domingo, 6 de marzo de 2016

CAPITULO 71







Por la noche, después de cenar, Pedro estaba sentado en el despacho comprobando una información que C.C. le había enviado: la grabación de una cámara de seguridad de un hotel que localizaba a Mario Aristizabal Montoya en el Country Inn & Suites By Carlson de Mesa Arizona, a sólo unos treinta kilómetros de Phoenix, el día en que se encontró con Agustin Chaves.


Pedro lo llamó por teléfono, quería saber con detalle lo que había averiguado.


—El tipo sabe moverse, lo siento; no hay ningún rastro, después de todo un día por Phoenix, Tempe, Glendale y Sun City, esto es lo único que he conseguido. Del senador, nada que lo relacione, antes de llegar recibí el análisis de las huellas de las fotografías (no te desesperes, quien lo realizó
me debía un favor, así que no se sabrá nada), pero lamentablemente sólo se encontraron cinco huellas: las de Paula, las del senador, las de Agustin, las tuyas y las de la amiga de tu chica.


—¿Qué hay de los teléfonos?


—Están consiguiendo las órdenes. ¿Cuándo vuelves?


—Pasado mañana, no puedo estirar más mi ausencia.


—¿Y Paula cómo está?


—Mucho mejor, me asombra lo fuerte que es, a veces la miro y parece muy frágil, sin embargo...
Hoy la he llevado a ver a un oftalmólogo y por suerte no hay daños en su ojo. Es increíble que después de semejante paliza sólo tenga dos costillas fracturadas. ¿Por qué no te vienes y regresamos juntos?


Christian no lo pensó dos veces y aceptó de buen grado el ofrecimiento de su amigo. Recorrer el trayecto en un vuelo privado, casi en mitad de tiempo de lo que lo haría en un vuelo comercial, no era para despreciarlo; además, ir allá significaba que podría ver a la rubia que lo había dejado más caliente que una brasa.


Se despidió de su amigo porque tenía otra llamada entrante, y suponía que era la que estaba esperando.






En la planta superior Maite no dejaba de bromear, intentando animar a Paula, que continuaba cabizbaja y no lograba contagiarse de su entusiasmo. La rubia era un cascabel por naturaleza, y ella sentía admiración por su buen talante, le habría encantado ser como Maite, siempre servicial, risueña e independiente, con una sonrisa perpetua en los labios y eternamente feliz y agradecida con la vida, como si lo tuviese todo, cuando en realidad había crecido con muchas carencias. La había criado su abuela materna, jamás había conocido a su padre y su madre la había dejado con aquélla para irse tras un hombre que no la aceptaba con una hija.


Baddie, así se llamaba su abuela, la había criado con mucha firmeza, obligándola a estudiar porque no quería que fuera una bruta sin cultura como ella ni como su madre; con su nieta quería enmendar todos los errores que había cometido con su hija, a quien había consentido demasiado y jamás había obligado a nada. Paula no consideraba que Baddie fuera una bruta, pues aunque no poseía títulos universitarios era una anciana muy culta, que leía todos los libros que caían en sus manos, y además una mujer muy experimentada por los años y la vida que le había tocado llevar.


—Es asombroso cómo Pedro te cuida, me das envidia.



Oír el nombre del hombre que amaba la sacó de la cavilación en que Paula estaba sumergida.


—¿Tú envidia de mí? Si tienes al hombre que quieras a tus pies.


—No es así, si fuese como tú dices no estaría sola; sin embargo, a la hora de encontrar un hombro en quien apoyarme estoy más sola que una viuda en la cama.


—Eso es porque no te tomas a ningún hombre en serio, siempre les encuentras un pero y terminas apartándolos de tu lado. En realidad, las veces que han querido algo serio contigo has huido despavorida.


—Bah, no empieces con el bobo de Charles, sabes perfectamente que lo único importante para él era su madre. Yo no estoy para casarme y convivir con mi suegra, aunque si fuera como Ana, la verdad es que no me molestaría. Me ha caído bien la madre de Pedro, ¿y a ti?


—A mí también, me parece una mujer súper agradable y con nobles sentimientos.


Un golpeteo en la puerta interrumpió la conversación de las amigas. Maite habló en voz alta para que quien fuera entrase.


—Hola, vengo con las compresas de vinagre y agua helada.


—Muy bien, Ana, te ayudo y lo hacemos entre las dos —dijo Maite.





—¿Desde qué teléfono me estás llamando?


—Desde uno público, como me indicaste. ¿Qué pasa?


—Estoy en Austin con tu hermana.


—¿Qué?


—Vete a mi casa, no quiero que te quedes en la tuya. Da unas cuantas vueltas y antes de entrar cerciórate bien de que nadie te ha seguido. Llamaré al portero y le diré que te facilite la llave para que puedas entrar, cancela tu agenda hasta que yo te lo diga; pasado mañana regreso.


