jueves, 3 de marzo de 2016
CAPITULO 63
Pedro se acuclilló frente a ella, y con su mano la cogió por el mentón haciendo que lo mirase, barrió sus lágrimas con los dedos y le acarició el rostro. Luego la agarró de las axilas y la urgió para que se pusiera en pie, recibiéndola en el cobijo de sus brazos y en el de su pecho mientras ella continuaba llorando sin consuelo. Pau se sintió tan necesitada de ese contacto que levantó los brazos y se aferró a su cuello, se cobijó en él y se dejó impregnar de su olor y del calor de su cuerpo. Lloró un rato, mientras las lágrimas parecían purgar sus pesares se dejó guarecer en su abrazo y se animó a sentir su protección.
Las lágrimas de pronto cesaron, y una intensa necesidad de sentirse suya se apoderó de ella, un cosquilleo le atravesó el vientre y se instaló a la altura de su ombligo. Entonces se apartó, buscando su mirada; él era suyo, así había sido y quería que siguiese siéndolo; sin reprimir su instinto lo besó,
fue ella esta vez la que se apoderó vehemente de sus labios, enredó los dedos en su nuca y lo apresó con una llama viva de ansiedad y posesión. Alfonso, por supuesto, no se negó a lo que sus labios le demandaban, la recibió con la boca y la lengua, la palpó sediento y la acarició con anhelo. Sus manos se transformaron en caricias desmesuradas, que no tardaron en levantar su falda, se aferró a su trasero y lo sobó, lo estrujó hundiendo los dedos en su carne, quería hacerle entender que le pertenecía, que su piel sedosa y tersa, era sólo suya. No pensaba, tan sólo actuaba conforme a sus deseos, liberó una mano de sus nalgas para levantarle la camisa, se metió presuroso bajo la prenda y le acarició los senos, los apretó con desesperación, quería imprimir su huella en una de las partes que ansiaba de su cuerpo, no cabía duda de su anhelo, quería dejar su pesada huella en Paula.
Desquiciado, poseso, restregaba su erección en el vientre de ella demostrándole lo empalmado que estaba. Ambos respiraban escondiendo los jadeos en sus bocas, estaban ansiosos, desbocados.
Incontenibles, se lanzaron a sentir y a avivar lo que sus cuerpos les reclamaban.
Pedro le arrancó las bragas, se las hizo trizas y ella, invadida por la misma urgencia, le llevó las manos a la bragueta para despojarlo de su pantalón, que bajó junto con los bóxer, consiguiendo así liberar su tiesa erección. La sostuvo entre sus manos mientras él acariciaba su hendidura. Entonces Paula experimentó una indómita necesidad, un aguijón se clavó en el centro de su sexo y sus fluidos brotaron preparándola para recibirlo.
Alfonso la aferró de las caderas y ella trepó por su cuerpo, él la guio sobre su miembro y se introdujo en ella invadiéndola por completo. Paula enredó las piernas en su cintura y se aferró con fuerza de su nuca, y él la penetró sin cansancio, acometió dentro de ella invadiéndola con su carne.
Sobrepasados, emitieron gemidos que ninguno de los dos pudo controlar. Pedro la atizó con su tieso miembro mientras la sostenía con la espalda pegada a la puerta.
Transformados en un vaivén de sensaciones, en un bamboleo de hostigamientos enrevesados, chocaron sus pelvis hasta que una sensación de placer los invadió; en el preciso momento en que alcanzaron el clímax, clamaron, gritaron sus nombres, se mordieron lujuriosos al tiempo que consiguieron el éxtasis. Paula permaneció aferrada a su cuello, y Alfonso, sin aliento y con las piernas temblorosas, continuó imperturbable aguantando su peso, la bajó lentamente y se agachó hasta ponerse a su altura, permaneciendo en su interior.
—Te amo —le dijo casi sin respiración—. Ahora lo sé, te amo y este sentimiento que nace de mi interior lo curará todo y alejará el mal que nos rodea, porque es tan grande y poderoso que será suficiente para preservarnos a ambos.
—Yo también te amo, no hay nada que ansíe más que permanecer así contigo, nunca fui tan feliz como lo soy en tus brazos.
