miércoles, 17 de febrero de 2016

CAPITULO 12






Después de un arduo día de trabajo, salieron del departamento de policía cada uno hacia su casa.


Caminaban a la par, con cierta parsimonia, cuando en el aparcamiento Pedro sorprendió a la detective Gonzales:
—¿Aún sigue en pie la cena? Si la memoria no me falla, me debes una.


—Por supuesto, Pedro, si te apetece. Sé que no ha sido un buen día para ti, así que no te sientas obligado, podemos dejarla tranquilamente para otra noche.


—De ninguna manera, una buena cena con una excelente compañía es lo ideal para desembarazarme de todo el mal humor de hoy.


—Genial. En ese caso, sí.


—¿Adónde quieres ir? Pretendo consentirte y dejarte elegir el lugar.


—Te invito a cenar a mi casa, estaremos más tranquilos. ¿Qué dices?


—Me parece una fantástica idea, pues te confieso que estoy harto de comer en la calle. ¿Llevo comida, o me sorprenderás porque sabes cocinar?


—¿Cocinar? —Se carcajeó—. ¿Qué es eso? Pregúntame de armas, de procedimientos, de emboscadas, y podré suministrarte muy buenos secretos, pero de cocina... Nooo, definitivamente no tengo ni idea.


No dejaron de reír.


—No te preocupes, pues, llevaré comida.


—Es mi casa, así que me corresponde a mí, que soy la anfitriona. Tú tampoco te preocupes, prometo que no desfalleceremos de hambre. Dejo en tus manos el vino.


Pedro asintió con la cabeza.


—¿A las ocho está bien?


—Perfecto, te espero a las ocho.



****


Faltaban poco más de treinta minutos para la hora acordada, si pretendía llegar puntual era mejor que se pusiera en camino. Cogió las botellas de vino que pensaba llevar y salió de su casa. En el garaje puso en marcha el coche y el motor rugió como una fiera; adoraba el sonido de su BMW Z4M. 


Justo cuando estaba a punto de salir, sonrió estúpidamente, movió los pies de los pedales y dio un golpe al volante.


«¡Si seré idiota, no le he preguntado a Eva su dirección!»


Cogió el móvil y tecleó un texto.


Eva, lo siento, no podré ir.


No te preocupes, Pedro.



****


La detective se sintió frustrada y contrariada, pensó que al menos podría haberla avisado con antelación y no hacerle preparar todo en vano. Pero no iba a preguntarle por qué razón no iría; ni su orgullo ni su esencia le permitían mostrarse endeble.


Es que no tengo tu dirección... si me la facilitas, prometo que en menos que canta un gallo estoy ahí.


¡Serás bobo!


Jajaja, dime que te habías dado cuenta y acepto lo de bobo.


Eva tenía una sonrisa tonta dibujada en el rostro, de golpe se volvió a sentir animada. Le envió su dirección.


Mientras lo esperaba, terminó con los últimos toques en la mesa. Había puesto unos candelabros sencillos y unas flores entre los dos platos, y se colocó a un lado para ver el resultado.


«Hum, no, mejor quito las velas, no es una cita de ésas.»


Las colocó sobre el mobiliario, en el lugar donde solían estar. 


Volvió a ponerse al lado de la mesa y quitó el pequeño florero.


«Las flores tampoco, es demasiado romántico y sólo es una cena de compañeros de trabajo. —Se quedó mirando el resultado—. Sí, así está mejor.»


El temporizador del horno sonó, indicando que la carne con patatas ya estaba caliente. Para verificar que todo estaba en orden, cogió un paño y abrió el horno, comprobó que la comida tenía buena pinta y lo volvió a cerrar para que conservase la temperatura.


Sonó el timbre de entrada. Eva alisó su falda, deslizó los dedos por el cabello —que llevaba suelto, a diferencia de en horas de trabajo— y caminó decidida hacia la puerta. No obstante, antes de abrir miró por la mirilla para comprobar que al otro lado estaba la persona que esperaba.


—Hola, Pedro, qué puntual —señaló al abrir.


—Después de seis meses de trabajar conmigo, tendrías que saber que soy así.


—Sí, ya lo sé. Sólo quería ser amable.


—Claro, era una broma. —Le guiñó un ojo.


—¡Qué bromista estás hoy!


—¿Has visto? Estoy de muy buen humor, he dejado todo lo negativo en el departamento de policía, como debe ser. —Ella asintió sonriente—. Toma, esto es para ti. También soy un caballero y sé que cuando se va a la casa de una dama es de buena educación llevarle flores. Espero que no seas
de ésas a las que no les gustan.


—Gracias, Pedro, son preciosas.


