miércoles, 17 de febrero de 2016
CAPITULO 10
Pedro estaba sentado al volante de su Chevrolet Caprice.
Eva había bajado a buscar unos donuts, era media mañana y ambos llevaban solamente un café negro en el estómago.
Estaba distraído mientras la esperaba, sumergido en la letra de Wake me up, de Avicii, tarareando y tamborileando con los dedos en el volante. De pronto oyó un bocinazo e insultos, se puso alerta y se volvió para localizar el incidente, que no fue más que unos cuantos improperios entre un conductor y un transeúnte. Increíblemente, en el instante mismo en que volvió a mirar al frente, creyó estar viendo una aparición extrasensorial.
Se quitó las gafas de sol con lentitud, pasmado. Quería corroborar que no estaba equivocado y al deshacerse de las lentes oscuras lo comprobó: definitivamente era ella.
Paula ladeó la cabeza con delicadeza, mirando en dirección a Pedro, y señaló algo mientras hablaba con su acompañante. De ese modo, sin nada que se interpusiera entre los dos, ella le ofreció una visión despejada y óptima de su rostro. Era hermosa, Pedro no se había equivocado aquel día en el bar, y con la luz del día estaba aún más radiante que la primera vez. Su corazón palpitaba desordenado, buscaba en su mente una forma de acercarse, pero nada se le ocurría, se sintió un estúpido por no encontrar una excusa y comenzó a temer que se le escapara de nuevo.
La mujer que la acompañaba era la misma del bar, de aspecto casual y chispeante, pelo ondulado y rubia como el trigo. Sin perderse ninguno de sus movimientos, Pedro vio que entraban en una tienda.
Estaba determinado a no dejarla escapar, así que bajó del coche sin importarle que Eva no lo encontrara al volver.
Cruzó zigzagueando entre el tráfico, ganándose un par de insultos por parte de los conductores, pero nada lo detuvo.
Entró en la tienda y una vendedora se acercó de inmediato para atenderlo. Pedro no vio a ninguna de las mujeres en aquella estancia; seguramente habían pasado a la zona de probadores. Maldijo para sus adentros y al mirar hacia su coche vio a Eva desorientada, con la bolsa de donuts en la mano y buscándolo. Pero Pedro tenía un propósito y no pensaba renunciar a él: debía acercarse a esa mujer de cualquier forma.
—Necesito un obsequio para una mujer joven... de su tamaño —le informó a la vendedora. Se sintió bastante infantil, pero ya estaba allí y debía representar el papel de comprador.
—¿Ha visto algo que le guste?
Miró rápidamente hacia el escaparate y señaló sin pensar uno de los maniquíes.
—Esa camiseta me gusta —afirmó intentando resultar convincente.
—Pase por aquí, señor, que se la enseñaré.
Pedro sintió vibrar su teléfono, miró hacia delante y vio que Eva llevaba el móvil en la mano.
—Ya voy —le dijo al colgar—. Estoy comprando un regalo en una tienda aquí enfrente, cuando llegue te cuento.
—Está bien, Pedro, te espero en el coche.
Las mujeres salieron de los probadores con varias prendas en las manos y riendo despreocupadamente. Paula se había quitado el abrigo y enfundada en aquel vestido estaba despampanante. Maite reconoció a Pedro al instante y sin disimular le dio un codazo a su amiga.
Él dejó de atender lo que le decía la vendedora y con mucho desparpajo clavó su mirada almendrada de color café y largas pestañas en lo que de verdad le interesaba. Observó a Paula con detenimiento y fijeza. Ésta, ruborizada e intimidada por esa mirada mordaz, fingió que se alisaba el vestido y revisó las prendas que llevaba del brazo para evitar mirarlo de frente; sentía unas cosquillas en el estómago, pero se instó a mostrarse indiferente y dueña de sí.
Aunque no disimulaba muy bien. Alfonso sonrió con insolencia al notar la incomodidad de aquella mujer, y sus carnosos labios destilaron sexualidad al hacerlo; era obvio que ella no era indiferente a su presencia. Reparó vagamente en la rubia, que parecía divertida y desenfadada y no apartaba la mirada de ambos.