No podía seguir negando lo que su cuerpo gritaba: ese hombre era el único que sosegaba su desdicha, el que la hacía estremecer de pasión, el que la hacía sentir viva. Amaba el volcán que desataba en su interior con sólo mirarla, sus manos en su cuerpo eran la calma, la sanación a todas sus congojas.
Se apartaron, pero la necesidad que sentían el uno por la otra los volvió a invadir, se besaron, y todo volvió a comenzar porque la erección de Pedro cobró vida nuevamente.
Confuso por el ardor irresistible que su proximidad le producía, apenas alcanzaba a comprender que esa mujer era su centro, que sólo ella podía hacerlo vibrar y dejarlo indefenso, al punto de sentir que su voluntad se revitalizaba sólo con su cuerpo.
Pedro la sostuvo de la mano, la miró tempestuoso y la condujo hasta el diván, donde se deshicieron de sus prendas y se recostaron para amarse sin prisas y gozarse sin apremios, indagando en sus bocas y resiguiendo cada músculo y cada curva con caricias anhelantes, besándose en cada milímetro, recorriendo con sus lenguas la piel y los sexos del otro. Alfonso la cubrió con el peso de su cuerpo mientras ella le ofrecía el centro de su universo, recibiéndolo gustosa; lo absorbió con su vagina y él la penetró sin descanso, la poseyó sin urgencia, hasta que ambos sintieron que alcanzaban el orgasmo ansiado.
Cansados, permanecieron recostados en el diván de estilo francés, enfrentados con sus cuerpos desnudos.
—¿Tienes frío? —preguntó Pedro mientras recorría las curvas de la cadera de Paula con sus largos dedos, observando cómo se estremecía.
—Un poquito. —Paula señaló un armario con su cabeza—. Ahí tiene que haber alguna manta.
Hizo un amago para levantarse pero él no se lo permitió, la aferró de la cintura y le besó la nariz.
—Voy yo.
Tras conseguir un cobertor para arroparse, se tumbó nuevamente a su lado y permanecieron un largo rato admirándose, con las piernas entrelazadas y acariciándose los rostros en silencio. Pedro la tenía cobijada contra su pecho y le pasaba la mano por la espalda, palpando toda su piel.
—Quiero sacarte cuanto antes de esa casa, no soporto pensar que él está bajo tu mismo techo. — La miró sin disimular sus celos—. ¿Dónde duermes?
Paula le acarició el entrecejo.
—No debes preocuparte, no comparto la habitación con él. He impuesto mis reglas, y si él está en casa siempre me encierro.
Pedro le acarició la mejilla, en su pómulo aún había vestigios del golpe que había recibido; lo observó con el ceño fruncido y ensimismado.
—Me cobraré cada uno de sus golpes, ten por seguro que se arrepentirá de todos ellos, me rogará clemencia, te lo prometo.
—Chist, no pienses, no malgastemos el tiempo pensando en eso, mejor imaginemos lo felices que seremos cuando por fin podamos estar juntos.
—Voy a protegerte siempre, si es necesario hasta con mi vida.
—No digas eso, porque no quiero tu vida a costa de la mía, sólo te quiero a mi lado, sólo ansío ser feliz contigo. ¿Te he dicho que me encantan tus labios? —le dijo mientras los reseguía—, los he extrañado tanto.
Pedro le depositó un beso en la yema de sus dedos.
—¿Por qué te golpeó? ¿Qué excusa puso para hacerlo? Quiero saber de qué vil excusa se valió el muy hijo de...
—Me descubrió cuando llegaba de tu casa la noche de la fiesta. —Pedro intensificó el abrazo y cerró los ojos con fuerza, apretó las mandíbulas y piafó como un caballo salvaje—. No te agobies, cuando salí de la casa lo oí con su amante, encerrados en el despacho, se lo hice saber y lo amenacé con que si me volvía a tocar desataría un escándalo. Me amenazó otra vez con las fotos de Agustin, pero no me amedrentó, no es tonto, le dije que si lo hacía iba a terminar con su carrera y que eso implicaba que no volviera a golpearme ni a tocarme. Por supuesto que no voy a arriesgarme, pero eso él no lo sabe con certeza. Tú me das fuerza para enfrentarme a él.
