martes, 1 de marzo de 2016
CAPITULO 53
—¿Has visto la forma en que me ha mirado? Lo he perdido para siempre.
—Ah, no me vengas con llantos ahora, porque solamente tú, Pau, eres la culpable de que se haya ido mirándote de esa forma.
—¿Y qué querías que hiciera? Estoy atada de pies y manos, y lo sabes muy bien.
—Decirle la verdad, hablarle de una vez con la verdad y de frente, era tu oportunidad de sincerarte de una maldita vez, pero en cambio... preferiste contarle esa sarta de estupideces. ¿Acaso no has visto el dolor en sus ojos? Paula, ¿cómo has podido? Se ha ido muy dolido, creyendo cosas que no son.
—¡No puedo enviar a Agustin a la cárcel! —le gritó de forma desesperada, y se fue a llorar mientras se cubría la cara con ambas manos.
—Paula, escúchame, por favor, tranquilízate. Agustin es su amigo, buscará la manera de ayudarlo, no lo dejará a su suerte. Ahora, sabiendo que entre ellos existe una amistad, las cosas cambian.
—No... no... no... no lo entiendes, será una vergüenza para mi familia, mi padre y mi madre estarían en boca de todos. Y por otra parte, Pedro no va a comprometer su puesto por cubrirlo a él, una cosa es que sean amigos y otra es pedirle que haga la vista gorda a un delito. ¿Cómo piensas que él accedería a eso?, ¿te has vuelto loca?
—Ah, no, basta, no entiendes nada, nadie le va a pedir que se salga de la ley. —Maite elevó los brazos al cielo—. Ya está bien, si quieres convertirte en santa mártir Paula y pensar en todos menos en ti, hazlo, pero no cuentes conmigo. Estoy harta de escucharte mientras te lamentas y que no haces nada. Lo peor de todo es que piensas en todos menos en Pedro, y después dices que lo amas.
Maite salió de la habitación, dejándola sola para que reflexionara. En el pasillo se topó con Manuel.
—¿Dónde está Paula?
—En el baño. —Wheels hizo ademán de ir a buscarla—. ¿No puedes dejarla ni cagar tranquila? — Manuel la miró fulminándola—. Perdón, perdón, es que hemos discutido por un tema de la galería, déjame decirte que me alegro mucho de que hayáis arreglado vuestras diferencias.
Manuel estaba muy lejos de caer engatusado como Maite pretendía con sus palabras, pero de todas maneras, decidió dejarle creer que sí lo estaba.
—Ven, acompáñame a beber una copa de champán y brindemos por una nueva etapa. Pau me ha explicado que estáis yendo a terapia y que eso os ha ayudado mucho.
«¿Conque ésa es la mentira que esa idiota ha inventado?
Bueno, o esta zorra miente muy bien o de repente las luces de mi esposa se han encendido y ha logrado convencerla. ¿Qué digo? Si ésa es otra zorra y ésta es su cómplice.»
—Manuel, ¿me escuchas?
—Sí, por supuesto; ¿decías?
—Que la fiesta está muy bien, que has pensado en cada detalle para agasajar a Pau y eso me gusta; tienes a una gran mujer a tu lado, y es bueno que lo valores.
—¿Por qué te empeñas en hacerme creer que te agrado cuando tú y yo sabemos que me detestas? — Chasqueó la lengua y agitó la cabeza—. Mientes muy mal, Maite —le habló muy cerca echándole el aliento a alcohol mezclado con tabaco, que a ella le repugnó.
—Imbécil.
—Zorra.
Dio un respingo cuando sintió una mano posándose en su hombro y se volvió bruscamente para encontrarse con la persona que lo tocaba.
—Eva...
Ella se acercó y lo besó en la mejilla. Pedro se levantó del taburete que ocupaba y le cedió su lugar quedándose de pie junto a ella.
—¿Qué haces aquí? Me habías dicho que tenías una fiesta.
—Ha acabado temprano —contestó él sin darle importancia.
—Estás muy guapo... —Lo miró de pies a cabeza—, ¿Dolce & Gabbana?
