miércoles, 2 de marzo de 2016

CAPITULO 57





Estaban todos sentados. Pedro, antes de subir, había recogido todo lo del bolso y tenía en su poder las fotos y los informes, que estaba releyendo.


—Esto no es broma, Agustin. ¿Estás diciendo la verdad, que sólo fue un favor?


—Te lo juro, yo soy un bala perdida, ya lo sabes, pero no sería capaz de meterme en algo así. Me conoces como nadie, a mí me gusta pasarlo bien, pero sabes de sobra que las drogas las prefiero bien lejos, tú y yo hemos salido miles de veces, nos han ofrecido consumirlas y siempre las he rechazado.
¿Te parece que me metería en algo así? ¡Qué va! Si te digo que el intachable senador se tendrá que explicar, es porque es así. ¿En qué mierda está metido tu marido?


—Manuel no es mi marido, hace tiempo que dejó de serlo, ahora sólo tenemos un trato. —Miró odiosamente a Pedro a los ojos—. Yo aparento ser la esposa más feliz del mundo, como pantalla para su carrera, y él no te manda a la cárcel.


—¿Qué? Si yo no he hecho nada para ir a la cárcel.


—¿Por qué mierda no me lo dijiste todo, Paula? ¿Cómo pensabas frenar esto sola? ¿Por qué no confiaste en mí? —Pedro se lo reprochaba, no podía contenerse.


—Te lo dije.


Maite se lo dijo en la cara a Paula, que no le contestó, sólo la miró para que se callara.


—Agustin, hasta que se demuestre que tú no tienes nada que ver, podrías pasarte un buen tiempo en la cárcel.


—¿Qué?


—Por eso te digo que de esto no hables con nadie.


—¿Manuel te ha pegado?


—Esto no es nada, tu cuñadito hace años que muele a palos a tu hermana. Si tú la hubieras visto como yo la vi no creerías que aún estuviera con vida, pero como es una cabezota...


Agustin se quedó de piedra, se acuclilló frente a Paula, que se retorcía las manos, y las cogió entre las de él.


—Pau, ¿es eso cierto? —Paula se abrazó a su hermano y lloró desconsoladamente hundiendo la cara en su cuello, él, para que se tranquilizara, le acarició la espalda y le dio besos en el pelo—. ¿Por qué no me lo dijiste, por qué me entero ahora?


—No era fácil, él... él me tenía tan sometida que yo no era dueña de mis pensamientos. Además, era muy humillante para mí.


—Quiero matarlo, Paula, quiero pegarle hasta que no pueda más.


—Yo también quiero destriparlo —intervino Alfonso—. Pero ahora, con esas fotos, el muy desgraciado nos tiene atados de pies y manos. Escuchadme muy bien: ni una sola palabra a nadie de todo esto. ¿Quién más lo sabe? —le preguntó a Paula, que se negaba a contestar.


—Ed también lo sabe —dijo Maite. Pedro clavó los ojos en Paula.


—Nadie más —aseguró ella.


—Eduarcito es una tumba, no hay de qué preocuparse, caramelito.


—¿Caramelito? —Agustin lo miró y Pedro puso los ojos en blanco—. ¿Qué me estoy perdiendo? ¿Os conocéis de antes? Maite... Maite se llama tu chica... —Señaló a Pedro y a Maite—. Un momento, tú dijiste que estaba casada y que su marido... ¡Oh, Dios mío! ¡Tú y Paula...!


—Eres corto, nene… ¿cómo puedes tener tantas mujeres, con tan poco cerebro? —Maite se mofó.


—Porque tú, eres muyyyy larga, tengo lo adecuado para mantener contenta a una mujer, si quieres puedo enseñártelo.


—Voy a terminar creyendo que el mito de los modelos es cierto, son sólo una cara bonita.


—Cuando quieras, te demuestro si sólo se trata de lo que ves. Nena, te aseguro que tengo mucho que ofrecerte —se miró la entrepierna.


—Paso de ti, no estoy interesada, eres un pedante que no termina de madurar.


—¿Tienes miedo?


—¡Basta! Basta ya por Dios, no es momento, me harta que os peleéis cada vez que os veis, ¡¿por qué no os vais a un hotel, os desfogáis, y os dejáis de estupideces y juegos de palabras?! —gritó Paula para que cesaran de una vez.


—No sé de donde sacas que puedo tener ganas de esta.


—Un momento, me llamo Maite, y te aseguro que he salido con tipos mejor plantados que tú, así que no te envalentones, chiquito, soy yo la que no tiene ganas de ti.


—¡¿Queréis parar ya?! —volvió a gritar Paula exasperada—. Por una vez en la vida, podrías tomarte las cosas en serio. —no podía creer que su hermano aún tuviera ganas de bromear.


—¿Puedo hacerme cargo de esto? —Pedro levantó las fotos y los informes.