—No me fío, no es una persona para fiarse, no tires de la cuerda, por favor. Prométeme que te cuidarás, que te preservarás para mí.
—Te lo prometo, no hay nada que desee más.
Hicieron una pausa y se alimentaron de sus miradas.
—¿Por qué no me dijiste que eras dueño de una fortuna tan cuantiosa? ¿No confiabas en mí, acaso me crees una cazafortunas? ¿Por qué trabajas como detective si tienes una empresa tan importante?
—¡Cuántas preguntas! —Pedro dio un suspiro y frunció los labios—. No se trata de eso, cómo puedes pensarlo, es una parte de mi vida que odio y que tiene que ver con mi padre biológico. —Ella notó cómo se tensaba.
—Sí no quieres hablar de eso no te preocupes, puedo entenderlo.
—Basta de secretos, no quiero que existan más secretos entre tú y yo. —Hizo una pausa y prosiguió —. Como te he contado, mi padre abandonó a mi madre cuando quedó embarazada y siempre renegó de mí. Pero cuando enfermó empezó a buscarnos hasta que finalmente dio con nosotros. Estaba agonizando cuando pidió vernos, y mi madre fue, yo no. —Hizo un gesto que no demostraba arrepentimiento—. Él le pidió perdón y le dijo que haría lo que debería haber hecho, protegerme económicamente. Pero a mí eso no me sirve, para qué quiero su dinero si nunca fui merecedor de su cariño. Mi madre le facilitó los medios para que realizara una prueba de ADN, le dio un cepillo de dientes, cabellos míos, en fin, lo hicieron todo a mis espaldas. Quise rechazar la
herencia, pero si no la aceptaba pasaba a manos de mi madre y ella no iba a rechazarla, pues quería que todo pasase a mis manos, como él ambicionaba y como según él me correspondía, ya que soy su único descendiente. Entonces, mi madre y Agustin se empecinaron tanto que finalmente me convencieron para que la aceptara. Nunca he tocado un céntimo de esa herencia, jamás he usado ningún bien de los que he heredado, tan sólo dispongo del dinero suficiente para que mi madre tenga todo lo que necesita, pero para mí no quiero nada.
—Lo siento.
—Me costó mucho ir a La Soledad. Allí fue donde mis padres se conocieron, donde me concibieron y donde mi padre echó a mi madre como a un perro cuando se enteró de que iba a tener un hijo. Pero cuando fuimos sólo me importó verte feliz a ti; sabía que era un lugar donde te sentirías en paz y por eso no lo dudé, además, sé que estás acostumbrada a vivir con comodidades; si es por ti, porque nada te falte, estoy dispuesto aparcar mi orgullo.
—Me siento tan egoísta, intenté tantas veces sincerarme, pero... tenía miedo de que todo se acabase; por momentos sentía que viviendo otra vida nada de lo que me había ocurrido sería cierto.
Me engañé a mí misma y fui muy injusta contigo. De todas formas quiero que sepas que a mí los lujos no me importan, lo único que deseo es tenerte a ti a mi lado.
—Basta, no te apenes más, estamos juntos ahora y nada importa. Saldremos adelante, verás que encontraremos una solución.
—¿De qué conoces a mi hermano? Aún no puedo creerlo.
—Éramos compañeros, antes de ser detective trabajé como modelo.
—¿De verdad? —Él asintió con la cabeza—. Te buscaré en revistas. Entonces, ese día que nos encontramos en la puerta de su apartamento venías de estar con él. ¿Agustin era el amigo que había bebido? —Pedro asintió con la cabeza—. Nunca lo imaginé.
—Yo tampoco me imaginé nunca que podías tener que ver con él.
—Estuve a punto de llamar a su timbre ese día, y justo cuando me arrepentí apareciste tú. Me asusté y por eso te mentí con mi nombre. —Pedro le besó la nariz—. Lo siento tanto, quiero que entiendas que el poder de Wheels me hizo actuar como lo hice, aunque también es cierto que tú me diste toda la confianza y...
—Basta. Dejemos eso atrás, volvamos a comenzar.
—¿Has podido averiguar algo de las fotos?