El detalle la desarmó, las olió brevemente para no demostrar cuánto le habían gustado.


—Y he traído el vino, como habíamos quedado. —Le extendió una bolsa de papel, que contenía un tinto de crianza y un sauvignon blanc—. Como no sabía qué comeríamos, he traído dos botellas.


—Carne al horno, así que tinto. Pasa, por favor.


—Después de ti, ya te he dicho que soy un caballero. 
Déjame tratarte como el hombre que soy y olvidémonos por un rato de que eres la detective Gonzales. No es que en el trabajo no seas una dama, pero sé que prefieres que te trate como una colega.


Aprovechó para mirarle el culo.


«Que me mire el culo de esa manera no es de caballeros», pensó ella, pero siguió caminando y aprovechó para contonearse un poquito más.


—Espero que no lo tomes a mal —le advirtió ladeando la cabeza y hablándole a los ojos—, pero tienes unas piernas bonitas. Estoy acostumbrado a verte en pantalones, y es toda una revelación verte así vestida.


—Gracias, Pedro, no me lo tomo a mal; al contrario, te agradezco que lo digas. —Le extendió un sacacorchos—. Toma, mientras sirvo los platos, ¿por qué no te encargas del vino? Las copas están en la mesa; quítate el abrigo y siéntete como en casa, por favor.


Alfonso echó los hombros hacia atrás para que su abrigo se deslizara y se lo quitó con rapidez; los días frescos del otoño comenzaban a hacerse notar y el clima en Nueva York estaba bastante destemplado, pero en la casa de Eva la temperatura era la ideal.


Se sentaron a cenar uno frente al otro y Pedro no pudo esperar a enterrar el tenedor en la carne, que se veía muy apetitosa.


—Mmm, tendrás que pasarme el teléfono del servicio de comidas que usas, cocinan mejor que en el mío.


—Luego te lo paso —dijo ella con la sonrisa instalada en su rostro mientras lo veía disfrutar de la comida—. Brindemos: Por la primera de muchas otras cenas. ¡Chin, chin!


Chocaron las copas y Pedro le regaló una sonrisa increíble.


—Creo que nunca te lo he dicho, pero me agrada mucho trabajar contigo. Te confesaré algo: Cuando mi compañero anterior se fue al FBI y el capitán Martens me informó de que ya tenían quien lo sustituyera, los improperios que lancé cuando me enteré de que eras tú, llegaron hasta el último
piso del departamento. Las abolladuras que hay en mi taquilla son de ese día, ahora lo sabes. —Pedro bajó la mirada levemente, apenado con la confesión pero en el fondo aliviado por mostrarse sincero; hacía mucho tiempo que quería decírselo y no encontraba el momento—. No podía creer que me pusieran a trabajar con una mujer, pensé que tendría que ser tu niñera, me enfadé muchísimo. Pero
debo reconocer que me has sorprendido: cuando peleas te plantas de una manera que... ¡Dios! No quisiera tener una lucha cuerpo a cuerpo contigo.


Ella se carcajeó.


—Pues a ver cuándo tenemos una, porque me encantaría medirme contigo. ¿O me tienes miedo?


—Cuando gustes, Eva, lo arreglamos.


—Creí que te acobardarías.


—No intentes tomar ventaja de mi confesión —dijo él bajando un poco la cabeza y mirándola entre las pestañas con una sonrisa de lado—. Que sienta respeto por ti es muy diferente a que te tenga miedo.


—Voy por agua —señaló Eva poniéndose de pie.


De pronto, como en un acto de magia, tiró del mantel y lo quitó de la mesa sin derribar una sola cosa de las que allí había. Pedro, suponiendo que todo se caería, se apartó, pero para su sorpresa no pasó nada, y se quedó mirándola con verdadero asombro.


—¡Vaya sorpresa! Esto es fabuloso, ¿dónde lo has aprendido? Quiero que me enseñes este truco.


—Se dice el pecado pero no el pecador. —Le guiñó el ojo—. Espero seguir sorprendiéndote... no es bueno que subestimes a tu rival por ser mujer, recuérdalo siempre.


—Te acabo de decir que hace tiempo que dejé de subestimarte.


Se la quedó mirando mientras ella se alejaba hacia la cocina y su voz sonó firme, aunque sus ojos y sus apreciaciones no lo eran tanto. Eva caminaba contoneándose en su vestido, y la seguridad de Pedro se tambaleaba cuando fijaba la vista en esas nalgas; al fin y al cabo era un hombre y sus instintos se despertaban. Bebió de su copa y ladeó la mirada, esas sensaciones eran embarazosas y no dejaba de tenerlas. Siguieron comiendo entre charla, risas y millones de ocurrencias, olvidando por momentos que eran compañeros de trabajo.


