viernes, 4 de marzo de 2016
CAPITULO 66
En Washington, Manuel estaba metido en la cama, revisando unos discursos que debía dar en unos días, cuando su móvil sonó. De inmediato se puso alerta, era una llamada en la línea que se relacionaba con sus actividades privadas. Fijó los ojos en la pantalla y tras constatar de quién se trataba, atendió: —¿Qué sucede?
—¿Cuándo vuelves?
—¿Qué necesitas, para qué me quieres en Nueva York?
—Yo no te necesito para nada, simplemente te advierto de que creo que tu mujercita sigue burlándose de ti. Adivina con quién se ha visto hoy.
Wheels apretó el puño y casi destrozó el aparato. La respiración se le había acelerado y aunque no contestaba, su ira era plausible y manifiesta al otro lado de la línea.
—¿Qué pasa? ¿Te has quedado mudo? Necesitas que te lo diga con todas las letras para convencerte de que no estás siendo muy sagaz con tu mujer. —Su interlocutor largó una carcajada—. La paloma vuela del nido en cuanto el palomo se aleja. —Continuó riéndose.
—No te pases... imagino que al menos ya sabrás de quién se trata.
—Eso te lo sigo debiendo, pero muy pronto lo averiguaré. No deberías estar tranquilo, alguien podría verlos y en un plis tu carrera se esfumaría. ¿Te has puesto a pensar qué escandaloso sería?
—Ocúpate de averiguar la identidad de ése o pagaré a alguien más eficiente para que lo haga.
Últimamente todos los trabajos los haces a medias o tardas una eternidad, ¿acaso estás perdiendo tu tacto?
—Tranquilízate, pronto lo conseguiré.
—Te estás volviendo ineficaz.
Manuel cortó contrariado. Nadie hasta el momento había podido ser más sagaz que él para meterse por el ojo de una aguja en su escalada al poder, y no iba a ser precisamente Paula la que estropease sus planes.
«Zorra infeliz, parece que no entiendes que las cosas se hacen como yo digo. Ahora comprendo tu repentino envalentonamiento...
»Parece que las fotos de tu hermanito no han sido suficiente para que entiendas quién manda. —Se rio con sorna—. Tendré que explicártelo mejor, y te aseguro que lo que estoy pensando no te gustará.
Siempre he sabido que no tenías muchas luces, pero ahora me doy cuenta de que no tienes ninguna. Lo que te espera, mi adorada esposa... lo que te espera.»
Partió un lápiz que tenía en la mano.
—No sabía que tenías una relación tan estrecha con tu compañera, que por cierto es muy bonita y... pelirroja.
Pedro sabía muy bien por qué decía lo de pelirroja, pero hizo caso omiso al comentario. La miró enarcando las cejas.
—Eva y yo nos llevamos bien y nos entendemos de maravilla en el trabajo. También es cierto que es una mujer atractiva y conozco a su familia, pero no mantengo un contacto permanente con ellos, creo que lo que ha contado ha sido un poco exagerado.
—¿Y cuál es el motivo para que exagerara?
—Ninguno, es que ella se expresa así. —Intentó no darle importancia y Paula lo miró ladeando su cabeza.
—Es pelirroja.
—¿Y qué?
—No te hagas el tonto, que no te pega.
—Eva es mi compañera —le ratificó para que no le quedaran dudas.
—Eso espero. —Pedro le robó un beso—. No veo la hora de que se vaya.
—¿Tienes prisa?
—Mucha, quiero tenerte solamente para mí, pero además debo regresar.
—Luego hablaremos de eso, creí haberte pedido que no salieras.
—Y después de verte hoy por la tarde, ¿cómo pensabas que me iba a controlar? Eres el único culpable.
Eva Gonzales, tras refrescarse la cara y dominarse, se reunió con ellos nuevamente e interrumpió la conversación que mantenían. Al salir notó una vez más la complicidad entre ambos, por lo que volvió a fastidiarse.
—¿Tomamos café? —sugirió el detective.