—Estoy haciendo mi trabajo, pero prefiero que no lo sepas. No quiero que te mezclen en nada, así que mientras menos conozcas mejor.
—Durante el viaje anterior de Manuel busqué como loca los originales de las fotos, pero no los encontré.
—No te arriesgues, Paula. Llegado el momento conseguiremos una orden de registro; no levantes sospechas, necesitamos pescarlo desprevenido.
—Tiene una caja fuerte en su despacho, pero no la he podido abrir porque le cambió la clave.
—No intentes más locuras. Dime sólo una cosa: ¿usa tarjetas de crédito?
—No. Hace algunos años que dejó de hacerlo, ¿por qué?
—Porque no he encontrado estados de sus cuentas.
—Incluso me quitó las mías también. Hace años que me obliga a manejarme con efectivo, aunque yo sólo gasto lo de la galería. ¿Por qué crees que lo hace?
—Tengo una teoría, pero prefiero no decírtela.
—Quiero saberla, Pedro por favor. —Lo miró seriamente—. Hemos dicho que no más mentiras.
—Creo que blanquea dinero, y como no puede justificar su entrada de capital no recurre a transacciones bancarias, pues su estándar de vida se contradice con su sueldo.
—Y lo que entregó Agustin en su nombre, ¿qué será?, ¿tienes idea?
—Agustin dice que no sabe lo que era, que cuando el infeliz le pidió el favor le dijo que era la documentación de unas encuestas y unas proyecciones de campaña, y que insistió en que lo entregase en mano a esa persona; el sobre parecía contener papeles, pero estaba cerrado. Le dijo que tenía una agenda complicada y no podía viajar, y como se había enterado de que Agustin iba a una producción de fotos le pidió si podía hacerle el favor. Para darle el sobre lo citó a almorzar en Delmonico’s; veré si allí hay cámaras que lo muestren entregándole ese sobre, aunque ésa no sería una prueba muy buena.
»Usó como excusa hablar de tu cumpleaños y terminó pidiéndole eso, también le dijo que no quería mandar las cosas con otra persona, porque en una campaña era muy fácil que se vendiese la información, le hizo creer que no confiaba en nadie más que en él. Mira, Agustin será cualquier cosa, pero le creo, me contó varias veces la historia y siempre de la misma manera, dice no haber visto nunca el contenido de ese sobre y que el tipo se presentó a él con otro nombre, Manuel le hizo creer que se llamaba Rafael Hernández. Es obvio que todo fue premeditado para someterte.
—¿Tú crees que entregará esas fotos?
—A decir verdad, no, salvo que él quede en evidencia; entonces sí, tal vez sería capaz de usarlas para dañarlo y vengarse de ti. Pero no te preocupes, encontraremos la forma de probar que Agustin no tiene nada que ver y que ha sido utilizado.
—¿Qué hay de esa mujer que estaba contigo, quién era?
—Nadie de importancia, alguien que conocí ese día y nunca más veré. Te juro que no debes preocuparte por ella, quiero que te olvides de eso, por favor. Confía en mí y prométeme que no te arriesgarás más. —Pedro cambió de tema a propósito, para obligarla a pensar en otra cosa.
Paula rodó sobre su cuerpo y quedó encima de él.
—Confío en ti. Pero así como me has pedido que yo no me arriesgara, yo te pido lo mismo.
—Si me lo pides, así, de esta forma, ¿cómo negarme? —La agarró de las nalgas y se metió un seno en la boca, la pasión entre ellos volvió a desbordarse y de nuevo hicieron el amor.
Exhaustos tras otro orgasmo aniquilador, Paula cogió la muñeca de Pedro y miró la hora.
—Debo irme.
—No quiero, no.
—Tampoco quiero, pero debo hacerlo, afuera está Dylan esperándome.
—Dios, ¿cuándo volveré a verte?
—No lo sé, a Manuel no le gusta que me vea demasiado con Maite. Pero puedo salir esquivando las cámaras.
—No quiero que lo hagas, no quiero que te expongas. Aunque me muera por verte, prométeme que no harás nada de eso.
—Te llamaré.
—Yo también.
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Escribis excelente Carmen! Por favor seguila!!
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