miércoles, 2 de marzo de 2016
CAPITULO 59
A comienzos de la década de 1980, la ruta de la heroína era una gran industria a nivel mundial. En el este de Asia, donde no tenía parangón ni competencia, estaba a cargo del general Khun Sa, el rey del opio, también conocido por el alias Chang Chifu. Controlaba el setenta por ciento del negocio al mando de un ejército de rebeldes shan equipado con fusiles, lanzagranadas, aparatos de radio y mulas. Pero la consolidación de los cárteles colombianos de Medellín y Cali, a mediados de la década, transformó el escenario del comercio internacional de drogas. Por ese entonces, los capos Pablo Escobar Gaviria y Gilberto Rodríguez Orejuela conquistaron el lugar del general Khun Sa y fueron acusados por la DEA de inundar de cocaína y heroína el mercado estadounidense. Estaban asociados con la Cosa Nostra, la antigua mafia estadounidense, que amplió su dominio en Europa asociándose con la Camorra y la ‘Ndrangheta de Calabria, y por ese entonces también ejercían una clara hegemonía sobre el conocido Triángulo de Oro, región urbana colombiana, a través de una alianza con los traficantes de opiáceos asiáticos a partir de intereses recíprocos.
A finales de la década de 1990 todo parecía estar organizado a la perfección, y la cocaína procesada por los cárteles de Medellín y Cali, que salía hacia Europa y Estados Unidos a través de ocho rutas marítimas, parecía no tener obstáculo alguno. Pero con la administración Bush llegó el cambio, y tuvieron que empezar a cambiar su itinerario, pues durante su gobierno la guerra al narcotráfico se volvió prioritaria.
Desde entonces, los mercaderes de la droga han tenido que modificar constantemente las rutas, y los cárteles que tenían concentrado su poder fueron perdiéndolo. La cocaína y la heroína colombiana, pero también la peruana y boliviana, sustituyeron la tradicional ruta marítima del Caribe, con eje en Panamá y destino final en Miami, por la del Pacífico, con base en los puertos mexicanos, otorgándoles, de esta manera, poder a los cárteles de México y permitiéndoles convertirse en los amos del narcotráfico por su estratégica ubicación.
Estas organizaciones criminales, con el correr de los años, han tenido cambios medulares y reajustes que han permitido la formación de nuevos grupos, llegando así a crear nuevos pactos y alianzas que han llevado a treguas. De esta forma es como surge el poderío de Mario Aristizabal Montoya, un narcoterrorista de la nueva era.
Desde 2008 se había afianzado en el poder y había sembrado el terror en una franja de su ciudad, dándose a conocer como un narco al que no le importaba nada con tal de acceder al control del cártel que lideraba. Con actos de violencia similares a los que cometen las organizaciones Al Qaeda, el IRA y las FARC, y a fuerza de violencia desmedida, se había dado a conocer imponiéndose como un líder indiscutible, que fusilaba a cuantos se le atravesaran, si colaboraban con el gobierno para su captura y para decomisar los estupefacientes que él traficaba.
A Aristizabal Montoya se le adjudicaba un buen número de ejecuciones indiscriminadas en bares, el estallido de varios coches bomba en ataques contra policías y medios de comunicación, y se sabía que era el autor de masacres a expatriados, logrando de esta manera infundir el terror al instalar una guerrilla urbana utilizando a su propia comunidad como escudo.
El poderío económico de este individuo constituye su principal arma, porque con él financia su red de inteligencia, su logística operativa y la adquisición de recursos técnicos, equipos y armamentos. Ahora incluso conseguía codearse con el poder de Estados Unidos para darle un viso de legalidad a sus actividades. Su rastro se había perdido hacía ya algunos años, estaba siendo buscado por todos los organismos y las autoridades tenían un amplio conocimiento de que aún lideraba el cártel que él mismo fundó como rama paralela al de Juárez.
Montoya en la actualidad le seguía causando incomodidad al gobierno mexicano, pues su escape era la clara pauta de la debilidad y la ineptitud de los organismos de seguridad del país y del creciente poder de los cárteles de la droga, con redes de inteligencia dotadas de tecnología de alta gama que tenían un mayor grado táctico que las autoridades mismas.
Los negocios se dejarían para el otro día, ahora, como buen anfitrión que era, Montoya les daba la bienvenida en su fortaleza y los agasajaba como él sabía, con excesos y demostrándoles que a su lado era posible una vida donde sólo regían sus propias leyes, proporcionándoles de esa manera diversión asegurada.
Se acercó a Wheels y le habló en complicidad.
—Mi buen amigo, qué suerte que nuestra relación finalmente haya llegado a un buen entendimiento y juntos podamos hacer tantos negocios beneficiosos para ambos.
—Tu poder y el mío son una mezcla explosiva.
—Hermosa chica, mi buen amigo, ¿te parece que podría probarla?
—¿Quién puede decirte que no?
Los dos rieron a carcajadas y se acercaron a sus mujeres.
El champán estaba haciendo su efecto y la droga consumida también; las risas, los besos y las caricias a altas horas de la madrugada ya eran casi incontrolables.
—¿Por qué no nos damos unos chapuzones en la piscina? —sugirió el anfitrión y todos estuvieron de acuerdo.
En cuanto llegaron a la piscina cubierta y climatizada la rubia debilidad del narco, que parecía la más achispada, se quitó la poca ropa que llevaba y se lanzó al agua. Su hombre, sin pensarlo, se deshizo de la suya y se tiró tras ella, la buscó de inmediato sin preocuparse de esconder las ganas que tenía por poseer su cuerpo.
—¿Prefieres irte a cambiar? —le preguntó Manuel a Samantha, pues la notó vacilante. Ella observaba tímida, pero excitada, la manera en que Mario y Aimara se acariciaban—. No tenemos por qué hacer lo que hacen ellos si no quieres.
Wheels se acercó a su boca, la cogió de la nuca y la besó con extrema pasión, tentándola con la esperanza de despertar todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo. Mientras la acariciaba con sus manos ansiosas, sintió cómo Samantha comenzaba a vibrar entre sus brazos. Avivada por la mezcla de alcohol y droga que había en su organismo, y por las caricias y los gemidos de la otra pareja, se sintió incitada a lo mismo. Manuel comenzó a desvestirla, y ella no se negó. Dentro del agua, caricia va, caricia viene, beso va, beso viene, terminaron los cuatro disfrutando de un alocado sexo compartido.
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