—Sí —contestó Eva. Sabía muy bien que eso fastidiaría a Paula.
Las mujeres se sentaron en el salón mientras Pedro preparaba el café.
—Maite, ¿podrías recoger la mesa, por favor?
Se sentaron los tres a charlar y el tiempo de las preguntas finalmente no se pudo obviar.
—¿A qué te dedicas, Maite?
—Soy administrativa en una empresa exportadora.
Pedro festejó la respuesta, su chica era muy lista.
Eva siguió indagando sin tregua y Paula contestaba con seguridad, como si realmente estuviese dando respuestas fidedignas.
—¿Y cómo os conocisteis?
—Nos presentó una amiga común —se adelantó Pedro sin desvelar absolutamente nada—. Por
cierto, ¿por qué no dejas tu papel de detective por unos segundos?
—Sabes que me cuesta, no quería incomodarte, Maite.
—No lo has hecho, no te preocupes.
—Me alegra saberlo. Pedro, mi madre y mi padre me han dicho que les encantaría que un domingo compartieras un almuerzo con la familia.
—Desde luego, será un placer. Ya lo organizaremos.
Siguieron charlando de tonterías sin importancia. Terminaron de beber el café y Eva anunció que se marchaba.
—Ha sido muy agradable conocerte, Maite.
—Lo mismo digo.
—Adiós, compañero, tres es multitud.
«Ya era hora de que te dieras cuenta», se dijo Paula.
Definitivamente Eva no le había caído bien, y ella siempre era muy perceptiva con las personas, la vida le había enseñado a serlo.
Alfonso y Gonzales se encaminaron hacia la salida. Paula, sin disimulo alguno, no les quitó el ojo de encima, había algo en esa mujer que la inquietaba, y además la había descubierto reparando en la boca de Pedro con denodado apetito. Él decía que sólo era su compañera, pero era pelirroja y eso la tenía verdaderamente inquieta. En ese instante, mientras luchaba con sus conjeturas, no le gustó ver cómo lo cogía innecesariamente por la cintura para despedirse, pero no pensaba hacer ningún comentario, simplemente no iba a ponerse a su altura. Por su parte, Pedro mantuvo la distancia y le ofreció la mejilla rápidamente para despedirse.
—Gracias por la cena y la buena compañía, aunque la imaginaba de otra forma —le dijo la detective entre dientes, y Pedro ensayó una mirada fría—. Tranquilo, desde aquí no puede oírme.
Él decidió no contestarle, tan sólo la miró amonestándola por la acotación innecesaria.
Alfonso entró, se acercó al sofá desde atrás y por encima del respaldo, volcando su cuerpo sobre éste, hizo que Paula reclinara la cabeza y le apresó los labios, que primero lamió y luego los sorbió con los suyos. Se apartó y le dijo:
—Eres muy desobediente, te dije que no debías salir de casa; ¿por qué te has arriesgado?
No le permitió que contestara, con arrebato volvió a apresar sus labios, el éxtasis que le provocaba saborearlos era mayor que su enfado, y los cogió deseoso de mucho más.
Paula, anhelante por disfrutar de ellos, le dio paso en su boca y gozó de su mullida y candorosa lengua, que hurgaba, viraba y circulaba por toda su cavidad. Se separaron casi sin aliento, las fosas nasales del detective aleteaban mientras intentaba serenarse, y Paula respiraba también con una agitación manifiesta. Para Pedro pensar en detenerse parecía imposible, ya que la urgencia de hacerla suya, de poseerla, de amarla, era irrefrenable.
Él era consciente de su deseo mordaz y no dejaba de sorprenderse, cada día se hacía más difícil desistir de tenerla. Pau, demostrándole la urgencia que ella también sentía, comenzó a despojarse de la ropa, primero el jersey de hilo que llevaba puesto, luego el calzado y finalmente los pantalones.
