miércoles, 9 de marzo de 2016
CAPITULO 80
A altas horas de la madrugada, el levantamiento de cuerpos, pruebas, huellas y los análisis forenses habían terminado, se dejó custodia en el lugar para preservar la escena, por si hacía falta regresar. De esa forma estarían seguros de que nadie sin autorización irrumpiría allí.
La anciana no aportó ningún dato nuevo. Pedro subió a su coche y fue directo hacia el departamento de policía, entró en el recinto y sus compañeros se asombraron al verlo llegar.
—¿Qué haces aquí? Ve a tu casa a descansar —le sugirió Strangger, que acababa de servirse un café en la máquina expendedora.
—Quiero hacer los informes con vosotros, necesito ser el portavoz de Eva y poner todo este caos en orden.
—Pedro —le manifestó Conelly, apoyándole una mano en el hombro—, has trabajado todo el día sin descanso, nosotros elaboraremos los informes y mañana tú puedes leerlos para ver si estás conforme y no se nos ha pasado nada.
»Ve a tu casa y descansa, necesitas asimilar todo lo que ha ocurrido, estoy seguro de que si estás más tranquilo tu mente rendirá mucho más.
Les costó convencerlo, pero finalmente accedió a irse.
De pronto, Alfonso se encontró frente a la Oficina Forense de Nueva York. No podía concebir que el cuerpo de Eva estuviera en ese lugar, cerró los puños con fuerza asiéndose del volante, hasta que pensó que lo arrancaría si seguía ejerciendo presión. Se sintió impotente y, cuando se quedó solo, se deshizo de la coraza de detective y se puso en la piel del hombre, compañero y camarada; golpeó el volante con la palma de la mano, luego con el puño cerrado, finalmente dejó caer la cabeza sobre él y sintió que se desmoronaba mientras farfullaba insultos. Sabiendo que no podía continuar de esa forma, se exigió mantener la cordura, pero le resultaba difícil. Arrancó el Chevrolet Caprice haciendo crujir los neumáticos, necesitaba alejarse, pasaba de un estado de ánimo a otro en segundos.
Llegó a su casa y se sentó a oscuras en el sofá del comedor, intentando encauzar sus pensamientos, pero el teléfono lo sacó de sus cavilaciones. Miró la pantalla de su móvil. Era Paula, temió por la hora que era.
—¿Qué sucede, Paula?
—Eso mismo quisiera saber yo, no he pegado ojo esperando tu llamada. Sabes que me quedo muy intranquila cuando tienes una alerta.
—Perdón, te pido disculpas. Tienes razón, te he dicho que te llamaría, pero ha sido una noche muy larga. Acabo de llegar.
—¿Ahora? Pedro, terminarás enfermando por trabajar tantas horas. Te noto abatido.
Alfonso lanzó un suspiro claramente audible y se puso de pie. Con movimientos lánguidos se quitó el abrigo, mientras se dirigía hacia el dormitorio. Desabrochó su pistolera y se desembarazó de ese peso dejándola sobre la mesilla de noche.
—Tienes razón, no estoy bien. Aún me cuesta creer lo que ha ocurrido.
—¿Qué ha pasado, Pedro?
—Mi compañera —hizo una pausa—, Eva ha sufrido un asalto. —No entraría en detalles—. Está muerta.
—¡Santo Dios! ¿Cómo estás, mi amor?
—Me siento incrédulo, en mi profesión estoy acostumbrado a esto, pero cuando te toca de cerca se hace muy cuesta arriba.
—Quisiera estar a tu lado.
—No te preocupes, escucharte ya me ha devuelto a la realidad, gracias por haber llamado y discúlpame que te haya tenido en vela toda la noche.
—No te aflijas, olvídalo, es obvio que no tenías la cabeza para pensar en llamarme. ¿Hay alguna pista de quién pudo haber sido?
—Aún no, los encargados están procesando todas las pruebas recogidas en el lugar, veremos qué se puede obtener de eso y de la autopsia. No descansaré hasta encontrar al culpable.
—Ten confianza, y también mucho cuidado. Pedro, ¿por qué no tienes una profesión menos complicada? Vivo con el corazón encogido.
—No debes preocuparte. Ahora ve y descansa.
—Tú eres quien debe descansar, te siento hecho trizas.
—Lo estoy, creo que estoy empezando a acusar el cansancio de la adrenalina que ha circulado en la noche por mi cuerpo.
Después de que se despidieran se sentó en el borde de la cama, se inclinó para desatar los cordones de sus zapatos y notó que algo se le incrustaba en el abdomen; se dio cuenta de que no se había quitado la placa. Se quedó mirándola, sosteniéndola en sus manos como en trance. Su vista se fijó en el molino de viento, representativo de los primeros colonos alemanes. Estudió también el reflejo del marino, que simbolizaba el comercio marítimo de la bahía, y el del nativo americano, que representaba a los habitantes de Manhattan. «Una tierra para todos» se dijo, y entonces pensó en Eva,
y en su familia, que habían llegado desde México hacía muchos años. Siguió estudiando la placa y paseó la vista por el águila, símbolo nacional; «en Dios confiamos», expresó al mirarla. Luego reparó en las cinco estrellas, representativas de los cinco distritos neoyorquinos, y se detuvo finalmente en la balanza de la justicia, cuyo reflejo es la misión legal de la policía.
—Haré justicia, Eva, no descansaré hasta conseguirla, porque si no, esta placa que tengo entre mis manos no tendría sentido.
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No creí que ella iba a terminar así. Es genial Carmen!!
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