Pedro le sonrió sin responderle, pues no le gustaba ostentar; le devolvió la pregunta.
—¿Y tú qué haces?
Eva levantó su pinta.
—Bebiendo una cerveza.
—Por cierto, hoy, cuando me he quedado terminando los informes después de que te fueras, ha llegado el de balística del caso Leonard LeBron.
—¿Ah, sí? ¿Y cuáles son los resultados? ¿Se ha podido obtener algo de eso?
—Más bien poco. —Pedro se mostró preocupado—. Se han utilizado balas subcalibradas sabot. — Eva elevó las cejas mientras bebía un sorbo de su cerveza—. Por la presencia del anillo de Fish, se ha determinado que la herida ha sido pre mórtem, y el único disparo indica que ha sido el mortal. No se encontró un halo de enjugamiento, lo que hace presuponer que el arma fue limpiada minuciosamente para que no quedasen rastros de ella en el cuerpo, y también hallaron el halo de contusión, y esto verifica la presunción de que la herida fue pre mórtem.
»Además, por los signos de quemaduras en la ropa y en el cuerpo, se ha determinado que fue un disparo a distancia, lo que nos indica que bien pudieron utilizar un fusil, pero es casi imposible determinar el calibre por el tipo de bala, ya que no presenta estrías porque la punta está enfundada en
polímero y éste es el que agarra las estrías del caño, así que no hay ningún tipo de marcas. Como sabemos, son las ideales para no dejar rastro, porque escapan por completo a toda prueba de balística, ya que es imposible saber desde qué calibre de arma fue disparada esa punta. —Eva silbó mientras seguía bebiendo su cerveza Harp —. Tampoco se encontró tatuaje, y esto asegura que el disparo sí fue hecho a distancia, pero no se sabe a cuánta. Como vimos allí, el disparo ingresó por el orificio ocular, y como supusimos a priori ése es otro indicio a simple vista que nos asevera las primeras presunciones de la distancia.
—Y no se encontraron casquillos, lo que indica que estamos en presencia de un profesional.
—Exacto, nada de huellas, nada de casquillos, nada de nada, tampoco nadie vio nada. Los indigentes aseguran que dos días atrás el cadáver no estaba, porque ellos durmieron ahí, y las pruebas demuestran que no mienten.
»Por la zona y ahora que hemos determinado la lejanía del disparo, podemos suponer que la víctima fue citada en el lugar y su atacante la estaba esperando. De estas presunciones nace la idea de que, si asistió al lugar, es posible que conociera a quien lo esperaba.
—También pudo ser citado por otra persona y que lo estuvieran esperando para matarlo.
—Nuestra experiencia nos dice que es así, Eva. Quiero que vayamos nuevamente a la escena, a ver si encontramos el lugar desde donde fue efectuado el disparo.
—Me aburro, Pedro. No he venido a Connolly’s para hablar de trabajo, cuéntame algo más divertido, por favor.
Él se la quedó mirando. «Mi vida es un desastre, ¿qué quieres que te cuente? Te aburriría aún más», pensó.
—Será mejor que tú me cuentes algo a mí, creo que últimamente no tengo muchas cosas agradables que contar.
—¿Mal de amores tal vez?
—Eva... —mientras hacía una pausa, le hizo una seña al barman para que le sirviera otra cerveza —, ¿amores has dicho? —Frunció la boca y negó—. Soy un gran partidario de las relaciones sin compromisos.
A Eva le saltó el corazón, porque eso significaba que la mujer con la que lo había visto no significaba nada.
—Cuando me besaste en mi casa no me lo pareció, porque... si mal no recuerdo, te negaste a seguir.
Pedro se acercó bastante sin apartar los ojos de su boca.
—¿Tú querías que siguiera?
—Si hubieses seguido te habrías dado cuenta.
Ambos se rieron con lascivia.
—¿Y es muy tarde para averiguarlo?
Ella cogió su mano y miró la hora en su reloj, dándole claras muestras de que se moría por tener contacto físico con él.
—Son las 23.30, ¿te parece tarde? A mí no.
