viernes, 11 de marzo de 2016

CAPITULO 84






Necesitaban con urgencia un buen baño para quitarse los rastros de pintura seca, así que se pusieron la ropa interior. 


Pedro se asomó para comprobar que no hubiera nadie que pudiera verlos semidesnudos, y cogiéndola de la mano se aventuraron a la carrera hacia la planta superior mientras reían a carcajadas. En el momento en que estaban a punto de entrar en la habitación Maite salía de la suya, y se toparon. Al verlos manchados de pintura, no pudo evitar morirse de risa.


—Ah, bueno, no sabía que teníais el fetiche de la pinturita —comentó—. Vosotros no os priváis de nada, ¿eh? Veros así es humillante, tened en cuenta que estáis ante una que pasa mucha hambre.


—Maite... —la reprendió Paula.


—Y yo que creía que lo había probado todo. Paula, después te haces la mosquita muerta, mira que eres retorcidita, ¿eh? Y tú, caramelito, no te tenía por tan ingenioso.


Pedro le hizo una caída de ojos, y una mueca jactanciosa.


—No te contesto, porque sé que tu amiga no lo aprobará.


—Eres incorregible, Maite —la regañó su amiga sonrojada, mientras Alfonso abría divertido la puerta del dormitorio y ambos se perdían dentro—. Menos mal que ha sido Maite, y no Josefina o Julián, los que nos han visto así, ¡qué bochorno!


Dentro del baño, se despojaron de la poca ropa que llevaban puesta para meterse bajo la ducha.


—¡Qué pena! Se ha estropeado toda mi ropa interior, este conjunto me gustaba mucho —se lamentó Paula, mientras observaba las manchas de pintura consciente de que no se irían de la tela.


Pedro le tiró de la mano para que se metiera bajo la ducha con él.


—No te aflijas por eso, ahora ven, quitémonos toda esta pintura, que estoy desfallecido de hambre, por favor.


Se refregaron bastante, pero como la pintura se había secado demasiado, costaba quitarla de la piel y había zonas que habían comenzado a irritárseles. Paula le restregaba el cuello a Pedro, donde estaban claramente marcados sus dedos en color púrpura y amarillo limón; a ratos, ella paraba porque a él le ardía la piel y Alfonso se abocaba a la tarea de frotarle la esponja en las nalgas y en la espalda, para retirarle a Paula los restos de pintura roja, blanca y púrpura, que no querían salir. No podían parar de reírse, y es que realmente parecía toda una odisea deshacerse del arte vivo en que sus cuerpos se habían transformado.


Finalmente, al ver la resistencia de algunas manchas, decidieron darse por vencidos, la piel de ambos estaba muy enrojecida. Así que se secaron y se vistieron con ropa cómoda. Pedro se puso un chándal y una camiseta de algodón y ella unos vaqueros oscuros que acompañó con un jersey de hilo.


Inmediatamente, bajaron a cenar.


Abajo se separaron y él fue hacia la cocina para avisar a Josefina de que había llegado, y ella mientras tanto fue hacia el estudio a poner un poco de orden al desbarajuste que allí había quedado.


Después de cenar los cinco en el comedor de diario, Maite, Paula y Pedro holgazanearon en los sillones y se dispusieron a ver una película, pero lo cierto era que ninguno estaba interesado en verla; en realidad, Pau y Alfonso lo habían hecho para no dejar sola a Maite, que estaba un poco desanimada.


—Os lo agradezco, de verdad, pero creo que es mejor que me vaya a dormir. Estoy de tan mal humor que me temo que no soy buena compañía.


La rubia les dio un beso a cada uno y se marchó hacia su habitación.


—¿Qué le pasa? —se interesó Pedro, extrañado por la desgana de Maite; en realidad esa actitud era rara en ella.


—Ha sucedido algo que no creo que sepas, pero prométeme antes que no dirás nada de lo que te voy a confiar.


—Déjate de rodeos y cuéntamelo, sabes que no haré una promesa si no sé de qué se trata.


