sábado, 27 de febrero de 2016

CAPITULO 46





Había pasado más de una semana, y Paula supuestamente seguía en casa de sus padres.


El humor de Pedro se había agriado, no podía dejar de pensar en ella y ansiaba verla más allá de todo razonamiento. Estaba tan fastidiado que le costaba concentrarse en el trabajo, y eso lo ponía de muy mal humor. 


Desde que la había conocido se había apoderado de cada uno de sus pensamientos, y estaba comenzando a sentirse un estúpido por estar tan pendiente de ella. De pronto se vio sentado tras su escritorio y odió depender de las órdenes de un superior, aunque se dio cuenta de que, en realidad, no tenía por qué hacerlo, pues era el dueño de una de las empresas de desarrollo electrónico más grandes de Texas. 


Si no fuera policía, podría disponer de sus horarios como y cuando quisiera, y ésa le pareció la mejor solución, ya que lo que más deseaba en ese momento era salir corriendo a
buscarla a dondequiera que estuviese. Pero pronto se deshizo de esos pensamientos, ¿desde cuándo imaginaba que podía hacer otra cosa que no fuera la que hacía? 


Ofuscado, arrojó al suelo el bolígrafo que tenía en la mano al caer en la cuenta de lo que su atormentada mente conjeturaba: no podía creer lo que esa mujer hacía con él, era capaz de desbaratar todo lo que antes tenía muy claro.


El departamento estaba aquel día sumergido en un silencio inusual. Pedro miró a su alrededor y cada uno estaba enfrascado en sus tareas. Sólo se encontró con los ojos de Eva, que lo miraba sin disimulo, estudiándolo, pero eso no le preocupó.


«Maite, no soporto un día más sin verte. No es posible que sólo esté pensando en ti durante todo el día, como un bobo.»


Sintió una desazón en el pecho, pues hacía días que tenía la sensación de que para ella no era lo mismo, únicamente lo llamaba una vez al día y siempre esgrimía excusas para cortar deprisa la conversación. Luego, las veces que él intentaba llamarla, siempre salía el contestador. Cada día la notaba más distante, y eso le ponía de un humor de perros; saber que él se había entregado por completo lo hacía sentir un estúpido.




Por su parte, para Paula había sido imposible comunicarse con su hermano: A estaba en Portugal en medio de una campaña publicitaria, y le quedaban unos días para regresar de Lisboa. Aun así, lo que ellos tenían que hablar no era para hacerlo por teléfono, así que debía esperar a que regresara.


Esa mañana, después de desayunar en el estudio, hastiada de todo cuanto la rodeaba, se dirigió al salón. Se sentía abrumada en esa casa, las horas del día parecían no tener fin y ni siquiera pintar la abstraía de los problemas; eso era grave, pues la pintura era su pasión. Se pasaba el día pensando en Pedro, añorando sus besos y sus caricias.


Manuel, que había salido muy temprano, volvió de pronto acompañado por Samantha Stuart.


Saludaron a Paula de pasada y se encerraron a trabajar en el despacho. Oyó tras la puerta que preparaban un viaje a Washington; de vez en cuando Manuel debía trasladarse allí por su cargo como senador. Sintió alivio, le hizo ilusión pensar que se alejaría de la ciudad y ansió con todas sus fuerzas que no la obligase a acompañarlo.


Se dejó caer en el sillón de la sala y se repantigó en él dando un suspiro. Estaba agobiada, alrededor de sus ojos la coloración violácea se acentuaba por el agotamiento físico y mental que experimentaba, ya que hacía días que no dormía bien. Nada parecía tener solución; esa semana había tenido que acompañar a Manuel a varios actos de campaña y mostrarse como una esposa abnegada, volcada en la carrera política de su esposo y decidida a acompañarlo en el camino, haciendo ver que creía en él de todo corazón.


Por otra parte, cada vez le costaba más mantener la mentira que le había contado a Pedro, ya no sabía qué excusa poner para que él siguiera creyendo que continuaba en casa de sus padres. Sentía a cada instante que lo perdía y que un abismo había comenzado a abrirse entre ellos; eso la desanimaba cada vez más, porque la brecha parecía insalvable.




