miércoles, 17 de febrero de 2016
CAPITULO 11
Iban de regreso a la galería y estaban detenidas en un stop.
—¡Ahora no me digas que no lo has visto! ¿Te has dado cuenta de lo guapo que es? —preguntó Maite, esperando que de una vez por todas la testaruda de su amiga diera el brazo a torcer.
—No me ha parecido para tanto.
—¿Que no te ha parecido para tanto? Paula, pide una consulta con tu oftalmólogo, por favor, porque ese caramelito está como quiere... ¡pero si casi me he muerto con la sonrisa que nos ha regalado cuando nos ha visto salir del probador! Además, estoy segura de que nos ha reconocido. Dame la razón: ¡está buenísimo! Por reconocerlo no te transformarás en una esposa infiel.
—Está bien, con tal de que acabes y no me taladres más la cabeza te digo lo que quieres oír: es bien parecido, sí, pero yo ya no me ocupo de admirar hombres en la calle, eso te lo dejo a ti. Después de todo, si tanto te ha gustado podrías haberle pedido el teléfono.
—¿Crees que no lo habría hecho si no hubiera aparecido la loba esa? ¿Quién será?
—No tienes remedio, Maite. Pero te informo de que si anda con una loba y al mismo tiempo se dedica a sonreír a otras mujeres, es obvio que no es de fiar.
—Si le hubiera pedido el teléfono no habría sido precisamente para mí, pues me ha quedado más que claro que ese caramelo no tiene interés en este cuerpo —dijo deslizando la mano por la cintura, mientras con la otra sostenía el volante, atenta al camino—. Te ha desnudado con la mirada, Pau, y esa loba no creo que sea de su agrado, porque cuando la ha visto se ha mostrado contrariado por la interrupción.
—Basta, Maite, no quiero seguir oyéndote —dijo ella simulando sentirse deshonrada, cuando la única verdad era que su corazón saltaba de contento por lo que había insinuado. Aun así trató de desviar el tema para salir del ojo de la tormenta, lugar en el que Maite se empecinaba en meterla—.Hemos comprado muchas cosas, ¿verdad?
—Sí, necesitaremos comprar también un armario para meter todo esto en la galería.
—No dejes de cobrarte lo que hemos gastado hoy, cógelo del dinero de las ventas —recordó para que Maite no lo olvidara, pues con el fin de que Manuel no se diera cuenta de las compras habían pagado todo con la tarjeta de ella.
—Tranquila, Pau, mi economía no se verá comprometida por unas cuantas compras.
—No, Maite, eso no era lo acordado. ¿Por qué siempre te empecinas en cambiar las cosas sobre la marcha? No me hagas sentir arrepentida y considerar que todo esto ha sido una gran locura.
—Bueno, tranquila, te juro que cogeré el dinero de la caja.
—Genial, así ha de ser.
Apenas llegaron, como se había hecho bastante tarde, Paula entró por una puerta y se dispuso a salir por la otra.
—Adiós, Ed. Maite te contará todo sin escatimar en detalles, incluso creo que con algunos exagerará más de la cuenta, como es su costumbre, así que ya sabes, amigo, no le des crédito a todo lo que te diga.
Lamento no poder quedarme más tiempo y no poder corroborar si lo que te dice es cierto o exagera.
—No exageraré en nada. Sólo te diré que nos hemos vuelto a encontrar con el adonis del bar de la otra noche, y que lisa y llanamente su mirada era de rayos X; quería traspasar el vestido de Paula y escudriñar lo que había bajo la tela.
— Oh my God! Oh my God! ¡Me muero, me va a dar algo!
Eduardo parecía una gallina clueca gritando y dando brincos.
—Adiós, ya estás exagerando. Cree la mitad de lo que te diga, Ed, sólo nos cruzamos y nada más. Pero estoy segura de que hasta te contará una historia rosa. Yo me convertiré en Vivien Leigh y el desconocido será Clark Gable, y protagonizaremos una nueva versión de Lo que el viento se llevó.
—Te equivocas, seréis Scarlett O’Hara y Rhett Butler.
Los tres se rieron. Maite solamente había cambiado los nombres de los actores por los nombres de ficción de la famosa película.
—Adiós, no sé qué haría sin vuestro buen humor.
Paula traspuso la puerta de salida y desapareció de la galería Clio Art.
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