Pedro la miraba con verdadero anhelo mientras, decidido a obtener lo que ambos ansiaban, le quitó la camiseta y la dejó caer sin más. Caminó con rapidez, dio la vuelta y se quedó frente a ella, pero antes, con el mando a distancia, puso música. How Blue Can You Get* empezó a sonar.
Tomándola de una mano, la invitó a que se pusiera en pie y la incitó a que con sus manos le acariciara el pecho. Pau sintió como si sus palmas se hubiesen posado en una hoguera, y supo que ésa era la hoguera en la que quería quemarse, la de su corazón, que retumbaba ensordecedor en su mano.
Tomando el control, Alfonso la asió de los hombros y le chupó el cuello, reptó con la lengua hasta apoderarse con los labios del lóbulo de su oreja, luego abandonó esa parte y con la lengua le practicó círculos en el pabellón auricular, recorriendo hábilmente los pliegues y haciéndola estremecer de lujuria.
—Te pedí que no salieras de la casa, te pedí que no te expusieras —la regañó entre lametones.
—Necesitaba verte —le contestó Paula jadeando.
—Me has visto esta tarde.
No podía detener sus lamidas.
—¿Acaso pretendías que después de los besos que me diste en la catedral me conformaría?
—Tienes que hacerme caso, tenemos que ser prudentes porque así no funcionan las cosas.
—No quiero ser prudente, quiero tenerte, poseerte y que me poseas, quiero que me hagas vibrar y me hagas tuya una y otra y otra vez. —Le clavaba las uñas en la espalda mientras le hablaba entre gemidos.
Pedro la miró tomando su rostro y le mordió los labios—. Para mí éste es el funcionamiento perfecto.
—Así no puedo protegerte, estamos dejándonos llevar por la pasión.
—Te deseo...
—Yo también...
—Hazme tuya entonces —le ordenó, dedicándole una mirada oscura.
Estaba tan deseosa que ni ella misma se reconoció en el tono en que le habló, su voz salía entrecortada por la urgencia y era un tono muy pasional el que utilizaba. Pedro volvió sobre su cuello y nuevamente a su oreja, y en aquel momento Paula experimentó un cosquilleo que se instaló en su vientre y culminó en su vagina; sus fluidos se desbordaron pringándole la ropa interior.
Con impaciencia, llevó las manos hasta la cremallera de los vaqueros de Pedro y lo acarició por encima de la tela, ansiosa por comprobar lo duro que estaba. Lo acarició con movimientos ascendentes y descendentes, provocándole gemidos que él no pudo contener, resopló y se frotó en
ella. Él llevo sus grandes y expertas manos a la ondulación de sus pechos, los acogió, disfrutando de cómo rebasaban en ellas, y enardecido por las caricias que Paula le practicaba en su tieso sexo, los apretó con fuerza, arrancándole un quejido audible. Se preocupó por saber si le había causado dolor e intentó alejar las manos, pero entonces, sorprendiéndolo, ella le dijo:
—No pares, me gusta.
El instinto rudimentario de ambos se despertaba con ansias, él necesitaba saber que era el dueño de su cuerpo y de sus sensaciones, y ella necesitaba saber que le pertenecía.
El detective bajó las manos hasta las nalgas, se las separó mientras las acariciaba, y Paula con destreza le bajó el cierre y sacó su pene, claramente envarado por el momento.
Ahogaban los gemidos con los besos mientras se despojaban de toda la ropa; Pedro la sentó en el sofá, le hizo que apoyara los pies en el borde y se metió entre sus muslos para disfrutar de su humedad. La consumió con la lengua, la hizo gritar, jadear, arquearse, la sostenía de las caderas mientras con su boca bebía de ella, era casi una tortura.
—Pedro, voy a correrme si no paras.
—Hazlo, déjame probarte, déjame hacerlo, te deseo íntegra.
Ella arqueó la espalda y arremolinándole el pelo mientras oprimía su cabeza contra su sexo, se entregó a la exaltación del placer y sucumbió a su afanosa lengua, que la hizo sentirse delirante, ardiente y lasciva.