Era miércoles, y por suerte Wheels no la había obligado a ir con él de campaña, así que a pesar de las órdenes que éste había dado obligó a Dylan a llevarla a la galería.


—Si usted no me lleva, me voy sola, y seguro que su patrón se enfadará bastante cuando se entere.
¿O es que pretende mantenerme encerrada contra mi voluntad?


Cuando Dylan se preparaba para estacionar delante de la galería vio el coche de Pedro frente a Clio. Casi se muere de un síncope.


—He cambiado de opinión, lléveme de regreso a casa —ordenó con apremio.


El prosaico guardaespaldas se dio la vuelta con extrema parsimonia y la miró por encima de las gafas.— ¿No me ha oído, Dylan? Volvemos a Park Avenue.


El hombre bufó, puso la marcha y se alejó del lugar.


—Tranquilo, caramelito. Maite necesita estos días con su familia, debe de estar creando el ambiente propicio para hablar con su padre, para ella es muy importante que acepten vuestra relación.


—Me siento un estúpido. La llamo y nunca puede contestar el teléfono. Mi paciencia tiene un límite, y con tu amiga he sido más paciente de lo que todo humano puede serlo; ya empiezo a creer que soy un idiota por tener tantos miramientos con ella.


—Te entiendo, créeme que lo hago. Pedro, Maite se muere por ti, de la misma forma que tú te mueres por ella.


—La siento muy distante. Yo no soy así y eso me enfurece, parezco un inseguro y un inexperto.


—Bombonazo, te aseguro que ella nunca ha sido tan feliz como lo es a tu lado. La haces sentir una reina.


Oír eso lo alegró, pues necesitaba creer en lo que la rubia le decía, pero aun así no le bastaba con lo dicho: necesitaba hechos, necesitaba que Paula se la jugara por él tanto como él lo hacía por ella, necesitaba que actuase de la misma forma que él, dejando de lado su orgullo.


—Te aseguro que no existe nadie más transparente que mi amiga, y que todo cuanto hace es por defender vuestra relación. La familia de Maite no es fácil, su padre es muy autoritario, de hecho a su exmarido se lo escogió él.


Pedro la miró calculando cada palabra.


—Supongo que sabes que aún no sé quién es su ex, y eso me cabrea, y acabo de enterarme de que su familia pactó ese matrimonio. Me cuesta creer que en pleno siglo XXI aún haya matrimonios arreglados.


—¿No lo sabías? No estaba al tanto —mintió Maite—. Bueno, lamento la indiscreción, no es a mí a quien corresponde hablar de su vida. Entiendo que eres lo mejor que le ha pasado, sé reconocer a un buen hombre y tú lo eres; hasta me da un poco de envidia, pues yo no puedo encontrar por ningún lado a uno como tú —bromeó para quitarle un poco de seriedad al asunto. Pedro sonrió con desgana, no era ningún tonto y sabía de sobra que lo quería engatusar con su adulación—. Ya te lo contará, no es que no confíe en ti, más bien es todo lo contrario, creo que lo hace para protegerte.


—¿Protegerme? ¿De qué me tiene que proteger?


Las alarmas de Pedro sonaron con esas palabras.


Maite se arrepintió de inmediato de lo que había dicho, era una bocazas; largó un improperio para sus adentros amonestándose a sí misma. A Pedro se lo veía tan mal que en realidad no sabía cómo tranquilizarlo. De todas formas, ese hombre tenía toda la razón para estar como estaba; si se ponía dos minutos bajo su piel a Miate le resultaba increíble que a pesar de las facilidades que tenía para averiguarlo todo no lo hubiera hecho hasta el momento. Lo miró fijamente a los ojos y no lo consideró un estúpido, aunque supuso que así sería como él se sentiría al averiguarlo todo. El hombre que tenía delante no era un debilucho ni un tipo sin carácter; se podía deducir en el ancho de su cuello, en los músculos que se le marcaban, en sus mandíbulas cuadradas, que apretaba mientras pensaba en cada palabra que ella decía, en sus manos, de gran tamaño, venosas, potentes. Comprendió que frente a ella había un hombre de carácter fuerte y portentoso, pero que estaba sumamente enamorado de su mejor amiga y por eso había decidido darle espacio y tiempo. Había resuelto ser paciente, todo lo paciente que Paula necesitaba que fueran con ella, debido a lo dañada que estaba por causa del malnacido de Wheels.