Pau no quería olvidarse del hombre que había irrumpido varias veces en sus sueños, así que se armó de valor para memorizar sus facciones y saber, cuando apareciera en sus pensamientos, que no se trataba sólo de una ilusión. Lo estudió con disimulo. Precisó el color de su pelo —castaño claro, medio rubio— y le gustó que lo llevara corto casi al rape; se detuvo para estudiarle el rostro, cuadrado y de mandíbulas bien definidas; sus ojos estaban enmarcados por gruesas y pobladas cejas que le daban un aire de sabiduría, fuerza, sano criterio y talento. Esa mirada la hipnotizaba como en el sueño, era brava pero dulce a la vez. Sin perder tiempo, bajó la mirada hacia la carnosidad de sus labios, el inferior más grueso que el superior.
De pronto una mujer irrumpió en la tienda y se acercó a él.
Paula la consideró inoportuna; se había plantado a su lado sacándolos de su hechizo.
—¿Qué compras? Te he visto desde el coche y me ha picado la curiosidad. ¿Acaso es para tu novia?
—Te he dicho mil veces, Eva, que no tengo pareja —contestó Alfonso con muchísima naturalidad y una sonrisa indiferente—. Estoy comprando un regalo para la hija de un amigo, que mañana cumple años y me han invitado a cenar. No quiero llegar con las manos vacías.
Pedro maldijo su suerte al ver que las dos desconocidas se preparaban para irse. Cuando pasaron por su lado, la de pelo castaño no le dedicó ni una mirada furtiva, en cambio la rubia, sin ningún remilgo, lo miró de arriba abajo y se mordió el dedo índice con mucha picardía.
—Vaya, Pedro Alfonso, sí que despiertas pasiones —dijo Eva mientras él terminaba de pagar, y se preparaban también para salir.
El detective no hizo caso al comentario de su compañera, cogió la bolsa con las compras y la invitó a salir de la tienda.
Ya fuera, miró a su alrededor con disimulo, intentando localizar a las mujeres que acababan de salir de allí, pero no había ni rastro de ellas. Una vez más había perdido la oportunidad de acercarse a esa desconocida, de quien no había podido averiguar nada aún.
Contrariado al saber que quizá no existiría otra ocasión de volver a verla, se sintió doblemente desilusionado, pero tras pensarlo bien se dio cuenta de que acababa de hacer una payasada y se sintió como un adolescente estúpido.
Con manifiesto mal humor entró en el coche y arrojó en el asiento trasero la bolsa con lo que había comprado, se puso el cinturón de seguridad y se preparó para ponerse en marcha. Eva le acercó la bolsa de Dunkin’Donuts para que se sirviera un donut.
Pasaron la mañana concentrados en el trabajo, que parecía estar estancado; no daban con el paradero del vendedor de drogas que podría llevarlos directamente al policía corrupto. Estuvieron haciendo algunas averiguaciones y, como caído del cielo, llamó un confidente habitual de Pedro para darles un dato muy concreto, por lo que se pasaron toda la tarde frente a un parque en el Bronx.
Llevaban varias horas, pero el tipo seguía sin aparecer y ya estaban empezando a dudar de la veracidad del dato. La espera era tediosa y aburrida, a ratos dormitaba Pedro y a ratos lo hacía Eva.
Cuando acabó su turno, ella no paró de fantasear con que aquella noche habían quedado para ir a cenar.
«¿Recordará que íbamos a salir?», se preguntó en silencio mientras lo observaba dormir.
No pudo evitar admirar sus facciones, calmadas y sosegadas. Sintió correr por su cuerpo unas cosquillas desconocidas ante su apreciación, y mientras se masajeaba la frente quiso deshacerse de sus pensamientos; no era bueno sentir eso por su compañero de trabajo.
Para dejar de lado sus sensaciones concentró la vista en el parque donde se suponía que el traficante debía aparecer en cualquier momento. De pronto advirtió que alguien cuyas características físicas coincidían con las de la persona que esperaban se sentaba en el respaldo de uno de los bancos.
Pedro se despertó y advirtió lo mismo que ella. Miraron la fotografía con la que contaban, se hablaron, Eva introdujo la mano bajo su chaqueta, desabrochó la funda para tener preparada su Glock 19 y dio un codazo a Alfonso sin apartar la vista del sospechoso.
—Creo que ha llegado nuestro botín, Pedro.
Él observaba con detenimiento. La gorra de los Lakers que el hombre llevaba puesta no les permitía ver su rostro con claridad, pero todo hacía suponer que se trataba de él.