—¿Ni porque yo te lo pida?


—Ni porque tú me lo pidas.


—Entonces no te lo cuento.


—Basta, Paula.


—No voy a traicionar la confianza de Maite, si no me prometes que no dirás nada. Puedes quedarte tranquilo, que no es nada que tenga que ver conmigo. Venga, Pedro, ¿tanto te cuesta?


—Está bien, no diré nada.


—Te lo contaré. Ella y mi hermano... tuvieron algo. ¡Ni una sola palabra a Agustin!


—Él está en mi apartamento, pero no me ha contado nada, y eso me extraña, porque siempre hace alarde de todas sus conquistas. —Paula asintió con la cabeza—. ¡Qué noticia! Presiento que a tu hermano no le es tan indiferente lo que ha ocurrido con Maite. Vayamos a acostarnos, estoy bastante cansado y necesito con urgencia una cama en la que pueda descansar.


Cogidos de la mano, subieron la escalera.


—Hemos hablado de todo y de todos menos de tu madre.


—No empieces.


—No empiezo, simplemente debes tener una charla con Ana y reconciliarte con ella.


—La he llamado durante el viaje —dijo él sin darle demasiada importancia.


—¿En serio? —Paula lo abrazó en medio de la escalera y cogiéndolo por las mejillas le plantó un efusivo beso en los labios.


—Le he dicho que mañana iré a verla.


—Me parece perfecto. Eres un gran hombre.





Mientras tanto, en su habitación, Maite ya estaba metida en la cama, pero daba vueltas de un lado a otro sin poder encontrar la postura y mucho menos conciliar el sueño.


Manipuló a ciegas su móvil, que descansaba sobre la mesilla de noche, y lo desbloqueó.


Irremediablemente, y aunque se resistía, no encontraba la fuerza para no seguir haciéndolo. Fue en busca de la razón de sus noches de desvelo y entró en los archivos donde guardaba la conversación de Whatsapp que se había enviado con Agustin, para leerla una y otra vez.


«Si no le importo, ¿por qué me molesta?», conjeturó, y fue más el deseo de una certeza que ella anhelaba.


Entró en el Whatsapp y desbloqueó el número de Agustin, intentando varias veces escribir un mensaje, que borraba y volvía a escribir. «Soy una estúpida, ¿qué intento hacer? Te humilló tanto como pudo, Maite, y encima piensas en enviarle un mensaje.» En ese instante le llegó un Whatsapp, cuando lo abrió no podía creer lo que estaba leyendo.


Gracias por desbloquearme. Te pido disculpas, me he comportado como un grosero contigo.


«Estaba pendiente de que lo hiciera, eso es obvio.» Maite creyó que se le saldría el corazón por la boca, se sentía muy emocionada por su suposición. Tenía que contestarle algo, pero estaba tan aturdida que no sabía qué escribirle. Llegó otro mensaje y eso la sacó de sus pensamientos.


Rubia, ¿hacemos las paces?


«Me lo como enterito, qué encantador es», pensó ella mientras tecleaba una rápida respuesta. Y se enviaron varios mensajes.


¿Qué haces con el móvil en la mano a estas horas?


Estoy desvelado, ¿y tú?


¡Qué raro que no estés de fiesta! Es fin de semana.


No tenía ganas de salir.


«No puedo dejar de pensar en ti, rubia, por eso no he salido.» Sus pensamientos lo descolocaban, no podía entender el estado de estupidez en el que esa mujer lo había sumido.


«Esto no tiene sentido —pensaba ella—. Voy a salir muy herida.»


—Ah...


—¿Quieres que te llame por skype?


El corazón les palpitaba desbocado a ambos.


Maysmith


Le facilitó su nombre de usuario, sin dudarlo, y rápidamente tocó la pantalla para entrar en skype; le faltaba el aire. Activó la cámara frontal, y mientras lo hacía apareció el telefonito en verde agitándose, el cual le indicaba que tenía una llamada. La atendió. En la pantalla, apareció él, metido en
la cama con el torso desnudo; su cuerpo era perfecto, delgado, con los músculos bien marcados.