—Ya te has hecho cargo, no entiendo para qué preguntas.


—Un momento, ahora la irracional eres tú, Paula. Se trata de mi pellejo; si vosotros tenéis otro problema, lo arregláis aparte, yo voto porque sí te hagas cargo, no quiero ir a la cárcel —dijo Agustin.


Pedro se puso de pie.


—Lo primero es que nadie más se entere. Esta gente no son simples matones. Si estorbas o consideran que eres un problema o cabo suelto, te matan y sanseacabó.


Agustin palideció, y a Paula se le escapó una exclamación seguida de un escalofrío.


—Por otra parte, ese desgraciado debe seguir creyendo que nadie lo sabe y que te sigue teniendo en un puño.


—No tenía otras intenciones.


—Me duele mucho pedirte esto. —Se agachó frente a Paula y quiso tomarla de las manos, pero ella se las negó—. Sólo necesitaré unos días para investigar, y aunque me duela admitirlo, hasta que no pueda seguir la pista estaré nadando en hielo. ¿Crees que serás capaz de hacerlo?


—Está en Washington.


—¿Cuántos días?


—No lo sé, él nunca me dice nada, y ahora menos todavía. —Paula le contestaba sin mirarlo—. Sé que está allí porque oí que se lo comentaba a Cliff.


—¿Quién es Cliff?


—El mayordomo.


—Perfecto. Necesito investigar, pero no será fácil, porque no debe quedar nada registrado.


—Por favor, Pedro.


—Tranquilo, confía en mí, Agustin.


—Sabes que confío como si fueras mi hermano.


—Paula, no quiero que te arriesgues por nada, déjame manejar esto a mí, intenta cruzarte lo menos posible con él. 


Nada querría más que pedirte que te fueras de allí, pero la gente con la que imagino que está metido el senador no se anda con advertencias: extirpan el problema de raíz, y si se
sienten amenazados por algo es lo que harán, por eso es preciso que él siga creyendo que te tiene comiendo de su mano. ¡Dios! No puedo creer que realmente te esté pidiendo esto.


—De todos modos, estoy segura de que no utilizará esas fotos, porque él también caerá por su peso —intervino Maite.


—Eso es lo que menos importa. Si ellos se sienten amenazados no sólo corre peligro Paula, lo corre todo su entorno íntimo; esa gente terminará con todos los cabos sueltos, y listo. No se arriesgarán a dejar a nadie que pueda saber algo.
»No permitiré que te pase nada, no debes tener miedo. Sólo necesito que me cuentes todo lo que sabes. 


—No sé absolutamente nada, he aprendido a no oír. Ahora entiendo por qué me golpeaba cuando creía que lo espiaba.


—Mi hermana no puede seguir en esa casa, Pedro.


—No queda otra opción, si me voy me temo que sería peor. Ahora sé un gran secreto, uno que nos pone a todos en peligro, y si él lo puso de manifiesto es porque no le importa nada con tal de conseguir lo que desea. No tengo miedo por mí, sino por vosotros. Sé que a mí no me hará nada porque se estropearían sus planes, pero para forzarme lo hará a través de vosotros, ya lo ha demostrado con estas fotos. Estoy convencida de que debo permanecer en la casa; siempre lo he sabido, por eso regresé. — Miró a Pedro con ojos desafiantes.


—Tendrías que habérmelo contado y yo ya podría haber averiguado algo, hace quince días que estás perdiendo el tiempo en esa casa.


—Ya sé que yo pierdo el tiempo, y me ha quedado muy claro que tú no lo pierdes, anoche lo comprobé.


Paula sentía la cabeza abotargada. Pedro le siguió sosteniendo la mirada. Se puso en pie, cogió los papeles y las fotos y dijo:
—Me voy, cuando tenga novedades os informaré. Recordad no levantar sospechas. Una cosa más. — Miró severamente a Paula, clavó la mirada en ella, se agachó y sacó su pistola de repuesto de su pantorrilla—: Quiero que tengas esta arma y que mantengas el móvil encendido. Aunque no me contestes, quiero que en cuanto veas mis llamadas me las devuelvas, para estar tranquilo sabiendo que estás bien.
Mantenlo bien escondido, porque es el único medio que tenemos para comunicarnos contigo.


—No es necesario. No me gustan las armas, les tengo mucho miedo.


—Sí que lo es, y no hay discusión. Se usa así. —Le mostró rápidamente cómo se quitaba el seguro —. Luego te afirmas con ambas manos, apuntas y disparas.


—No la usaré, no la quiero.


—La madre que te parió, Paula, guarda esa arma y no discutas más. —Maite se la quitó de la mano a Pedro, cogió el bolso de Pau y la metió dentro.


—No te expongas, por favor, y recuerda todo lo que te he dicho —indicó Alfonso con gesto penetrante —. Tú, Agustin, vente conmigo, necesitamos que me des detalles de ese encuentro.





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