Alfonso metió la mano en su sobaquera y desprendió la traba para dejar su arma preparada también.
Muy pronto empezaron a acercarse varias personas que dieron dinero al sospechoso y recibieron algo a cambio. Pedro y Eva se quitaron las gafas de sol y las dejaron apoyadas en el salpicadero del coche, agarraron la manija de la puerta para salir del Chevrolet y se separaron para rodear al sospechoso desde atrás.
En aquel momento una persona que debía de ser el vigía del distribuidor se percató del movimiento de los detectives y emitió un silbido muy particular que puso en alerta al sospechoso.
Éste salió corriendo y Pedro y Eva comenzaron a perseguirlos, de pronto la presa se había transformado en dos cacerías.
Eva, por indicación de Alfonso, fue tras el centinela que había estado atento. Corrió tras él un buen trecho, y cuando éste se internó en un callejón sin salida, trató de trepar una muralla, pero la detective fue más ágil, lo cogió por las piernas y lo bajó de un tirón. El joven era muy rápido y no pensaba rendirse sin dar pelea, de modo que volvió a ponerse de pie y tiró al suelo a Eva de una patada. Ella demostró estar muy atenta y con gran habilidad lo agarró de las piernas y volvió a derrumbarlo. Se trenzaron en una lucha cuerpo a cuerpo, y el malhechor le lanzó un golpe en la boca que Eva adivinó y logró esquivar a medias. Presa de la furia, utilizó una técnica de jiu-jitsu para inmovilizarlo.
Fuera de sí, le lanzó un puñetazo en la quijada que lo atontó y dio por finalizado el forcejeo.
Le dio la vuelta, se subió sobre sus piernas mientras le retorcía el brazo y buscó las esposas en su cinturón.
En ese instante llegó Pedro casi sin respiración, corrió para ayudarla y juntos lo esposaron.
—Al menos tú has tenido más suerte que yo, el otro desgraciado se ha escapado por poco. Parecía un guepardo, cómo corría. ¿Estás bien? —le preguntó al ver el corte que tenía en el labio.
—No te preocupes, estoy bien —contestó ella casi sin aliento—. ¿Qué ha pasado con el otro?
Pedro hizo un chasquido con la lengua.
—Ha huido, el maldito ha tenido suerte: un camión se me ha atravesado en un cruce y se ha subido a un coche que estaba esperándolo. No he podido pillar la matrícula, pero era un Acura TL azul. Estoy que me llevan los demonios, odio que todo termine de esta forma.
El detenido rogaba que lo soltaran, pero llamaron a la patrulla para que lo trasladase al departamento de policía y mientras esperaban le leyeron sus derechos.
Ellos volvieron al Chevrolet, Pedro abrió la guantera y sacó un kit de primeros auxilios para limpiar con antiséptico la comisura del labio a Eva. Ella se negaba, pero él tozudamente se salió con la suya.
—¿Seguro que estás bien?
—Claro, Pedro, estoy de una pieza, ¿no me ves? Tranquilo, es mi trabajo y sé cómo hacerlo; después de todo yo he atrapado al sospechoso y tú no.
—No me lo recuerdes. Joder, estoy hecho una furia, ahora el desgraciado se esconderá muy bien para que no lo encontremos. —Golpeó el techo del Chevrolet.
—No es culpa tuya. Si nos hubiéramos dado cuenta de que no estaba solo...
Pedro puso una mueca de fastidio.
Se trasladaron hacia el departamento de policía para terminar con el arresto, le imputaron al detenido los cargos de resistencia a la autoridad, al no haber otra cosa que pudieran endilgarle. Lo que buscaban en realidad era información para encontrar al vendedor que se les había escapado, así que lo retuvieron lo máximo que pudieron y lo interrogaron frente a un abogado de oficio que el acusado había solicitado acogiéndose a sus derechos, pero nada pudieron obtener de aquel tipo.
—¡Qué día de mierda! —se quejó Pedro mientras terminaba el papeleo del arresto.
—Tan malo no ha sido, Alfonso, tenemos a uno en el trullo.
—No lo digas, Eva, sabes tan bien como yo que el que tenemos nos aleja aún mucho más de nuestro verdadero objetivo.
Aporreó el escritorio.
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