—Estoy sin coche.
—Tengo el mío. Te espero allí en cinco minutos, así no nos verán salir juntos.
Alfonso la acompañó con una mirada al irse, le clavó los ojos en el trasero e intentó imaginarse poseyéndolo. De inmediato el rostro de Paula acudió a su memoria, pero decidió desecharlo. Bebió unos cuantos sorbos de su nueva pinta y luego, decidido a pasar un buen momento que le permitiera olvidar los malos, salió a la calle, se detuvo en la entrada para localizar dónde estaba Eva estacionada y, al advertir que ella le hacía luces, caminó a paso firme hacia el lugar.
Se metió en el automóvil, y en cuanto lo hizo apresó sus labios. La cogió por la nuca, apremiado por poseer su boca la engulló por completo. Eva, laxa y entregada, lo dejó entrar sin remilgos y le ofreció su lengua ansiosa por sus besos.
Ella sintió que flotaba, había añorado mucho el contacto que
había establecido en su apartamento, lo había ansiado demasiado, ahora entendía cuánto.
Insolente, bajó la mano y le resiguió el pabellón de la oreja, y esa caricia provocó que él intensificara el beso. Bajó con sus dedos ávidos por sus pectorales mayores, lo acarició de forma desmedida por encima de la camisa y luego decidió seguir su recorrido de dedos ansiosos bajando hasta su cintura. Sin detener el camino que había emprendido, y al notar cómo Pedro se tensaba con su contacto y abarcaba con posesión su omóplato, continuó bajando hasta apoyar su mano en la bragueta, la cerró con apremio sobre su bulto y pudo palpar de inmediato que su miembro estaba caliente y duro. Pedro se separó, apartó la boca interrumpiendo el beso, miró la mano ansiosa de Eva en su bragueta, se rio de modo licencioso y le ordenó que arrancara.
—Vamos a mi casa, estamos más cerca —le indicó Pedro mientras se ajustaba el cinturón de seguridad.
Necesitaba llevarla a su apartamento, porque de inmediato pensó que de esa forma podría borrar las huellas que Paula había dejado en su cama.
Llegaron, y Pedro, con un ademán de la mano, la invitó a pasar. Eva se quedó de pie en la sala y rápidamente estudió el lugar.
—¿Qué quieres tomar?
—Nada.
Agitó la cabeza mientras le contestaba, la detective no quería demoras. Decidida a conseguir lo que había ido a buscar, con el índice señaló las dos puertas que estaban visibles.
—¿Cuál es tu habitación?
—La de la izquierda —le indicó Pedro mientras se desembarazaba de su chaqueta y la dejaba apoyada sobre el respaldo del sillón.
Eva caminó hacia donde Pedro le había dicho, de pronto el móvil de él sonó y sin mirar de quién se trataba lo apagó y la siguió.
En la habitación los besos tomaron preponderancia, se desnudaron mutuamente y se entregaron al deseo que sus cuerpos irradiaban. Eva Gonzales demostró ser una amante muy buena y desinhibida, pero aunque Pedro disfrutó y el sexo sirvió para saciar su instinto animal, no pudo evitar en cierto momento cerrar los ojos y figurarse a Paula extasiada en sus brazos; eso le bastó para poder conseguir el orgasmo.
Imaginó que la estaba penetrando y con cada empellón intentó descargar su ira, su fastidio y su mal humor.
Eva quedó tendida boca abajo mientras Pedro le acariciaba la espalda; estaba agotada. A pesar de que había echado un buen polvo, para él no había sido suficiente para transformar su mala energía; le enfadaba haber tenido que necesitar imaginarse con Paula para poder correrse.
—Me siento extraña en tu cama.
—¿Es muy incómoda? —preguntó con talante bromista. Eva se incorporó ligeramente y le besó la punta de la nariz.
—No, tonto, no lo digo por eso, sino por estar así contigo. —Lo miró a los ojos, expectante por saber lo que él le contestaría.
Pedro la abrazó, hizo que apoyara el rostro en su pecho y le besó la base de la cabeza, mientras le acariciaba la espalda con la palma extendida.