—Pero ¿qué ha pasado? ¿Por qué tantas recomendaciones?


—Manuel destrozó a golpes a Paula, tiene dos costillas fracturadas, la cara lacerada y el cuerpo es un solo moretón.


—Lo mato, te juro que te cuelgo y yo mismo voy y lo mato.  —Apretaba los puños, pateaba la cabina telefónica y blasfemaba sin parar.


—Tranquilízate, Agustin, no vas a hacer nada.


—Empiezo a creer que no tienes sangre en las venas, y después dices que estás enamorado de mi hermana. Si fuera así, tú mismo habrías ido a despedazar a ese bastardo.


—Por favor, cállate y escúchame. No está en Nueva York.


—Entonces está en Washington, el muy cobarde se ha ido a esconder tras su investidura. Pero te juro que no me importa nada, me subo ahora mismo en un avión y voy a buscarlo.


—¡Joder, Agustin, escúchame y deja de decir estupideces! —Se oyó un resoplido en la línea—. ¿Te crees que no es eso lo que deseo hacer? Te juro que no sé cómo me aguanto, pero cuando miro a Paula encuentro las fuerzas, porque ella me necesita y eso me hace darme cuenta de que no vale la pena apartarme de la ley y de que tengo los medios para hacerle pagar de otro modo. De algo estoy seguro, y es que mientras yo viva nunca más va a acercarse a ella, porque entonces sí te juro que lo mato. —Un profundo silencio se había cimentado en la línea—. ¿Me has escuchado?


—Aquí estoy.


—Créeme, amigo, cuando vi a Pau en el estado en que estaba lo único que quería era que la viese un médico, cuidarla y protegerla; además ella me imploró que no hiciese nada por ti. Me siento en una encrucijada —se dejó caer en el respaldo del sillón—; por un lado mi instinto animal quiere hacer justicia por mi mano, pero por tu hermana, por ti y tu familia quiero hacer las cosas como corresponde. La justicia tiene un largo brazo, Agustin, y si no lo creyera así nada de lo que una vez creí tendría sentido, mi profesión no la tendría.


—Pero alguien tiene que vengar a Paula.


—La venganza es sólo el placer de las pequeñas almas —dijo, citando a Juvenal—, y tú y yo tenemos que ir a por todo. Lo voy a meter en la cárcel, lo voy a denostar como persona, lo voy a arruinar, a bajarlo del pedestal en el que se encuentra. Le voy a demostrar que no es invencible ni intocable...


«Y llegado el momento, te lo prometo por mi vida, también tendré mi oportunidad de ser su verdugo y cobrarme cada uno de los golpes que se atrevió a impartirle a Paula», se dijo en una promesa muda que se hizo a sí mismo, porque no podía alentar a Agustin a que quisiera hacer justicia por él.


—Confía en mí —añadió Pedro.


—Siempre he confiado en ti, pero es que esto me supera.


—Te entiendo.


—¿Cómo está mi princesa?


—Ah, no... ahí tendremos nuestro primer encontronazo, porque ahora es mi princesa. Quédate tranquilo, Paula es fuerte, mucho más de lo que nosotros creemos, y se está recuperando.


—Me siento tan poco hombre por no haberme dado cuenta de todo esto. Yo... yo creía que ella era feliz. 


—No te atormentes, no podías saberlo, ella estaba adoctrinada por él para que nadie lo supiera.


—La idiota de Maite debió haber abierto la boca mucho antes.


—Eh, no la tomes con ella, es su amiga y la acompañó como pudo; es difícil ayudar a alguien que no quiere ayudarse.


—Eres un buen amigo, Pedro Alfonso, y me honras con tu amistad. Sé que en este momento estás separando las cosas y me estás hablando como el gran hombre que eres. —Oyó cómo sonreía—. Gracias por dejar de lado tus demonios y comerte tu orgullo. Sé que no es fácil para ti estar en ese lugar, y eso me demuestra lo mucho que ella te importa. No puedo creer que vayas a ser mi cuñado, ¡de haber sabido que os ibais a gustar, te la habría presentado antes!


—De haber sabido que tu hermana era tan hermosa yo mismo te lo habría pedido.


—Me está dando un poco de repulsión lo que estoy pensando; te conozco demasiado, tú y yo hemos compartido muchas noches de descontrol sexual y la verdad, prefiero no imaginarte en plan de macho en celo con mi hermana. Sé que eres muy morboso con tus mujeres, así que... en este preciso momento me estás dando asco.


—Tu hermana es una dama.


—En la cama, y calientes, todas dejan de serlo.


Ambos se rieron a carcajadas







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