Sintió que el deseo la nublaba hasta casi dejarla sin respiración, esa imagen no era saludable para su cordura, estaba sumamente sexy y armonioso en su totalidad, afinándosele la cintura en las caderas.


Se miraron largamente, sus miradas se rozaron con la intensidad que trasmutaban; anhelantes y profundas por anclarse en la mirada del otro, parecían encadenados a través de la pantalla. Él no estaba tan jactancioso como de costumbre, sino relajado; ella se mordía los labios y su mirada verdosa bailoteaba alborotada. Agustin notó el repelús que ella había sentido en el cuerpo porque sus pezones habían asomado de repente y se mostraban tiesos tras la seda de su pijama, anheló estirar la mano y apretárselos hasta que le doliesen.


—Hola —dijo él. Ella permanecía muda—, quiero verte —continuó diciendo; no pensaba andarse con rodeos porque no era su estilo, así que lo tomaba o lo dejaba, ésa era su decisión.


—Me estás viendo, Chaves.


—Sabes a lo que me refiero.


—Te equivocas, no lo sé. —Maite se expresó con calma, no era su intención iniciar una discusión.


—No me lo pongas difícil, rubia.


—Creo que te lo he puesto demasiado fácil y eso ha hecho que te confundieras. No me interesa volver a follar contigo por deporte.


—Quiero ser sincero contigo aunque me convierta en tu eterna burla.


—¿Por qué estás tan seguro de que me burlaré? Pruébame, quizá no sea lo que crees que soy, demuéstrame que tú tampoco eres lo que creo que eres.


Agustin entrecerró sus ojos rasgados mientras pensaba y éstos se acentuaron más. Debía decidirse a hablar, debía atreverse a exponer sus sentimientos, o de lo contrario dejar las cosas como estaban y esconder su debilidad tras la máscara del hombre lujurioso y superficial que se empeñaba en mostrar.


Tomó una bocanada de aire.


—Me fui... porque lo que sentí me asustó.


Maite estaba a punto de morir ahogada, el oxígeno no entraba en sus pulmones ante lo que había escuchado, pero sabía que no debía confiar en él, que era una sabandija, y se mostró prudente.


—No te entiendo, Agustin.


—Rubia, no seas cruel, no empieces a burlarte de mí. —Ella se humedeció los labios—. Y deja de pasarte la lengua por los labios, estoy intentando ser sincero y sensato, y me distraes.


Maite no podía hablar, sólo asentía con la cabeza, estaba conmovida. Seguían mirándose a través de la cámara.


—¿Tú no tienes nada que decir? —indagó él, probando a encontrar una respuesta a su revelación.



Ella volvió a asentir, pero las palabras parecían no querer salir de su boca, estaba absorta y no podía controlarse ante lo que él acababa de revelarle. Finalmente, se armó de valor y moduló la voz.


—Gracias por sincerarte. Yo... no he podido dejar de pensar en lo que ocurrió.


—¿Te has arrepentido...?


Maite movió la cabeza negando.


—Me esforcé por hacerlo, pero el arrepentimiento no llegó —ratificó sin desviar la mirada—. ¿Y tú? ¿Te has arrepentido?


—Sí. —La cara de ella se transfiguró—. Déjame terminar: me he arrepentido de que las cosas fuesen como fueron, me he arrepentido por haber hecho mal las cosas y tratarte con desinterés. Me gustas, rubia.


Ya estaba, se lo había dicho, aunque quisiera obviarlo se había enamorado, como un verdadero estúpido y sin proponérselo.


—Tú también me gustas.


—Y entonces... ¿qué hacemos?


—¿Qué quieres hacer?


Él la miró con picardía.


—¿Lo intentamos? ¿Intentamos fumar la pipa de la paz y... nos permitimos conocernos?


—Por mi parte está bien, pero te advierto de una cosa.


—¿Qué, rubia? —Él se reía triunfante, y ella creía que se derretiría en la cama.


—Ni se te ocurra traicionarme, porque...