—El café es lo que mejor sé hacer, así que no temas, creo que no corres peligro de intoxicarte con él.


—Soy kamikaze, lo acepto.


Compartieron el café sentados en el sofá, conversando sobre diversos temas, de todo un poco menos del trabajo; ambos querían dejarlo de lado por unas horas y no mezclar ese rato de ocio con la vorágine que compartían en el departamento.


Se sentían muy a gusto el uno con la otra y todo parecía indicar que fuera del trabajo habían logrado llevarse tan bien como dentro de él. En cierto momento, ella se quitó los zapatos y encogió las piernas bajo su trasero; con un movimiento despreocupado se recostó sobre el respaldo del sillón mientras jugueteaba con el pelo y escuchaba a Pedro


Él se fijó en sus caderas, que con la postura habían quedado expuestas a la vista. Era muy sensual. Pedro no se explicaba por qué no podía apartar esos pensamientos de su mente desde que había llegado. Quizá verla con ese vestido lo había descolocado un poco.


—¿Qué ocurre? ¿Por qué me miras así, Pedro?


—¿Así, cómo? No te miro de ninguna manera especial.


—Disculpa, me lo ha parecido.


Se quedaron en silencio mirándose a los ojos, como si de pronto los temas de conversación se hubieran agotado, y el deseo pareció surgir en ambos. Pedro se dejó llevar por sus instintos varoniles y, acercándose peligrosamente a la boca de Eva la examinó, le acarició el rostro con la punta de la nariz y cerró los ojos para disfrutar de su suavidad. Volvió a sus labios, y casi como en una suave caricia, los rozó con los suyos. Ella se mostró decidida, no intentó apartarse; él abrió los ojos y se vio en esa mirada ámbar con mezclas de jade, la cogió con una mano de la nuca y, sin demorarse
más, se apoderó de sus labios.


El beso no lo eclipsó, pero el sabor de su boca era bueno, la probó un rato más. De pronto, en un rapto de raciocinio, dejó el beso y apoyó la frente en la de ella. Se sintió consumido por el momento, y dejó escapar un jadeo involuntario mientras trataba de obtener una bocanada de aire antes de hablar.


—Esto no está bien —dijo embarullado, sabiendo que debía contener su apetito—. No es lo más sensato ni adecuado para nuestro trabajo, no estaría bien que nos liásemos. —Le apartó el cabello pelirrojo de la cara mientras le reseguía el contorno con extrema suavidad—. Me gusta tenerte como
compañera, pero si continuamos avanzando eso ya no sería posible.
»Nos estamos dejando llevar por el momento, pero tanto tú como yo sabemos que quizá no vale la pena arriesgarlo todo por un instante en que nos ha superado la atracción.


—Lo sé, Pedro, lo entiendo perfectamente.


Eva habló aún convulsionada por los vestigios del beso.


Ambos exhalaron profundamente intentando recomponerse de lo ardiente que el beso había sido.


Pedro le dio uno muy tierno en la punta de la nariz y se apartó de ella. Sentía que el vaquero le iba a reventar, su miembro estaba duro y doliente. Se sentó con los codos apoyados en las piernas mientras esperaba que su erección cediera, estaba muy incómodo en ese estado.


Ella probó entonces un último ardid para impedir lo que estaba segura de que sucedería cuando él consiguiera serenarse.


—¿Quieres otro café, Pedro? —le preguntó sabiendo cuál sería la respuesta, y enseguida se sintió una estúpida por el ofrecimiento.


A ella no le importaba que hubieran cruzado las barreras, lo único que ansiaba en ese momento era forzar el instante y llevarlo a su cama, probarlo y que la poseyera, saber si todas sus fantasías con Pedro Alfonso eran ciertas. Había descubierto que Pedro le atraía demasiado, y que prefería tenerlo como amante y no como compañero. Pero era evidente que él no sentía lo mismo y no estaba dispuesto a trasponer un pie por nada. Cuando él se detuvo fue precisamente porque supo que Eva no era una mujer sólo para quitarse las ganas —si lo que quería era eso, su agenda estaba llena de números de teléfono—, así que prefirió parar antes de arrepentirse de haber atravesado el pequeño umbral del placer.


—Te lo agradezco, pero creo que es mejor que me vaya. —Pedro se puso de pie, cogió su chaqueta y ella lo siguió en silencio—. Hasta mañana, Eva.


La agarró de la nuca, la miró a los ojos y le dedicó una sonrisa conformista. Luego le besó la frente y se marchó.




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