—Somos adultos, Eva, tú y yo convinimos en venir aquí y que esto ocurriera; ¿te arrepientes?
—Para nada, solamente me pregunto cómo seguirá esto ahora.
Pedro hizo una mueca imperceptible para ella, una sonrisa desganada de lado, mientras elevaba las cejas. —Mañana iremos a trabajar como de costumbre y seremos los buenos compañeros que siempre hemos sido —le contestó de forma pausada y serena—. ¿Estás de acuerdo?
Ella cerró los ojos con fuerza antes de contestarle, le habría encantado que de su carnosa boca saliesen otras palabras.
—Me preocupaba que no fuera así. —Levantó la cabeza y le depositó un casto beso en la boca. No sabía cómo lo iba a hacer para quitarse a Pedro de la cabeza.
—Creo que será entretenido ser compañeros y amantes.
Volvieron a tener sexo, y aunque a Pedro le costó concentrarse en su rostro, finalmente disfrutó de su cuerpo.
Eva era una mujer muy tentadora y de profusas curvas, y Alfonso, apelando a su control y su experiencia, se mostró bastante imaginativo. Aunque a ratos, indefectiblemente, caía en el derrotero de sus pensamientos y sus recuerdos, se instaba a despojarse de ellos, cerraba los ojos y se exigía
sentir; entonces la inventiva de Eva tomaba la iniciativa y lo rescataba, para llevarlo de regreso al momento que estaba viviendo con esa mujer de pelirroja cabellera y curvas sinuosas.
Sudorosos, jadeantes y excitados, frotaron sus cuerpos, chocaron y enredaron manos y lenguas, una y otra vez hasta llegar al orgasmo. Inmediatamente después de obtener el alivio, y tras cerciorarse de que ella también lo había alcanzado, se levantó al baño.
Se aseó y se paró frente al lavabo con los brazos en tensión mientras se miraba en el espejo. Un dejo de amargura y desilusión era evidente en sus ojos chispeantes, que estaban apagados y sin brillo; se odió por sentirse así, e incluso tuvo ganas de romper el espejo que osaba descubrir ese dejo de flaqueza en él.
Descorazonado y entregado, sabiendo que nada lo sacaría de ese estado, dejó caer la cabeza y el agobio lo invadió por completo, aunque se resistiese era inevitable sentirse así. El recuerdo de Paula no lo dejaba en paz.
Exhaló el aire con fuerza por la nariz y chasqueó la lengua amonestándose, pues no le parecía posible que una mujer actuara de esa forma y le quitara todo el dominio de sí mismo; maldijo su nombre y su existencia, aunque en el fondo sabía que se trataba solamente de palabras que se aprestaba a absorber sin conseguirlo; eso lo frustraba aún más y exacerbaba más su mal humor.
En ese instante, sintió que nada de lo que acababa de ocurrir con su compañera tenía mayor sentido, y a pesar de lo que le había manifestado a ella, no estaba muy seguro de si quería que se volviera a repetir.
Salió del baño y la encontró dormida, siguió hasta la sala y miró tras los cristales de la ventana: había comenzado a llover.
Recordó que cuando entraron había recibido una llamada, así que atravesó el salón desnudo y buscó el móvil. No recordaba dónde lo había dejado, finalmente lo encontró apoyado sobre una mesa que estaba junto al sofá. Lo encendió y buscó la llamada; era Paula.
«¿Qué quiere?», se preguntó fastidiado.
Vio que le había dejado un mensaje de voz, pero no se molestó en escucharlo, no le interesaba oír lo que tenía que decirle.
Volvió a apagar el teléfono y regresó a la cama; Eva se rebulló con el movimiento que él hizo al acostarse, pero por suerte no se despertó; no creía poder seguir lidiando con ella más tiempo esa noche.
Puso los brazos tras la nuca, apagó la luz de la lámpara y se quedó en silencio en la oscuridad, intentando que sus pensamientos se limpiaran con el sonido de la intensa tormenta que se desataba fuera.
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