—Me comportaré como un caballero, ya lo verás.


—Una cosa más, y con esto me arriesgo a que te hinches de orgullo.


—¿Qué?


—Debo reconocer que tienes razón, tienes un pene maravilloso. —Lo miró con picardía.


—Eso ya lo sé. —Se rio presumido.


—No empieces. —Había sido realmente estúpido lo que había dicho, pero había surgido en ella casi como un pensamiento en voz alta.


—No me provoques, entonces. No hagas salir al energúmeno que quiero dejar atrás.


—Tampoco quiero que cambies, me gustas así, energúmeno como eres, pero quiero que sólo seas mi energúmeno.


—¿Quieres ver cómo has puesto a este energúmeno con tus palabras?


—Quiero verlo en vivo y en directo. ¿Cuándo?


—¿Quieres que mañana vaya para allá? —El anhelo le había invadido el pecho, quería coger un avión esa misma noche.


—¿Puedes? —Maite no podía creer lo que estaba pasando.


—Sí puedo, a no ser que te estropee algún plan.


—Plan, ¿qué plan puedes estropearme? No me interesa hacer nada con tu hermana y Pedro, y a ellos te aseguro que conmigo tampoco.


—¿Y Christian?


—¿Qué tiene que ver él conmigo?


Agustin desvió el tema, no quería mostrarse como un inseguro, y maldijo a su hermana; se dio cuenta de que lo había engañado y él había caído como un bobo.


—¿Quieres que vaya hacia la casa? ¿O prefieres que te avise cuando llegue a la ciudad y nos encontramos en alguna otra parte?


—Mejor que nos veamos en otro sitio.


—Perfecto, te llamaré, rubia. ¿Guardaste la foto que te envié, o quieres que te mande otra para que vayas imaginándote lo que probarás mañana?


—Estás demasiado seguro de ti mismo, pero estoy dispuesta a no ponértelo tan fácil. Tendrás que hacer más méritos, no será como la otra vez.


—Veremos cuánta resistencia tienes.


—No seas petulante.


—Te gusta así.


—Adiós, Agustin, nos vemos mañana.


Ella cortó la videollamada, y en cuanto lo hizo se puso en pie y empezó a saltar sobre la cama, abrazándose a sí misma mientras reía henchida de alegría. No le importaba cuánto duraría su historia con él, lo único que quería era aventurarse a sentirse en sus brazos nuevamente; tampoco iba a detenerse a pensar si lo que él había dicho era cierto o sólo era una estrategia para volver a echar otro polvo con ella, pero, para convencerse, se dijo que nadie cogía un avión sólo por repetir un polvo. Además, sabía que a Agustin no le faltaban mujeres precisamente. En aquel momento, para tranquilizarse, pronunció unas palabras que le dieran aliento: «Te ha elegido a ti entre todas». El sonido de un Whatsapp le interrumpió la algarabía.


No te toques mirándome —le envió una fotografía empuñando su erección—. Guárdate algo para mí.


Estúpido, fanfarrón, eres un engreído.


Sí, rubia, soy un estúpido por estar así con sólo pensar en ti.


Agustin estaba bastante cansado de relaciones efímeras, los años pasaban y él no tenía estabilidad emocional. Desde que se había acostado con Maite, le gustaba pensar en ella como en alguien que podría ayudarlo a calmarse. Vivía frívolamente sin ataduras y sin tener que rendirle cuentas a nadie, pero quizá sentirse apoyado por alguien también podría resultar interesante. Sabía que la rubia era una buena chica, su hermana le diría que la mejor, y por otra parte le gustaba mucho; probarla había sido nocivo para él, ya que no lograba quitársela de la cabeza.


Agustin estaba dispuesto a descubrir si sólo era un capricho, o podía pasar a entablar una relación más seria a su lado. 


No sería fácil dejar de lado las fiestas que tanto le gustaban; ni las mujeres, que eran su debilidad, pero tal vez Maite podía cubrir todas sus necesidades y estaba dispuesto a
descubrirlo.



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