bolso y salieron del dormitorio.
Cuando estaban listas para salir de casa, el guardaespaldas de Paula las interceptó: —Señora Wheels, ya sabe que no puede salir sin mi compañía.
—Sí que puedo, Dylan, soy mayor de edad desde hace unos cuantos años y no tengo que pedir permiso a nadie para salir. De todas maneras, y como no quiero que pierda su trabajo, le informo de que vamos a la galería. Iré en el coche de la señora Smith; si lo desea puede seguirnos.
—Desde luego, señora.
Se montaron en el Mercedes Clase A de Maite y salieron a la calle.
—¿Por qué le has dicho al guardaespaldas que vamos a la galería si salimos a cenar?
—Porque quiero hacerle creer eso. Tú conduce hasta allá, que se me ha ocurrido algo.
—A ver, Paula, ¿en qué estás pensando?
—¿No quieres que salgamos solas? Pues eso haremos, salir solas sin ningún soplón alrededor. Manuel no aprobará esta salida a menos que sea a la galería.
—Manuel me tiene harta, y tú...
—Chist, conduce.
Maite no podía evitar su fastidio por la sumisión con la que Paula aceptaba todo, pero no quería discutir esa noche, estaba decidida a que juntas pasaran un rato agradable. No entendía cómo iban a evitar al guardaespaldas, pero aun así siguió conduciendo. Llegaron a la galería y bajaron del coche.
Antes habían parado a comprar sushi, donde Paula finalmente le explicó el plan a su amiga.
—Toma, Dylan, esto es para ti. Te he comprado la cena porque no es justo que te quedes aquí fuera sin probar bocado.
—Gracias, señora, es usted muy considerada.
—Estaremos en la galería revisando unas cosas y comiendo. Sólo serán unas pocas horas y luego volveré a casa contigo, así la señorita Smith no tendrá que llevarme.
—Perfecto, señora, aquí la espero.
Maite y Paula se metieron en el interior, pero enseguida salieron a la calle por la puerta trasera.
Eduardo ya estaba esperándolas, estacionado en su Audi Q6.
—Hola, Ed, gracias por venir tan pronto.
—¿Creíais que iba a perderme esta escapada?
Los tres se rieron y se marcharon.
—¿Adónde vamos? —preguntó Paula entusiasmada, como si fuera una colegiala haciendo novillos.
—Creo que será mejor que vayamos a algún restaurante alejado, en las afueras de la ciudad y nada muy rimbombante, para que no reconozcan a Pau—propuso Maite.
—Me parece perfecto —dijo Eduardo—. Conozco el lugar ideal.
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