Él le agarró el antebrazo para hacerla salir de su mutismo y volvió a preguntarle: —¿De quién me tengo que proteger? ¿Qué clase de persona es el ex de Maite?


—No, bombón, no imagines nada raro, yo soy una exagerada, siempre me pasa esto. No quería decir protegerte, me he expresado mal, debí haber dicho hacerte a un lado. Maite pretende afrontar esto sola y quiere preservar vuestro amor.


Sé quedó mirándola, no le cuadraba la explicación, no del todo.


—Yo estoy en esto con ella, no entiendo por qué me quiere dejar al margen, no quiero que afronte nada sola, y menos a esa bestia. Cuando regrese me lo tendrá que decir todo, no esperaré más; esto te lo digo a ti y espero que no se lo cuentes, pero de ese infeliz voy a encargarme con mis propias manos.


Maite no pudo disimular la alegría que las palabras de Pedro le producían, pensó que eso era lo que Manuel necesitaba, una buena lección.


Por un instante barajó la posibilidad de contárselo todo de una vez, pero para ella era muy importante la amistad de Paula y no quería traicionarla, no podría soportar que ya no confiase en ella; además, era justo que le permitiera tomar sus propias decisiones. Equivocada o no, ella tenía que aprender a actuar en consecuencia con sus actos y no dirigida por nadie, como siempre había sido.


—No te enfurezcas, sé de sobra cuánto te cuesta contenerte, supongo que mucho más teniéndolo todo a tu alcance. Créeme que tu esfuerzo me produce admiración y sé que sabes que Maite necesita que confíen en ella y que la dejen hacer a su modo. Hace mucho que no toma sus propias decisiones, creo que en realidad nunca lo ha hecho. Por eso es importante que le des espacio y tiempo.


—Lo sé, por eso me aguanto, sé que necesita que confíen en ella.


Cerró el puño y lo apretó con ímpetu, imaginando el momento en que por fin pudiera tener frente a él al exmarido de la que consideraba su mujer.


En ese instante Ed ingresó en la galería por la puerta de atrás con unos empleados; llevaban una colección de pinturas del artista que exponía esa semana.


—¿Os conocéis? Creo que no.


—No formalmente, pero lo recuerdo muy bien. Éste es el adonis que le pagó la copa a nuestra querida amiga en The Counting Room.


—Tú debes de ser Eduardo. Maite me ha hablado mucho de ti.


—Espero que lo que te haya dicho sea bueno.


Pedro extendió la mano para saludarlo, pero Ed no resistió la tentación y le dio un suave beso en la mejilla, deseaba poder olfatear su masculino olor. Pedro sonrió, Paula ya le había hablado de las preferencias sexuales de su amigo, que no se preocupaba en disimular.


—Espero que no lo tomes a mal, pero he de decirte que saber que llevas un arma y una placa me resulta sumamente atractivo. Supongo que más de uno te lo habrá dicho...


—A decir verdad, eres el primer hombre que me lo dice. Debo reconocer, y tampoco lo tomes a mal, que por lo general esos halagos los recibo de parte de mujeres.


Los tres se rieron.


—¿Nuestra amiga ya ha vuelto? ¿Ése el motivo de tan encantadora visita?


—No, Ed, sigue en casa de sus padres —le hizo saber Maite.


—Ok, ok. —Dio un suspiro exagerado—. No quiero parecer descortés, pero alguien debe trabajar en esta galería, así que si me disculpáis os dejo un instante. Voy a comprobar que se baja la colección de Merleau con cuidado, que si les quito un ojo de encima a los operarios tratan esas piezas de arte como bultos en el puerto.


—Yo también aprovecharé para irme, debo trabajar —dijo Pedro mirando su reloj.





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