Cuando sintió que ella llegaba al orgasmo, él acompañó el momento introduciendo también los dedos.
La urgencia se apoderó de Alfonso, tiró de sus caderas y la manejó a su antojo, le hizo que bajara las piernas y le indicó que no las cerrara para poder meterse en el hueco entre ellas. Dejó su trasero en la orilla del sillón y con su jugosa boca buscó sus labios, hablándole sobre ellos: —Tienes el
sabor más refinado que he probado en toda mi vida.
Cogió su pene y lo dirigió a su entrada, lo enterró en ella, invadiéndola con su carne, y comenzó un lento vaivén de sus caderas. Estaba arrodillado y se movía dándole suaves embestidas, hasta que ella le pidió al oído:
—Más, quiero sentirte más hondo.
Sus palabras volvieron a despertar su lado animal y entonces, despojándose de todo miramiento, se hundió en ella con profundas y brutales estocadas.
—¿Así es como me quieres? —Ella se quejaba—. Contesta, ¿así es como me quieres? Esto es lo que te mereces por haberte expuesto, ahora voy a castigarte muy fuerte para que no lo olvides.
—No temas, Dylan está esperando en la entrada de Clio, he salido por detrás.
—¿Estás loca? ¿Por qué no me lo has dicho antes? Te habría pedido un taxi, mira todo lo que estás tardando.
No dejaba de castigarla con su sexo mientras le hablaba, cada vez la penetraba con más fuerza.
—¿Y dejarte aquí con ésa? —Ella le mordió el labio con brusquedad y Alfonso se enterró en ella con más furia—. Además he venido a buscar esto, y no me iba a ir sin ello.
Pedro salió de ella, la cogió por la cintura y la acomodó a lo largo del sillón, tumbándose sobre su torso y volviendo a penetrarla. Paula enredó las piernas en su cintura y él, agarrándola por las nalgas, se introdujo en ella una y otra... y otra... y otra... y otra... y miles de veces más, hasta que ambos consiguieron lo que necesitaban para saciar sus ansias.
Gritaron, se entregaron al placer ensordecedor que les abría las entrañas y que hacía que les temblaran las extremidades, el corazón, el alma.
Extenuados, consumidos por la fogosidad que se había desatado entre ellos, él, sin salir de su cuerpo, le acarició el contorno de la cara y le besó los lunares. Habló con dificultad mientras tomaba bocanadas de aire:
—Pau, cuando todo esto pase seremos más que felices.
—Yo también quiero hacerte muy feliz. Quiero ser cada uno de tus sueños.
Se calmaron, fueron al baño a limpiarse y se vistieron.
Estaban listos para salir.
—¿Dónde te ha dejado el taxi?
—He hecho que me dejara en la calle de atrás.
—Eres muy lista. —La besó y le mordisqueó con mimo los labios antes de salir del apartamento —. Y una imprudente que no hace más que ponerse en peligro: has caminado sola, con todos los peligros que la noche acarrea. Que sea la última vez que lo haces.
La miró indicándole que estaba hablando muy en serio.
Bajaron en el ascensor mientras Alfonso continuaba con la reprimenda.
—Si me hubieras avisado habría ido a esperarte.
—Como si hubieras podido, ¿acaso ya no recuerdas a tu visita?
—La habría despachado.
—¿Lo habrías hecho?
—Por supuesto. —La miró con fijeza— Por ti puedo alejarme de la vida de muchos, si la recompensa es que tú continúes en la mía.
Salieron a la calle y se separaron, pero antes de salir, se dieron un último beso de despedida y él aprovechó para impartirle la última recomendación.
—Avísame en cuanto llegues.
—Lo prometo.
Pedro salió primero con un abrigo con capucha. Se detuvo a unos cuantos metros fingiendo atarse los cordones y esperó que Paula lo adelantara. Luego comenzó a caminar detrás de ella, a una distancia prudente para que no pudieran relacionarlos, recorrieron unas cuantas calles, ella se montó
en un taxi y se marchó.
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